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Haití: rehén de la criminalidad y de la cólera. Un testimonio

iStock.com/Danieloncarevic

«Es una catástrofe. La frontera entre la vida y la muerte aquí es solo imaginaria». Las palabras del padre Jean Denis Saint Félix, superior de los jesuitas en Puerto Príncipe, entrevistado por la revista América, no admiten matices.

Haití es uno de los países más pobres y atrasados del planeta, y vive ahora – tras el devastador terremoto de 2010 – una nueva situación de crisis económica y política. La violencia de las bandas armadas se extiende por el país caribeño, y las ya terribles condiciones humanitarias, debidas a la escasez de bienes de primera necesidad y de servicios sanitarios, podrían verse agravadas por una nueva epidemia de cólera. En efecto, el 2 de octubre se certificó el primer caso después de tres años.

«16 meses después del asesinato del ex presidente Jovenel Moïse – explica el padre Saint Félix – la población haitiana vive una situación comparable al infierno. No hay electricidad, ni agua corriente, ni transporte, porque no hay combustible. Condiciones insalubres por todas partes. Incluso los que se consideran parte de la clase media se mueren literalmente de hambre y la violencia está por todas partes, especialmente en la capital». Los que pueden, sobre todo los jóvenes, huyen en su mayoría a la vecina República Dominicana o, arriesgando sus vidas, intentan llegar a las costas de Florida.

La hipótesis de una intervención «pacificadora»

A principios de octubre, el líder de facto de la nación, Ariel Henry, lanzó un llamado a la intervención militar internacional para restaurar el orden. Un llamado del que se hizo eco unos días después el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien calificó la situación de Haití de «una pesadilla». Mientras tanto, Estados Unidos y México preparaban una resolución de la ONU para autorizar una misión no perteneciente a la ONU dirigida por un país vecino. Posteriormente, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una resolución en la que se pedía el fin inmediato de la violencia que invade Haití, apoyándose en el instrumento de las sanciones selectivas contra las organizaciones criminales que tienen en jaque al país. En particular, se impuso la prohibición de viajar, el embargo de armas y la congelación de activos a Jimmy «Barbecue» Cherizier, cuyo « G9 y Familia» y sus aliados están bloqueando el terminal de combustible de la capital, Puerto Príncipe.

Sin embargo, muchos haitianos se oponen a la intervención exterior, pues recuerdan situaciones similares de años anteriores, así como las atenciones no desinteresadas prodigadas por Estados Unidos, Canadá y Francia. Además, no pocos consideran al contingente de la ONU que llegó en 2010 responsable de la anterior epidemia de cólera, y ya ha habido protestas contra su regreso.

Las responsabilidades de la clase política haitiana y de la comunidad internacional

Por otra parte, según el P. Saint Félix, no es realista pensar que el gobierno actual pueda reducir la inseguridad provocada por la violencia de los clanes criminales, recordando que «desde hace unos 30 años, las bandas armadas han sido utilizadas por los políticos haitianos para llegar al poder, eliminar a los opositores y luego mantenerse en el sillón». Las bandas que ahora tienen el control sirven obviamente a sus propios intereses, en detrimento de la población. «La vida económica de Haití – continúa el jesuita – se basa en el monopolio. Es un sistema económico rentista. Los expertos hablan de una “economía de la violencia”, una economía criminal».

Entrevistada por Vatican News, Mariavittoria Rava, presidenta de la Fundación Francesca Rava NPH Italia Onlus, que trabaja en Haití desde hace unos 20 años, dijo que el país está siendo testigo del fracaso de todos los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU. Según Rava, «los niños y la generación más joven están sufriendo los mecanismos distorsionados de la gestión política y también la falta de atención de la comunidad internacional».

«Haití ya no necesita ayuda humanitaria – cierra el padre Saint Félix – necesitamos inversiones fuertes y concretas en salud, infraestructura, agricultura, educación e investigación. Queremos seguir resistiendo, haciendo propuestas para un nuevo Haití».

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