A las 11:00 horas del jueves 2 de diciembre de 2021, el vuelo ITA AZ4000, en el que viajaban el papa Francisco, el séquito papal y los periodistas acreditados, despegó con rumbo al aeropuerto internacional de Lárnaca, lugar en el que aterrizó a las 15:00 horas locales. Así comenzó el viaje apostólico del Pontífice a Chipre.
La isla marca la frontera y la unión entre Europa y Medio Oriente. Su ubicación geográfica hizo de ella, desde la antigüedad, un lugar estratégico de tránsito de diversos pueblos y civilizaciones: hititas, griegos, asirios, fenicios, egipcios, persas, macedonios, romanos, bizantinos, y después francos, venecianos, otomanos y británicos.
Hoy la isla está dividida en dos: la República de Chipre y la República Turca del Norte de Chipre, solo reconocida por Turquía. Nicosia, capital de la República de Chipre, es en la actualidad la última capital dividida en el continente europeo[1].
Una visión de Iglesia
La primera etapa del viaje del Papa a Chipre fue el encuentro con la comunidad católica. Esta comunidad chipriota es considerada una Iglesia Apostólica. En efecto, su fundación remonta a los primeros dos grandes evangelizadores de la Iglesia en sus orígenes: san Pablo y san Bernabé, a quienes se une, en un segundo momento, san Marcos evangelista. El primero llega a la isla el año 46, acompañado de Bernabé – originario precisamente de Chipre y muerto mártir el año 61 –, considerado el fundador de la Iglesia chipriota. La Iglesia católica chipriota está compuesta actualmente por 38.000 fieles – la mayoría de los cuales practica el rito latino – equivalente al 4,47% de la población.
Francisco se dirigió a la catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias, en Nicosia, sede de la archieparquía de Chipre, que cuenta con 13.000 fieles. La primera construcción del edificio remonta al siglo XVII. Fue reconstruida hacia 1959 e inaugurada el 28 de octubre de 1961. Benedicto XVI, primer papa que realizó un viaje apostólico a la isla, la visitó el 6 de junio de 2010. Francisco fue acogido en la entrada por el patriarca maronita, el cardenal Béchara Boutros Raï, y por el arzobispo mons. Selim Jean Sfeir. Después de los saludos, los cantos y los testimonios, el Papa dio un discurso en el que delineó una visión de la Iglesia fundada en la riqueza de su diversidad. Saludó a la Iglesia maronita, recordando el Líbano: «siento mucha preocupación por la crisis en la que se encuentra». Luego saludó a la Iglesia latina, «que hoy, gracias a la presencia de tantos hermanos y hermanas migrantes, se presenta como un pueblo “multicolor”, un auténtico lugar de encuentro entre etnias y culturas diferentes». Y, en realidad, es exactamente este el papel que el papa Francisco ve para Chipre en el continente europeo: «una historia que es cruce de pueblos y mosaico de encuentros». Así es también la Iglesia católica, es decir: «universal, espacio abierto en el que todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y su invitación a amar». De ahí la invitación: «No hay ni debe haber muros en la Iglesia católica: es una casa común, es el lugar de las relaciones, la convivencia de la diversidad».
El Pontífice invitó a la Iglesia a ser «paciente» y «fraterna». Paciente, en el sentido de que «acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio». Se trata de un mensaje claro e importante también «para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe. No sirve ser impulsivos, no sirve ser agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis». «Paciencia» – explicó Francisco – significa también tener «oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar la fe distintos y culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, sino integrar con paciencia». Fraterna, en el sentido de que al interior de ella «se pueden discutir visiones, sensibilidades, ideas diferentes, y en algunos casos decir cosas con franqueza, esto ayuda. La discusión es una oportunidad para el crecimiento y el cambio. Pero recordemos siempre que no se discute para hacerse la guerra, sino para expresar y vivir la vitalidad del Espíritu, que es amor y comunión. Se discute, pero seguimos siendo hermanos».
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La paciencia y la fraternidad son las características, pues, de una Iglesia no monolítica, abierta a acoger las diferencias, a la escucha, capaz de ir al encuentro de las culturas e integrar sensibilidades diferentes.
Necesitamos un «espíritu amplio»
A las 17:00 horas, el Pontífice se dirigió al Palacio Presidencial de Nicosia, construido en la década de 1930 y ubicado cerca del centro de la ciudad. Antes había sido la residencia del gobernador, cuando Chipre estaba bajo el dominio británico (1878-1960). El Presidente de la República, Nicos Anastasiades, acompañó al Papa desde la entrada del Palacio hasta su estudio, donde tuvo lugar un encuentro privado. Una vez terminado, el Presidente de la República y el Papa se dirigieron juntos al Ceremonial Hall, para reunirse con las autoridades políticas y religiosas, el cuerpo diplomático, además de emprendedores y representantes de la sociedad civil y cultural. El Presidente abrió con un largo discurso de saludo, en el que hizo referencia a la división del país en dos, y manifestó su esperanza de una solución a la fractura. A continuación el Papa pronunció su discurso.
Francisco se refirió a Chipre como «un país pequeño por su geografía, pero grande por su historia; a una isla que a lo largo de los siglos no ha aislado a la gente, sino que la ha unido; a una tierra cuyo límite es el mar; a un lugar que representa la puerta oriental de Europa y la puerta occidental de Oriente Medio».
A las autoridades, el Papa habló de Chipre como de una «una perla de gran valor en el corazón del Mediterráneo», cuya belleza deriva «de las culturas que a lo largo de los siglos se encontraron y mezclaron». Custodiar esta belleza no es fácil: requiere, como en la formación de la perla, tiempo y paciencia. En efecto, la perla nace cuando la ostra «sufre», después de haber recibido la visita inesperada que amenaza su incolumidad, como, por ejemplo, un grano de arena que la irrita. Para protegerse, «reacciona asimilando aquello que la ha herido, envuelve aquello que para ella es peligroso y extraño y lo transforma en belleza, en una perla».
Hoy, Chipre puede ser una referencia gracias a su naturaleza de perla que teje «sustancias nuevas junto al agente que la ha herido». En efecto, en tanto encrucijada geográfica, histórica, cultural y religiosa, tiene esta posición para poner en marcha una acción de paz, para «que sea una obra abierta en la que se construye la paz en medio del Mediterráneo», que es ahora, por el contrario, un lugar de conflictos y de tragedias humanitarias. El mensaje es claro: «No serán los muros del miedo ni los vetos dictados por intereses nacionalistas los que contribuirán al progreso, ni tampoco la recuperación económica por sí sola podrá garantizar la seguridad y la estabilidad». Se requiere un «espíritu amplio» como lo definió el Papa: la capacidad de mirar más allá de las propias fronteras.
Al despedirse, Francisco se dirigió a la Nunciatura, que se encuentra en el complejo del convento franciscano Holy Cross, de propiedad de la Custodia de Tierra Santa, cuyos frailes trabajan desde el siglo XIII en la isla, e incluye la única iglesia católica latina de Chipre, la iglesia parroquial de la Santa Cruz. El edificio está ubicado en la zona controlada por las Naciones Unidas, situada a lo largo de la «línea verde», entre las líneas militares greco-chipriotas y turco-chipriotas.
«No secundemos el “carácter irreconciliable de las diferencias”»
El viernes 3 de diciembre, a las 8:20, el Pontífice se dirigió al arzobispado ortodoxo de Chipre, en el centro de la ciudad, donde tuvo un encuentro privado con Su Beatitud Chrysostomos II, arzobispo de Nueva Justiniana y de todo Chipre[2].
Más tarde, en su encuentro con el Santo Sínodo, la máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa Autocéfala de Chipre, Francisco se refirió al contenido de esta reunión: «Beatitud, hoy en nuestro diálogo he quedado conmovido cuando usted habló de la Iglesia Madre. Nuestra Iglesia es madre, es una madre que siempre reúne a sus hijos con ternura. Confiamos en esta Madre Iglesia, que nos reúne a todos y que, con paciencia, ternura y valentía, nos conduce hacia adelante en el camino del Señor».
Tras el encuentro privado, el Papa y el Arzobispo se dirigieron a la catedral ortodoxa de San Juan Teólogo, donde se reunieron con el Santo Sínodo. El Arzobispo pronunció un discurso en el que afirmó que «las raíces cristianas de Europa, y por tanto, también sus fuentes espirituales, se encuentran precisamente aquí, en Chipre». Por eso la isla es considerada la «puerta del cristianismo al mundo de los gentiles».
En su discurso, el Pontífice destacó el «origen apostólico común» de las dos Iglesias. En particular, recordó a Bernabé, patrono de Chipre: «su nombre – dijo – significa al mismo tiempo “hijo del consuelo” e “hijo de la exhortación”. Es hermoso que en su figura se fundan ambas características, indispensables para el anuncio del Evangelio». Bernabé nos exhorta a un anuncio que «debe seguir el camino del encuentro personal, prestar atención a las preguntas de la gente, a sus necesidades existenciales. Para ser hijos del consuelo, antes de decir cualquier cosa, es necesario escuchar, dejarse interrogar, descubrir al otro, compartir».
A continuación, Francisco destacó la importancia del diálogo entre católicos y ortodoxos. En particular porque «por medio de la experiencia de su sinodalidad pueden sernos verdaderamente de gran ayuda». Y luego exhortó: «No nos dejemos paralizar por el temor de abrirnos y de realizar gestos audaces, no secundemos el “carácter irreconciliable de las diferencias” que no encuentra correspondencia en el Evangelio». Confiado en la posibilidad de actuar «como si» estuvieran unidos, pidió dejar de lado los prejuicios y preconcepciones para trabajar juntos. «Cada uno mantendrá las propias maneras y el propio estilo pero, con el tiempo, el trabajo conjunto acrecentará la concordia y se mostrará fecundo».
Afrontar el camino juntos
Después de despedirse, Francisco se dirigió al Pancyprian Gymnastic Association Stadium, el estadio más grande Chipre. En un espléndido día soleado, el Papa celebró la misa, saludado al inicio por el patriarca de los latinos, Su Beatitud Pierbattista Pizzaballa, y al final por el arzobispo Sfeir.
Mons. Pizzaballa, en particular, hizo suyo el grito de dolor provocado por la división de la isla en dos pares: una herida abierta, de la que también se habían lamentado el Presidente y el Arzobispo en sus respectivos encuentros. Saludando al Papa, el patriarca de los latinos la tradujo con espíritu de redención y apertura al futuro: «Chipre comparte las heridas de Europa y de Medio Oriente al mismo tiempo: heridas que son divisiones políticas, militares y – hay que reconocerlo no sin amargura – también religiosas». Prosiguió constatando que Nicosia «es la última capital europea que todavía tiene un muro que la separa, una herida profunda en la isla». Cristo mismo «derribó el muro de la separación», y por eso, «si nos entristecen nuestras heridas y las de nuestras tierras divididas, debemos tener en cuenta que estas pueden ser transfiguradas, nuestros muros internos derribados y la historia rescatada y redimida».
En su homilía, Francisco habló de los dos ciegos que, mientras Jesús pasaba, le gritan su miseria y esperanza, pidiéndole piedad. ¿Por qué a Jesús? Porque «en la oscuridad de la historia, Él es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que derrota las tinieblas y vence toda ceguera». Los dos ciegos piden piedad juntos («Ten piedad de nosotros»): «Necesitamos ponernos uno junto al otro, compartir las heridas y afrontar el camino juntos».
Al final de la celebración, Francisco regresó a la Nunciatura para el almuerzo. A las 15:50 se dirigió a la iglesia parroquial de la Santa Cruz, situada al interior de los antiguos muros de la ciudad de Nicosia. Tuvo lugar ahí el encuentro de oración ecuménica con los migrantes. El Papa fue recibido por Su Beatitud Pizzaballa. Después de los saludos, la lectura de Ef 2,13-22 y algunos testimonios breves pero profundos y emocionantes, el Papa pronunció un discurso en el que citó las intervenciones escuchadas, que lo conmovieron mucho: «Esta es la profecía de la Iglesia, una comunidad que encarna – con todos los límites humanos – el sueño de Dios». En efecto, «Dios nos habla a través de sus sueños», y nos invita «a no resignarnos a vivir en un mundo dividido, a no resignarnos a comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios, que es una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino sólo conciudadanos, como nos decía Pablo en el pasaje que he citado. Diferentes, es verdad, y orgullosos de nuestras peculiaridades; orgullosos de ser diferentes, de estas peculiaridades que son un don de Dios. Diferentes, orgullosos de serlo, pero siempre reconciliados, siempre hermanos».
Y continuó: «¿Cuántos, desesperados, empezaron el viaje en condiciones muy difíciles, incluso precarias, y no pudieron llegar? Podemos decir que este mar se ha convertido en un gran cementerio». Recordando las historias de los campos de concentración del siglo pasado, afirmó: «Nos lamentamos cuando vemos eso y decimos: “Pero, ¿cómo es posible que haya sucedido eso?”. Hermanos y hermanas: ¡está sucediendo hoy, en las costas cercanas!». «Esta es la historia de esta civilización desarrollada, que nosotros llamamos Occidente». Haciendo alusión a la división del país, prosiguió: «Y después – perdónenme, pero quisiera decir lo que tengo en el corazón, al menos para rezar unos por otros y hacer algo –, después los alambres de púas. Uno lo veo aquí: esta es una guerra de odio que divide a un país». Después de la oración ecuménica y la bendición final, el Papa volvió a la Nunciatura.
El sábado por la mañana se dirigió al aeropuerto de Lárnaca, donde fue despedido por el Presidente de la República antes de despegar, a las 9:30, rumbo al aeropuerto internacional de Atenas. Aterrizó ahí a las 11:10 para dar inicio a su viaje apostólico por Grecia.
Grecia, patria de la democracia
Francisco, recibido por el ministro de relaciones exteriores, se dirigió inmediatamente al Palacio Presidencial. Construido en 1987, se sitúa en el corazón de la capital griega, cerca del Parlamento helénico. En el Palacio fue acogido por la presidenta Katerina Sakellaropoulou, con quien sostuvo un encuentro privado. A continuación se reunió privadamente con el primer ministro Kyriakos Mitsotakis. Luego, junto a la Presidenta y al Primer Ministro, el Pontífice se dirigió a un salón donde se reunió con las autoridades políticas y religiosas, empresarios y representantes de la sociedad civil y cultural. En su discurso, la Presidenta afirmó, entre otras cosas, que en tiempos difíciles, «que suponen grandes pruebas para la humanidad, como la crisis migratoria y los numerosos refugiados, la pobreza, el cambio climático y la pandemia», el aporte de la religión y de la Iglesia «no solo es de importancia existencial ni está limitado solo a los creyentes»: está directamente vinculado a la política «del cuidado y de la humanidad» y abre el camino a la «convivencia pacífica y a la prosperidad de todos nosotros».
El Papa pronunció un discurso marcado por el sentido de la trascendencia y significado de la democracia. Recordó que desde Grecia «los horizontes de la humanidad se han dilatado». La parte más alta de la ciudad, la Acrópolis, es «la llamada a ampliar los horizontes hacia lo alto, desde el Monte Olimpo a la Acrópolis y al Monte Athos. Grecia invita al hombre de todos los tiempos a orientar el viaje de la vida hacia lo alto: hacia Dios, porque necesitamos de la trascendencia para ser verdaderamente humanos».
Pero, en Atenas, además de hacia lo alto, la mirada «se impulsa también hacia el otro. Nos lo recuerda el mar, al que Atenas se asoma y que orienta la vocación de esta tierra, situada en el corazón del Mediterráneo para ser puente entre las personas». Aquí, los grandes historiadores «se apasionaron narrando las historias de los pueblos cercanos y lejanos», pero aquí también «tuvo comienzo el sentirse ciudadanos no sólo de la propia patria, sino del mundo entero. Ciudadanos, aquí el hombre tomó conciencia de ser “un animal político” y, como parte de una comunidad, vio en los otros no sólo sujetos, sino ciudadanos con los que organizar juntos la polis. Aquí nació la democracia. La cuna, milenios después, se convirtió en una casa, una gran casa de pueblos democráticos: me refiero a la Unión Europea y al sueño de paz y fraternidad que representa para tantos pueblos».
Atenas es importante hoy, en un momento en que se observa un «retroceso de la democracia. Ésta requiere la participación y la implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles propuestas por los populismos se muestran atrayentes». Francisco lamentó una suerte de invasión de «escepticismo democrático». Resultado también «provocado por la distancia de las instituciones, por el temor a la pérdida de identidad y por la burocracia». «Sin embargo, la participación de todos es una exigencia fundamental, no sólo para alcanzar objetivos comunes, sino porque responde a lo que somos: seres sociales, irrepetibles y al mismo tiempo interdependientes». El remedio «está en la buena política». Ayudémonos, exhortó, «a pasar del partidismo a la participación; del mero compromiso por sostener la propia facción a implicarse activamente por la promoción de todos».
Así, el Pontífice denunció que «La Comunidad europea, desgarrada por egoísmos nacionalistas, más que ser un tren de solidaridad, algunas veces se muestra bloqueada y sin coordinación. Si en un tiempo los contrastes ideológicos impedían la construcción de puentes entre el este y el oeste del continente, hoy la cuestión migratoria también ha abierto brechas entre el sur y el norte», y los migrantes «son los protagonistas de una terrible odisea moderna».
Aceite de comunión, sabiduría y consolación
El Pontífice regresó a la Nunciatura para almorzar en privado. Y luego volvió a salir a las 15:45 hacia el arzobispado ortodoxo de Grecia, que tiene su sede en un edificio situado a unos 200 metros de la Catedral Metropolitana de la Anunciación de María. Fue recibido en la entrada por Su Beatitud Ieronymos II, arzobispo de Atenas y de todo Grecia, Primado de la Iglesia Ortodoxa Autocéfala de Grecia. Antes de reunirse en privado con él, Francisco se detuvo brevemente cerca del ícono de la Virgen, para venerarla y dejarle dos coronas. Recordemos que el 16 de abril de 2016, el Arzobispo había visitado el Campo de Moria, en la isla de Lesbos, junto con el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, para sensibilizar a la opinión pública sobre el problema de los refugiados.
En la Sala del Trono del Arzobispado, donde se reunieron los respectivos séquitos, estaba expuesto el libro del Evangelio, y, antes de sentarse, el Arzobispo y el Papa se acercaron para besarlo. Ieronymos II pronunció su discurso, en el que dijo: «Damos la bienvenida a Su Santidad, reconociendo en su persona a un humilde servidor del mensaje del Evangelio, para la unidad en nuestra fe común en Cristo». Después, reconoció que la palabra de Cristo «difunde la paz desde una condición individual a una condición social». Por eso, nosotros «debemos mover las montañas juntos, los muros y las intransigencias de los poderosos de la tierra». A partir de ahí, se refirió al compromiso con los migrantes, contra el cambio climático, y a favor de quienes están envueltos en conflictos políticos o religiosos.
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Enseguida vino el discurso de Francisco, en el que recordó «nuestras raíces comunes que han atravesado los siglos», las apostólicas. A continuación, lamentablemente, «nos han contaminado venenos mortales, la cizaña de la sospecha aumentó la distancia y dejamos de cultivar la comunión». El Pontífice desarrolló una suerte de teología del olivo[3], cuyo fruto es el aceite, el «sol líquido», como ha sido definido. A los cristianos el aceite les recuerda el Espíritu Santo, que dio a luz a la Iglesia. El Espíritu Santo es, ante todo, «aceite de comunión». La comunión entre los hermanos es, de hecho, desde los Salmos «“perfume precioso que se derrama sobre la cabeza, que desciende sobre la barba”». Francisco hizo un llamado a invocar al «Espíritu de comunión para que nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos de mirar: la Santísima Trinidad». El Espíritu es, además, «aceite de sabiduría», que unge a Cristo y desea inspirar a los cristianos. «Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de Dios y nos abrimos a los demás». Y es, también, «aceite de consolación», que sana las heridas de la humanidad.
Terminado el encuentro, el Papa se dirigió a la Catedral de Atenas, dedicada a san Dionisio Areopagita, primer obispo de la ciudad[4]. Sede episcopal de la archidiócesis católica de la capital helénica – cuya antigua sede fue restaurada en 1875 por Pío IX y cuyo territorio se divide en 13 parroquias –, en 1877 fue elevada al rango de basílica menor, siendo la primera y última iglesia católica de Grecia en haber recibido tal denominación.
Los católicos en el país son unos 133.000, en una población de casi 11 millones de habitantes (1,2%). A ellos se agregan varios millares de trabajadores inmigrantes con visas de permanencia temporal y solicitantes de asilo. En 2018, la Iglesia Griega estimaba en cerca de 400.000 el número efectivo de católicos presentes en el país.
El Papa fue recibido en la entrada principal por el arzobispo de Atenas, Theodoros Kontidis, y por el párroco. Monseñor Sevastianos Rossolatos, arzobispo emérito de Atenas y presidente de la Conferencia Episcopal de Grecia, afirmó, en el saludo inicial, que la presencia de los migrantes cambió el rostro y fortaleció a la comunidad católica de Grecia. Tras algunos testimonios, el Papa pronunció un discurso, recordando que la tierra griega «es un don, un patrimonio de la humanidad sobre el que se han construido los fundamentos de Occidente. Todos somos un poco hijos y deudores de su país: sin la poesía, la literatura, la filosofía y el arte que se desarrollaron aquí no podríamos conocer tantas facetas de la existencia humana, ni satisfacer tantas preguntas interiores sobre la vida, el amor, el dolor y también la muerte». Precisamente «en el seno de este rico patrimonio, en los inicios del cristianismo se inauguró aquí un “taller” para la inculturación de la fe, dirigido por la sabiduría de muchos Padres de la Iglesia». Fue Pablo quien inauguró el encuentro entre el cristianismo de los orígenes y la cultura griega. Es como si Francisco hubiese impulsado aquí una continua y cada vez más «actual elaboración de la fe», que llamó a concretar mediante dos actitudes fundamentales: la confianza y la acogida.
La confianza es la de la levadura que obra dentro de la masa, y no la de la fuerza externa. «A nosotros, como Iglesia, no se nos pide el espíritu de la conquista y de la victoria, la magnificencia de los grandes números, el esplendor mundano. Todo eso es peligroso, es la tentación del triunfalismo[5]. A nosotros se nos pide que sigamos el ejemplo del granito de mostaza, que es ínfimo, pero crece humilde y lentamente».
La acogida es «la disposición interior necesaria para la evangelización, se trata de no querer ocupar el espacio y la vida de los demás, sino de sembrar la buena noticia en el terreno de su existencia, aprendiendo sobre todo a acoger y reconocer las semillas que Dios ya ha puesto en sus corazones, antes de nuestra llegada». El suyo es un estilo propositivo, no impositivo, porque Pablo «tenía una mirada espiritual sobre la realidad, creía que el Espíritu Santo trabaja en el corazón del hombre, más allá de las etiquetas religiosas». Al final, el Papa se despidió uno por uno de los obispos y se dirigió a la Nunciatura, donde se reunió en privado con los jesuitas que trabajan en Grecia.
Lesbos: «Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!»
El domingo 5 de diciembre, el Papa se dirigió al aeropuerto de Atenas para volar rumbo al aeropuerto de Mitilene, donde fue recibido por la presidenta de la República y el arzobispo de Naxos, Andros, Tinos y Mykonos, mons. Josif Printezis. Lesbos, conocida también como Mitilene, el nombre de su capital, es la isla más grande del Egeo nororiental y la tercera más grande de todo Grecia. Se sitúa frente a la península de Anatolia.
El Papa se dirigió desde el aeropuerto al Reception and Identification Centre. Se trata de la zona dispuesta para acoger a los refugiados de Mitilene. Este reemplaza el centro de acogida e identificación de Moria, que era el campo de refugiados más grande de Europa hasta septiembre de 2020, cuando fue arrasado por un incendio. Estaba en las afueras del pueblo de Moria, cerca de Mitilene, y fue ese el lugar que el papa Francisco visitó el 16 de abril de 2016. La nueva área dispuesta en Mitilene acoge miles de personas. Francisco ingresó por la entrada este del campo y se dirigió en automóvil al lugar del encuentro. Después de los saludos y de escuchar algunos testimonios, pronunció un discurso mirando los «ojos cargados de miedo y de esperanza» de los migrantes frente a él. Antes y después del encuentro, Francisco atravesó el campo y fue al encuentro personal de algunos refugiados.
El mensaje del Papa fue un llamado duro y consciente de la lección de la pandemia: «Hemos comprendido que las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las soluciones fragmentadas son inadecuadas». Pero en lo que se refiere a las migraciones, «todo parece terriblemente opaco». Es una ilusión, continuó, «pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta. El futuro nos pondrá cada vez más en contacto unos con otros». Francisco afirmó que «no sirven acciones unilaterales, sino políticas más amplias», «no se puede solo resolver las emergencias», sino «acercarse a los cambios históricos con amplitud de miras», y para ello es necesario que «no reneguemos de la humanidad que nos une».
Con dolor, el Pontífice recordó: «Han pasado cinco años desde la visita que realicé con los queridos hermanos Bartolomé y Ieronymos. Después de todo este tiempo constatamos que poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria», y «en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe». Pareciera, incluso, que surgen soluciones contrarias a la humanidad: «Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros, para construir alambres de púas». Pero, «no es levantando barreras como se resuelven los problemas».
Francisco repitió las palabras pronunciadas por Elia Wiesel en su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz, el 10 de diciembre de 1986: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes». No deben oponerse de modo ideológico «los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura», lo que contribuye solo a hacer «propaganda política». Hay que enfrentar las causas profundas. El Pontífice llamó, finalmente, a mirar los rostros de los niños: «Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: “¿Qué mundo nos quieren dar?”». Se piensa poco en futuro, y así se deja que «el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum». Resonó fuerte, al final, el sentido llamado: «Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!».
Luego Francisco rezó el Angelus. A las 12:30 horas tomó el avión de vuelta a Atenas y almorzó en la Nunciatura. Se volvió a poner en camino a las 16:15, y se dirigió al Megaron Concert Hall, donde celebró la misa del segundo domingo de adviento. Pronunció la homilía, en la que lanzó un mensaje de esperanza: «Predicando en el desierto, Juan nos asegura que el Señor viene a liberarnos y a devolvernos la vida justo en las situaciones que parecen irremediables, sin vía de escape: allí viene. No hay por tanto lugar que Dios no quiera visitar. Y hoy no podemos más que experimentar alegría al verlo en el desierto para alcanzarnos en nuestra pequeñez que ama y en nuestra sequedad que quiere saciar». Convertirse es «pensar más allá, es decir, ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales».
Al final de la celebración, mons. Theodoros Kontidis le dirigió un saludo al Santo Padre. Antes de dejar el Megaron Concert Hall, el Papa recibió una importante condecoración de parte del alcalde de Atenas. Una vez de vuelta en la Nunciatura, se reunió con Su Beatitud Ieronymos II, quien escribió en el libro de honor: «Esta tarde, 5 de diciembre de 2021, fiesta de San Saba, mi séquito y yo vinimos a agradecer al Pontífice y Santísimo Hermano de Roma, Francisco, su visita a Grecia. Lo saludamos y le deseamos un buen viaje. Dios Santo nos bendiga».
A los jóvenes: todo comienza con la maravilla
La mañana del lunes 6 de diciembre, a las 8:15 horas, el Papa recibió en la Nunciatura la visita del presidente del parlamento, el señor Konstantinos Tasoulas. Luego, sostuvo una reunión privada con el ex primer ministro griego Alexis Tsipras y posteriormente con un grupo de nueve jóvenes refugiados cristianos sirios, acogidos actualmente por el Ordinariato Armenio Católico de Atenas. Después fue a la escuela San Dionisio de las hermanas ursulinas de Marusi. Ahí tuvo lugar el encuentro con los jóvenes. El Papa fue recibido en la entrada de la sala polivalente de la escuela por el responsable de la pastoral juvenil de Grecia. Después de un baile tradicional, se sucedieron los testimonios de una joven filipina, un joven de la isla griega de Tinos y un joven sirio.
El Pontífice pronunció su discurso, llamando a maravillarse: «Todo comenzó por una chispa, por un descubrimiento que se expresa con una palabra magnífica: thaumàzein. Es el maravillarse, el asombro. Así comenzó la filosofía, de maravillarse frente a aquello que es, frente a nuestra existencia, a la armonía de la creación y al misterio de la vida. Pero el asombro no es sólo el comienzo de la filosofía, sino también el inicio de nuestra fe». En efecto, «El corazón de la fe no es una idea, no es una moral; el corazón de la fe es una realidad, una realidad bellísima que no depende de nosotros y que nos deja con la boca abierta: ¡somos hijos amados de Dios! Este es el corazón de la fe: ¡somos hijos amados de Dios!».
Recordando a Ulises, Francisco evocó la imagen de las sirenas que atraían con su canto a los navegantes para hacerlos encallar en las rocas. También hoy hay sirenas que quieren hechizar «con mensajes seductores e insistentes, que apuntan a beneficios fáciles, a las falsas necesidades del consumismo, al culto del bienestar físico, a la diversión a toda costa…». Ulises logró resistir, haciéndose amarrar al mástil de la barca. Pero Francisco lanza y propone otro modelo: Orfeo, que «nos enseña un camino mejor: entonó una melodía más hermosa que la de las sirenas y así las hizo callar. ¡Por eso es importante alimentar el asombro, la belleza de la fe!».
Junto al asombro, Francisco propuso la fraternidad y la amistad, para las que es necesario entrenarse en una «gimnasia del alma»: en Grecia «nacieron los eventos deportivos más grandes, las Olimpíadas, la maratón. Más allá del espíritu de lucha que hace bien al cuerpo, está aquello que hace bien al alma: entrenarse para la apertura, recorrer largas distancias desde uno mismo para acortarlas con los demás, lanzar el corazón atravesando los obstáculos, cargar unos los pesos de los otros». Finalmente, el Papa les habló de la esperanza, señalando el mar abierto: «La salvación está en mar abierto, está en el impulso, en seguir los sueños, los verdaderos, los que se sueñan con los ojos abiertos, que comportan esfuerzo, lucha, vientos contrarios, borrascas repentinas».
A las 10:45 se dirigió al aeropuerto de Atenas, donde fue recibido por el ministro de relaciones exteriores. A las 11:30, el vuelo despegó rumbo a Ciampino, donde aterrizó a las 12:35.
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Durante este 35º viaje apostólico, el mensaje del Pontífice resonó fuerte en diferentes niveles. Hablando a la Iglesia de Grecia, Francisco en realidad habló a la Iglesia Universal, volviendo a lanzar la imagen de la Iglesia paciente, a la escucha, fraterna, sinodal, atenta a los desafíos de su tiempo, no triunfalista ni obsesionada con los números, abierta a un laboratorio de inculturación, capaz de «pensar más allá». A nivel ecuménico, destacó las raíces comunes de la Iglesia Católica y la Ortodoxa, invitando a trabajar juntos. Esto ayudará a no secundar «el carácter irreconciliable de las diferencias», que no encuentra soporte en el Evangelio. El trabajo conjunto aumentará la concordia, y podremos aprender los unos de los otros. En particular, la Iglesia Católica puede aprender sobre la sinodalidad de la Iglesia Ortodoxa.
A nivel social y político, Francisco dirigió llamados claros a una Unión Europea tentada por los muros y los alambres púa, para que no haga naufragar a la humanidad y consolide los valores de la democracia y la participación contra todo retroceso y escepticismo. Para vencer las tentaciones del repliegue y de la desolación, Francisco usó imágenes luminosas, que quedan en la memoria, como las de la perla y del olivo, así como la del viaje de Ulises y el canto de Orfeo, unido a un sentido llamado a la maravilla.
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Recordemos, en efecto, que en 1878, con el inicio del fin del Imperio Otomano, Chipre se convirtió en un protectorado británico, y obtuvo después la independencia con un tratado, el Cyprus Act, del 19 de febrero de 1959, que preveía una colaboración entre la comunidad griega y la turca, con un presidente greco-chipriota y un vicepresidente turco-chipriota, y que establecía una composición mixta del gobierno y del parlamento. Desde 1963, tras una disputa constitucional, la tensión derivó en un golpe de Estado llevado a cabo por la junta militar que en ese momento estaba en el poder en Grecia, que tuvo lugar el 17 de julio de 1974. A continuación, Turquía intervino militarmente y tomó el control de la parte norte de Chipre, que abarca algo más de un tercio de la superficie total, y dio vida a un Estado federado turco-chipriota, que el 15 de noviembre de 1983 se convirtió en la República Turca del Norte de Chipre, solo reconocida por Turquía y regida por un sistema presidencial. En abril de 2004 fracasó el plan de la ONU, que pretendía reunificar la isla en una confederación entre las dos comunidades (la griega y la turca), las que tendrían igual peso político e institucional. Así, solo la República de Chipre entró totalmente en la Unión Europea, el 1º de mayo de 2004, adoptando el euro en 2008. Después tuvo lugar una nueva serie de negociaciones, pero también estas fracasaron. ↑
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Recordemos que entre la Santa Sede y la Iglesia Ortodoxa de Chipre existe una relación de fraterna cordialidad, que se consolidó con la firma en el Vaticano de una Declaración común entre Benedicto XVI y Chrysostomos II, el 16 de junio de 2007, y con ocasión del viaje apostólico de Benedicto XVI a Chipre (4-6 de junio de 2010), a la que siguió una segunda visita de Chrysostomos II al Vaticano en 2011. ↑
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Cfr J.-P. Sonnet, «Ritornare all’olivo. Per una teologia mediterranea», en Civ. Catt. 2021 III 105-120. ↑
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La Conferencia Episcopal de Grecia (Santo Sínodo de la jerarquía católica de Grecia) fue fundada en 1965 y reúne a los prelados griegos de los ritos latino y oriental. El presidente acutal es monseñor Sevastianos Rossolatos, y el secretario general es monseñor Nikólaos Printezis, arzobispo de Naxos, Andro, Tino y Mykonos. ↑
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Cfr D. Fares, «Contro il trionfalismo e la mondanità spirituale», en Civ. Catt. 2021 IV 319-332. ↑