19 de mayo de 2022. «¡Bienvenidos! ¿Lo ven? Estoy en mi nueva silla gestatoria», bromea el Papa, aludiendo al hecho de que está en una silla de ruedas debido a un dolor en la rodilla. Francisco saluda personalmente, uno por uno, a los directores de las revistas culturales europeas de la Compañía de Jesús, reunidos en audiencia en la biblioteca privada del Palacio Apostólico.
En total son diez: p. Stefan Kiechle de «Stimmen der Zeit» (Alemania), Lucienne Bittar de «Choisir» (Suiza), p. Ulf Jonsson de «Signum» (Suecia), p. Jaime Tatay de «Razón y fe» (España), p. José Frazão Correia de «Brotéria» (Portugal), p. Paweł Kosiński de «Deon» (Polonia), p. Arpad Hovarth de «A Szív» (Hungría), Robert Mesaros de «Viera a život» (Eslovaquia), Frances Murphy de «Thinking Faith» (Reino Unido) y p. Antonio Spadaro de «La Civiltà Cattolica» (Italia). Tres directores son laicos, dos son mujeres (las de la revista suiza y la inglesa). El resto son jesuitas.
La reunió con el Pontífice tiene lugar al inicio de su encuentro anual de tres días[1]. A la audiencia asiste también el Prepósito General de la Compañía de Jesús, el Padre Arturo Sosa. «No he preparado un discurso – comenzó el Papa -, así que, si quieren, hagan preguntas. Si dialogamos, nuestro encuentro será más rico».
Santo Padre, gracias por este encuentro. ¿Cuál es el significado y la misión de las revistas de la Compañía de Jesús? ¿Tiene una misión que encomendarnos?
No es fácil dar una respuesta clara y precisa. En general, por supuesto, creo que la misión de una revista cultural es comunicar. Sin embargo, yo añadiría comunicar de la manera más encarnada posible, personalmente, sin perder la relación con la realidad y las personas, el «cara a cara». Con esto quiero decir que no basta con comunicar ideas. Hay que comunicar ideas que provienen de la experiencia. Esto para mí es muy importante.
Tomemos el ejemplo de las herejías, ya sean teológicas o humanas, porque también hay herejías humanas. En mi opinión, la herejía surge cuando la idea se desconecta de la realidad humana. De ahí que alguien dijera – Chesterton, si no recuerdo mal – que «la herejía es una idea que se ha vuelto loca». Ha enloquecido porque ha perdido su raíz humana.
La Compañía de Jesús no debería estar interesada en comunicar ideas abstractas. Se interesa, en cambio, por comunicar la experiencia humana a través de las ideas y el razonamiento: la experiencia, por tanto. Se discuten las ideas. El debate está bien, pero para mí no es suficiente. Es la realidad humana la que se discierne. El discernimiento es lo que realmente cuenta. La misión de una publicación jesuita no puede ser sólo discutir, sino que debe ser sobre todo ayudar al discernimiento que lleva a la acción.
Y a veces, para discernir, ¡hay que tirar una piedra! Pero si en lugar de lanzar una piedra, se lanza… una ecuación matemática, un teorema, entonces no habrá movimiento, y por tanto no habrá discernimiento.
Observen que este fenómeno de las ideas abstractas en el hombre es antiguo. Caracterizó, por ejemplo, la escolástica decadente, una teología de puras ideas, totalmente alejada de la realidad de la salvación, que es el encuentro con Jesucristo. Por eso, una revista cultural debe trabajar sobre la realidad, que siempre es superior a la idea. Y si la realidad es escandalosa, mejor todavía.
Por ejemplo, hace poco conocí al «Grupo Santa Marta», que trabaja sobre la escandalosa realidad de la trata de personas. Y esto nos conmueve, nos toca y nos hace seguir adelante. En cambio, las ideas abstractas sobre la esclavitud de las personas no conmueven a nadie. Hay que partir de la experiencia y de su narración.
Este es el principio que quería transmitirles y recomendarles: que la realidad es superior a la idea, y por tanto hay que dar ideas y reflexiones que surjan de la realidad.
Cuando entras sólo en el mundo de las ideas y te alejas de la realidad, acabas en el ridículo. Se discuten las ideas, se discierne la realidad. El discernimiento es el carisma de la Compañía. En mi opinión, es el primer carisma de la Compañía y es en lo que la Compañía debe seguir centrándose, también en la tarea de llevar adelante las revistas culturales. Deben ser revistas que ayuden y promuevan el discernimiento.
La Compañía está presente en Ucrania, parte de mi provincia. Estamos viviendo una guerra de agresión. Escribimos sobre ello en nuestras revistas. ¿Cuál es su consejo para comunicar la situación que estamos viviendo? ¿Cómo podemos contribuir a un futuro pacífico?
Inscríbete a la newsletter
Para responder a esta pregunta tenemos que alejarnos del patrón normal de «La Caperucita Roja»: la Caperucita Roja era la buena y el lobo era el malo. Aquí no hay buenos y malos metafísicos, de forma abstracta. Está surgiendo algo global, con elementos muy entrelazados. Un par de meses antes de que empezara la guerra, conocí a un jefe de Estado, un hombre sabio, que habla muy poco, muy sabio. Y después de hablar de las cosas que quería hablar, me dijo que estaba muy preocupado por la forma en que se movía la OTAN. Le pregunté por qué, y me respondió: «Están ladrando a las puertas de Rusia. Y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se acerque a ellos». Concluyó: «La situación podría llevar a la guerra». Esa era su opinión. El 24 de febrero comenzó la guerra. Ese jefe de Estado supo leer las señales de lo que estaba ocurriendo.
Lo que estamos viendo es la brutalidad y la ferocidad con la que esta guerra está siendo librada por las tropas, generalmente mercenarias, utilizadas por los rusos. Y los rusos prefieren enviar chechenos, sirios, mercenarios. Pero el peligro es que veamos sólo esto, que es monstruoso, y no veamos todo el drama que se está desarrollando detrás de esta guerra, que quizás fue de alguna manera provocada o no evitada. Noten el interés en el testeo y venta de armas. Es muy triste, pero al final es lo que está en juego.
Alguien podría decirme en este punto: ¡pero usted está a favor de Putin! No, no lo estoy. Sería simplista y erróneo decir tal cosa. Simplemente estoy en contra de reducir la complejidad a la distinción entre buenos y malos, sin razonar sobre las raíces e intereses, que son muy complejos. Mientras vemos la ferocidad, la crueldad de las tropas rusas, no debemos olvidar los problemas para tratar de resolverlos.
También es cierto que los rusos pensaron que todo acabaría en una semana. Pero calcularon mal. Encontraron un pueblo valiente, un pueblo que lucha por sobrevivir y que tiene una historia de lucha.
Además, debo añadir que lo que está ocurriendo ahora en Ucrania lo vemos así porque está más cerca de nosotros y toca más nuestra sensibilidad. Pero hay otros países lejanos – piensen en algunas partes de África, el norte de Nigeria, el norte del Congo – donde la guerra sigue y a nadie le importa. Piensen en Ruanda hace 25 años. Piensen en Myanmar y en los rohingya. El mundo está en guerra. Hace unos años se me ocurrió decir que estamos viviendo la tercera guerra mundial a pedazos. Para mí hoy se ha declarado la tercera guerra mundial. Esto es algo que debería hacernos reflexionar. ¿Qué le pasa a la humanidad que ha tenido tres guerras mundiales en un siglo? Yo vivo la primera guerra en la memoria de mi abuelo en el Piave. Luego la segunda y ahora la tercera. Y esto es malo para la humanidad, una calamidad. Hay que pensar que en un siglo ha habido tres guerras mundiales, ¡con todo el comercio de armas detrás!
Unos pocos años atrás, se conmemoró el desembarco de Normandía. Y muchos jefes de Estado y de gobierno celebraron la victoria. Nadie se acordó de las decenas de miles de jóvenes que murieron en la playa en aquella ocasión. Cuando fui a Redipuglia en 2014 para el centenario de la Guerra Mundial – les haré una confidencia personal -, lloré cuando vi la edad de los soldados caídos. Cuando, unos pocos año después, el 2 de noviembre – cada 2 de noviembre visito un cementerio – fui a Anzio, también lloré ahí cuando vi la edad de estos soldados caídos. El año pasado fui al cementerio francés, y las tumbas de los chicos – cristianos o musulmanes, porque los franceses enviaron para luchar incluso a los del norte de África – eran también de hombres jóvenes de 20, 22, 24 años.
¿Por qué les cuento estas cosas? Porque me gustaría que sus revistas afrontaran el lado humano de la guerra. Me gustaría que sus revistas hicieran comprender el drama humano de la guerra. Está muy bien hacer un cálculo geopolítico, estudiar las cosas en profundidad. Deben hacerlo, porque es su trabajo. Pero también intenten transmitir el drama humano de la guerra. El drama humano de esos cementerios, el drama humano de las playas de Normandía o de Anzio, el drama humano de una mujer a cuya puerta llama el cartero y que recibe una carta de agradecimiento por haber dado un hijo a la patria, que es un héroe de la patria… Y así se queda sola. Reflexionar sobre esto ayudaría mucho a la humanidad y a la Iglesia. Hagan sus reflexiones sociopolíticas, pero no descuiden la reflexión humana sobre la guerra.
Volvamos a Ucrania. Todo el mundo abre su corazón a los refugiados, a los exiliados ucranianos, que suelen ser mujeres y niños. Los hombres se quedaron combatiendo. En la audiencia de la semana pasada, dos esposas de soldados ucranianos que estaban en la acería de Azovstal vinieron a pedirme que intercediera para que se salvaran. Todos somos muy sensibles a estas situaciones dramáticas. Son mujeres con hijos, cuyos maridos se quedaron luchando ahí. Mujeres jóvenes y hermosas. Pero me pregunto: ¿qué pasará cuando se pase el entusiasmo por ayudar? Ahora que las cosas se están enfriando, ¿quién se ocupará de estas mujeres? Tenemos que mirar más allá de la acción concreta del momento, y ver cómo las apoyamos para que no caigan en el tráfico, para que no sean utilizadas, porque los buitres ya están dando vueltas.
Ucrania conoce la esclavitud y la guerra. Es un país rico que siempre ha sido dividido, desgarrado por la voluntad de quienes querían explotarlo. Es como si la historia hubiera predispuesto a Ucrania a ser un país heroico. Ver este heroísmo nos toca el corazón. ¡Un heroísmo que va de la mano de la ternura! De hecho, cuando los primeros jóvenes soldados rusos llegaron – luego enviaron mercenarios -, enviados a una «operación militar», como dijeron, sin saber que iban a la guerra, fueron las propias mujeres ucranianas las que se hicieron cargo de ellos cuando se rindieron. Gran humanidad, gran ternura. Mujeres valientes. Gente valiente. Un pueblo que no tiene miedo de luchar. Un pueblo trabajador y al mismo tiempo orgullosos de su tierra. Tengamos en cuenta la identidad ucraniana en este momento. Esto es lo que nos conmueve: ver ese heroísmo. Me gustaría destacar este punto: el heroísmo del pueblo ucraniano. Lo que tenemos ante nuestros ojos es una situación de guerra de intereses globales, venta de armas y apropiación geopolítica, que está martirizando a un pueblo heroico.
Me gustaría añadir un elemento más. Tuve una conversación de 40 minutos con el Patriarca Kirill. En la primera parte me leyó una declaración en la que daba razones para justificar la guerra. Cuando terminó, intervine y le dije: «Hermano, no somos clérigos de Estado, somos pastores del pueblo». Se suponía que nos reuniríamos el 14 de junio en Jerusalén, para hablar de nuestros asuntos. Pero con la guerra, de mutuo acuerdo, decidimos aplazar la reunión a una fecha posterior, para que nuestro diálogo no fuera malinterpretado. Espero encontrarme con él en una asamblea general en Kazajistán en septiembre. Espero poder saludarlo y hablar un poco con él como pastor.
¿Qué signos de renovación espiritual ve en la Iglesia? ¿Ve alguno? ¿Hay signos de vida nueva, de frescura?
Es muy difícil ver un renovación espiritual usando esquemas muy anticuados. Tenemos que renovar nuestra forma de ver la realidad, de evaluarla. En la Iglesia europea veo más renovación en las cosas espontáneas que están surgiendo: movimientos, grupos, nuevos obispos que recuerdan que hay un Concilio detrás, porque el Concilio que más recuerdan algunos pastores es el de Trento. Y no lo digo en broma.
El restauracionismo ha llegado a amordazar al Concilio. El número de grupos de «restauradores» – hay muchos en Estados Unidos, por ejemplo – es asombroso. Un obispo argentino me dijo que le habían pedido que administrara una diócesis que había caído en manos de estos «restauradores». Nunca habían aceptado el Concilio. Hay ideas, comportamientos que provienen de un restauracionismo que no aceptó el Concilio después de todo. El problema es precisamente éste: que en algunos contextos el Concilio aún no ha sido aceptado. También es cierto que un Concilio tarda un siglo en echar raíces. Por tanto, ¡todavía nos quedan cuarenta años para que arraigue!
Hay signos de renovación también en los grupos que dan un nuevo rostro a la Iglesia a través de la asistencia social o pastoral. Los franceses son muy creativos en esto.
Ustedes aún no habían nacido, pero yo fui testigo en 1974 del calvario del Prepósito General p. Pedro Arrupe en la Congregación General XXXII. En ese momento hubo una reacción conservadora para bloquear la voz profética de Arrupe. Hoy para nosotros ese General es un santo, pero tuvo que soportar muchos ataques. Fue valiente porque se atrevió a dar el paso. Arrupe era un hombre de gran obediencia al Papa. Una gran obediencia. Y Pablo VI lo entendió. El mejor discurso jamás escrito por un Papa a la Compañía de Jesús es el que pronunció Pablo VI el 3 de diciembre de 1974. Y lo escribió a mano. Ahí están los originales. El profeta Pablo VI tuvo la libertad de escribirlo. Por otro lado, personas vinculadas a la Curia alimentaban de alguna manera a un grupo de jesuitas españoles que se consideraban los verdaderos «ortodoxos» y se oponían a Arrupe. Pablo VI nunca entró en ese juego. Arrupe tenía la capacidad de ver la voluntad de Dios, unida a una sencillez infantil a la hora de adherirse al Papa. Recuerdo que un día, mientras tomábamos un café con un pequeño grupo, pasó y dijo: «¡Vamos, vamos! El Papa está a punto de pasar, ¡vamos a saludarlo!». ¡Era como un niño! ¡Con ese amor espontáneo!
Un jesuita de la Provincia de Loyola se había ensañado especialmente con el p. Arrupe, recordémoslo. Lo enviaron a varios lugares, incluso a Argentina, y siempre dio problemas. Una vez me dijo: «Tú eres uno de los que no entiende nada. Pero los verdaderos culpables son el padre Arrupe y el padre Calvez. El día más feliz de mi vida será cuando los vea colgados de la horca en la Plaza de San Pedro». ¿Por qué les cuento esta historia? Para que entiendan lo que fue el periodo post-conciliar. Y esto está sucediendo de nuevo, especialmente con los tradicionalistas. Por eso es importante salvar a estas figuras que defendieron el Concilio y la lealtad al Papa. Hay que volver a Arrupe: es una luz de ese momento que nos ilumina a todos. Y fue él quien redescubrió los Ejercicios Espirituales como fuente, liberándose de las rígidas formulaciones del Epitome Instituti[2], expresión de un pensamiento cerrado y rígido, más instructivo-ascético que místico.
En nuestra Europa, como en mi propia Suecia, no se puede decir que haya una fuerte tradición religiosa. ¿Cómo evangelizar en una cultura que no tiene tradición religiosa?
No me resulta fácil responder a esta pregunta. Me reuní con la Academia Sueca, que es el comité organizador del Premio Nobel de Literatura. Me trajeron un cuadro de San Ignacio que habían comprado en una tienda de antigüedades. Es un cuadro de San Ignacio del siglo XVIII. Pensé: «Un grupo de suecos me trae a San Ignacio. Él les ayudará». No sé cómo responder a esa pregunta, en realidad. Porque sólo los que viven allí, en ese contexto, pueden entender y descubrir los caminos correctos. Me gustaría señalar, sin embargo, a un hombre que es un modelo de orientación: el cardenal Anders Arborelius. No tiene miedo de nada, habla con todo el mundo y no va en contra de nadie. Siempre apunta a lo positivo. Creo que una persona como él puede señalar el camino correcto.
En Alemania tenemos un camino sinodal que algunos piensan que es herético, pero que en realidad es muy cercano a la vida real. Muchos dejan la Iglesia porque ya no confían en ella. Un caso particular es el de la diócesis de Colonia. ¿Qué le parece?
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
Al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, monseñor Bätzing, le dije: «Hay una muy buena Iglesia evangélica en Alemania. No necesitamos dos. El problema surge cuando la vía sinodal proviene de las élites intelectuales y teológicas, y está muy influenciada por las presiones externas. Hay algunas diócesis en las que el Camino Sinodal se está haciendo con los fieles, con el pueblo, lentamente.
He querido escribir una carta sobre su Camino Sinodal. La escribí solo, y me llevó un mes escribirla. No quería involucrar a la Curia. Lo hice por mi cuenta. La original está en español, y la que está en alemán es una traducción. Allí escribí lo que pienso.
Luego la cuestión de la diócesis de Colonia. Cuando la situación estaba muy turbulenta, pedí al arzobispo que se marchara durante seis meses, para que las cosas se calmaran y yo pudiera ver con claridad. Porque cuando las aguas están agitadas, no puedes ver con claridad. Cuando volvió, le pedí que escribiera una carta de dimisión. Lo hizo y me lo dio. Y escribió una carta de disculpas a la diócesis. Lo dejé en su puesto para ver qué pasaba, pero tengo su dimisión en la mano.
Lo que pasa es que hay muchos grupos de presión, y bajo presión no se puede discernir. Luego hay un problema económico por el que estoy pensando en enviar una auditoría financiera. Estoy esperando que no haya presión para discernir. El hecho de que haya diferentes puntos de vista está bien. El problema es cuando hay presión. Eso no ayuda. Sin embargo, no creo que Colonia sea la única diócesis del mundo donde hay conflictos. Y la trato como a cualquier otra diócesis del mundo que tenga conflictos. Me viene a la mente una que aún no ha terminado su conflicto: Arecibo, en Puerto Rico. Es así desde hace años. Hay muchas diócesis así.
Santo Padre, somos una revista digital y también nos dirigimos a los jóvenes que están al margen de la Iglesia. Los jóvenes quieren opiniones e información rápidas e inmediatas. ¿Cómo podemos introducirlos en el proceso de discernimiento?
No debemos quedarnos quietos. Al trabajar con los jóvenes, es necesario dar una perspectiva en movimiento, no de modo estático. Debemos pedir al Señor la gracia y la sabiduría para ayudarnos a dar los pasos correctos. En mis tiempos, los trabajos con los jóvenes estaban constituidos por reuniones de estudio. Ahora no funciona así. Tenemos que hacerlos avanzar con ideales concretos, obras, caminos. Los jóvenes encuentran su razón de ser en el camino, nunca de forma estática. Algunos pueden dudar porque ven a los jóvenes sin fe, dicen que no están en gracia de Dios. ¡Dejen que Dios se ocupe de eso! Su tarea es ponerlos en camino. Creo que es lo mejor que podemos hacer.
* * *
En fin, perdonen si me he extendido demasiado, pero quería hacer hincapié en los temas del postconcilio y de Arrupe, porque el problema actual de la Iglesia es precisamente la no aceptación del Concilio.
La reunión terminó con una foto de grupo. El Papa se despidió de los participantes uno por uno, entregándoles a cada uno un rosario y algunos libros en sus respectivas lenguas.
-
También asistió al encuentro el p. François Euvé, director de Études (Francia), que no pudo estar en Roma a tiempo para la audiencia. No asistieron este año por motivos de fuerza mayor Dermot Roantree, director de la revista irlandesa Studies y Ειρήνη Κουτελάκη, director de la revista griega ΑνοιχτοίΟρίζοντες. ↑
-
Aquí el Papa se refiere a una especie de resumen práctico en uso en la Compañía y formulado en el siglo XX, que fue considerado como un sustituto de las Constituciones. La formación de los jesuitas de la Compañía durante un tiempo estuvo marcada por este texto hasta el punto de que algunos nunca leyeron las Constituciones, que son el texto fundacional. Para el Papa, durante este periodo en la Compañía, las reglas corrían el riesgo de ahogar el espíritu. ↑
Copyright © La Civiltà Cattolica 2022
Reproducción reservada