A las 6:10 de la mañana, el vuelo papal con su séquito y 78 periodistas acreditados, despegó del aeropuerto de Fiumicino con destino a Budapest, donde aterrizó alrededor de las 7:45. Así inició el viaje apostólico número 34 del papa Francisco. El motivo de la parada en la capital húngara fue el 52º Congreso Eucarístico Internacional, que se desarrolló entre el 5 y el 12 de septiembre. Previsto inicialmente para septiembre 2020, respetando la regular frecuencia de cuatro años que lo separaba de la edición anterior en Filipinas, el Congreso fue postergado para 2021 debido a la pandemia del Covid-19.
El lema del evento fue extraído del Salmo 87: «Todas mis fuentes están en ti». El logo muestra una fuente de agua que surge de los signos eucarísticos del pan y del cáliz, que desciende y fluye en ondas que evocan el río Danubio. Es la segunda vez que Budapest acoge un Congreso Eucarístico Internacional, luego de la 34ª edición de 1938. Entonces el contexto era muy distinto, naturalmente. El mundo veía acercarse la Segunda Guerra Mundial.
Budapest: futuro, fraternidad, integración
Apenas baja del avión, el Papa es recibido por el Viceprimer Ministro, Zsolt Semjén. Dos niños vestidos a la manera tradicional le ofrecen flores. Desde ahí se dirigió al Museo de Bellas Artes, a la Plaza de los Héroes, la plaza más grande de Budapest y también la más representativa desde un punto de vista histórico y político. Aquí se encuentra el «Monumento del Milenio», construido en 1896 para celebrar el milenario de la conquista de la patria. Representa personajes y símbolos emblemáticos de la historia húngara.
El Museo de Bellas Artes se ubica en un monumental edificio en el lado occidental de la Plaza de los Héroes. El Papa fue acogido en la entrada del Museo por el Presidente de la República, János Áder, y el Primer Ministro, Viktor Orbán. Juntos se dirigieron a la Sala Románica, donde tuvo lugar una reunión en la que también estuvieron presentes el Secretario de Estado Vaticano y el Secretario para las Relaciones con los Estados. Los temas de conversación fueron el medioambiente y la familia.
Al final de la reunión, el Papa se despidió y se dirigió a la Sala del Renacimiento, donde tuvo lugar un encuentro con cerca de 35 obispos locales[1]. Francisco pronunció un discurso incisivo, lleno de ideas sobre cómo la Iglesia debe estar presente en la sociedad húngara y qué mensaje debe testimoniar al interior del tejido socio-político de la nación. En primer lugar, el Pontífice pidió a los prelados «custodiar el pasado», pero al mismo tiempo «mirar al futuro». Es necesario, en efecto, «custodiar nuestras raíces religiosas, custodiar la historia de la que procedemos, pero sin que nuestra mirada quede en el pasado, sino mirando al futuro, mirando hacia adelante y encontrando nuevas formas de proclamar el Evangelio». El mismo ministerio episcopal «no sirve para repetir una noticia del pasado, sino que es la voz profética». La perspectiva de la Iglesia no debe ser la de custodiar cenizas, sino la de abrirse a los desafíos del futuro de modo evangélico. Además, «detrás de un ropaje de tradiciones religiosas, pueden esconderse muchos lados oscuros». Es necesario velar.
A continuación, Francisco dio algunas indicaciones para llevar adelante esta misión especial. La primera consiste en ser anunciadores del Evangelio sin caer en la tentación de «encerrarse en la defensa de las instituciones y las estructuras», las que sólo tienen sentido «si sirven para despertar la sed de Dios que tienen las personas y llevarles el agua viva del Evangelio». Así, se pidió a los obispos «no la administración burocrática de las estructuras», sino «una ardiente pasión por el Evangelio», evitando la actitud de estar a la defensiva, como si estuvieran rodeados, asediados.
La segunda indicación es «ser testigos de la fraternidad». Con la atención puesta en la situación socio-política, el Papa afirmó especialmente: «Su país es un lugar en el que han convivido durante mucho tiempo personas de otros pueblos. Diversas etnias, minorías, confesiones religiosas e inmigrantes también han transformado este país en un ambiente multicultural. Esta realidad es nueva y, al menos en un primer momento, puede asustar. La diversidad siempre da un poco de miedo porque socava las seguridades adquiridas y desafía la estabilidad conseguida».
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El tema de la diversidad fue una de las claves del discurso. Frente a la diversidad podemos tener dos actitudes: «encerrarnos en una rígida defensa de nuestra supuesta identidad, o abrirnos al encuentro con el otro y cultivar juntos el sueño de una sociedad fraterna»[2]. La opción evangélica es claramente la segunda y «la pertenencia a la propia identidad nunca debe convertirse en un motivo de hostilidad y desprecio hacia los demás, sino en una ayuda para el diálogo con las diferentes culturas».
Francisco también se refirió a «un contexto en el que la democracia aún debe consolidarse». Para ser más claro aún, usó la imagen del Puente de las Cadenas, que une las dos partes de la ciudad, Buda y Pest, pidiendo «nuevos puentes de diálogo» y una Iglesia con un «rostro que acoge a todos, también a los que vienen de fuera, un rostro fraterno, abierto al diálogo». Y luego la petición explícita: «Como obispos, les pido que muestren siempre, junto con sus sacerdotes y colaboradores pastorales, el verdadero rostro de la Iglesia: un rostro que acoge a todos, también a los que vienen de fuera». Se trató, en consecuencia, de un mensaje fuerte que Francisco envió a los obispos para sean levadura de la sociedad húngara.
Al final, el Papa se despidió personalmente de cada uno de los participantes y luego se dirigió a la sala de al lado, al Salón de Mármol, donde tuvo lugar el encuentro con los representantes del Consejo Ecuménico de las Iglesias[3] y algunas comunidades judías de Hungría. Un representante de la comunidad cristiana y luego uno de la comunidad judía le dieron la bienvenida al Papa. Francisco pronunció un largo discurso, transido de espíritu de fraternidad e integración: «Los veo a ustedes, hermanos en la fe de Abrahán nuestro padre. Aprecio mucho el compromiso que han mostrado para derribar los muros de separación del pasado. Ustedes, judíos y cristianos, desean ver en el otro ya no un extraño, sino un amigo; ya no un adversario, sino un hermano». Pero no basta derribar los muros: «El Dios de los padres abre siempre caminos nuevos. Así como transformó el desierto en un camino hacia la Tierra Prometida, también quiere llevarnos desde los desiertos áridos del hastío y de la indiferencia a la ansiada patria de la comunión». He aquí, pues, la invitación a «salir, caminar, llegar a tierras inexploradas y a espacios desconocidos».
El Papa se detuvo nuevamente en la imagen del Puente de las Cadenas que une las dos partes de la ciudad: «No las funde en una, pero las mantiene unidas. Así deben ser los vínculos entre nosotros. Cada vez que se ha tenido la tentación de absorber al otro no se ha construido, sino que se ha destruido; lo mismo cuando se ha querido marginarlo en un gueto, en vez de integrarlo». No debemos ceder «a la lógica del aislamiento y de los intereses creados». El Pontífice recordó al poeta de origen hebreo Miklós Radnóti, quien, encerrado en un campo de concentración, en el abismo más oscuro y depravado de la humanidad, continuó escribiendo poesía, hasta la muerte.
A continuación, Francisco salió a la plaza y, tras un recorrido entre los fieles, celebró la Misa en latín, abierta con el saludo del cardenal Péter Erdő. La celebración tuvo lugar delante del símbolo del Congreso Eucarístico: una cruz floreada de casi cinco metros de alto, revestida de bronce, que tiene incrustada una reliquia de la Santa Cruz junto a reliquias de santos húngaros.
En su homilía el Papa pidió una «renovación del discipulado», pasando de la admiración de Cristo a su imitación. Su anuncio es el de un Mesías que se dirige a la cruz, no el de un Mesías poderoso. Pedro se rebela ante esta perspectiva. «El camino de Dios – dijo Francisco – rehúye cualquier imposición, ostentación y de todo triunfalismo, está siempre dirigido al bien del otro, hasta el sacrificio de sí mismo». Por lo tanto, «el camino cristiano no es una búsqueda del éxito, sino que comienza con un paso hacia atrás, con un descentramiento liberador, con el quitarse uno del centro de la vida». Así, «la diferencia no está entre el que es religioso y el que no lo es. La diferencia crucial es entre el verdadero Dios y el dios de nuestro yo». La Eucaristía nos impulsa a «sentirnos un solo Cuerpo, a partirnos por los demás».
Al final de la misa, mons. Piero Marini, presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, dirigió un discurso de saludo y de agradecimiento al Papa. Después de los ritos finales de la misa, Francisco rezó el Angelus, expresando su deseo final: «Esto les deseo, ¡que la cruz sea vuestro puente entre el pasado y el futuro! El sentimiento religioso es la savia de esta nación, tan atacada en sus raíces. Pero la cruz, plantada en la tierra, no solo invita a echar buenas raíces, sino que se alza y extiende sus brazos a todos: exhorta a mantener firmes las raíces, pero sin atrincherarnos; a beber de las fuentes, abriéndonos a los sedientos de nuestro tiempo. Este es mi deseo para ustedes: con los pies en la tierra y abiertos, arraigados y respetuosos».
Así terminó la primera etapa del viaje de Francisco, con un mensaje fuertemente centrado en el futuro, y en una Iglesia y una sociedad capaces de construir puentes, de dialogar y de acoger fraternalmente la diversidad. Después de la misa, Francisco se dirigió al aeropuerto, donde tuvo lugar la ceremonia de clausura antes del despegue a Bratislava. El avión aterrizó en la capital eslovaca a las 15:30, tras menos de una hora de vuelo.
Eslovaquia: un país al centro de Europa
A los pies de la escalera delantera del avión, el Papa fue recibido por la presidenta de la República, Zuzana Čaputová. Dos niños en trajes tradicionales le ofrecieron, en señal de hospitalidad, pan, sal y flores. Desde ahí el Papa se dirigió a la Nunciatura apostólica, donde tuvo lugar un encuentro ecuménico. El presidente del Consejo Ecuménico de las Iglesias[4] le dirigió un saludo. El Santo Padre pronunció un discurso en el que recordó la esclavitud en los tiempos del régimen comunista, pero afirmó también que en los tiempos presentes era necesario evitar caer en la tentación de la esclavitud interior: «Es lo que nos advertía Dostoievski en un célebre relato, la Leyenda del Gran Inquisidor», en el que el personaje «llega a reprochar a Jesús el no haber querido convertirse en César, para doblegar la conciencia de los hombres y establecer la paz por la fuerza. En cambio, prefirió para los hombres la libertad, mientras la humanidad reclamaba “pan y poco más”».
El fuerte llamado a la libertad, que encontraremos en otras ocasiones durante el viaje, se une al llamado que recuerda la importancia de la unidad: «¿Cómo podemos anhelar una Europa que vuelva a sus raíces cristianas si nosotros mismos somos los primeros en vivir desarraigados de la plena comunión?».
Finalmente, el Papa dio dos consejos. El primero es la contemplación, «carácter que distingue a los pueblos eslavos», que «saben acoger el misterio». El segundo es la acción. En efecto, «La unidad no se obtiene tanto con los buenos propósitos y con la adhesión a algún valor común, sino haciendo algo juntos por los que nos acercan más al Señor. ¿Quiénes son? Son los pobres, porque en ellos Jesús está presente». Aquí retorna una clara indicación de Francisco, repetida muchas veces durante su pontificado: el diálogo y el encuentro se basan más en las obras que en las palabras. Al final, cerca de las 17:30, el Papa, todavía en la Nunciatura, tuvo un encuentro privado con 53 jesuitas que trabajan en el país.
El lunes 13 de septiembre a las 9:00 de la mañana, el Pontífice se dirigió al Palacio presidencial, el Palacio Grassalkovich, de estilo tardobarroco, ubicado en el centro, frente a la plaza Hodžovo námestie. Fue recibido por la presidenta de la República en la entrada del Palacio, donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida. Dos niños, sobre una alfombra roja, le regalaron pan y sal. Después de los himnos, los honores a la bandera y la presentación de las delegaciones, la Presidenta y el Papa se dirigieron al Salón Dorado del Palacio presidencial para sostener un encuentro privado. Al concluir, la presidenta de la República acompañó al Papa a la vecina Sala Verde, donde tuvo lugar el intercambio de regalos y la presentación de la familia. Posteriormente, ambos se dirigieron al jardín del Palacio presidencial para la reunión con las autoridades políticas y religiosas, el cuerpo diplomático, los empresarios y los representantes de la sociedad civil y de la cultura: en total, unas 250 personas.
La Presidenta pronunció un discurso de alto nivel. «El cristianismo y la Iglesia Católica constituyen, desde hace siglos, una parte esencial de nuestra identidad cultural. Acogemos a su Santidad, sin embargo, no solo en su calidad de representante de una de las mayores familias religiosas de este planeta y de sus valores, sino también, y sobre todo, como fuente de inspiración, tan necesaria para el futuro de la humanidad. Para el futuro de nuestra Eslovaquia, y para el futuro del cristianismo en ella, es muy importante el modo como usted lleve a nuestra época el mensaje del Evangelio, no solo como «herencia de los padres», sino como viaje que transforma nuestro presente y nos señala el mañana».
En particular, la Presidenta afirmó: «Usted llama a la humildad, a la misericordia y a la fraternidad humana. Invita a una nueva cultura de la política y a una nueva ética de la economía. En sus encíclicas sociales nos advierte sobre los mayores peligros de nuestro tiempo: el populismo, el egoísmo nacional, el fundamentalismo y el fanatismo. Usted se opone manifiestamente a todos los que quieren aprovecharse de la religión con objetivos políticos».
A continuación, Francisco pronunció su mensaje declarándose: «peregrino en un país joven pero de historia antigua, en una tierra de raíces profundas situada en el corazón de Europa. Verdaderamente me encuentro en una “tierra media”». El aliento de sus palabras hace de este también un mensaje para Europa: «La sola recuperación económica no es suficiente en un mundo donde todos estamos conectados, donde todos habitamos una tierra media. Que este país, mientras en varios frentes siguen luchas por la supremacía, reafirme su mensaje de integración y de paz, y Europa se distinga por una solidaridad que, atravesando las fronteras, pueda volver a llevarla al centro de la historia». Y agrega: «Muchos, demasiados en Europa se arrastran en el cansancio y la frustración, estresados por ritmos de vida frenéticos y sin saber cómo encontrar motivaciones y esperanza. El ingrediente que falta es el cuidado por los demás». Es necesario cuidar y sanar el alma de Europa.
Hablando de Eslovaquia y de su separación de Checoslovaquia en dos Estados independientes, el Papa recordó que «Veintiocho años atrás el mundo admiró el nacimiento sin conflictos de dos países independientes». Esta historia se convirtió entonces en una misión, «llama a Eslovaquia a ser un mensaje de paz en el corazón de Europa». El tema de la paz, de la reconciliación y de la unidad es uno de los mensajes fuertes y centrales de este viaje apostólico.
A continuación, Francisco declara que la historia de Eslovaquia está marcada indeleblemente por la fe: «La sal de la fe no es una respuesta según el mundo, no está en el ardor de llevar a cabo guerras culturales, sino en la siembra humilde y paciente del Reino de Dios, principalmente con el testimonio de la caridad, del amor». Llamó a dejarse inspirar por los santos Cirilo y Metodio – varias veces nombrados en sus discursos –, figuras que han caracterizado profundamente toda la historia de la Nación eslovaca, y que son considerados «Padres» espirituales y culturales del país.
Francisco se refirió también a «muchos escritores, poetas y hombres de cultura que han sido la sal del país. Y como la sal quema sobre las heridas, así sus vidas han pasado con frecuencia a través del crisol del sufrimiento. Cuántas personas ilustres fueron encerradas en la cárcel, permaneciendo libres interiormente y ofreciendo luminosos ejemplos de valentía, coherencia y resistencia a la injusticia. Y sobre todo de perdón». Con el martirio como trasfondo, el Papa dirigió su mirada hacia el futuro de la evangelización y de la misión.
Una imagen de la Iglesia fundada en la libertad y la creatividad
Después de despedirse de la Presidenta, el Papa se dirigió a la catedral de San Martín de Tours, sede episcopal de la archidiócesis de Bratislava, situada en los márgenes del centro histórico, donde se alzaban los muros fortificados de la ciudad. Aquí se reunió con obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas. Tras un breve saludo de bienvenida del Presidente de la Conferencia Episcopal Eslovaca[5], Francisco pronunció un discurso. «Estoy aquí para compartir su camino —esto debe hacer el obispo, el Papa—, sus preguntas, los anhelos y las esperanzas de esta Iglesia y de este país», comenzó. Estas palabras son importantes para definir el modo en que Francisco interpreta su ministerio papal.
Así, proporcionó una imagen de la Iglesia precisa, algo que el Papa hace a menudo en sus viajes cuando habla con hombres y mujeres de Iglesia, elaborando una suerte de eclesiología ajena a cualquier tentación de atrincheramiento y cierre. La Iglesia «camina unida, recorre los caminos de la vida con la llama del Evangelio encendida. La Iglesia no es una fortaleza, no es una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficiencia. Aquí en Bratislava el castillo ya existe, ¡y es muy hermoso! Pero la Iglesia es la comunidad que desea atraer hacia Cristo con la alegría del Evangelio —¡no el castillo!—, es la levadura que hace fermentar el Reino del amor y de la paz en la masa del mundo».
Con estas palabras, Francisco quiere claramente rechazar la visión de una Iglesia vista como una ciudadela separada del mundo y las visiones que, de manera espuria, apelan al monaquismo para hablar de un aislamiento de los creyentes respecto del resto de la sociedad. La Iglesia es humilde, «no se separa del mundo y no mira la vida con desapego, sino que la habita desde dentro. Habitar desde dentro, no lo olvidemos: compartir, caminar juntos, acoger las preguntas y las expectativas de la gente. Esto nos ayuda a salir de la autorreferencialidad. El centro de la Iglesia —¿quién es el centro de la Iglesia?— no es la Iglesia». He aquí el llamado: «Adentrémonos en cambio en la vida real, la vida real de la gente, y preguntémonos: ¿cuáles son las necesidades y las expectativas espirituales de nuestro pueblo? ¿Qué se espera de la Iglesia?».
El Papa reconoce tres exigencias. La primera es la libertad. Si la libertad está herida, la humanidad se degrada. «A veces también en la Iglesia nos puede acechar esta idea: es mejor tener todo predefinido – las leyes que deben observarse, seguridad y uniformidad –, más que ser cristianos responsables y adultos que piensan, interrogan la propia conciencia y se dejan cuestionar». Pero esto no está bien. A muchos, «sobre todo en las nuevas generaciones, no les atrae una propuesta de fe que no les deje su libertad interior, no les atrae una Iglesia en la que sea necesario que todos piensen del mismo modo y obedezcan ciegamente».
La invitación, entonces, es a «formar a las personas en una relación madura y libre con Dios. Esta relación es importante. Esto quizá nos dará la impresión de no poder controlarlo todo, de perder fuerza y autoridad; pero la Iglesia de Cristo no quiere dominar las conciencias y ocupar los espacios, quiere ser una “fuente” de esperanza en la vida de las personas». Este llamado a la libertad de espíritu y a una Iglesia que no la menosprecia sino que la sostiene y la alienta contra toda rigidez, es un tema central de este viaje, así como del pontificado de Francisco.
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Consciente de los grandes cambios sociales y de los procesos democráticos en desarrollo, el Papa observa que la libertad es todavía frágil. Por eso llama a librarnos de una religiosidad rígida: «Que ninguno se sienta presionado. Que cada uno pueda descubrir la libertad del Evangelio, entrando gradualmente en relación con Dios, con la confianza de quien sabe que, ante Él, puede llevar la propia historia y las propias heridas sin miedo y sin fingimientos, sin preocuparse de defender la propia imagen. Que el anuncio del Evangelio sea liberador, nunca opresor. ¡Y que la Iglesia sea signo de libertad y de acogida!». Para conseguirlo es necesario «dejarse provocar por las situaciones concretas», y seguir adelante «repitiendo el pasado, sin poner nuestro corazón, sin el riesgo de la decisión». El «fuego del Evangelio», afirmó el Papa, «que nos inquieta, que nos transforma».
La segunda exigencia es la creatividad. La evangelización nunca es una simple repetición del pasado. Los mismos Cirilo y Metodio «fueron inventores de nuevos lenguajes para transmitir el Evangelio, fueron creativos en la traducción del mensaje cristiano, estuvieron tan cerca de la historia de los pueblos que encontraban, que hasta llegaron a hablar su lengua y asimilar su cultura». También nosotros debemos encontrar «nuevos “alfabetos”» para anunciar la fe. Francisco vuelve a advertir contra una fe que está a la defensiva: «Ante la pérdida del sentido de Dios y de la alegría de la fe no sirve lamentarse, atrincherarse en un catolicismo defensivo, juzgar y acusar al mundo malo, no; es necesaria la creatividad del Evangelio. ¡Estemos atentos! El Evangelio aún no está cerrado, está abierto. Está vigente, está vigente, sigue adelante». Creatividad y confiar en Dios: es él «que hace crecer. En este sentido, no hay que controlar demasiado la vida, hay que dejar que la vida crezca», pidió el Papa, volviendo al llamado a la libertad.
La tercera exigencia es el diálogo. Un Iglesia libre y creativa «sabe dialogar con el mundo, con el que confiesa a Cristo sin que sea “de los nuestros”, con el que vive la fatiga de una búsqueda religiosa, también con el que no cree».
Desde la catedral, Francisco se dirigió luego a la Nunciatura apostólica para almorzar. A las 15:45 se presentó en el Centro Belén de las Misioneras de la Caridad, que se encuentra en el barrio Petržalka. Aquí, por más de veinte años, la comunidad internacional de religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, entre grandes edificios populares, se cuida de los que no tienen hogar, de los indigentes, de quienes necesitan ayuda y, sobre todo, de los enfermos. El Papa conversó con los residentes de la casa. En el patio un coro de niños entonó algunos cantos. Antes de despedirse, Francisco rezó el Ave Maria junto a los presentes, entregó un regalo y concluyó el encuentro con algunas palabras espontáneas y su bendición.
A las 16:30, se dirigió a la plaza Rybné námestie, que se ubica en el corazón del casco antiguo de la ciudad, cerca de la catedral de San Martín. Aquí se alzaba la sinagoga Neolog, demolida en 1969 por el gobierno comunista, junto a todo el gueto, para hacer lugar al Puente de la Insurrección Nacional Eslovaca, conocido también como Puente Nuevo. La comunidad judía que la frecuentaba había sido fundada en 1871. Hoy, en la plaza, la recuerda el Memorial del Holocausto, diseñado como lugar de memoria pública.
El Papa fue recibido por el Presidente de la Unión Central de las Comunidades Judías de la República Eslovaca, que le dio la bievenida con un discurso en el que recordó que, en el lugar en que se encontraban, «se alzaban, uno al lado del otro, el templo cristiano y el templo judío. Los habitantes de la ciudad multiétnica rezaban aquí al único Dios y vivían juntos los momentos de alegría y de preocupación que la vida les deparaba. Así, la arquitectura encarnaba la convivencia de las comunidades hasta el momento en que llegó el período de las tinieblas».
Después del testimonio de un sobreviviente y de una monja ursulina – cuya congregación escondió a niños judíos y a sus familias en tiempos del nazismo –, Francisco pronunció un discurso. «Estoy aquí como peregrino para tocar este lugar y ser tocado por él», comenzó. Recordó que «el nombre de Dios fue deshonrado» por el odio y por «indescriptibles actos de inhumanidad», pero también por «las manipulaciones que instrumentalizan la religión, haciendo de ella una cuestión de supremacía o reduciéndola a la irrelevancia». Esto significa que «no es tiempo de seguir opacando la imagen de Dios que resplandece en el hombre». Hoy, «el mundo necesita puertas abiertas» y fraternidad. Dios dijo a Abraham: «En ti se bendecirán todas las familias de la tierra». Así, en tierra Eslovaca, «tierra de encuentro entre este y oeste, norte y sur, la familia de los hijos de Israel siga cultivando esta vocación, la llamada a ser signo de bendición para todas las familias de la tierra».
Alrededor de las 18:00, en la Nunciatura, el Pontífice recibió la visita del presidente del Parlamento, es decir, del presidente del Consejo Nacional de la República Eslovaca, el señor Boris Kollár, junto al primer ministro, el señor Eduard Heger. Los acompañaban sus familiares respectivos.
Contra el cristianismo triunfalista
Cerca de las 8:00 de la mañana del 14 de septiembre , Francisco tomó un avión en el aeropuerto de Bratislava y se dirigió rumbo a Košice. Desde ahí se dirigió al Mestská Športová hala, el edificio deportivo municipal de Prešov, la tercera ciudad más grande del país y capital de la región de Šariš. Fue acogido por el metropolitano de Prešov, mons. Ján Babjak, jesuita. El Papa y el Metropolitano subieron al papamóvil para dar una vuelta a la plaza.
A las 10:30 comenzó la Divina liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo, presidida por el Papa en italiano. Fue un acontecimiento muy importante para la Iglesia greco-católica metropolitana sui iuris en Eslovaquia, que forma parte de la gran familia de las Iglesias orientales católicas[6]. Recordemos que entre 1950 y 1968 la Iglesia greco-católica de la ex Checoslovaquia fue expulsada fuera de la ley por el régimen comunista.
En la homolía, Francisco retomó la prédica del domingo anterior sobre el escándalo de la cruz, destacando el riesgo de «No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios débil y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran tentación. Cuántas veces aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril». Habiendo subido a la cruz, Cristo puede ser alcanzado por cualquiera: « Porque no debe haber en la tierra ninguna persona tan desesperada que no lo pueda encontrar, aun allí, en la angustia, en la oscuridad, en el abandono, en el escándalo de la propia miseria y de los propios errores. Precisamente allí, donde se piensa que Dios no pueda estar, Dios ha llegado». De ahí el llamado a salvaguardar la cruz incluso de su instumentalización: «No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social». Quien «tiene la cruz en el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos y hermanas por los que Jesús ha dado la vida».
Al final de la liturgia, el Pontífice se dirigió a la casa de Ejercicios espirituales de los jesuitas de Prešov. Saludó brevemente, pero con gran atención, al personal de la casa (ocupado en la preparación de la recepción de los obispos) y luego a la pequeña comunidad jesuita. Luego partió hacia el Seminario Mayor San Carlos Borromeo de la archidiósesis de Košice – segunda ciudad del país –, situado en el corazón de la ciudad. El edificio es sede de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Ružomberok. Aquí el Papa tuvo su comida privada.
A las 15:45 se dirigió a Luník IX, uno de los 22 distritos de la ciudad de Košice. Es el distrito que tiene la más alta densidad poblacional gitana en Eslovaquia. La construcción del barrio comenzó a finales de los años setenta. Actualmente viven en la zona unos 4.300 gitanos. Los problemas de infraestructura son manifiestos. El 1º de julio de 2008, los salesianos decidieron dar comienzo a una misión en este lugar; y el 30 de noviembre de 2010 fue consagrada la iglesia de Cristo Resucitado. El lugar de culto se encuentra en el Centro Pastoral Salesiano del barrio. Modelo de integración, asistencia y evangelización de la comunidad gitana, el centro está compuesto por una casa para los sacerdotes, un gimnasio, un espacio para encuentros grupales y una iglesia.
El encuentro con la comunidad gitana tuvo lugar en la plaza que está al frente del Centro Salesiano. Es una continuación del encuentro que el Papa sostuvo en 2019 en Rumania con la comunidad gitana, en el cual expresó todo su dolor por el sufrimiento del que fue objeto esta comunidad.
Francisco fue acogido con cantos festivos y saludos de la gente reunida frente al escenario y asomada a la ventana de los palacios en ruinas. Después de algunos testimonios, saludó a la comunidad con un discurso, en el que comenzó afirmando que «nadie en la Iglesia debe sentirse fuera de lugar o dejado de lado». Siempre se está en casa en la Iglesia. Francisco reconoció que demasiadas veces los gitanos han sido «objeto de preconceptos y de juicios despiadados, de estereotipos discriminatorios, de palabras y gestos difamatorios. De esta manera todos nos hemos vuelto más pobres, pobres de humanidad». Deben recuperar su dignidad. Y los invitó a ir «más allá de los miedos, más allá de las heridas del pasado, con confianza, un paso tras otro: en el trabajo honesto, en la dignidad de ganarse el pan cotidiano, alimentando la confianza recíproca».
A las 16:30, el Pontífice se dirigió al Estadio Lokomotiva de Košice, para el encuentro con los jóvenes, en el que se recordó a la beata Anna Kolesárová, joven eslovaca asesinada durante la Segunda Guerra Mundial a manos de un soldado soviético por haber defendido su castidad. Anna fue beatificada en el estadio Lokomotiva el 1º de septiembre de 2018. El Pontífice fue recibido por el cardenal Jozef Tomko, de 97 años, prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, y actualmente el cardenal más anciano de la Iglesia.
Francisco dio algunas vueltas en el papamóvil acompañado por el entusiasmo y los cantos de cerca de 25.000 jóvenes. A continuación escuchó algunos testimonios. Respondió a las palabras de los jóvenes con un discurso en el que a menudo interactuó con los presentes. Puso énfasis en los sueños y en la originalidad: «La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución – afirmó el Papa – es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto, del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica». Les pidió a los jóvenes revisar sus sueños, porque «los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos». Es muy importante el pasaje en el que se pide el discernimiento para saber lo que verdaderamente se anhela: «No escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones. Una cosa es el sueño, soñar, y otra tener ilusión. Los que venden ilusiones hablando de sueños son manipuladores de felicidad», insistió. Por otra parte, la homologación es el riesgo, la tentación.
Con los sueños se recuperan las raíces: «Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Y luego resulta que se vuelven más familiares que los rostros de quienes nos han engendrado».
Al final del encuentro, hacia las 18:00 horas, el Papa se dirigió al aeropuerto para tomar el vuelo a Bratislava, donde aterrizaría a las 19:30.
15 de septiembre
Tras dejar la Nunciatura, a las 7:50 el Papa se dirigió al Santuario Nacional de Šaštín. Cada año Šaštín acoge a miles de peregrinos en la Basílica de los Siete Dolores de la Virgen María, patrona de Eslovaquia, uno de los más importantes santuarios marianos del país. Su historia se remonta al siglo XVI, cuando una pequeña capilla situada en un cruce de caminos albergó una estatua de la Virgen Dolorosa con Cristo muerto sobre su regazo. El 22 de abril de 1927, Pío XI, con el decreto Celebre apud Slovaccham gentem, declaró a la Virgen de los Siete Dolores patrona de Eslovaquia, y con el decreto Quam pulchra, del 23 de noviembre de 1964, Pablo VI elevó a la iglesia a basílica menor.
Francisco llegó al Santuario a las 9:10 y se reunió privadamente con los obispos eslovacos para hacer un momento de oración. Después de un recorrido en el papamóvil ante unos 60.000 fieles, celebró la misa en latín. En su homilía identificó tres características de la fe de María: el camino, la profecía y la compasión.
La fe de María es una fe que se pone en camino, con la exigencia que procede de una misión que debe cumplirse: «[María] sintió la exigencia de abrir la puerta y salir de su casa, dio vida y cuerpo a la impaciencia con la que Dios quiere alcanzar a todos los hombres para salvarlos con su amor». La fe de maría no es estática, ni «contenta con cualquier rito o tradición antigua». Su fe es profética, porque da testimonio de la obra de Dios en una historia que «invierte la lógica del mundo». Es importante no olvidar que «no se puede reducir la fe a azúcar que endulza la vida. No se puede. Jesús es signo de contradicción. Ha venido para llevar luz donde hay tinieblas, haciéndolas salir al descubierto y obligándolas a rendirse». «No se trata de ser hostiles al mundo – prosigue el Papa –, sino “signos de contradicción” en el mundo».
Por último, la fe de María es compasiva: «El sufrimiento del Hijo agonizante, que cargaba sobre sí los pecados y los padecimientos de la humanidad, la atravesó también a Ella». La prueba de la compasión es la de «permanecer al pie de la cruz». Así también nosotros, «mirando a la Virgen Madre Dolorosa, nos abrimos a una fe que se hace compasión, que se hace comunión de vida con el que está herido, el que sufre y el que está obligado a cargar cruces pesadas sobre sus hombros». Es como si en esta etapa Francisco hubiera querido resumir en María los rasgos de la Iglesia que ilustró durante su viaje apostólico.
Desde el Santuario, Francisco se dirigió finalmente al aeropuerto de Bratislava, donde fue recibido por la Presidenta de la República para la ceremonia de despedida. El avión despegó a las 13:45 y aterrizó en el aeropuerto romano de Ciampino a las 15:30.
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Este viaje confirma la atención del Papa a los países medianos y pequeños y su mirada atenta apuntando al Este. También confirma su gran interés por el futuro de Europa. Son llamadas constantes y fuertes a la libertad, la creatividad y la unidad. Cabe destacar que, tanto en su breve paso por Budapest como en Eslovaquia, el Pontífice se reunió con los representates del Consejo Ecuménico de las Iglesias y con la Comunidad Judía. El sufrimiento y el martirio vividos por la fe en ambos países involucró a cristianos de diversas confesiones y judíos. Estos encuentros ecuménicos e interreligiosos fueron un profundo respiro de fraternidad, que se unió a la naturaleza espiritual de este viaje, iniciado bajo el signo de la Eucaristía y concluido con un fuerte acento mariano. Francisco lo había anticipado en el Angelus del 5 de septiembre, diciendo: «Serán días marcados por la adoración y la oración en el corazón de Europa».
- La Conferencia episcopal de Hungría reúne a los prelados de 17 circunscripciones eclesiásticas (14 de rito latino y 3 de rito bizantino), junto al Ordinario militar y al abad de Pannonhalma. Su actual presidente es mons. András Veres, obispo de Györ. ↑
- Las cursivas en las citas de los discursos del Papa son siempre nuestras. ↑
- El Consejo Ecuménico de las Iglesias de Hungría fue fundado en 1943, y es miembro del Consejo Mundial de las Iglesias (WCC-CEC). Está conformado por 11 Iglesias, que colaboran con otras 20 Iglesias y organizaciones cristianas híungaras. Actualmente lo preside el obispo reformado Joseph Steinbach. ↑
- El Consejo Ecuménico de Iglesias de la República Eslovaca cuenta con 11 iglesias miembros, que representan a casi todas las iglesias no católicas del país. La Conferencia Episcopal tiene estatus de observador. El presidente es mons. Iván El’ko, obispo general de la Iglesia Evangélica en Eslovaquia. ↑
- La Conferencia Episcopal de Eslovaquia está formada por los obispos de las 11 ciscunscripciones eclesiásticas (8 de rito latino y 3 de rito bizantino) y el Ordinariato Militar. Su actual presidente es mons. Stanislav Zvolenský, arzobispo de Bratislava. ↑
- Hoy cuenta con 515 sacerdotes – 32 de ellos religiosos –, 103 religiosas, 208.690 fieles, 66 seminaristas, 276 parroquias, 23 colegios e instituciones eclesiásticas. ↑