La Editorial Vaticana acaba de publicar un volumen titulado Etica teologica della vita. Scrittura, tradizione, sfide pratiche (Ética teológica de la vida. Escritura, tradición, retos prácticos). La obra recoge las actas de un seminario interdisciplinario de estudio promovido por la Pontificia Academia por la Vida (PAV). Las intervenciones de los participantes responden a un texto base (TB), elaborado previamente por un grupo de teólogas y teólogos, convocado por la PAV. Como parte de su servicio a la Iglesia, la PAV favorece el diálogo entre voces que expresan diversas sensibilidades culturales y teológicas, con el fin de estimular un abordaje más rico y profundo de los temas relacionados con la ética de la vida. Como indica Mons. Vincenzo Paglia, presidente de la PAV, en la introducción del volumen, el Santo Padre ha estado informado desde el inicio de esta iniciativa y de la publicación de las actas. Ha alentado la realización de un debate académico sobre esta temática con la coordinación de la PAV (cfr p. 10). Un elemento transversal en esta obra es el esfuerzo por releer la ética de la vida escuchando las solicitaciones que el Papa ha dirigido a los teólogos.
En la obra que estamos presentando se plantean los temas fundamentales de la bioética teológica en la época que estamos viviendo, incluyendo «aspectos controvertidos de la ética teológica de la vida» (p. 6). Si se tienen en cuenta tanto la amplitud de los temas como la pluralidad de puntos de vista de los autores que intervienen, se trata de una contribución particularmente valiosa, precisamente por su carácter inclusivo y se puede decir que sinodal. Inclusión y sinodalidad van inevitablemente de la mano.
Inclusión y sinodalidad
Inclusión y sinodalidad pueden servirnos como claves de lectura de esta obra, que tiene el potencial para estimular un amplio debate durante los próximos años. La bioética o ética de la vida no se limita a los problemas de la clínica o a la protección de la autonomía de los participantes en investigaciones biomédicas. Es preciso incluir todos los grandes retos para el florecimiento de la vida, no solo la humana, en nuestro planeta. Por lo tanto, los problemas relacionados con la salud y la justicia globales, la ecología, las tecnologías de mejora genética e incluso la guerra y otras formas de violencia son relevantes para la bioética.
Tratándose de cuestiones complejas, es inevitable que se constate gran diversidad de aproximaciones, teniendo en cuenta la pluralidad de tradiciones intelectuales y espirituales de la humanidad. La pluralidad también existe en el seno de la tradición católica, que nunca ha sido monolítica. La buena teología no puede renunciar a la inclusión de diversas perspectivas y metodologías, en la más genuina tradición de las quaestiones disputatae. El volumen que estamos comentando se coloca en ese horizonte de diálogo y búsqueda.
Los grandes temas del volumen
El conjunto de temas abordados en el volumen se articula en doce capítulos, marcados por la estructura del TB. Esbozamos brevemente la temática de cada uno. Se inicia reflexionado sobre el gozo de la vida humana, que va acompañado por una llamada a cuidarla y a poner su valor en el centro de la reflexión y de la acción. En este capítulo inicial se recogen las indicaciones teológicas consideradas relevantes de algunos documentos significativos del papa Francisco, conformando una síntesis orgánica que sirve como elemento inspirador de las reflexiones que se presentan a continuación. En el segundo capítulo, se examina la enseñanza sobre la vida en las tradiciones del Antiguo Testamento, acentuando su realización cristológica en la encarnación y la resurrección de Jesús.
A continuación, se sitúa la reflexión en sus coordenadas históricas. A lo largo del volumen se destaca que la teología no es ahistórica ni culturalmente aséptica. Siempre se reflexiona desde un lugar, unos intereses y unas coordenadas espaciotemporales. Los capítulos cuarto y quinto son de gran interés para el teólogo moralista. El cuarto aborda críticamente la lectura realizada por la tradición magisterial y teológica sobre el quinto precepto del decálogo. El quinto examina los temas de la conciencia, la norma y el discernimiento morales, conceptos cuya íntima relación no siempre se comprende. En capítulos subsiguientes se abordan los temas emergentes de la bioética, como la perspectiva global, el cuidado de la casa común y las relaciones entre el ser humano y la máquina. El séptimo estudia las cuestiones relacionadas con el origen de la vida y la sexualidad, probablemente uno de los más complejos del libro. Otros capítulos se ocupan de la relación entre antropología y ética, el sufrimiento, la muerte y el cuidado del moribundo. La obra se corona con una mirada a la escatología, el horizonte que da sentido a la totalidad de la vida humana en la historia y que es ineludible para una acertada reflexión teológica sobre la vida.
Dada la amplitud de los temas es imposible comentar todos los aportes de esta obra. Nos limitamos a espigar algunos temas de los capítulos IV, V y VII, de especial interés para el teólogo moralista. Dadas las limitaciones de espacio, seguiremos sobre todo el recorrido propuesto por el TB, evocando algunos elementos de la discusión suscitada. De esta manera, destacaremos las preguntas fundamentales abordadas en el volumen. Estas han sido el objeto de una discusión libre, impulsadas en el desarrollo del seminario con el objetivo de ser profundizadas mediante un diálogo abierto, sobre todo en el ámbito teológico. En efecto, el TB se presenta como un punto de partida para la discusión, no como un texto acabado y definitivo, y todo el volumen es el resultado de un intento por favorecer tal proceso.
Un círculo virtuoso entre magisterio y teología
El capítulo IV del TB presenta un recorrido de la tradición teológico-moral sobre el tema de la ética de la vida física, atendiendo tanto a las intervenciones del magisterio como al trabajo de los teólogos. Durante los últimos decenios del siglo XX y lo que va del presente siglo, el magisterio pontificio ha estado muy activo en los temas de la bioética teológica. Por lo tanto, una primera contribución significativa del capítulo es la reflexión sobre la relación entre magisterio y teología.
Inscríbete a la newsletter
Al inicio del capítulo (TB 73), se destaca que entre teología y magisterio es necesario establecer un diálogo respetuoso que permita instaurar un fecundo «círculo virtuoso». Aunque ambos pertenecen al pueblo de Dios, a cuyo servicio se ponen, el magisterio y la teología tienen carismas y tareas distintas. La teología no puede sustituir el magisterio, pero tampoco debería limitarse a repetir los pronunciamientos oficiales. El teólogo tiene la misión de hacer preguntas, profundizar y hacer avanzar la reflexión, siempre en comunión con el magisterio y al servicio de la verdad del Evangelio. Este volumen es un claro testimonio del esfuerzo por establecer ese círculo virtuoso.
La vida humana inocente en la tradición teológica-moral
El capítulo IV centra su atención en la prohibición del atentado «directo» contra la vida humana inocente, que ha ocupado un lugar preponderante en el enfoque de temas clásicos de la moral de la vida: el aborto, el suicidio, la eutanasia, los medios ordinarios y extraordinarios, la legítima defensa e incluso temas relacionados con la guerra justa. Tradicionalmente, tanto el magisterio como la reflexión teológica han considerado que los deberes negativos vinculan con mayor fuerza, doctrina que ha sido vigorosamente reafirmada tanto en la Veritatis splendor (VS) como en la Evangelium vitae (EV). Los preceptos negativos de la ley natural – como la prohibición del atentado directo contra la vida inocente – obligarían de manera absoluta: Semper et pro semper. No cabría excepción alguna, independientemente de circunstancias y consecuencias. Atentados indirectos pueden justificarse aplicando el principio del doble efecto.
El número 85 del TB afirma que la argumentación de la teología moral tradicional no está exenta de un cierto racionalismo y de un fisicalismo naturalista, recogiendo críticas planteadas en la bibliografía teológico-moral de los últimos decenios. Esta manera de argumentar introduce, en efecto, una comprensión limitada del significado de la norma moral y del papel de la conciencia, reducida a juicio sobre la moralidad de la acción particular. Se plantea la pregunta sobre si una visión más atenta a la persona, como la propuesta por el Concilio Vaticano II, no requiere una comprensión más amplia del acto moral. Los autores del TB señalan que esa comprensión más amplia se deja sentir en documentos magisteriales posconciliares en materia bioética.
Tomemos el ejemplo de la EV. La encíclica no renuncia a la afirmación de preceptos absolutos, basados en la prohibición del atentado directo contra la vida inocente. Reafirma con vigor la prohibición total del aborto directo (cfr EV 62) y de la eutanasia (cfr EV 65). No obstante, también está atenta a la contextualización sociocultural y teológica de las indicaciones normativas. Por lo tanto, aunque en la EV sigue estando presente una fuerte acentuación de la dimensión normativa, también se constata la creciente atención a los contextos existenciales y socioculturales del obrar humano y de su imputabilidad moral.
El TB asocia la acentuación de la dimensión normativa con una relativa simplificación de la comprensión de las enseñanzas del magisterio y de la moral católica en general. El magisterio del papa Francisco, en efecto, insiste en la integración de la norma dentro del proceso decisional de la persona. El discernimiento práctico, llevado a cabo por la conciencia, adquiere una nueva importancia. De esta forma, la mayor atención al discernimiento y a la conciencia llevan a una notable profundización del significado de la norma moral.
En el ejercicio del discernimiento moral se constata una circularidad virtuosa entre la conciencia y la norma, que da pie para la superación de una distinción rígida entre la objetividad de la norma y la subjetividad de la conciencia. La conciencia humana no es una facultad que se limita a la aplicación de las normas en las circunstancias concretas. La atención a la complejidad del acto moral tiene importantes consecuencias. Para establecer que un determinado curso de acción – por ejemplo, una intervención clínica – es éticamente apropiado no basta con la aplicación más o menos mecánica de una norma general. Es preciso el arduo trabajo del discernimiento que tiene en cuenta las circunstancias de la persona y de su entorno social.
Personalismo, cristocentrismo, sociabilidad e historicidad de la moral
Los temas introducidos en el capítulo IV, se profundizan en el V, dedicado a la conciencia, la norma y el discernimiento. Es muy importante la relación que se establece entre la antropología teológica y la ética. Si nos atenemos a la comprensión «personalista» del ser humano, que encontramos en los documentos del Vaticano II y en el Magisterio posconciliar, la vida moral no puede entenderse como cumplimiento de los deberes impuestos por un orden impersonal y preestablecido, según el paradigma naturalista. De hecho, el TB no incorpora el concepto de la ley natural como fundamentación teórica para la articulación normativa, opción críticamente cuestionada por algunos de las intervenciones en el seminario. Volveremos más adelante al tema de la relación entre la conciencia y la ley, pero antes señalemos otros elementos significativos tratados en el capítulo V.
La visión moral del Vaticano II, además de personalista es cristocéntrica y eclesiológica. La vida moral, cristianamente entendida, es respuesta al llamamiento del Señor Jesús. La sequela Christi es el principio estructurante de la moral cristiana. La respuesta a la llamada de Cristo requiere un compromiso que no se puede realizar plenamente en solitario. Se vive en comunidad, haciendo camino con otros, en un compromiso comunitario e intersubjetivo. Esto no significa que la verdad del bien moral sea fruto del mero consenso. No obstante, no se puede obviar la dimensión social e histórica de la articulación de las normas morales. La ética cristiana es respuesta creyente al llamamiento de Cristo que se realiza en la particularidad de cada momento histórico. El ejercicio de la libertad, dimensión constitutiva de la persona, se da siempre en la historia y en relación con los otros. La persona es una realidad abierta a la comunión que encuentra su plenitud en el amor. Por eso la moral cristiana es una ética de la alteridad. Una afirmación, esta, que no suscita un consenso unánime: uno de los participantes interviene y cuestiona la categoría de alteridad, señalando que sería más bíblico hablar de la «projimidad».
Más allá del término que se utilice, es fundamental el hecho de que la consideración de la autonomía cristiana no se identifica con la autonomía individualista de la cultura liberal. Es una autonomía-en-relación, porque la persona no se realiza en el aislamiento egocéntrico. La dignidad humana también es una dignidad inherente al ser humano, que se realiza en la relación y en el servicio, sobre todo de los más vulnerables: los pobres, los enfermos, los niños, reconocidos siempre en su estatuto personal. El personalismo cristiano – que se articula en modelos teóricos bastante diversos – promueve, en general, una comprensión relacional de la libertad, que se expresa en la fraternidad y el servicio, con amor preferencial por los vulnerables. En este capítulo, habría sido útil una confrontación más profunda con la concepción de la libertad que se articula en la VS.
La conciencia y la ley
La concepción relacional y comunitaria de la persona tiene implicaciones para la comprensión de la conciencia moral. Si bien la conciencia es el sagrario inviolable en el que cada uno se encuentra a solas con Dios (cfr Gaudium et spes [GS], n. 16), ésta no es una realidad solitaria. La persona que es responsable ante su propia conciencia también es responsable por su conciencia. Tiene el deber de formarla. La formación de la conciencia tiene lugar en la comunidad, en el diálogo de las conciencias y al interior de una determinada cultura.
Para profundizar en el tema de la formación de la conciencia tiene especial relevancia el esclarecimiento de la relación entre la conciencia y la ley o normativa moral. El TB afirma que las leyes y normas morales son necesarias, pero, por sí solas, insuficientes para determinar cómo se debe obrar en la situación particular. La ley carece de sentido sin la conciencia. Solamente la conciencia del agente moral puede formular la norma concreta para la acción. Por ejemplo, la decisión sobre el número de hijos que se pueden recibir corresponde, en definitiva, a la pareja delante de Dios (cfr GS 50; Amoris laetitia [AL], n. 222).
La tradición ha identificado las razones que explican los límites de la ley para la determinación del bien que debe ser realizado en la situación particular. La primera razón, basada en la doctrina tomasiana, nos la recuerda Francisco en Amoris laetitia: «Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación» (AL 304). La razón práctica no opera al modo silogístico-deductivo. Requiere una continua confrontación con la experiencia, atenta al gran número de circunstancias cambiantes que inevitablemente afectan la deliberación[1]. La segunda razón es la generalidad de la ley, incapaz, por lo tanto, de abarcar todas las posibles situaciones particulares que se dan en la realidad (cfr AL 304). La tercera radica en la concurrencia o conflictos entre los diversos bienes y valores que están en juego en cada situación particular. Se pueden citar varios ejemplos clásicos de esta tercera razón: la legítima defensa ante el injusto agresor, la suspensión de tratamientos médicos devenidos desproporcionados en la situación particular de un enfermo y el ejemplo, ya identificado, de las decisiones sobre la paternidad y maternidad responsables que una pareja está llamada a realizar (TB 126-128; Cfr GS 50; AL 222)
Estos principios no son nuevos, pero el énfasis que en ellos ha puesto el magisterio del papa Francisco contribuye a una configuración de la ética teológica de la vida francamente remozada, muy lejos del rigorismo que todavía alienta algunos discursos eclesiales y que contribuye a la caricaturización de la moral católica que frecuentemente encontramos en los medios de comunicación, las redes sociales y la percepción popular. El capítulo V juega un papel fundacional en la arquitectura global del debate desarrollado en el seminario. Sirve de punto de partida a las intervenciones de los participantes en el seminario de estudio. El marco de referencia esbozado en este capítulo es válido en sus líneas generales. Identifica los hitos para una renovación profunda de una bioética teológica que se deja enseñar por las intuiciones y sugerencias del magisterio del papa Francisco.
Nacer, amar y engendrar
Estamos en uno de los campos más controvertidos de la ética teológica de la vida. Muchas transformaciones culturales recientes en este campo se contraponen frontalmente a las ideas cristianas sobre el matrimonio, la familia, la paternidad y la sexualidad. En el ámbito eclesial, el matrimonio, la familia y la procreación responsable han sido objeto de repetidas intervenciones del magisterio en las décadas que han seguido al Vaticano II. Entre ellas, hay que destacar la Humanae vitae (HV) y su doctrina sobre la inseparabilidad de las dimensiones unitiva y procreadora de la sexualidad matrimonial y la consecuente reafirmación de la ilicitud de todos los medios anticonceptivos artificiales. En conformidad con esta doctrina, no puede haber, moralmente hablando, sexualidad conyugal sin apertura a la transmisión de la vida. El reverso de la moneda lo encontramos en la instrucción Donum vitae (DV): la transmisión de la vida solamente es moralmente lícita como fruto de la unión sexual de los esposos. Para ilustrar la reflexión moral que se ofrece para el diálogo en este capítulo, nos limitamos a recoger el tratamiento del tema de la procreación médicamente asistida (PMA).
El nexo constitutivo entre sexualidad, amor conyugal y generación, planteado por la HV, es una verdad antropológica irrenunciable, inscrita en la experiencia común de las culturas. El acto sexual humano tiene una riqueza de significado irreductible a la sola dimensión fisiológica. En ese acto se da un don recíproco en el que tiene lugar la generación – no creación – de un tercero, distinto de sus progenitores (cfr TB 171). En esa perspectiva antropológica, se puede distinguir el sentido ético de las diversas técnicas de PMA. No todas las formas de PMA pueden valorarse de la misma manera.
La valoración ética negativa de la PMA heteróloga está claramente afirmada en el TB. Los donadores de gametos se limitan a aportar el «material biológico», vaciando de sentido la función simbólica de la maternidad y paternidad. En el caso de la pareja «solicitadora» de gametos, que serán los padres legales, el hijo no es fruto de una generación que compromete personalmente, incluso en el plano físico, a uno a través del otro. Genéticamente, es hijo de uno de ellos, introduciendo un desequilibrio relacional, que es más grave, se afirma, en la maternidad subrogada. En la PMA heteróloga y en la maternidad subrogada el cuerpo propio se reduce a objeto biológico. Las relaciones se vacían en su significado práctico y simbólico en nombre de una pretendida absolutez del deseo del hijo, que viene a ser el hijo del deseo (cfr TB 173), que se encuentra, además, privado de un origen biológico reconocible.
Más controvertida es la valoración de la PMA homóloga, en el «caso simple», que no requiere la formación de embriones supernumerarios. En este procedimiento, la generación no se separa artificialmente de la relación sexual, porque esta es, per se, infecunda. Al contrario, la técnica implica una intervención que permite remediar la esterilidad, no sustituyendo la relación, sino haciendo posible la generación. Se argumenta, en una de las intervenciones, que una pareja que recurre a la PMA homóloga lleva a cumplimiento lo que la relación sexual de estos esposos no puede realizar. La técnica en la medicina no puede ser rechazada a priori, sino que es objeto de discernimiento, para constatar si cumple con ser una forma de cuidado de la persona.
Esta valoración flexible de la PMA, inscrita en una interpretación antropológica más amplia de la relación entre sexualidad, esponsalidad y generación, presenta un argumento interesante al reinterpretarla como una intervención «terapéutica», que permite que la relación conyugal de los esposos infértiles alcance su realización plena como responsable donadora de nueva vida, abriendo su amor a la generación de un tercero. Es un razonamiento que, sin duda, dará pie a mucha discusión.
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
Además de estar en tensión con la letra de la DV – si bien ésta también considera la PMA homóloga menos negativa que la heteróloga – cabe preguntarse si no adolece de cierta ingenuidad ante la actual mercantilización de la PMA. Sumémosle a esto que es muy posible que no sea tan simple llevar a cabo el llamado «caso simple» – gametos de la pareja y sin embriones sobrantes – al menos tal como están estructurados los servicios de PMA en la actualidad en muchos países. Además, la fecundación de probeta, ¿no expone inevitablemente al embrión humano a los riesgos de todo procedimiento de laboratorio (errores, accidentes)? Una de las intervenciones que pone reparos éticos a la fecundación en el laboratorio, afirma con rotundidad la licitud de las técnicas de fecundación intracorpórea, una alternativa que a menudo no se examina suficientemente.
En todo caso, sin suscribir necesariamente las posiciones concretas, consideramos lícito que se plantee esta novel interpretación dentro de la tónica de questio disputata que, como ya se ha apuntado, atraviesa este libro. El planteamiento de temas novedosos y todavía debatidos es irrenunciable si queremos hacer avanzar la teología, particularmente la bioética teológica, que debe estar siempre en diálogo con las realidades cambiantes de la vida humana. La questio disputata no pretende sustituir el magisterio auténtico, sino abrir nuevos horizontes, que quedan siempre sujetos al juicio final de los pastores, particularmente al magisterio del Romano Pontífice.
Algunas observaciones a modo de conclusión
El volumen que estamos comentado constituye un valioso aporte a la renovación de la bioética teológica, inspirada por un diálogo fecundo con el magisterio del papa Francisco. Particularmente importante es el acento franciscano en el papel del discernimiento en la vida moral, así como su visión de una Iglesia en salida, hospital de campaña, dialogante y sinodal. En coherencia con el magisterio franciscano, el volumen constituye un interesante intento por imaginar un recorrido que favorezca la renovación de la bioética basado en el papel del discernimiento y de la conciencia formada del agente moral. Discernimiento y conciencia juegan un papel particularmente crucial en temas controvertidos como lo son los que atañen directamente a la moral de la vida, desde el ejercicio responsable de la sexualidad y la generación de nueva vida hasta los que rodean el morir humano y humanizado.
Otro mérito de este volumen es la integración de múltiples voces, incluyendo distintas orientaciones teológicas. No puede ser de otra manera si queremos tomar en serio la sinodalidad. En esta línea hay que señalar, sin embargo, un déficit que no es de poca importancia. El papa Francisco ha insistido mucho en la inclusión de las periferias. En Etica teológica della vita, fuera de los dos latinoamericanos y un africano, se echan de menos las voces de teólogos y teólogas «periféricos». Del volumen tomado en su conjunto, emerge un modo sobre todo europeo de comprender la teología, que dialoga principalmente con las tradiciones filosóficas del viejo continente. El texto tiene, sin duda otras limitaciones, que seguramente se irán haciendo patentes en los debates que suscitará. Hemos señalado algunas y otras han quedado en el tintero. Por ejemplo, habría sido deseable una mayor profundización en las éticas de la virtud o la escasa o nula atención que recibe el tema de la violencia.
No obstante los inevitables límites, este texto es un buen pre-texto para que continúe el debate y la profundización de la ética teológica de la vida, que no puede quedarse anclada en el pasado. El magisterio de la Iglesia y la teología moral, articulados en un círculo virtuoso, tienen el deber de profundizar el mensaje evangélico en su inagotable novedad y responder así a los retos de cada momento histórico al servicio del pueblo de Dios y de las misiones evangelizadoras de la Iglesia. Quizá se podrían promover encuentros regionales para analizar y profundizar los aportes de este volumen, para desarrollar, además, una reflexión que se concrete en contextos culturales diferentes, valorizando la riqueza de la tradición y de otras formas de pensamiento al interior de las cuales la teología desempeña su tarea crítica en el horizonte de la fe. Dichos encuentros podrían contribuir a ir preparando sinodalmente una futura intervención magisterial, que vuelva cada vez más profunda y adecuda la enseñanza de la Iglesia sobre la ética de la vida. San Juan Pablo II nos dejó, hace ya más de 25 años, la EV. ¿Nos legará el papa Francisco una nueva encíclica o exhortación apostólica sobre bioética, a la que quizá podría titular Gaudium vitae?
-
En este contexto, el papa Francisco cita un documento de la Comisión Teológica Internacional: «“La ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisiones” (Comisión Teológica Internacional. En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, 2009, 59)» (AL 305). ↑
Copyright © La Civiltà Cattolica 2022
Reproducción reservada