«La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta» (LS 16) es el primero de los temas transversales que resuenan en la encíclica Laudato si’ del papa Francisco[1]. Él mismo la describe como una «prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez» (LS 246). Un modo de leerla es atravesar las etapas de esta relación íntima y reflexionar sobre su significado profundo, puesto que el documento fue escrito siguiendo un pensamiento que el Papa suele definir como «circular». Pensamiento circular significa que «si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores» (LS 16).
Y como esto mismo sucede con algunos elementos que atraviesan a modo de ejes todo el documento, se lo puede leer no solo en un orden progresivo, sino también a partir de puntos específicos que pueden atraer más la atención personal y a partir de los cuales puede establecerse un nexo con todos los demás aspectos. Los pobres y el planeta, unidos por una íntima y común fragilidad: este es el tema que queremos destacar.
La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta
Los pobres dan un rostro determinado a los denominados «problemas ecológicos». Y como Cristo quiso asumir el rostro de los más pobres, la ecología adquiere también un rostro cristológico. A partir de allí se infiere que la opción preferencial por los pobres y el cuidado del planeta no asumen solo un carácter ético-ecológico, sino que se abren también al misterio del Dios creador, de manera tal que la relación con nuestro Padre creador (cfr LS 13; 65; 75; 246) y con nuestra madre tierra (cfr LS 1; 92; 241) pasan a través del prójimo más frágil (cfr LS 78). De este modo, se hacen concretos la mirada, el discernimiento y las acciones que hay que encarar, como afirma el papa Francisco: «No se puede hablar de pobreza sin tener la experiencia con los pobres. […] No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡esta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas. Ir, mirar allí la carne de Jesús»[2].
San Francisco de Asís es el inspirador de esta relación. Él es «el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral», de «una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. […] En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (LS 10)
Y como el Papa menciona su propia elección, nos ayuda recordar cómo la relata, porque nos permite ver cómo esta encíclica nació junto con su pontificado. Cuando fue elegido, el cardenal Hummes lo abrazó y le dijo: «No te olvides de los pobres». Y afirma Francisco: «esta palabra ha entrado aquí [mientras se señala con el dedo índice la cabeza]: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre… ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!»[3].
El sentido de los pobres
La encíclica aplica metodologías específicas para cada uno de los temas que aborda (cfr LS 16), pero tiene como trasfondo constante un ritmo que conduce a la contemplación, al discernimiento y a la propuesta de acciones concretas. Esta metodología espiritual sigue una verdadera lógica del amor y actúa en todos los puntos, pero adquiere una particular claridad y eficacia cuando se trata de los más pobres. A este propósito, el n. 158 nos parece particularmente emblemático: «En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en una llamada a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la realidad para entender que esta opción es hoy una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común» (LS 158).
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Basta mirar la realidad para constatar que es preciso pasar a la «realización efectiva del bien común» a través de una opción preferencial. La lógica del amor es directa: habilita para ver al que está siendo vulnerado y hace pasar a la acción bajo el impulso de la compasión. Pero el llamamiento no proviene solo de la mirada a los bienes comunes y por la iniquidad con que se reparten: el Papa nos hace considerar a las personas, nos hace «contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes», a la luz del evangelio.
Son estas «paradas contemplativas», en las que la mirada atenta del Papa se detiene en los más pobres —con respeto, ternura, compasión y decisiones concretas—, las que queremos poner de relieve como clave de lectura de la encíclica. San Alberto Hurtado, en una carta a un amigo fechada poco antes de morir, decía que estaba escribiendo algo sobre «el sentido del pobre», que para él era la esencia del cristianismo[4]. «El sentido del pobre» es la capacidad de interesarse por el pobre, de descubrir en la fe su verdadera identidad, es decir, que «el pobre es Cristo», y vivir de forma consecuente. Hurtado hablaba de tener una «devoción cariñosa por el pobre», que implica el respeto y el cuidado de su dignidad[5].
Recibir de los pobres
Apuntando al paradigma tecnocrático, la encíclica contrapone la actitud de «recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano» a la de «extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana» (LS 106).
La mirada propuesta por Laudato si’ «frena», por así decirlo, por un instante el impulso a la acción y contempla a Cristo en el rostro del pobre. Antes de acudir en ayuda de los más necesitados —o mientras se los ayuda en las necesidades materiales urgentes—, se recibe de ellos aquella gracia que todo pobre está en condiciones de dar. Y lo está porque Cristo se ha identificado con los pobres: «Todo lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (cfr Mt 25,40). Es en torno a este «recibir de los pobres a los que ayudamos» donde la encíclica marca la diferencia respecto de otros discursos sobre la ecología que proponen razones dignas de consideración, pero no siempre capaces de conquistar nuestra adhesión comprometida.
En el curso del encuentro de Francisco con los jóvenes en Manila hubo un momento en que el Papa dejó de lado el discurso escrito (después de lo cual pidió disculpas porque no había leído lo que había preparado, pero agregó que, en compensación, «la realidad de ustedes es superior a todas las ideas que yo había preparado») y habló de «recibir de los pobres»: «Solo te falta una cosa. Hazte mendigo. Esto es lo que nos falta: aprender a mendigar de aquellos a quienes damos. Esto no es fácil de entender. Aprender a mendigar. Aprender a recibir de la humildad de los que ayudamos. Aprender a ser evangelizados por los pobres. Las personas a quienes ayudamos, pobres, enfermos, huérfanos, tienen mucho que darnos. ¿Me hago mendigo y pido también eso? ¿O soy suficiente y solamente voy a dar? Vos que vivís dando siempre y creés que no tenés necesidad de nada, ¿sabés que sos un pobre tipo? ¿Sabés que tenés mucha pobreza y necesitás que te den? ¿Te dejás evangelizar por los pobres, por los enfermos, por aquellos que ayudás? Y esto es lo que ayuda a madurar a todos aquellos comprometidos, como Rikki[6], en el trabajo de dar a los demás: aprender a tender la mano desde la propia miseria»[7].
Hacia este aprender a recibir se dirige la mirada contemplativa que se concentra en los pobres. Ellos tienen la clave de lo que realmente somos: pobres, aunque a menudo «olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cfr Gén 2,7)» (LS 2). La conciencia de ser criaturas, aunque «superiores» en dignidad en comparación con las que no son espirituales, nos hace radicalmente iguales en el hecho de ser pobres, de no tener el poder de darnos la existencia. Esta condición de criaturas es la que nos hace sentir «íntimamente unidos a todo lo que existe», de manera tal que «la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (LS 11). Esta pobreza ontológica y teologal es la única capaz de hacer que, experimentando profundamente la realidad como don gratuito, no la transformemos en objeto de uso y dominio (cfr ibid.).
«Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad —por poner solo algunos ejemplos—, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, “en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza”»[8] (LS 117).
Esta contemplación de la dignidad del pobre tiene como primer protagonista nada menos que al mismo Padre del cielo: «Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos» (LS 246, «oración por nuestra tierra»).
Los pobres del mundo claman al Señor
Alabanza y clamor. Al igual que en los salmos, la alabanza y la invocación de intercesión son los dos sentimientos que marcan el ritmo de la encíclica Laudato si’ de Francisco: «Nada de este mundo nos resulta indiferente», dice el Papa expresando el sentido más profundo de la humanidad. La existencia nos maravilla o nos aterroriza, nos hace cantar alabanzas o gemir de dolor e invocar justicia. Todo menos permanecer indiferentes a la belleza de nuestra «hermana madre tierra» y al grito de los pobres. Hay «situaciones [que] provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo» (LS 53). «Los pobres y la tierra están clamando: Señor…» (LS 246, «oración cristiana con la creación»)[9]. El deseo de Laudato si’ es que el gemido y el grito de la tierra y de los pobres se transformen en alabanza: la alabanza por la creación y el comienzo de un cambio por el bien de todos.
El llamamiento del Papa, que se hace eco de sus predecesores, se dirige a una «conversión ecológica global» (LS 5) para «construir nuestra casa común» (LS 13). La palabra «cambio» se impone desde el comienzo. La introducción nos habla de «cambio radical» (LS 4), de «cambios profundos en “los estilos de vida […], las estructuras consolidadas de poder”»[10] (LS 5), de «cambio del ser humano» (LS 9), de cambio exigido por los jóvenes (cfr LS 13). Y este cambio, afirma el Papa, «necesita motivaciones y un camino educativo» (LS 15) que él quiere «proponer», y no imponer (cfr ibid).
Y puesto que el primer cambio debe darse en aquella «estructura» que es el lenguaje, puesto que el modo de hablar y el tono modifican nuestro modo de ver la realidad, hace falta una «apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano» (LS 11).
El lenguaje elegido por el papa Francisco es «el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo» (ibid.). Si es verdad que «somos tierra», y tierra frágil y pobre, el lenguaje que une fraternidad y belleza es apropiado porque une a todas las criaturas —tierra y hombre— en una misma y común «pobreza y fragilidad» que consolida una lógica de criaturas fundada y motivada por el don y no por el dominio. Así, seguir el discurso de la encíclica allí donde nos habla de los más pobres se convierte en una clave de lectura en profundidad. Lo mejor de la encíclica se concentra en torno a esta «pobreza y austeridad» franciscanas, que no son «un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio» (ibid.)
Como dice la exhortación apostólica Evangelii gaudium, «la opción por los pobres» es «cristológica» (cfr EG 198). Esto hace que la opción por la tierra pobre sea igualmente cristológica y que la opción por los pobres no sea meramente «teológica y ética», sino también «ecológica». Y que la opción ecológica no sea ya una mera cuestión científica y técnica, sino que se consolide éticamente como una cuestión que tiene que ver con toda la humanidad, y por eso encuentre apoyo en las religiones, en particular, en la revelación cristiana. La lógica del don une realidades y potencia soluciones. El Papa quiere dialogar con todos los que aceptan utilizar este lenguaje, y está particularmente agradecido a cuantos «luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo» (LS 13).
Una verdadera perspectiva ecológica se transforma siempre en perspectiva social
El capítulo primero, titulado narrativamente «Lo que está pasando en nuestra casa», asume el peso del desgaste de las «reflexiones teológicas o filosóficas», que —dice el Papa— «pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad» (LS 17). ¿Cuál es ese aspecto inédito? La encíclica lo plantea en los términos de un desafío: «El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar» (LS 13). La clave está en el hecho de que somos conscientes de poder cambiar, pero corremos el peligro de «que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan» (LS 105). La dificultad identificada para afrontar este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural que acompaña el deterioro ecológico (cfr LS 162). Sin precedentes, es también la posibilidad de corregir el rumbo y de iniciar un proceso de «educación y espiritualidad ecológica» que tenga en cuenta lo social (cfr cap. VI).
La contemplación de la realidad a la luz de las ciencias con una mirada más fenomenológica (cap. I) nos coloca frente a un hecho innegable e ineludible: la degradación medioambiental y de la sociedad afectan de manera especial a los más débiles del planeta. «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre» (LS 48)[11].
Lo que le está pasando a nuestra casa es que se está calentando, y esto, para los más pobres, implica la necesidad de emigrar, con la consiguiente exposición y precariedad que esto genera y con una «gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos» (LS 25).
Lo que le está pasando a nuestra casa es que se está contaminando, y esto tiene efectos «sobre la salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes prematuras» (LS 20).
Lo que le está pasando a nuestra casa es que hay una gran «pobreza de agua social», que afecta a todo el continente africano (LS 28); «un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres» (LS 29), que causa la muerte de muchísimos niños. Hay una gran disparidad en la distribución de los alimentos: «sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y “el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre”»[12] (LS 50). Enmarcar la situación en términos de iniquidad planetaria conduce a iluminar que «hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse “especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos”»[13] (LS 52).
Llegamos así al núcleo de la encíclica: «hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteamiento ecológico siempre se convierte en un planteamiento social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49).
Y, yendo aún más allá, podemos decir, siguiendo el espíritu de la encíclica, que, si la perspectiva ecológico-social no se abre al misterio trascendente de Dios creador, es imposible que el género humano se interese verdaderamente por la ecología integral. Si falta la trascendencia, el planeta es una barcaza de prófugos desesperados donde cada uno lucha por la propia vida sin preocuparse de los demás.
La fragilidad del planeta
En el capítulo segundo, la encíclica ofrece con humildad, pero con la conciencia del valor que posee, el «evangelio de la creación». Al presentarlo se muestra particularmente exigente, tanto con los cristianos como con los otros, poniéndose a su altura, sin pretensión alguna de ser «dueña de la verdad». El papa Francisco señala que «si de verdad queremos […] sanar todo lo que hemos destruido, […] ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado» (LS 63) y muestra con sencillez el plus que posee la visión cristiana, a saber, el de estar «abierta al diálogo con el pensamiento filosófico» (ibid.), que la ha llevado a producir síntesis interesantes, como puede verse en la doctrina social de la Iglesia. Por último, recuerda que «es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones», como «el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles» (LS 64). [p. 15/122]
Reforzar el carácter ecológico de la revelación implica reforzar desde el interior de la misma conciencia del hombre actual la obligación de cuidar de los más vulnerables sin hacer un discurso ético que pudiese sonar más bien «religioso» en el sentido de «parcial», como muchos temas de moral. A este respecto hay que reconocer un gran mérito a la teología latinoamericana, que ha subrayado la importancia de los pobres en todos los contextos. En este caso, en el ámbito teológico.
La antropología propuesta por la encíclica desmitifica un concepto de naturaleza basado en el mito del progreso absoluto y le opone la imagen de una naturaleza frágil y necesitada de la ayuda del hombre (cfr LS 78). Esta desmitificación de un concepto neutro de naturaleza, según el cual esta soporta casi cualquier intervención y es fuente inagotable de recursos, tiene el valor de no ser el producto de una creencia, sino de una constatación empírica visible por la ciencia y por el sentido común (cfr LS 158: «basta mirar la realidad…»). La constatación de la fragilidad del planeta (y del universo) —de ese modo personificado, si se quiere— suscita la compasión y frena el impulso humano a dominar y a devorar, de otro modo incontenible: no se puede pedir a la ciencia que no experimente si no se desmitifica el poder experimentar como algo «absoluto». Así, la sabiduría bíblica, centrada en la belleza de la pequeñez y en la fragilidad de la creación, es capaz de motivar poderosamente nuevas actitudes ecológicas y sociales.
«Una sola y compleja crisis socio-ambiental»
Los capítulos tercero y cuarto presentan en clave de discernimiento los grandes problemas del mundo actual. Discernir significa enfrentar la realidad en términos de una elección a realizar, lo que equivale a identificar los términos en cuestión de manera excluyente: o esto o aquello. Así se presentan, por un lado, un paradigma tecnocrático, que consiste en una «técnica [que,] separada de la ética [,] difícilmente será capaz de autolimitar su poder» (LS 136) y, por el otro, no un paradigma más, sino algo nuevo a construir todos juntos: «una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales» (LS 137). Para el discernimiento es esencial darse cuenta de que «no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (LS 139).
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La elección de fondo es entre ideas y realidad. Y para que nadie pronuncie, parafraseando a Pilato, la nefasta frase: «¿Y qué es la realidad?», la realidad del sufrimiento de los más pobres es presentada siempre como la piedra de toque que permite distanciarse críticamente tanto del paradigma corriente como de cualquier otro. «Mientras tanto, tenemos un “superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”[14], y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos» (LS 109).
La «rapidación» —si recordamos la primera mirada a la realidad (cfr LS 18)— es, tal vez, el rasgo más característico de este paradigma que se glorifica de progresar a un ritmo exponencial. Justamente, aquí se ve su «mentira», porque no llega nunca lo suficientemente rápido adonde los pobres necesitan ayuda urgente. Esta es la realidad más real: la del que yace herido y vulnerable al borde del camino, de quien debemos «hacernos prójimos». El hecho de que no se llegue a tiempo a esta realidad debe cuestionar cualquier idea y cualquier paradigma.
¿Qué nos ayudan a ver los pobres? En los más pobres vemos algo que está ínsito en nuestra condición de criaturas, a saber, que no hay medio técnico alguno capaz de «agregar» un instante al tiempo de nuestra vida. Paradójicamente, esta conciencia de finitud da un valor extraordinario a la vida en el momento presente, desacelerando la carrera hacia un espejismo. El ritmo indefinidamente «acelerado» no es propio de la naturaleza ni del hombre, ya se trate de la dimensión personal y familiar o de la social y cultural. Del mismo modo en que la «energía ilimitada» del planeta es un mito, que lleva a la actitud de «explotación», también es un mito el de que se pueda imprimir al ser humano y a la sociedad el ritmo de ilimitada aceleración propio de una tecnología que supone que el tiempo no es uno de sus límites. Además, esto implica no ver que «desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo» (LS 191). Por eso, el discernimiento apunta a «las raíces más profundas de los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico» (LS 109).
Ecología, pobres, trabajo
Uno de los pasajes decisivos de la visión de la encíclica tiene que ver con la relación ecología-pobres-trabajo. Tras haber puesto de manifiesto la íntima relación que hay entre la crisis ecológica y la social, la encíclica presenta el trabajo como clave de la cuestión social. El trabajo es la clave de dicha cuestión desde el punto de vista de la dignidad humana: «Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» (LS 128). Y como es la clave de la justicia social, es la clave «del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil» (ibid.)[15].
Es hermoso que aquí entre en escena la imagen de san José, a quien el Papa propone junto con la clásica presencia de la Virgen al final de todos los documentos magisteriales: «Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el evangelio aparece como un hombre justo, trabajador, fuerte» (LS 243). A través de san José se reúnen en una sola imagen el cuidado de los más frágiles, el trabajo y la defensa de la violencia de los injustos. Su fortaleza está llena de ternura.
Efectivamente, sobre la cultura de los más pobres, de los trabajadores que sostienen el mundo con su trabajo cotidiano, a menudo mal retribuido, se apoya un elemento fundamental del cambio ecológico. La encíclica pone de relieve algunas «bondades ecológicas» de los más pobres: «Es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones» (LS 148; cfr 149; 152).
El ejemplo ofrecido por los pobres en su relación con la naturaleza no debe leerse como algo anecdótico o aislado, sino como un verdadero testimonio de amor y de sabiduría. Objetivamente, el deseo de paz, la lucha por la justicia y el cuidado de la creación —tres temas estrechamente vinculados entre sí (cfr LS 92)— están más fuertemente presentes en los más pobres que en los más poderosos, que, dejando de lado cualquiera de estos tres temas para defender sus intereses económicos, menoscaban sin piedad los otros dos (cfr LS 127).
El discernimiento tiene un resultado claro: «Basta mirar la realidad para entender que esta opción es hoy una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común» (LS 158). Esta opción es urgente, no solo frente a la situación de los más pobres, sino porque está actuando «otra opción preferencial» —la de los poderosos que se eligen a sí mismos— que está destruyendo el planeta (cfr LS 56).
La pasión por el cuidado del mundo y de los pobres
Los capítulos quinto y sexto están orientados a la acción. En el capítulo quinto —«Algunas líneas de orientación y acción»— el Papa comparte con nosotros una suerte de «ecología del diálogo» a fin de que este sea honesto y abierto. El diálogo es lo primero que sufre «calentamiento» y «contaminación». Por tanto, «si bien esa contemplación de la realidad en sí misma», tal como se la ha expuesto, impulsa hacia «un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones», el Papa fija la atención en la propuesta de algunos «grandes caminos de diálogo» (LS 163). En el diálogo, la realidad es superior a la idea: «La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que “la realidad es superior a la idea”» (LS 201). Justamente por eso se dialoga. Además, esta superioridad de la realidad hace que el conjunto de los intervinientes sea valorado como superior respecto de un tema parcial o de la opinión cualificada de algunos. En el diálogo se pone de manifiesto que el tiempo es superior al espacio y al momento; el deseo de unidad que sostiene todo diálogo se muestra en la práctica como una superación de los conflictos. El diálogo exige paciencia, ascesis y generosidad.
La cuestión urgente del diálogo es la eliminación de la pobreza. Al diálogo conduce el hecho de ver que «la misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres» (LS 175).
Entre los sujetos —y todos debemos serlo a todos los niveles—, las religiones tienen un papel decisivo: «La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad» (LS 201).
El capítulo sexto —«Educación y espiritualidad ecológica»— propone el diálogo en clave pedagógica. Las acciones a realizar no son aisladas ni ocasionales: se trata de iniciar nuevos procesos. Ello perdura en el tiempo si subsiste una verdadera educación ecológica inspirada por una espiritualidad. La imagen más viva en este sentido es aquella en la que se unen san Francisco y Carlos de Foucauld en una espiritualidad «contemplativa en el trabajo». «La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos» (LS 125).
El Papa dirige a los cristianos estas líneas de espiritualidad, en particular, pidiendo la gracia de una espiritualidad que alimente «una pasión por el cuidado del mundo» (LS 216). Y hace un mea culpa por todas las espiritualidades desintegradas que no desarrollan la riqueza de una espiritualidad conectada con el propio cuerpo, con la naturaleza y con las realidades de este mundo (cfr ibid.). La pobreza aparece entonces en una dimensión nueva, en la que «menos es más» (LS 222) y donde «la sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora» (LS 223) y permite gozar sin caer en el consumismo.
También la imagen final del cielo como «casa común», así como la tierra, tiene a los pobres en el centro: «La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados» (LS 243).
La oración interreligiosa final («oración por nuestra tierra») pide al «Dios de los pobres» que toque los corazones de todos aquellos que «solo buscan beneficios a costa de los pobres y de la tierra» (LS 246). A continuación, la «oración cristiana con la creación» se hace eco del grito de los pobres y le pide al Señor que nos admita en el trabajo del reino, en el trabajo por la paz y por la justicia: «Los pobres y la tierra están clamando: Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz, para proteger toda vida, para preparar un futuro mejor, para que venga tu Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura. Alabado seas. Amén» (ibid.).
«Quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta»
El deseo del Papa es que su encíclica Laudato si’ no tenga un público restringido de eclesiásticos y técnicos: «Frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta» (LS 3). Es su convicción que «necesitamos una conversación que nos una a todos» (LS 14), porque «todos» estamos interesados y tocados por el problema ecológico. Los daños que hemos infligido a nuestra casa común exigen «la implicación de todos. […] Todos podemos colaborar» (ibid.).
Este deseo del Papa de entrar en diálogo con cada persona que habita este planeta exige un firme compromiso por parte de los cristianos. Como dijo el Documento de Aparecida citando a san Alberto Hurtado: «En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor»[16].
El desafío de proteger nuestra casa común es urgente (cfr LS 13) y, por tanto, también la invitación del Papa es «urgente» (LS 14). Si bien la posición ecológica tiende a remitirnos a un «mañana», los pobres de hoy no pueden esperar. Por eso, «además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional»[17]. Nuestra incapacidad de pensar seriamente en las generaciones futuras está ligada a nuestra incapacidad de ampliar los intereses actuales para pensar en aquellos que quedan excluidos del desarrollo. No se trata de imaginar solo a los pobres del futuro: «recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando» (LS 162).
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Francisco, Encíclica «Laudato si’» sobre el cuidado de la casa común, 24 de mayo de 2015, disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html. ↑
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Francisco, Discurso a los estudiantes de las escuelas de los jesuitas de Italia y Albania, 7 de junio de 2013, disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/june/documents/papa-francesco_20130607_scuole-gesuiti.html. ↑
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Francisco, Discurso en ocasión del encuentro con los representantes de los medios, 16 de marzo de 2013, disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/march/documents/papa-francesco_20130316_rappresentanti-media.html. ↑
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«Espero escribir este verano (¿o comenzar?) algo sobre el sentido del pobre. Yo creo que allí está el núcleo del cristianismo y cada día hay más resistencia e incomprensión a todo lo que dice pobreza. ¿Conoce algo bueno sobre esto?» (A. Hurtado, «Carta al P. Arturo Gaete, Santiago de Chile, enero de 1952», en J. Castellón S.I., Cartas e informes del Padre Alberto Hurtado, S.J., Santiago de Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2003, p. 315). ↑
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El «respeto sagrado, cariñoso» por la dignidad de todas las criaturas está presente en toda la encíclica (cfr LS 89 y 94. Cfr también 11; 75; 77; 84; 93; 97; 221, y las oraciones finales, LS 246). ↑
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Uno de los jóvenes que había dirigido palabras de bienvenida al Papa. ↑
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Francisco, Discurso con ocasión del encuentro con los jóvenes durante el viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, Manila, 18 de enero de 2015, disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/january/documents/papa-francesco_20150118_srilanka-filippine-incontro-giovani.html. ↑
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Juan Pablo II, s., Encíclica «Centessimus annus», del 1 de mayo de 1991, n. 37, disponible en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_01051991_centesimus-annus.html. ↑
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Cfr Francisco, Exhortación apostólica «Evangelii gaudium», nn. 190; 191; 193. ↑
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Juan Pablo II, s., Encíclica «Centessimus annus», del 1 de mayo de 1991, op. cit., n. 58. ↑
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Es cita de la Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia «El universo, don de Dios para la vida» (2012), n. 17, disponible en http://historico.cpalsj.org/wp-content/uploads/anos_anteriores/CartaPastoralObisposBoliviaEcologia.pdf. ↑
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Francisco, Audiencia general, 5 de junio de 2013, disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130605_udienza-generale.html. ↑
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Conferencia de los obispos católicos de Estados Unidos, Global Climate Change: A Plea for Dialogue, Prudence and the Common Good, 15 de junio de 2001, disponible en http://www.usccb.org/issues-and-action/human-life-and-dignity/environment/global-climate-change-a-plea-for-dialogue-prudence-and-the-common-good.cfm (allí mismo hay un enlace de acceso al texto completo en castellano). ↑
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Benedicto XVI, Encíclica «Caritas in veritate», del 29 de junio de 2009, n. 22, disponible en http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate.html#_edn55. ↑
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Es cita de Benedicto XVI, Encíclica «Caritas in veritate», op. cit., n. 32. ↑
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V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo, Aparecida, 13-31 de mayo de 2007, Bogotá, CELAM, 2008, n. 386. ↑
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Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2010, n. 8, disponible en http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/messages/peace/documents/hf_ben-xvi_mes_20091208_xliii-world-day-peace.html. ↑