Personajes

«El amor no vive de palabras ni puede ser explicado con ellas».

La Madre Teresa de Calcuta, 25 años después.

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Hace 25 años, el 5 de septiembre de 1997, la Madre Teresa de Calcuta ponía fin a su peregrinaje terrenal. En octubre de 2003 fue proclamada beata por Juan Pablo II y en septiembre de 2016 canonizada por el papa Francisco[1]. Durante su vida tuvo muchos reconocimientos: en especial, el prestigioso premio Nobel de la Paz, en 1979.

A su regreso de Oslo, después de recibir el premio, la Madre hizo escala en Roma, y los periodistas se agolparon para entrevistarla. Entre las preguntas hubo una provocadora: «Madre, usted tiene 70 años. Cuando muera, el mundo será como antes. ¿Qué ha cambiado después de tanto esfuerzo?»

La religiosa podría haber reaccionado enérgicamente ante el periodista impertinente. En cambio, permaneció imperturbable y le respondió con una sonrisa: «Sabe, yo nunca he pensado que podría cambiar el mundo. Solo he intentado ser una gota de agua limpia en la cual pueda reflejarse el amor de Dios. ¿Le parece poco?». En la sala se hizo un gran silencio, de incomodidad y emoción. La Madre Tersa retomó la palabra y, dirigiéndose directamente al periodista, le preguntó: «Intente ser una gota de agua limpia usted también y así seremos dos. ¿Está casado?». «Sí, Madre». «Dígaselo a su mujer, y así seremos tres. ¿Tiene hijos?». «Tengo tres, Madre». «Dígaselo también a sus hijos y así seremos seis…»[2].

En otra ocasión, dijo: «La vida es el mayor don de Dios. Y por eso es penoso ver lo que sucede hoy: se destruye la vida voluntariamente con guerras, violencia, aborto. Nosotros fuimos creados por Dios para cosas más grandes: ¡amar y ser amados!»[3].

La obra de la Madre Teresa hoy

¿Qué ha cambiado en el mundo después de la muerte de la Madre Teresa? Hoy ya podemos decir algunas cosas. Han pasado 25 años y ciertos datos hablan por sí solos. Al momento de su muerte, la congregación de las Misioneras de la Caridad contaba con 594 casas en 120 países del mundo, con cerca de 4.000 hermanas[4]. Al 31 de diciembre de 2010 las religiosas eran 5.029, en 766 casas. Hoy, 25 años después, son 5.123, en 758 casas, con más de un millón de colaboradores laicos, y están presentes en todo el mundo, excepto en Vietnam y China (pero sí en Hong Kong)[5]. En julio pasado fueron expulsadas de Nicaragua.

Sin embargo, a la Madre no le habría gustado hacer un inventario como ese: la obra de las misioneras no puede en modo alguno medirse a partir del número de sus miembros. Para ella, no tiene sentido hablar de números, porque lo que cuenta es la persona individual a la cual se prodiga el servicio. «No estoy de acuerdo – decía la Madre – con hacer las cosas en grande. Para nosotros lo que importa es el individuo. Para poder amar a una persona, debemos entrar en estrecho contacto con ella. Si esperáramos alcanzar a mucha gente, nos desorientaríamos y no estaríamos en condiciones de manifestar amor y respeto por la persona individual. Creo en las relaciones de tú a tú: para mí cada persona representa a Cristo y, puesto que hay un solo Jesús, esa persona en ese momento es la única que existe en el mundo»[6].

Es esta también la razón por la que no puede criticarse la obra de las misioneras aduciendo a que no resuelve los problemas sociales, que sin embargo enfrenta en cada uno de los individuos. Su misión se limita al plano personal y espiritual: restituir dignidad a las personas, estar cerca de ellas para servirlas, amarlas desinteresadamente, tener la disponibilidad que caracteriza a los niños, que están abiertos a todo. «Nosotras mismas nos damos cuenta de que lo que hacemos es tan solo una gota en el océano. Pero si no existiera esa gota, al océano le faltaría esa gota perdida. No debemos pensar en términos numéricos. Solo podemos amar a una persona a la vez, solo podemos servir a una persona a la vez»[7].

En 1947, cuando sintió «la llamada en la llamada»[8] para intentar llevar a cabo la nueva fundación, la Madre Teresa escribió a su arzobispo: «Usted tiene todavía temor [de intervenir en Roma por mi causa]. Si la obra [que pretendo hacer] es solo humana, esta morirá conmigo; si es toda de Él, vivirá en los siglos por venir»[9].

Con el tiempo la obra de la Madre Teresa se fue también ramificando en distintas familias: los Hermanos Misioneros de la Caridad nacieron en 1963; las asociaciones internacionales de los colaboradores de la Madre Teresa en 1969; las Misioneras de la Caridad Contemplativa en 1976; tres años después, los Hermanos Contemplativos; luego, en 1984, los Padres – sacerdotes – Misioneros de la Caridad.

La Madre Teresa: ¿un desafío a la modernidad?

En una entrevista de 1996, el periodista y escritor Tiziano Terzani – que entonces miraba el mundo desde una perspectiva laica – le preguntó: «¿Por qué dar más valor al amor que a los medicamentos? ¿A las oraciones que a los analgésicos?»

«Nosotras no somos enfermeras – respondió la Madre Teresa –, no somos asistentes sociales, profesoras o médicos. Somos hermanas. Nuestros centros no son hospitales donde se sana a la gente. Son casas en las que la gente que nadie quiere es amada, siente que pertenece a algo». La Madre Teresa no se preocupaba de la pobreza como tal, y – en cierto sentido – ni siquiera de eliminarla. Para ella estaba clarísimo que Dios nos había creado a nosotros y que nosotros habíamos creado la pobreza[10]. «La Tierra es suficiente para saciar las necesidades de todos, pero no para colmar la voracidad de todos», decía Mahatma Gandhi, y ella agregaba: «El problema se resolverá cuando renunciemos a nuestra voracidad»[11].

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El periodista, sin embargo, insistía: «Usted, Madre, una vez dijo que si tuviera que elegir entre la Iglesia y Galileo, todavía estaría de parte de la Iglesia. ¿No es esto un rechazo de la modernidad, de la ciencia, que hoy es la gran fe de Occidente?». La Madre respondió: «¿Por qué, entonces, Occidente deja morir a la gente en la calle? ¿Por qué? ¿Por qué nos toca a nosotros en Washington, Nueva York, en todas estas grandes ciudades abrir centros para dar de comer a los pobres? Damos comida, vestido, refugio, pero sobre todo damos amor, porque sentirse rechazados por todos, sentirse no amados es todavía peor que tener hambre y frío. Esta es hoy la gran enfermedad del mundo. También del mundo occidental»[12].

En la breve entrevista quedan claras dos características de esta obra que revelan su modernidad. El primero es el propósito original por el que surgieron las Misioneras de la Caridad, simbolizado por la «Casa de los Moribundos» en Calcuta; el segundo es la conciencia de la pobreza humana que ofende la dignidad de «los más pobres de los pobres» en nuestro mundo occidental.

La «Casa de los moribundos»

Después de 1947 – fecha de la independencia de la India – llegaron al país dos millones de refugiados de Pakistán Oriental, y muchos convergieron en Calcuta, trayendo consigo una carga de enfermedades y muertes. La Madre Teresa se dio cuenta de ello inmediatamente, y cuando empezó a ayudar a los moribundos y a los enfermos terminales, necesitó imperativamente un lugar para albergarlos y cuidarlos. En una semana había visto morir a siete hindúes, en la calle, bajo la lluvia, abandonados por todos.

La idea de abrir un hogar para moribundos abandonados se hizo urgente cuando se encontró con una mujer en la calle, reducida a la muerte, que tenía parte de su cuerpo devorado por las ratas. La Madre Teresa estaba especialmente conmocionada y trató de llevarla al hospital más cercano. Los médicos se negaron a ingresarla, ya que no podían hacer nada más. Mientras la madre seguía insistiendo con ellos, la mujer murió en sus brazos. Fue quizá una de sus experiencias más trágicas, hasta el punto de que la Madre se armó de valor inmediatamente y se dirigió al alcalde para pedirle una habitación para atender a los moribundos. Las autoridades de Calcuta comprendieron la urgencia y le ofrecieron un local en desuso en Kalighat, cerca del templo de Kalí (diosa de la destrucción y la muerte, pero también diosa que da nombre a la ciudad). Al principio, los locales sirvieron de hospicio para peregrinos, pero con el tiempo se convirtieron en una guarida de ladronzuelos, drogadictos y prostitutas. Tomó el nombre de Nirmal Hriday («Casa del Corazón Puro»), pero pronto fue conocida como la «Casa de los Moribundos».

La noticia del nuevo uso de los locales voló como la pólvora y hubo protestas porque «la extranjera» se aprovechaba para convertir a los moribundos al cristianismo. Incluso hubo una queja para que se retirara a la religiosa y se devolviera el local al templo de Kalí. Se designó a un sanitario para que verificara el uso que se hacía de ellos.

Acudiendo sin previo aviso al lugar, el oficial médico vio a la Madre Teresa tratando las llagas de un moribundo y, en medio de un hedor insoportable, liberándolo de los gusanos que salían de las heridas. La monja vio a este señor y pensó que había venido a visitar a los enfermos: se ofreció a acompañarlo. El oficial dijo que quería examinar el lugar, pero que prefería hacerlo solo.

Tras la visita, le esperaban algunos manifestantes. El sanitario se declaró dispuesto a echar a las mujeres. Sin embargo, pidió a los presentes que las sustituyeran en el trabajo que estaban realizando: «Digan a sus madres y esposas que hagan lo que están haciendo estas mujeres. Si lo hacen, estoy muy dispuesto a echarlas»[13]. No hubo respuesta. En cualquier caso, hasta 1997, cuando murió la Madre Teresa, habían pasado por esas camas unas 67.071 personas, y 28.259 habían muerto al cuidado de las hermanas. Hoy el número de huéspedes ha superado los cien mil[14].

Si la convivencia con los sacerdotes de Kalí no era fácil, todo cambió el día en que la Madre Teresa recogió de la calle al jefe de los sacerdotes del templo: estaba enfermo y moribundo, tirado en el suelo como un trapo viejo e inútil, sin que nadie se ocupara de él. Salvo la pequeña religiosa…[15]

«El primer amor» de la Madre Teresa

Este lugar fue el «primer amor» de la Madre[16] que, al atender a los moribundos, vio realizado el Evangelio, especialmente la parábola del juicio: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo»[17]. El objetivo de la obra de las Misioneras de la Caridad, simbolizado por la «Casa de los Moribundos», está todo ahí: lograr una pureza de corazón que permita discernir y amar lo divino en cada persona, y hacer que cada hombre, incluso el más abandonado, redescubra su identidad divina. «El verdadero fin de la vida del hombre es morir sintiéndose amado por Dios, para volver a ese Todo Único del que formamos parte»[18].

En 1986, Juan Pablo II visitó la «Casa», quizás el único lugar del mundo en el que no hizo ningún discurso: «Entró en ella silencioso […], como todo sacerdote entra en casa de un moribundo. […] En la entrada había una pizarra, con dos flores dibujadas en ella y esto escrito: “Tres de febrero. Entraron: dos. Salieron: cero. Murieron: cuatro. Nosotros hacemos esto por Jesús”. El Papa no se despegaba de aquella pizarra. La Madre Teresa, una mujer práctica, lo tomó de la mano y lo condujo a la primera sala, el baño de hombres. Luego al de mujeres». El periodista que informó del episodio concluyó: «En el fondo del mundo está Calcuta. Y en el fondo de Calcuta está el dormitorio de la Madre Teresa»[19].

En 1992, durante el viaje oficial del Príncipe Carlos a la India, la Princesa Diana visitó la «Casa de los Moribundos». Lamentablemente, la Madre Teresa estuvo ausente, ya que fue retenida en Roma por problemas de salud. Quiso conocer a los enfermos terminales y a los moribundos con sencillez y verdadero afecto[20]. Quedó muy afectada por la experiencia y, de paso por Roma, quiso conocer a la Madre. Después, se dedicó mucho a los pobres, a los discapacitados, los niños hambrientos. Cuando Diana, en 1997, murió en el accidente del túnel de Alma en París, el cuerpo fue rearmado y en sus manos se anudó el rosario blanco que la Madre Teresa le había dado: la corona fue encontrada en su bolso en el momento de su muerte[21].

La pobreza del alma: la falta de amor

En 1985, la Madre Teresa descubrió en la América moderna, exactamente en el South Bronx de Nueva York, un tipo diferente de pobreza, la «falta de amor». Cuando uno necesita un plato de arroz, o una manta, o una cama, es fácil de remediar, «pero encontrar personas en los llamados países “desarrollados” que tienen dentro de sí amargura, ira, profunda soledad, falta de sentido, desesperación, representa una pobreza aún más difícil de curar y aliviar. Precisamente para llevar alivio y amor a estas personas, la Madre Teresa de Calcuta creó la rama de las Hermanas de la Palabra, que más tarde se llamaría Misioneras Contemplativas de la Caridad. Debían llevar el amor a la acción, no a través de la comida, sino de las palabras y la entrega de sentido»[22], ya que la pobreza del alma es mucho más devastadora que la pobreza material. «La peor miseria no es el hambre ni la lepra, sino el sentimiento de no ser querido, de ser rechazado, de ser abandonado por todos»[23].

Las hermanas de la Madre Teresa, además de los tres votos tradicionales de las órdenes religiosas, hacen un cuarto voto de «servicio libre ofrecido de todo corazón a los más pobres entre los pobres»[24]. En la historia de la Iglesia, este voto es una característica única de la congregación de las misioneras.

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¿Pero quiénes son estos pobres, que no son simplemente pobres, sino los más pobres de los pobres? «Mi casa – responde la religiosa – es la casa de los pobres. No sólo de los pobres, sino de los más pobres entre los pobres. De aquellos a los que no nos acercamos, porque nos da miedo la suciedad y la infección. De los plagados de enfermedades y contagios. De los que no pueden rezar en la iglesia, porque no tienen un trozo de tela. De los que no pueden comer, porque han perdido la fuerza para alimentarse. De los que no pueden llorar, porque han derramado todas sus lágrimas. De los que yacen en el pavimento de las calles, sabiendo que van a morir, mientras todos los demás pasan sin preocuparse por ellos. De los que necesitan no tanto una casa de ladrillos, sino un corazón que comprenda. De los que tienen hambre, no tanto de comida, sino de la palabra de Dios. De los que necesitan no tanto ropa, sino dignidad, pureza, justicia. De los marginados, de los no deseados, de los no amados, de los que se han quedado en el camino, porque también ellos son los pobres, los más pobres espiritualmente, bajo cuya apariencia tú, Dios mío, te escondes, sediento de mi amor, como te escondes en el pan de la Eucaristía»[25].

En todas las capillas de los misioneros hay un crucifijo, junto al cual se encuentra una gran cita del Evangelio: «¡Tengo sed!» (Jn 19,28)[26].

Un amor al alcance de todos

No es fácil llegar a ese sentimiento que nos hace reconocer a Dios en los más abandonados. Sin embargo, según la Madre Teresa, este amor está al alcance de todos: «El amor es un fruto siempre maduro y al alcance de todas las manos. Cualquiera puede arrancarlo sin límite. Todo el mundo puede alcanzar este amor mediante la meditación, el espíritu de oración y el sacrificio»[27].

Es interesante la referencia al Mahatma: «Gandhi amaba a su pueblo como Dios lo amaba a él: las cosas más bellas que me impresionaron de él fueron su no violencia y también su equiparación del servicio a los pobres con el amor a Dios. Dijo: “Quien sirve a los pobres, sirve a Dios”. La “no violencia” para Gandhi no sólo significa no usar armas ni bombas: es, ante todo, amor y paz y compasión en nuestros hogares. Se trata de difundir la no violencia fuera de nuestros hogares: sentir ese amor, esa compasión por los demás»[28].

A propósito de la «Casa de los Moribundos», la Madre Teresa relató un episodio arraigado en su corazón: «Caminando por las calles de Calcuta oyó un crujido procedente de un montón de basura. Se acercó y, al ver que algo se movía, extendió su mano y hurgando en la basura vio que debajo de ese montón había una persona con el cuerpo cubierto de gusanos y suciedad. Inmediatamente consiguió ayuda para transportar al hombre a Nirmal Hriday. Se necesitaron tres horas para limpiar ese cuerpo y librarlo de alimañas. Cuando las hermanas terminaron de limpiarlo y vestirlo, el hombre, con voz débil, susurró: “He vivido en la calle como un animal. Ahora muero rodeada de amor y cuidados, hermana, me voy a casa con Dios”. Inclinó la cabeza y expiró»[29]. La Madre Teresa comentó: «Esto es todo. Este es nuestro trabajo: el amor en acción. Simple»[30]. Luego añadió: «Sentí que [el moribundo] se regocijaba en este amor, en el hecho de ser deseado, amado, en el hecho de ser alguien para alguien»[31].

La Madre también anotaba cuidadosamente las personas con las que debía ponerse en contacto el moribundo para cumplir sus últimos deseos, ya fuera hindú, budista, musulmán, anglicano o católico. La fe de la monja era granítica: Jesús había muerto por todos, por lo que estaba íntimamente convencida de que la salvación, aunque fuera de forma misteriosa, se daba a todas las personas. Esta creencia suya no siempre fue comprendida y varias veces provocó malentendidos, pero ella no cedió. «Siempre he dicho que debemos ayudar a un hindú a ser mejor hindú, a un musulmán a ser mejor musulmán y a un católico a ser mejor católico. […] Dios obra a su manera en los corazones de los hombres. […] No debemos juzgar ni condenar… Lo único que importa es que amemos»[32].

El «Hogar para niños» abandonados

Unos años más tarde, la Madre Teresa abrió el «Hogar de los Niños», Shishu Bhavan, donde las hermanas recogían niños abandonados de las calles de Calcuta. Para ellos las misioneras eran ángeles de la guarda: los tomaban en brazos, los cuidaban, los alimentaban, los hacían jugar y, sobre todo, los amaban. Para la Madre, es un delito muy grave abandonar a un recién nacido o impedir que nazca. A diferencia de las otras casas, ésta es una casa viva y alegre. Los niños juegan allí, hay muchachas abandonadas que esperan dar a luz, jóvenes matrimonios que vienen a adoptar un niño. Hoy en día se ha convertido en un pequeño pueblo, con varios edificios. Cabe destacar el de los recién nacidos, el de los niños discapacitados, el de los leprosos o el de las enfermedades graves, e incluso un ambulatorio con servicio médico. Con el tiempo, este tipo de instalaciones se ha multiplicado considerablemente. Actualmente hay 61 centros sólo en la India[33].

El hogar para leprosos y enfermos de SIDA

En 1959, a 300 km de Calcuta, se creó un centro para leprosos, la «Ciudad de la Paz», Shanti Nagar. En aquella época, la lepra estaba muy extendida en la India, pero incluso ahora sigue siendo un problema: es el país que tiene el mayor número de leprosos del mundo. En Calcuta había un hospital para leprosos, pero estaba cerrado. La Madre Teresa tuvo dificultades para encontrar un lugar para ellos porque nadie quería estar cerca de los «apestados».

Un episodio vincula la «Ciudad de la Paz» con Pablo VI, durante su visita a la India en 1964, con motivo del Congreso Eucarístico[34]. El Papa le regaló un Lincoln descapotable, un regalo de los católicos americanos. La Madre estaba encantada, pero… no podía permitirse mantener un coche así. Un rico hindú la compró, ofreciéndole una buena suma, mitad en dinero y mitad en tierras alejadas de los núcleos de población, donde se podría construir una aldea para acoger, cuidar e incluso dar trabajo a estas personas rechazadas por todos. Además de los cultivos y la ganadería, también hay industrias artesanales: aquí se fabrican los «saris» de las Misioneras de la Caridad.

No muy lejos de Calcuta, en Titagarh, la Madre consiguió crear un segundo leprosario, dirigido por los Hermanos Misioneros: está dedicado a Gandhi, en el centenario de su nacimiento. Unos 46.000 leprosos han sido atendidos en las distintas casas[35].

En la Navidad de 1985, ante la insistencia del cardenal de Nueva York, la Madre Teresa también consiguió crear un centro de tratamiento de enfermos de SIDA, llamado «Don de amor»[36]. Incluso en las metrópolis más ricas y modernas, existen los excluidos, los no queridos, a menudo expulsados de sus hogares y reducidos a la pobreza. No falta la pobreza de los más pobres. Se construyó una segunda casa en Washington, a petición del presidente Ronald Reagan.

Cabe mencionar, en Roma, la casa «Don de María», encargada por Juan Pablo II, en la misma Ciudad del Vaticano, con una puerta que da a la Vía Gregorio VII: aquí tampoco faltan los necesitados de los que nadie se ocupa.

También cabe mencionar que en muchos países, devastados por las guerras, las hermanas han permanecido en el lugar, a medida que su presencia se hacía más necesaria: así en Irak, Ruanda, Burundi, Uganda, Sri Lanka, Colombia, e incluso en Gaza y Nablus, y hasta en el corazón de Jerusalén. Hoy permanecen en la atormentada Ucrania. Son presencias silenciosas pero eficaces, discretas pero fundamentales.

«Mi oscuridad interior»

En el curso de la causa de beatificación, apareció por primera vez una página inédita de la biografía de la Madre Teresa: la monja sufrió una oscuridad interior durante toda su vida. Después de la revelación y de los consuelos que había disfrutado a causa de «la llamada en la llamada», la existencia de la Madre estuvo atravesada durante mucho tiempo, y hasta su muerte, por una aridez espiritual, por la conciencia de vivir lejos de Dios y de experimentar interiormente «la noche de la fe»[37]: «En mi alma, siento ese terrible dolor de la pérdida, de que Dios no me quiere, de que Dios no es Dios, de que Dios no existe realmente (Jesús, por favor, perdona mi blasfemia, pero me han dicho que lo escriba todo). Esta oscuridad me rodea por todos lados. No puedo elevar mi alma a Dios. Ninguna luz o inspiración entra en mi alma»[38].

La Madre Teresa había atendido a los desamparados, a los abandonados, a los no queridos; en definitiva, a los que vivían las situaciones más infelices de la vida. Y ahora ella estaba viviendo la dramática experiencia de ser la no querida, la no deseada, la olvidada. Dios, su Dios, que la había llamado y asociado a la obra de salvación, parecía haberla abandonado y dejado sola. Vivió «la noche oscura del espíritu» y de su vida.

Y, sin embargo, no faltaron pruebas del gran valor espiritual, sobre todo de su unión con el Señor, como documentó uno de sus confesores: «Cada vez que me encontraba con la Madre Teresa, me abandonaba cualquier vergüenza. […] Ella irradiaba paz y alegría, incluso cuando me hacía partícipe de la oscuridad de su vida espiritual. […] Creo que puedo decir que me sentí en presencia de Dios, en presencia de la verdad y del amor»[39].

Detrás de su sonrisa había un drama que había comunicado tanto a su padre espiritual, el P. Celeste Van Exem, como al P. Joseph Neuner, del teologado de Poona: esa sonrisa era «un gran manto que cubre una multitud de penas»[40]. Lo que indicaban esas «penas» sólo se supo después de su muerte, cuando las cartas se hicieron públicas en el proceso de beatificación. Hacia 1961, la Madre escribió al P. Neuner: «Por primera vez en estos 15 años he aprendido a amar mi oscuridad interior, porque ahora creo que es una parte, una pequeña parte de la oscuridad y el dolor de Jesús en la tierra. Usted me ha enseñado a aceptarlo como una parte espiritual de mi trabajo. Hoy siento verdaderamente la alegría de [estar unido a] Jesús: ya que Él no puede continuar su agonía, lo hace a través de mí»[41].

Cuando esa oscuridad interior se hizo pública, los medios de comunicación malinterpretaron la dramática experiencia espiritual y algunos periódicos llegaron a afirmar que la Madre Teresa era «atea», que ya no creía en Dios[42]. Resultó que no era una crisis de fe, sino el silencio de Dios, de no sentir la presencia y el consuelo del Señor. En realidad, la religiosa se mantuvo fiel a la vocación a la que había sido llamada. Las pruebas y la conciencia de su propia nada la purificaron y, aunque su oración y su vida espiritual eran agotadoras y extenuantes, estaba en un doloroso camino hacia la santidad[43]. La experiencia de la cruz y el abandono que el mismo Jesús había experimentado en su pasión y muerte fueron su camino hacia una comunión más profunda con el Señor y con sus hermanos abandonados.

La publicación de las cartas a su padre espiritual reveló así su experiencia mística, pero también dio testimonio de la profundidad real de la que es capaz la fe. Que puede llegar también a una íntima participación en los sufrimientos de Cristo, hasta el grito que Jesús, en su noche oscura, lanzó en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»[44]. La Madre Teresa no sólo es la santa de los pobres, sino también una gran mística del cristianismo. Ella misma había escrito: «Si algún día llego a ser santa, ciertamente seré una santa de la oscuridad. Me ausentaré continuamente del Paraíso para dar luz a los que viven en la tierra en las tinieblas»[45].

Así se entiende una petición que hizo a Juan Pablo II después de una audiencia: «Santo Padre, rece para que no estropee la obra». El Papa le respondió rápidamente: «¡Y usted, madre, rece para que no arruine a la Iglesia!»[46].

  1. Cfr G. Marchesi, «La beatificazione di Madre Teresa di Calcutta», en Civ. Catt. 2003 IV 474-483; G. Pani, «Madre Teresa di Calcutta. La canonizzazione di una Missionaria della Carità», ivi 2016 III 420-432.

  2. A. Comastri, Santi dei nostri giorni, Padua, Messaggero, 2001, 146.

  3. Ibid, 148.

  4. Cfr A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata. Testimonianza dei miei ventun anni di vita accanto a Madre Teresa di Calcutta, Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 2014, 172.

  5. Cfr el sitio web de las Misioneras de la Caridad: www.motherteresa.org

  6. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi. L’ etica in azione, Milano – Udine, Mimesis, 2016, 190.

  7. Ibid, 190 y s.

  8. Nótese el título del libro de A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata (en español: “una llamada en la llamada”). En ese momento la Madre Teresa formaba parte del Instituto de las Hermanas de Loreto y, sintiendo una nueva llamada, quería dejarlo para llevar a cabo una nueva fundación.

  9. Cfr Madre Teresa de Calcutta, s., Sii la Mia luce, Milán, Rizzoli, 2008, 101. La religiosa está citando Hch 5,38-39, el juicio de Gamaliel sobre la obra de los apóstoles.

  10. Cfr G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 34.

  11. Ibid.

  12. T. Terzani, «Madre Teresa», en G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 50 s.

  13. J. L. González-Balado, Il sorriso dei poveri. Aneddoti di Madre Teresa di Calcutta, Roma, Città Nuova, 1982, 23.

  14. Cfr S. Gaeta, Madre Teresa. Il segreto della santità, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2016, 78.

  15. Cfr M. Ricci, Govindo. Il dono di Madre Teresa, ibid, 2016, 23.

  16. M. Bertini, La santa. Accanto a Madre Teresa, Brescia, La Scuola, 2016, 16.

  17. Mt 25,40.

  18. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 29.

  19. L. Accattoli, «Il Papa tra i moribondi di Calcutta. Incontro con Madre Teresa nella “Casa del cuore puro”», en Corriere della Sera, 4 de febrero de 1986, 11.

  20. Cfr L. Regolo, L’ultimo segreto di Lady Diana. Il mistero del rapporto tra la principessa più amata e Madre Teresa, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2017, 77-82.

  21. Cfr ibid, 237. Inmediatamente después de la muerte de Diana, los periodistas buscaron a la religiosa para conocer su opinión sobre la controvertida hija espiritual. La Madre estaba muy enferma, pero autorizó una declaración significativa: «Se preocupaba mucho y sinceramente por los pobres. Estaba deseando hacer algo por ellos […]. Y esa era la razón por la que estaba tan cerca de mí» (ibíd., 239). Cinco días después murió la Madre Teresa.

  22. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 36.

  23. D. Lapierre, «Indimenticabile Madre Teresa», in R. Bose – L. Faust, Ma­dre Teresa. Leader per missione, Milán, Egea, 2013, XI.

  24. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 170.

  25. Ibid, 184 y s.

  26. Cfr S. Gaeta, Madre Teresa…, cit., 109.

  27. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 186.

  28. Ibid, 187.

  29. S. Carlucci, Madre Teresa di Calcutta. Un meraviglioso dono di Dio, Roma, Ave, 2003, 59.

  30. T. Terzani, «Madre Teresa», cit., 48.

  31. P. Laghi, Madre Teresa di Calcutta. Il Vangelo in cinque dita, Bolonia, EDB, 2003, 63.

  32. Ibid, 61 y s.

  33. Cfr S. Carlucci, Madre Teresa di Calcutta…, cit., 61.

  34. Cfr A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata…, cit., 193 s.

  35. Madre Teresa di Calcutta, s., Amiamo chi non è amato. Testi inediti, Bolonia, Emi, 2016, 27.

  36. Al respecto, se dice que el cardenal había preguntado por el sueldo que se entregaría a las hermanas por su asistencia. La Madre respondió: «Servir a Cristo es el único sueldo de las Misioneras de la Caridad». (D. Lapierre, «Indimenticabile Madre Teresa», cit., XI).

  37. Cfr R. Farina, Madre Teresa. La notte della fede, Milán, Piemme, 2009.

  38. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 200 s.

  39. Ibid, 274: se trata del p. Michael Van der Peet.

  40. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 183.

  41. A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata…, cit., 88.

  42. Cfr D. Van Biema, «Mother Teresa’s Crisis of Faith», en Time, 23 de agosto de 2007; M. Moore, «Mother Teresa’s “40-year Faith Crisis”», en The Telegraph, 24 de agosto de 2007.

  43. Cfr S. Gaeta, Madre Teresa. Il segreto della santità, cit., 99-108.

  44. Mc 15,34; Mt 27,46; cfr Fil 3,10. Cfr R. Cantalamessa, Madre Teresa. Una santa per gli atei e gli sposati, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2018, 49.

  45. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 13.

  46. A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata…, cit., 149.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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