FILOSOFÍA Y ÉTICA

Notas para un pensamiento «incompleto»

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La forma más elevada de pensamiento es la que crece en la apertura y, en este sentido, es «incompleta». Lo dijo el Papa Francisco en su entrevista con La Civiltà Cattolica: «El estilo de la Compañía no es el de la discusión, sino el del discernimiento, que obviamente presupone la discusión en el proceso. El aura mística nunca define sus límites, no completa el pensamiento. El jesuita debe ser una persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto»[1].

¿Qué es un pensamiento incompleto? ¿Cómo se puede describir? Hablando del discernimiento que aprendió de la lectura de El Señor, de Romano Guardini, el Papa Francisco afirma: «Este modo de pensar lo aprendí de Romano Guardini. Su estilo me fascinó, en primer lugar en su libro El Señor. Guardini me mostró la importancia del pensamiento incompleto, aquel que te lleva hasta un punto determinado, pero que luego te invita a contemplar por ti mismo. Crea un espacio para que te encuentres con la verdad. Un pensamiento fructífero debe ser siempre incompleto para dejar espacio a un desarrollo posterior. De Guardini aprendí a no esperar certezas absolutas sobre todo, síntoma de un espíritu ansioso. Su sabiduría me permitió abordar problemas complejos que no podían resolverse simplemente a base de normas, sino con un tipo de pensamiento que permitía atravesar los conflictos sin dejarse atrapar por ellos»[2].

Y en la Constitución Apostólica Veritatis gaudium Francisco afirma que hoy se hace cada vez más evidente la necesidad de una «auténtica hermenéutica evangélica para comprender mejor la vida, el mundo, los hombres, no de una síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y certeza basada en las verdades de razón y de fe. La filosofía y la teología permiten adquirir las convicciones que estructuran y fortalecen la inteligencia e iluminan la voluntad… pero todo esto es fecundo sólo si se hace con la mente abierta y de rodillas. El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins describe así: “annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate” (Commonitorium primum, 23: PL 50,668)»[3].

Destacaremos algunos aspectos del pensamiento incompleto, que es lo contrario del pensamiento triunfalista: la mentalidad dialogante, la inclusividad, la apertura atenta y responsable al otro, la apertura a los desafíos.

Mentalidad dialógica

El pensamiento que llamamos «incompleto» es eminentemente dialógico, es decir, no autorreferencial, no monologante, no abstracto. En su encuentro con la clase dirigente brasileña el 27 de julio de 2013, el Papa dijo: «Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el diálogo […]. Hoy, o se apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos perdemos. Por aquí va el camino fecundo»[4].

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En el diálogo, lo que importa es que sean los sujetos, los propios sujetos implicados en estas decisiones, los que decidan sobre las cuestiones. El tema es más importante que el contenido del diálogo. Francisco nos muestra dos tipos de sujetos que no dialogan, porque están encerrados en sí mismos: los primeros reducen su ser a su conocimiento o sentimiento (el Papa lo llama «gnosticismo»); los segundos lo reducen a su propia fuerza (el Papa lo llama «neopelagianismo»).

El diálogo implica la convicción de nuestro ser social, de nuestra incompletitud individual, lo cual es esencialmente positivo, porque nos impide ser sujetos cerrados.

La idea en la que insiste Francisco es que «los sujetos somos todos». Hoy, de hecho, no se niega la importancia de los diferentes conocimientos y del trabajo en grupo, pero la tendencia predominante es individualista, con un sectarismo elitista. Para la cultura del diálogo, en cambio, es esencial involucrar a todos, incluidos los menos inteligentes y los más débiles.

«Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural» (EG 239).

Afirmar que los sujetos somos todos no significa considerar una mera suma de todos los individuos: significa más bien considerar la totalidad, entendida como el pueblo. El Papa nos invita explícitamente a reflexionar sobre la Iglesia como pueblo fiel de Dios.

¿Cuál es la mentalidad que debemos cambiar? Después de decirnos que ser discípulo de Cristo implica una continua disposición a llevar el amor del Señor a los demás en todas partes y a través del diálogo personal (cf. EG 127-128), el Papa señala que «si el Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona» (EG 129).

Nuestro anuncio del Evangelio debe incluir el aspecto cultural. Por ejemplo, en la familia hay que buscar la manera de hacer de la fe una «tradición familiar», igual que en la familia se viven los buenos momentos, las celebraciones, las salidas, la conversación diaria. En el lugar de trabajo, cada persona debe ocuparse de comparar los valores del Evangelio con los que viven sus colegas. Esto permitirá que la predicación no sea «desconectada», o algo «meramente espiritual», sino un Evangelio encarnado, que asume los retos del mundo y responde a sus preocupaciones con propuestas eficaces.

No es lo mismo decir «asistentes» que «huéspedes y comensales». Estos últimos términos tienen un significado evangélico, y considerar a una persona como «huésped» cambia nuestra actitud hacia ella: nos pone en una dinámica de acogida, nos hace sentir lo bueno que es honrar a un invitado…

Por otro lado, hay palabras que provienen del mundo social y son preferibles a otras. «Usuario» parece más impersonal que «beneficiario»; sin embargo, parece preferible considerar que la otra persona es un usuario de pleno derecho de nuestros servicios -al igual que nosotros somos usuarios del agua corriente, la electricidad y el gas- y no un beneficiario, como si fueran servicios que se le ofrecen por caridad. Uno no se siente «beneficiario» de los servicios esenciales, y tiene todo el derecho a indignarse cuando le cortan la electricidad.

La inculturación del Evangelio nos lleva a reflexionar sobre quién es el que evangeliza -es todo el pueblo de Dios el que anuncia el Evangelio- y a oponer una nueva mentalidad a nuestra mentalidad individualista.

Una mentalidad centrada en la inclusión

La nueva mentalidad que el Papa nos invita a adquirir tiene un carácter eminentemente social. Un análisis de la vida política y económica actual muestra que, a pesar de sus importantes logros, genera «exclusión generalizada» e inequidad. Y esto produce violencia, con consecuencias trágicas para todo tipo de personas. Así que el remedio está en el lado de la inclusión. La nueva mentalidad requiere, ante todo, «un enfoque integrador».

La inclusión no es un hecho evidente. En el pensamiento filosófico actual, hay quienes afirman que es necesario «renunciar a captar, mediante el pensamiento, la totalidad de la realidad» (Theodor Adorno). Si esto es así a nivel filosófico, no es de extrañar que la economía piense en un país de veinte millones de personas – en lugar de los cincuenta que somos – o que el 46% del dinero esté en manos del 1% de las personas. Existe una mentalidad «reductora», que es perjudicial, porque es falsa.

A modo de reflexión, planteamos dos preguntas. Una es teórica: nuestro pensamiento no puede «captar» la totalidad de la realidad, pero puede «abrirse» – y de hecho existe tal apertura – a ella. Otra cuestión es práctica: no es posible «excluir» a nadie. Los excluidos se «incluyen» por las buenas o, tarde o temprano, nos «excluyen» por las malas. Esta es otra forma de decir que «la exclusión produce violencia».

Los excluidos «se incluyen a sí mismos». En primer lugar, debemos creer en la posibilidad de captar este aspecto. Tenemos que asumir que si ciertas ciencias no tienen la lente adecuada para captar algo tan complejo, esto no significa que no puedan encontrarlo o que no se puedan intentar otros puntos de vista.

El primer día de un campamento parroquial, los jóvenes quedaron fascinados por el paisaje y fotografiaron todo con sus teléfonos móviles. Al atardecer, cuando salieron las estrellas, como sólo lo hacen en las montañas donde no hay smog, una de las chicas, que estaba haciendo fotos del cielo, exclamó en un momento dado: «¡Esto no cabe en un móvil!», y sólo lo contempló con los ojos. Esta observación es significativa, y podemos trasladarla del cielo estrellado a la humanidad de las multitudes: hay que mirarla con nuestros propios ojos, ampliados por los de Jesús, el Buen Pastor, que «mira a la gente con compasión». Sólo esta mirada puede permitir «un enfoque inclusivo».

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Se trata de «mirar humanamente», no a través de la mediación científica o técnica, que «influye y modifica» la realidad al observarla con sus propias herramientas. Romano Guardini nos dice que el ojo humano no es como una cámara. «El ojo humano “se equivoca y se corrige”, orienta, elige y descarta; la cámara no. Hay cosas que no vemos o que falseamos por la intensidad de nuestro deseo o nuestra aversión. Esto no lo puede hacer la cámara, que fotografía objetivamente lo que tiene delante. Las fotografías no se equivocan, porque congelan la realidad en un instante (y, si es una película, en varios fotogramas por segundo). Pero el ojo humano capta infinitamente más, porque cambia al mismo tiempo que cambia el ser que tiene delante y se expresa. Por eso nos emociona más ver a alguien en directo que verlo en la televisión; aunque no nos demos cuenta, la cantidad de información – subjetiva y objetiva – que intercambiamos en un encuentro real es infinitamente mayor que la que somos capaces de captar a través de la televisión»[5].

Una mentalidad que se deja cuestionar

El pensamiento incompleto se autentifica al dejarse cuestionar dramáticamente por el otro. Esta visión trascendente es tan importante que el Papa, incluso antes de definirla, la plantea como un reto dramático al que se expone: «Soy consciente de que estas palabras son fuertes, incluso dramáticas». En la Evangelii gaudium dice: «Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra» (EG 208).

El carácter dramático de este desafío reside en la esencia de la «nueva mentalidad». Hay «acercamientos» que hacemos sólo cuando alguien «pide nuestra ayuda», cuando oímos el grito del otro: esto hace que volvamos la mirada y descubramos lo que estaba oculto, lo que no se podía ver. Esta mirada se opone a la globalización de la indiferencia. Esta mirada exige atención e indica responsabilidad. Una atención que debe traducirse en decisiones políticas y económicas y no en mera retórica. Y debe traducirse en una responsabilidad concreta, porque es la esencia misma de la bondad el concretarse.

Es necesario prestar atención a los gritos de los pobres, escuchar bien sus llamadas; saber leerlos «fuera de la ideología» forma parte de la fisonomía de esta nueva mentalidad: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad. […] Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto» (EG 187).

La necesidad de escuchar este grito deriva de la obra liberadora de la propia gracia en cada uno de nosotros.

Una mentalidad que nos desafía

El pensamiento incompleto se elabora saliendo a las periferias, tocando las fronteras, situándose en los límites del propio conocimiento y poder. La trascendencia de la que habla el Papa Francisco no es sólo la trascendencia hacia Dios, como estamos acostumbrados a pensar, ni siquiera la trascendencia hacia los valores éticos: incluye ambas realidades, pero su reto es salir hacia las periferias existenciales, donde no se puede tolerar que miles de personas mueran cada día de hambre, aunque se disponga de enormes cantidades de alimentos, que muchas veces simplemente se desperdician.

Quien sale de su entorno y de su propio yo, cambia su mentalidad. La realidad se ve mejor desde la periferia que desde el centro. Francisco afirma además: «Estoy convencido de una cosa: los grandes cambios de la historia se produjeron cuando la realidad no se vio desde el centro, sino desde la periferia. Es una cuestión hermenéutica: sólo entendemos la realidad si la miramos desde la periferia, y no si nuestra mirada se sitúa en un centro equidistante de todo. Para comprender realmente la realidad, tenemos que salir de la posición central de calma y tranquilidad y dirigirnos hacia la periferia. […] Para entender, tenemos que “des-ubicarnos”, ver la realidad desde varios puntos de vista diferentes»[6].

Reconocer siempre los límites de nuestro pensamiento lo desbloquea paradójicamente y lo hace más agudo y creativo. «Entrar en el discernimiento significa resistir a la tentación de encontrar un falso alivio en una decisión inmediata y, en cambio, estar dispuesto a presentar humildemente las diferentes opciones al Señor, esperando ese desborde». Este «falso alivio» que se encuentra en una decisión inmediata es característico del pensamiento triunfalista. Cuando abre el camino al amor – que es siempre amor al otro y salida de sí mismo -, el pensamiento se vuelve capaz de superar los escollos ideológicos en los que se ve constantemente atrapado. Las nuevas fórmulas con las que Francisco nos sorprende cada día nacen de su amor a Dios y al prójimo. Los sencillos de corazón lo entienden muy bien.

  1. Cfr A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 449-477. En su homilía del 3 de enero de 2014 en la Iglesia del Gesù, Francisco decía: «Cada uno de nosotros, jesuitas, que sigue a Jesús debería estar dispuesto a vaciarse de sí mismo. Estamos llamados a este abajamiento: ser de los «despojados». Ser hombres que no deben vivir centrados en sí mismos porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia. Y Dios es el Deus semper maior, el Dios que nos sorprende siempre. Y si el Dios de las sorpresas no está en el centro, la Compañía se desorienta. Por ello, ser jesuita significa ser una persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto: porque piensa siempre mirando al horizonte que es la gloria de Dios siempre mayor, que nos sorprende sin pausa. Y ésta es la inquietud de nuestro abismo. ¡Esta santa y bella inquietud!» (Francisco, Homilía en la Iglesia del Gesù, 3 de enero de 2014).
  2. Papa Francisco, Ritorniamo a sognare, Milano, Piemme, 2021, ebook 106 s.
  3. Francisco, Veritatis gaudium, n. 3. Cfr Id., Discurso del Santo Padre Francisco a la comunidad de la Pontificia Universidad Gregoriana y a los miembros de los asociados Pontificio Instituto Bíblico y Pontificio Instituto Oriental, 10 de abril de 2014.
  4. Id., Discorso nell’Incontro con la classe dirigente del Brasile, Río de Janeiro, 27 de julio de 2013.
  5. D. Fares, «Gli occhi della fede», en Civ. Catt. 2013 IV 530 s. Cfr R. Guardini, «L’occhio e la conoscenza religiosa», en Id., Scritti filosofici, vol. 2, Milán, Fabbri, 1964, 141-155.
  6. Papa Francisco, Ritorniamo a sognare, cit. 43.
Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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