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Unidad y concordia en el uso del Misal Romano

© Vaticannews

En la Iglesia católica, la liturgia sigue suscitando un vivo interés. Durante décadas, se ha hablado de su interpretación, así como de la traducción de sus textos; también, antes y después, se ha hablado de la tercera edición vernácula del Misal Romano; y ahora el papa Francisco vuelve a hablar de liturgia, aunque esta vez sobre un tema bastante delicado, con el Motu proprio Traditionis custodes («Custodios de la tradición»)[1]. Para comprender esta nueva disposición es bueno echar una ojeada a la historia reciente del Misal Romano respecto a las concesiones pontificias, revocadas en la actualidad. El mismo Francisco nos explica con una carta los motivos que le han llevado a pronunciarse sobre el uso de un libro litúrgico que busca la paz desde hace más de treinta años –en latín se diría quærens pacem–, una paz de unidad y de concordia intraeclesial. En ella, Francisco, inspirándose en su Predecesor, que ya había acompañado la normativa de entonces con otra carta, se dirige a todos los obispos «con confianza y parresía»[2].

La carta de presentación del Motu proprio «Traditionis custodes»

En esta larga y articulada carta el papa Francisco propone como punto de partida el subsanar la situación de aquella facultad, concedida mediante un indulto por la Congregación para el Culto Divino en el 1984[3] y confirmada por Juan Pablo II en el 1988[4], de poder celebrar la misa con la última edición tridentina del Misal Romano publicada en 1962[5]. Dicha concesión, reservada a los fieles que lo pidieran, estaba motivada por un deseo de recomponer el cisma lefevriano. Es aquí donde se enmarca el Motu proprio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007[6], con el que Benedicto XVI quiso regular la praxis de quienes veían en aquel Misal una forma particularmente adecuada para favorecer el encuentro con el misterio. Ahora bien, para comprender el Motu proprio de Francisco, es necesario releer los doce artículos del Motu proprio de Benedicto XVI, los cuales repasamos brevemente.

Existen dos usos del único rito romano: la «forma ordinaria» (ordinaria expressio), con el Misal promulgado por Pablo VI en 1970, y la «forma extraordinaria» (extraordinaria expressio), con el Misal promulgado por Pío V en 1570 y editado nuevamente por Juan XXIII en 1962 (art. 1). En las misas celebradas sin pueblo, todo sacerdote de rito latino[7] puede utilizar tanto el Misal de 1962[8] como el Misal de 1970 (art. 2). Con el Misal de 1962 pueden celebrar la misa de comunidad todos los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (art. 3). En estas celebraciones también pueden ser admitidos aquellos fieles que lo pidan voluntariamente (art. 4). En las parroquias donde haya un grupo estable de fieles adherentes a la precedente tradición litúrgica, el párroco concederá de buen grado el uso del Misal de 1962 a sacerdotes idóneos, aunque solo se limitará a una celebración en los domingos y en las fiestas; pero no se expresa limitación alguna para las celebraciones entre los días de diario, así como para la celebración de matrimonios, exequias o peregrinaciones (art. 5). Además, cuando se utiliza el Misal de 1962 en las misas celebradas con pueblo, las lecturas pueden ser proclamadas en lengua vernácula, usando los leccionarios aprobados (art. 6). Los fieles que no lo hayan obtenido, a pesar de haber pedido al párroco el uso del Misal de 1962, podrán recurrir al obispo diocesano, a quien se le ruega encarecidamente que les conceda su deseo; si después de esto no puede concederlo, se deberá remitir el asunto a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y esperar de esta el consejo y la ayuda (art. 7-8). En vista del bien de las almas, se deja a) a la discreción del párroco la posibilidad de utilizar el ritual más antiguo para el bautismo, la penitencia, el matrimonio y la unción de los enfermos; b) a la discreción del obispo la elección del antiguo Pontifical Romano para la confirmación; c) a la discreción de los clérigos ordenados la posibilidad de utilizar el Breviario Romano de 1962 (art. 9). Para bien de los fieles apegados al Misal de 1962, el obispo diocesano podrá erigir una parroquia personal (art. 10). Por último, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, ratificada en sus funciones, deberá vigilar la observancia y la aplicación de lo que se ha dispuesto (art. 11-12).

En la carta que acompaña al Motu proprio, el papa Francisco especifica que, en el pensamiento de su predecesor, todos los que buscaban en el Misal de 1962 la forma litúrgica más estimada, también aceptaban el carácter vinculante del Vaticano II, de modo que los dos usos del único rito romano no deberían producir separaciones, sino que se enriquecerían mutuamente. Así pues, era con estas convicciones con las que Benedicto XVI invitó a los obispos a superar dudas y temores, con la garantía de que, si saliesen a la luz serias dificultades en la aplicación de la normativa, se buscaría el modo mejor de remediarlas.

Después de estos puntos, Francisco recuerda el encargo, que confió a la Congregación para la Doctrina de la Fe, de iniciar una consulta a todos los obispos acerca de la aplicación del Motu proprio Summorum Pontificum. Dicha consulta, que Benedicto XVI ya había previsto hacer tres años después de su entrada en vigor[9], fue realizada el 7 de marzo de 2020, es decir, trece años después. Cuando se obtuvieron las respuestas de los obispos al cuestionario enviado[10], el papa Francisco ha reconocido que, por desgracia, la intención pastoral de sus predecesores «ha sido a menudo gravemente ignorada», en el sentido que «una oportunidad ofrecida por san Juan Pablo II y con mayor magnanimidad aún por Benedicto XVI para restaurar la unidad del cuerpo eclesial, respetando las diversas sensibilidades litúrgicas, ha sido aprovechada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias y construir oposiciones que hieren a la Iglesia y dificultan su progreso, exponiéndola al riesgo de la división».

Al reconocer la existencia de «abusos por una parte y por otra en la celebración litúrgica», también Francisco, «al igual que Benedicto XVI», deplora que «en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que este llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación a la creatividad, la cual ha llevado a menudo a deformaciones al límite de lo insospechable». Pero lo que más le entristece es «el uso instrumental del Missale Romanum de 1962, que se caracteriza cada vez más por un rechazo creciente no solo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la “verdadera Iglesia”». Más aún, «dudar del Concilio significa […], en definitiva, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia». Ahora bien, «precisamente el Concilio Vaticano II –añade Francisco–, es el que ilumina el sentido de la decisión de revisar la concesión permitida por mis Predecesores».

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Llegados a este punto, se evocan los principios que han guiado la reforma litúrgica con el fin de favorecer la plena, consciente y activa participación de todo el Pueblo de Dios en la acción litúrgica. De esta acción litúrgica, la expresión más eminente es, sin lugar a dudas, el Misal Romano, ya que encierra los ritos y las oraciones con que se hace la Eucaristía. Por eso, se debe considerar que el Misal Romano, adaptado varias veces a lo largo de los siglos a las necesidades de los tiempos, finalmente publicado por Pablo VI en 1970 y nuevamente revisado por Juan Pablo II en el 2002, ha sido conservado y renovado «ateniéndose fielmente a la Tradición». Francisco concluye su decisión con una advertencia sobre la que volveremos más adelante: «Quienes deseen celebrar con devoción según la forma litúrgica anterior no tendrán dificultad en encontrar en el Misal Romano, reformado según la mente del Concilio Vaticano II, todos los elementos del rito romano, especialmente el canon romano, que es uno de sus elementos más característicos»[11].

El Motu proprio «Traditionis custodes»

Si la carta de presentación del Motu proprio se entiende perfectamente, no lo es tanto el mismo Motu proprio, el cual necesita ser explicado mejor. Este consta de ocho artículos y de un preámbulo, cuyas primeras palabras ya anuncian un cambio de rumbo. En efecto, mientras el íncipit de la Summorum Pontificum subrayaba que el legislador, bajo su responsabilidad de pastor supremo, pedía a los obispos que se hicieran cargo de las decisiones tomadas, ahora, ya desde el inicio de la Traditionis custodes, se dice que el legislador – en analogía con lo que anteriormente se dijo en el Motu proprio Magnum principium[12] – delega a los obispos, «en comunión con el obispo de Roma», la responsabilidad de custodiar y salvaguardar la tradición, ya que se les ha confiado el gobierno de unas Iglesias.

Tras las observaciones recibidas a la «amplia consulta hecha a los obispos en 2020», el papa Francisco, con el deseo de «proseguir aún más en la búsqueda constante de la comunión eclesial», establece que «los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del rito romano» (art. 1). Respecto al Misal de 1962, al obispo diocesano se le reconoce una «exclusiva competencia» para autorizar su uso en su diócesis, «siguiendo las orientaciones de la Sede Apostó- lica» (art. 2). En la diócesis donde ya existen «uno o más grupos que celebran según el Misal anterior a la reforma de 1970», se le pide al obispo que compruebe «que tales grupos no excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica» (art. 3 § 1); que indique «uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos puedan reunirse para la celebración eucarística (no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales)» (art. 3 § 2); que establezca «en el lugar indicado los días en que se permiten las celebraciones eucarísticas, utilizando el Misal Romano promulgado por san Juan XXIII en 1962»; que «en estas celebraciones las lecturas se proclamen en lengua vernácula, utilizando las traducciones de la Sagrada Escritura para el uso litúrgico, aprobadas por las respectivas Conferencias Episcopales» (art. 3 § 3); que nombren a un sacerdote preparado adecuadamente[13] «que, como delegado del obispo, se encargue de las celebraciones y de la atención pastoral de dichos grupos de fieles» (art. 3 § 4); que proceda «en las parroquias personales erigidas canónicamente en beneficio de estos fieles, a una valoración adecuada de su utilidad real para el crecimiento espiritual»; que evalúe «si las mantiene o no» (art. 3 § 5); y que «no autorice la creación de nuevos grupos» (art. 3 § 6).

Por tanto, toda esta normativa conlleva dos situaciones en las que pueden encontrarse los presbíteros: la de aquellos que han sido «ordenados después de la publicación del presente Motu proprio, y que quieran celebrar con el Missale Romanum de 1962, quienes deberán presentar una solicitud formal al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización» (art. 4); y la de aquellos que «ya celebran según el Misal Romano de 1962, quienes deberán pedir la autorización al obispo diocesano para que sigan manteniendo esa facultad» (art. 5). Después de esto, se comentan dos medidas para actualizar los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica desde el punto de vista jurídico-litúrgico (art. 6-7). Y, por último, para amortiguar la perplejidad en que se habrá quedado alguno, y para disipar toda duda sobre si el Misal de Pablo VI ha derogado o no al Misal de Pío V, el papa termina diciendo: «Quedan abrogadas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores que no se ajusten a las disposiciones del presente Motu proprio» (art. 8).

La misa en la comparación de los misales de Pío V y de Pablo VI

Quizá nos haya pasado, a menudo, que cuando defendemos nuestras opiniones y posturas, sacándolas de quicio, no conocemos realmente las de los otros. Esta sencilla afirmación se puede aplicar para quienes se aferran a su Misal, no conociendo quizás el de los demás. Así se puede decir que muchos sacerdotes y fieles, que han venido celebrando con el Misal del Concilio en los últimos cincuenta años, nada conocen ni han experimentado del Misal preconciliar. Y lo mismo vale para esos sacerdotes y fieles que, unidos afectivamente al Misal de Pío V, no se han interesado, o no lo han hecho como para abrir su corazón suficientemente a los tesoros contenidos en el Misal de Pablo VI. Por tanto, sería muy útil establecer una comparación entre los dos Misales[14], es decir, entre el Misal de Pío V (1570), fijándonos en su última versión editada por Juan XXIII (1962), y el Misal de Pablo VI (1970), en su tercera edición typica querida por Juan Pablo II (2002).

En el Misal de 1570/1962, los ritos iniciales se presentan bastante recargados, debido al elevado número de elementos relativamente tardíos que se han ido añadiendo. Después de haberse revestido las sagradas vestiduras, manípulo incluido, el sacerdote comienza la Misa a los pies del altar con la señal de la cruz[15]; luego, en diálogo con el ministro, recita el salmo 42 «Iudica me, Deus», al que hace de marco la antífona «Introibo ad altare Dei»; prosigue, siempre en diálogo con el ministro, el «Confiteor». Primero lo recita el sacerdote, que confiesa sus pecados, dirigiéndose también a la asamblea terrenal, representada por el ministro, ante la cual dice «et vobis, fratres» y «et vos, fratres». Después de haber respondido con la fórmula desiderativa «Misereatur tui», el ministro recita a su vez el «Confiteor», dirigiéndose al sacerdote en las palabras «et tibi, pater» y «et te, pater». El sacerdote responde con la fórmula desiderativa «Misereatur vestri», a la que sigue la fórmula de absolución «Indulgentiam, absolutionem». Así pues, continúa con la recitación dialogada de cuatro versículos y otras tantas respuestas. Después sube al altar recitando en voz baja la oración «Aufer a nobis» y, mientras besa el altar, hace la oración «Oramus te, Domine». Por último, va con las manos juntas hacia la derecha del altar, donde se encuentra el Misal, y haciendo la señal de la cruz lee la antífona de entrada. Vuelto al centro, alterna con el ministro las invocaciones del «Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison», que se repiten de tres en tres, en total nueve veces. Después, reza, si se prevé, el «Gloria». Besado de nuevo el altar, se vuelve hacia la asamblea y la saluda con el «Dominus vobiscum»[16]. Y va de nuevo donde está el Misal para recitar la colecta o dos colectas, si las hay, después de haber dicho «Oremus» solo a la primera. Se debe observar que, en los ritos iniciales, todo transcurre en torno al altar. Y es que, a finales del primer milenio, fue desapareciendo la percepción de la función sagrada de la sede, así el altar se impuso como signo indiscutible y único.

En el Misal de 1970/2002 todo se desarrolla en la sede, situada preferentemente al fondo del ábside, según el modelo de lo que se ve aún hoy día en las antiguas basílicas romanas. La sede es, desde el inicio de la Misa, el signo sagrado de la presidencia, lo cual hace posible al mismo tiempo la acción litúrgica desde el ambón y el altar. La reforma litúrgica, para subrayar lo esencial del rito introductorio, ha suprimido la salmodia y ha dejado solo una recitación del «Confiteor». Además, ha revalorizado el saludo presidencial y lo ha situado en su contexto originario. De este modo, se asegura que la celebración tenga una estructura válida desde el punto de vista ritual y significativo desde la perspectiva teológica. Así lo afirma la rúbrica, que ahora dice: «El saludo sacerdotal y la respuesta del pueblo manifiestan el misterio de la Iglesia congregada». Por otro lado, las fórmulas del saludo han sido enriquecidas; así el tradicional «Dominus vobiscum» y su variante episcopal «Pax vobis», han sido sustituidas con dos fórmulas alternativas de inspiración paulina. La prima: «Gratia Domini nostri Iesu Christi, et caritas Dei, et communicatio Sancti Spiritus sit cum omnibus vobis» (2 Cor 13,13); y la segunda: «Gratia vobis et pax a Deo Patre nostro et Domino Iesu Christo» (Rom 1,7; 1 Cor 1,3; Gal 1,3; Ef 1,2; 2 Ts 1,2). Una y otra, muy usadas, se han hecho ya familiares a todos.

Retomando, otra vez, el Misal de 1570/1962, vemos que, también para la liturgia de la Palabra, el altar sigue imponiéndose como un indiscutible polo de atracción. Mientras que en los tiempos antiguos la proclamación se realizaba desde el ambón, con el tiempo y poco a poco, a causa de una lengua que ya no se hablaba, además de la progresiva clericalización de los ministerios, la función sagrada del ambón desapareció por completo. Así, el ambón se vio privado de la primera de sus dos finalidades. En efecto, el ambón mantuvo su lugar de predicación en el púlpito, sin embargo, su lugar como proclamación se trasladó al altar, hasta convertirse en un pequeño atril. Privado de su original espacio, el leccionario también se situó sobre el altar, mejor dicho, dentro del Misal, hasta fundirse con el Misal plenario. Una vez concluidos los ritos iniciales con la colecta, el sacerdote lee la primera lectura, tomada principalmente de las epístolas paulinas. Para recordarle que no lee para sí, sino para el pueblo, la rúbrica dice: «legit epistolam intelligibili voce»[17]. En el caso de una Misa solemne, lo acompaña el subdiácono que, estando en el lado derecho, vuelto al altar («contra altare»), canta la epístola desde el Misal que tiene él mismo en la mano, mientras el sacerdote la lee «submissa voce»[18]. El celebrante continua leyendo en voz baja el «Graduale», dice el «Munda cor meum» y lee el Evangelio. En la misa solemne, después de haber leído por su cuenta el Evangelio («lecto Evangelio»), se dispone a escuchar la proclamación hecha por el diácono. En efecto, el subdiácono a modo de ambón con movimiento propio, le sostiene el Misal, vuelto en parte al altar y en parte al pueblo («contra altare versus populum»)[19], canta el Evangelio, una vez que el celebrante se ha dirigido «in cornu Epistolæ» que lo escucha con las manos juntas. A las lecturas le siguen, si procede, el sermón[20] y el Credo.

El Misal de 1970/2002, obediente al principio de la verdad, reconoce la especificidad y la diversificación, consiguiente, de los signos sagrados en base a las respectivas funciones o ministerios. Por tanto, el leccionario, sacado del Misal plenario, vuelve a ser el libro propio, que tiene la función de contener todas las perícopas escriturísticas destinadas a la proclamación litúrgica. Así también, dejando la mesa del altar y recuperando su puesto, el ambón ha vuelto a adquirir su función originaria, la de servir como soporte sagrado o mesa estable para el libro de la Palabra. Además, el diácono –o, en su ausencia, el sacerdote–, se presentan como lectores cualificados para la proclamación del Evangelio, viéndose también a su lado los lectores instituidos[21], o los lectores extraordinarios, que tienen el encargo de proclamar todas las demás lecturas de la Palabra de Dios. La reforma litúrgica ha enriquecido con abundancia el leccionario, tanto para el ciclo dominical distribuido en tres años, como para el ciclo ferial, dividido en dos años. A la proclamación de la Palabra de Dios le sigue la oración de los fieles, con la que la asamblea pide a Dios Padre que le ayude a poner en práctica cuanto ha interiorizado con la escucha anterior. No se trata de una creación ex novo, sino de la recuperación de un elemento litúrgico de primera magnitud deseado por la constitución conciliar[22].

Volviendo ahora a la liturgia de la Eucaristía, en el Misal de 1570/1962, vemos que el ofertorio presenta una complejidad parecida a la de los ritos iniciales. En estos aparecían las apologías del introito, aquí las apologías del ofertorio. Con esta expresión, los historiadores de la liturgia designan ese complejo de oraciones devocionales, que «nacieron […] en tiempos de decadencia litúrgica»[23], como una «farragosa abundancia de formas y de fórmulas», llamada, a partir del siglo XV, «pequeño canon» o «canon menor»[24], en cuanto que adelanta algunos temas fundamentales del canon. En particular, el tema de la ofrenda es anticipado: para el pan, por el «Suscipe, sancte Pater» y, para el vino, por el «Offerimus tibi, Domine». Si el «Deus, qui humanæ substantiæ» se asemeja a una epíclesis de comunión y el «Veni, sanctificator» a una epíclesis de transubstanciación, a su vez el «Suscipe, sancta Trinitas» tiene todas las características de una intercesión para la Iglesia triunfante y para la Iglesia en el mundo. Después de la «Secreta», que concluye el complejo ofertorio, tiene lugar la liturgia eucarística propia y verdadera, representada por el canon y por los ritos de comunión.

En el Misal de 1970/2002 las oraciones que acompañan a la presentación de dones se han reducido considerablemente. En cuanto a la plegaria eucarística, sabemos que la reforma de Pablo VI ha sumado al canon romano[25] unos tres formularios más de nueva composición que son las plegarias eucarísticas II, III y IV. La edición de 2002 las sigue manteniendo en una posición privilegiada en cuanto a la redacción, aunque aún les falta rodaje respecto a otros nuevos formularios.

Para tener una visión de conjunto sobre la organización rubrical del sacrificio de la misa antes del Vaticano II, se podrían señalar las complicadas incensaciones; los repetidos besos e inclinaciones al altar y a las cosas; las veintiséis señales de la cruz realizadas en el canon; el levantamiento apenas mencionado de la planeta en la doble elevación; el mandato hecho al sacerdote de no separar los dedos pulgares e índices desde la consagración hasta las abluciones; y, más aún, el «Pater» recitado o cantado por el celebrante solo a partir del «Per omnia sæcula sæculorum» que lo precede, dejando al ministro o a los fieles el «Sed libera nos a malo»; el intercambio de la paz reservado solo a los ministros en la misa solemne; y la mención de la comunión solo a los fieles en contadas ocasiones[26]. En el nuevo Misal, estas prácticas, afectadas por obsoletas rúbricas, fueron simplificadas; incluso la misma comunión de los fieles, como una excepción a la norma, ya fue propiciada por los maestros espirituales del siglo XVI y promovida con la autoridad de Pío X (†1914) y de Pío XII (†1958).

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Los elementos que en el Misal de 1570/1962 componen el rito conclusivo, son cuatro: la despedida «Ite, Missa est», la oración en voz baja «Placeat tibi, sancta Trinitas», la bendición final y la lectura del prólogo de Juan, llamado «Último Evangelio». Detengámonos en el «Ite, missa est», que popularmente se ha incluido entre los dichos famosos latinos de uso profano. En el sínodo sobre la Eucaristía de 2005 muchos obispos le prestaron su atención. Ellos estaban convencidos profundamente de que el rito conclusivo era un compromiso ético del cristiano como prueba de su autenticidad de oyente de la Palabra de Dios y de las participaciones en la mesa del Pan de vida. De ahí que hayan solicitado a los organismos competentes revaluar, mediante oportunas explicitaciones y adaptaciones, la unión entre la missa (= misa celebrada), la dimissio (= salida/despedida) y la missio (= envío para la misión). Benedicto XVI, haciendo suya la preocupación de los obispos, con la exhortación apostólica post-sinodal, afirmó: «Después de la bendición, el diácono o el sacerdote despide al pueblo con las palabras: “Ite, Missa est”. En este saludo podemos apreciar la relación entre Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo»[27]. En el Misal de 1970/2002, con esta fórmula de despedida, cambiada de antes a después de la bendición, alternando diversas fórmulas, se concluye la celebración.

Los misales de Pío V y de Pablo VI: más cerca de lo que se piensa

La comparación de cada uno de los Misales nos ayuda a entender mejor la invitación que el papa Francisco dirige a cuantos se sienten afectivamente unidos al Misal tridentino «de encontrar en el Misal Romano reformado según la mente del Concilio Vaticano II todos los elementos del rito romano», sobre todo aquellos característicos que el nuevo Misal no solo ha conservado, sino también exaltado «ateniéndose fielmente a la Tradición». La afirmación no debe sorprendernos, ya que el Misal de Pablo VI es una prolongación del Misal de Pío V, y no puede ser de otra manera, ya que los dos santos Pontífices que los han promulgado remaban en la misma dirección.

Aun sabiendo el compromiso con el que Pío V afrontó la tarea que le confió el Concilio de Trento, es decir, de llevar el Misal «ad pristinam sanctorum Patrum normam ac ritum»[28], o dicho de otro modo, de volver al tiempo de los Padres, hay que reconocer que no se alcanzó dicho objetivo. De hecho, los expertos que ayudaron al Pontífice no disponían de la documentación ni de la metodología de investigación que hoy día tienen los cultores de las ciencias litúrgicas. En definitiva, se trató de una buena intención, es decir, de un sincero deseo que motivó un cierto movimiento estructural. Así fue cómo el inacabado proyecto del Concilio de Trento y de Pío V se retomó –exactamente cuatrocientos años después–, por otro Concilio y otro Pontífice.

A todos los que sitúan el inicio de la tradición litúrgica con el Misal de Pío V, con el fin de encumbrarlo, o de presentarlo como definitivo, intangible e inmutable, habría que recordarles que la tradición tiene un alcance mucho más amplio que un momento concreto de la historia. Consciente de esta continuidad ininterrumpida a lo largo de dos milenios de historia, el Vaticano II retomó nuevamente esta delicada obra de restauración con estas palabras: «El Ordinario de la Misa sea revisado, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles. En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que con el correr del tiempo se han duplicado o añadido; restablézcanse (restituantur), en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres (ad pristinam sanctorum Patrum normam), algunas cosas que han desaparecido a causa del tiempo, según se estime conveniente o necesario»[29].

No es por casualidad que estas palabras, que ya se constataron en la constitución apostólica Quo primum de Pío V, aparezcan también en la Sacrosanctum Concilium y en la constitución apostólica del Missale Romanum de Pablo VI. Con ellas, se confirma la clara voluntad de retomar un proyecto que ya se inició, pero que las circunstancias histórico-culturales no permitieron llevar a término. Podemos estar seguros de que en la estructura actual de la misa, felizmente redescubierta y restaurada, todos los santos Padres la habrían reconocido, comenzando por Justino (†165 ca.), que en su célebre descripción de la liturgia dominical esbozó, con una claridad sorprendente, las directrices que fundamentaron la vertebración del edificio litúrgico[30].

Todo el que se preocupa por la celebración de los ritos sagrados en el espíritu del Concilio Vaticano II –sea cultor de las ciencias litúrgicas, o responsable de comunidades, o un simple fiel–, no puede más que dar las gracias al papa Francisco por haber querido compartir con los pastores de las Iglesias locales el «cuidado de toda la Iglesia» en la búsqueda de la unidad y de la concordia con el uso del Misal Romano y, al mismo tiempo, el haber reafirmado con ineludible determinación los valores de la reforma litúrgica, colmando así una brecha eclesial que, en lugar de reducirse, corría el riesgo de crecer cada vez más.

Nota complementaria. Las once «dubia» de los obispos y las respuestas de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

Después de la promulgación del Motu proprio Traditionis custodes, del 16 de julio de 2021, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos recibió varias solicitudes de aclaración («dubia») sobre su correcta aplicación por parte de los obispos. El 4 de diciembre de 2021, el prefecto, arzobispo Arthur Roche, respondió a estos con un documento que sin duda honra el nuevo curso de la Congregación. Se acompaña de una carta a los presidentes de las Conferencias Episcopales en la que aparecen las siguientes afirmaciones: (1) la primera finalidad del Motu proprio es continuar en la búsqueda constante de la comunión eclesial; (2) la comunión eclesial se expresa en el reconocimiento de los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI como la única expresión de la lex orandi del rito romano; (3) la celebración eucarística, que es el vínculo más profundo de la unidad, no puede convertirse en motivo de división; (4) la reforma litúrgica, comprendida por los Padres conciliares como urgente, tenía por objeto promover una participación plena, activa y consciente de los fieles en la celebración; (5) los obispos no deben prestarse a polémicas estériles en las que el hecho ritual es instrumentalizado por visiones ideológicas; (6) todos –presbíteros y laicos–, están llamados a redescubrir el valor de la reforma conciliar a través de una continua y renovada formación litúrgica; (7) los obispos están llamados a orientar su compromiso como pastores en la convicción de que la reforma litúrgica es irreversible.

El documento de la Congregación resume las preguntas de los obispos en once «dubia». Cada «dubium», expresado en forma de pregunta, va seguido de una respuesta, afirmativa o negativa, acom- pañada, en la mayoría de los casos, de una nota explicativa. Veamos nuevamente las tres implicaciones de cada «dubium» (pregunta, respuesta, explicación), remitiéndonos para algunos detalles al texto completo que, aprobado por el papa Francisco el 18 de noviembre de 2021, está disponible en el sitio web del Vaticano[31].

(i) Iglesias parroquialesPregunta: Si es imposible encontrar una iglesia u oratorio o capilla disponible para recibir a los fieles que celebran con el Misal de 1962, ¿puede el obispo diocesano pedir a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos la dispensa a lo dispuesto por el art. 3 § 2 y, por tanto, permitir la celebración en la iglesia parroquial? Respuesta: «Sí». Explicación: «La exclusión de la iglesia parroquial pretende afirmar que la celebración eucarística según el rito precedente, al ser una concesión limitada a dichos grupos, no forma parte de la vida ordinaria de la comunidad parroquial». La noción de «dispensa» o «concesión» se subraya a su vez con no menos de cuatro aclaraciones: «La valoración de esta imposibilidad [es decir, la imposibilidad de utilizar otro lugar] debe hacerse con escrupuloso cuidado»; «además, dicha celebración no es oportuno que sea incluida en el horario de las misas parroquiales»; «se entiende que, en el momento que haya otro lugar disponible, se retirará esta licencia»; la posible concesión de un templo parroquial no debe verse como «una oportunidad para promover el rito precedente».

(ii) Los sacramentos en el rito antiguoPregunta: ¿Es posible celebrar los sacramentos con el Rituale y el Pontificale Romanum anteriores a la reforma litúrgica? Respuesta: «No». Explicación: El Rituale y el Pontificale Romanum precedentes «han sido abrogados» (cf. art. 8); de ello se deduce que los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI son «la única expresión de la lex orandi del rito romano» (cf. art. 1).

(iii) ConcelebraciónPregunta: ¿Pueden los sacerdotes que no reconocen la validez y legitimidad de la concelebración seguir beneficiándose de la concesión del Misal Antiguo? Respuesta: «No». Explicación: «El deseo explícito de no participar en la concelebración, especialmente en la misa crismal, parece expresar una falta, tanto de aceptación de la reforma litúrgica, como de comunión eclesial con el obispo, requisitos necesarios para la concesión para celebrar con el Missale Romanum de 1962» (cf. art. 3 § 1).

(iv) Las lecturas en lengua vernáculaPregunta: ¿Es posible proclamar las lecturas de la Misa previstas en el rito antiguo directamente a partir de la traducción de la Biblia aprobada para uso litúrgico? Respuesta: «Sí». Explicación: El recurrir a la Biblia para lecturas en lengua vernácula (cf. art. 3 § 3), con respecto a las perícopas indicadas en el Misal de 1962, se hace necesario por el hecho de que el rito anterior no preveía el Leccionario, de ninguna manera podría proporcionarse ahora de uno, ya que su posible publicación anularía los enriquecimientos realizados por la reforma litúrgica.

(v) Consulta de la Santa Sede – Pregunta: ¿el obispo diocesano, para conceder la autorización de celebrar con el Misal de 1962 a los sacerdotes ordenados después de la publicación del Motu proprio (16 de julio de 2021), debe ser autorizado por la Sede Apostólica? Respuesta: «Sí». Explicación: «no se trata de un mero parecer consultivo, sino de una autorización necesaria» (cf. art. 4), que debe solicitarse a la Congregación para el Culto Divino (cf. art. 7). Después de los sacerdotes ordenados a partir de esa fecha, la mirada de la Congregación se dirige a los que están en formación: «deseando caminar con solicitud en la dirección indicada por el papa Francisco, se anima a todos los formadores de los Seminarios a acompañar a los futuros diáconos y presbíteros en la comprensión y en la experiencia de la riqueza de la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II».

(vi) La duración de la concesiónPregunta: ¿Se puede otorgar el uso del Misal antiguo por un tiempo definido? Respuesta: «Sí». Explicación: «la finalización del período definido ofrece la posibilidad de verificar que todo esté en armonía con la orientación establecida por el Motu proprio», proporcionando al obispo los «motivos para prolongar o suspender la concesión».

(vii) La extensión de la concesiónPregunta: ¿El permiso para usar del Misal antiguo otorgado por el obispo diocesano se aplica solo al territorio de su diócesis? Respuesta: «Sí».

(viii) El sustituto del sacerdote autorizadoPregunta: En ausencia del sacerdote autorizado, ¿debe quien lo reemplaza tener también una autorización formal del obispo diocesano? Respuesta: «Sí».

(ix) Diáconos y Ministros instituidosPregunta: ¿los diáconos y los ministros instituidos que participan a una celebración con el Misal de 1962 deben ser autorizados por el obispo diocesano? Respuesta: «Sí».

(x) La binación entre semana en ambos ritosPregunta: «Un presbítero que está autorizado para celebrar con el Missale Romanum de 1962 y que, a causa de su oficio (párroco, capellán, …), celebra también los días feriales con el Missale Romanum de la reforma del Concilio Vaticano II, ¿puede binar haciendo uso del Missale Roma-num de 1962». Respuesta: «No». Explicación: «El párroco o capellán que –en cumplimiento de su oficio–, celebra los días feriales con el actual Missale Romanum, única expresión de la lex orandi del rito romano, no puede binar celebrando con el Missale Romanum de 1962, ni con un grupo ni privadamente. No es posible conceder la binación, dado que no existe “causa justa” o “necesidad pastoral” exigidos por el canon 905 § 2: no se niega en absoluto el derecho de los fieles a celebrar la Eucaristía, ya que se les ofrece la posibilidad de participar en la Eucaristía su forma ritual actual».

(xi) La binación para los grupos distintos de fielesPregunta: «Un presbítero que está autorizado a celebrar con el Missale Romanum de 1962, ¿puede celebrar el mismo día con el mismo Misal para otro grupo de fieles que ha recibido autorización?». Respuesta: «No». Explicación: no se puede conceder la binación porque, como en el caso anterior, no se configura la «causa justa» o la «necesidad pastoral».

  1. El documento «Traditionis custodes sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970» entró en vigor con su publicación en el Osservatore Romano, 16 julio 2021, 2s. Como ya sucedió en otros casos, el texto original italiano, incluso en ausencia de la redacción latina, está indicado para facilitar la investigación con un íncipit latino.

  2. Francisco, «Carta a los Obispos de todo el mundo para presentar el Motu proprio Traditionis custodes», Osservatore Romano, 16 julio 2021, 2s. La expresión «con confianza y parresía» se hace eco en la expresión «con gran confianza y esperanza» de la carta de Benedicto XVI.

  3. Congregación Para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, «Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Quattuor abhinc annos» (3 octubre 1984): AAS 76 (1984) 1088-1089.

  4. Juan Pablo II, Motu proprio Ecclesia Dei, (2 julio 1988): AAS 80 (1998) 1495-1498.

  5. Cf. M. Sodi – A. Toniolo (eds.), Missale Romanum. Editio Typica 1962. Edizione anastatica e Introduzione, Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2007. La siguiente edición, de 1965, no puede ser considerada ya tridentina, puesto que, además de ser bilingüe, presenta adaptaciones que ya son preludio de la reforma litúrgica.

  6. Sobre este Motu proprio, además de la editorial Civ Catt III (2007) 455- 460 («La liturgia nel solco della tradizione»), cf. C. Giraudo, «La liturgia nel solco della tradizione. Riflessioni in margine al Motu proprio Summorum Pontificum», Rassegna di Teologia 48 (2007) 805-822 y RivL 95 (2008) 253-272.

  7. La indicación «de rito latino» sirve también para los sacerdotes de rito ambrosiano y de rito hispano-mozárabe, es decir, que es válida para cuantos pertenezcan a los dos ritos latinos que cohabitan con el rito romano en las respectivas diócesis de Milán y de Toledo.

  8. La indicación «el sacerdote no necesita permiso alguno [para utilizar el Misal de 1962]», que se lee en el Motu proprio, expresa un real cambio respecto a la normativa precedente. Lo que en 1984 era un indulto, es decir, una concesión hecha –con carácter excepcional «indulgente» a la normativa– por el obispo diiocesano a cada sacerdote y a sus respectivos fieles, previa admisión legítima y conocimiento doctrinal del Misal de 1970, en el año 2007 se hace ley.

  9. La carta termina así: «Además, os invito, queridos Hermanos, a escribir a la Santa Sede un informe sobre vuestras experiencias tres años después de que entre en vigor este Motu proprio [Summorum Pontificum]. Si vinieran a la luz dificultades serias se buscarían vías para encontrar el remedio» (https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2007/documents/hf_ben-xvi_let_20070707_lettera-vescovi.html).

  10. En el cuestionario se pide un juicio sobre la forma extraordinaria, con particular atención a su efectiva aplicación, a su utilidad o al menos bajo el perfil pastoral, y a su repercusión en la formación de los seminaristas.

  11. Francisco, «Carta a los Obispos de todo el mundo para presentar el Motu proprio Traditionis custodes», L’Osservatore Romano, 16 julio 2021, 2s.

  12. Para este documento, que restablece a los obispos la competencia de las traducciones de los libros litúrgicos, cf. C. Giraudo, «Magnum Principium e l’inculturazione liturgica nel solco del Concilio», en CivCatt IV (2017) 311-324.

  13. Motu proprio Traditionis custodes 3 § 4: «[…] sea idóneo para esta tarea, competente en el uso del Missale Romanum anterior a la reforma de 1970, tenga un conocimiento del latín que le permita comprender plenamente las rúbricas y los textos litúrgicos, y esté animado por una viva caridad pastoral y un sentido de comunión eclesial. En efecto, es necesario que el sacerdote responsable se preocupe no solo de la celebración digna de la liturgia, sino también de la atención pastoral y espiritual de los fieles».

  14. La elección de las palabras «uno y otro Misal» se inspira en el título de dos libros del P. Beauchamp (L’Un et l’Autre Testament, 1. Essai de lecture, 2. Accomplir les Écritures, Paris: Seuil 1976.1990), que expresa bien la unidad entre los dos Testamentos.

  15. El signo de la cruz, con la fórmula trinitaria, y su aparición oficial, al inicio de la misa, tuvo lugar con el Misal de Pío V. Esta forma de hacer proviene del ámbito devocional personal del sacerdote, que ya en la sacristía comenzaba a signarse y a recitar en privado fórmulas propiciatorias.

  16. Los historiadores de la liturgia nos informan que este era el primitivo saludo inicial del que tanto insistían las mistagogías de los Padres.

  17. Cf. M. Sodi – A. M. Triacca (eds.), Missale Romanum. Editio Princeps (1570). Edizione anastatica, Introduzione e Appendice, Città del Vaticano: Libr. Ed. Vaticana, 1998, 12.

  18. Modificando la normativa precedente, la edición de 1962 añade: «quam celebrans sedens auscultat» (M. Sodi – A. Toniolo [eds.], Missale Romanum 1962, cit., 57). La rúbrica núm. 473, de nueva redacción, también aplica al lector el principio que subyace de este número: «In Missis in cantu, ea omnia, quæ diaconus vel subdiaconus aut lector, vi proprii officii cantant vel legunt, a celebrante omittuntur» (ibíd., 33).

  19. M. Sodi – A. M. Triacca (eds.), Missale Romanum 1570, cit., 12; M. Sodi –A. Toniolo (edd.), Missale Romanum 1962, cit., 59. Con el fin de poder situarse mirando con respeto al altar («contra altare») y dirigiéndose al pueblo («versus populum»), el diácono y el subdiácono se ponen uno frente al otro en paralelo con el altar, de tal modo que el subdiácono tenga el altar a la derecha y la nave a la izquierda.

  20. Así como la homilía no figura en la descripción «De Epistola, Graduali et aliis usque ad Offertorium», con las que las rúbricas generales del Misal de Pío V finalizan la liturgia de la Palabra, se la puede entender en la palabra «de aliis» (para las divisiones de la Misa en el Misal tridentino, cf. M. Sodi – A. M. Triacca [edd.], Missale Romanum 1570, cit., 10-19).

  21. Sobre la reciente extensión de los ministerios a las mujeres, establecida por el papa Francisco, cf. C. Giraudo, «La ministerialità della donna nella liturgia. Tra «sana tradizione» e «legittimo progresso»», en CivCatt I (2021) 586-599.

  22. Cf. Concilio Ecumenico Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 53. Para más detalles sobre la oración de los fieles, cf. C. Giraudo, La liturgia de la Palabra. Escucha, Israel – Escúchanos, Señor, Salamanca: Sígueme 2014, 121-163.

  23. M. Righetti, Manuale di storia liturgica, 3. La Messa, Milano: Àncora 1966 (rist. anast. 1998), 331.

  24. J. A. Jungmann, Missarum Sollemnia. Origini, liturgia, storia e teologia della Messa romana, 2, Torino: Marietti 1963, (rist. anast. Àncora 2004), 76.

  25. Para el texto y el comentario del canon romano, del cual Ambrosio (†397) nos dejó en el De sacramentis 4,21-27 (PL 16, 443b-446a) el más antiguo – aunque parcial – testimonio cf. C. Giraudo, «In unum corpus». Tratado mistagógico sobre la Eucaristía, Madrid: BAC 2017, 361-382. Los retoques aportados por el Misal de Pablo VI al canon romano son: a) la posibilidad de omitir los «per Christum Dominum nostrum» intermedi; b) la recuperación de la expresión «quod pro vobis tradetur» en la fórmula del pan; c) la extrapolación de la fórmula del cáliz de la expresión «mysterium fidei», que se convierte en monición para la aclamación anamnética; d) la sustitución de «in mei memoriam» del orden de iteración con con «in meam commemorationem».

  26. Cf. La rúbrica «Quo [Sanguine] sumpto, si qui sunt communicandi, eos communicet, antequam se purificet» (M. Sodi – A. M. Triacca [edd.], Missale Romanum 1570, cit., 351; M. Sodi – A. Toniolo, Missale Romanum 1962, cit., 405).

  27. Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis 51: AAS 99 (2007) 144.

  28. La expresión aparece en la Constitución apostólica Quo primum, con la que Pío V, el 14 de julio de 1570 promulgó el Missale Romanum ex decreto Sacrosancti Concilii Tridentini recognitum (cf. M. Sodi – A. M. Triacca [eds.], Missale Romanum 1570, cit., 3).

  29. Concilio Ecuménico Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 50.

  30. Para una proyección del Misal de Pablo VI sobre el «Misal de los Padres», que podemos idealmente vislumbrar en las sobrias notas de Justiano, cf. mi artículo citado en la nota 6, del que he tomado parte para la comparación entre uno y otro Misal.

  31. El texto completo de las Responsa ad dubia que, L’Osservatore Romano del 18 de diciembre de 2021, 11, resume, está disponible en el original italiano y en la traducción al francés, inglés, alemán y español [en línea], https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20211204_responsa-ad-dubia-tradizionis-custodes_sp.html

Cesare Giraudo
Doctor en teología y licenciado en filosofía, ha impartido clases de liturgia y de teología dogmática en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y en la Facultad de Teología de Nápoles.

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