Desde sus primeras líneas, el relato bíblico aborda el tema de la fraternidad, y lo hace de forma original y no sin cierta dosis de crudo realismo. Ser hermanos no es una tarea fácil y el vínculo de sangre no es condición suficiente para indicar la calidad de una relación. En el segundo relato de la creación, Dios dice: «No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Así, la mujer es creada como una ayuda, para que ella y Adán estén frente a frente, en el mismo nivel, sin que uno se eleve y domine al otro (cfr ibid)[1]. De este modo, el Señor muestra el camino hacia una relación auténtica, salvífica y fecunda, que se constituye como un estar frente al otro, diferentes, pero complementarios.
Salir de la soledad, sin embargo, significa también plantear el problema de la confrontación o choque con el otro. De hecho, desde el principio, la historia de los dos primeros hermanos está hecha en base a jerarquías y preferencias (cfr Gn 4,1-16), que no permiten ver en el otro a un hermano, sino a un competidor y a un adversario que hay que eliminar. Precisamente por eso sorprende que la historia de la primera pareja de hermanos se presente desde el punto de vista del culpable, es decir, de Caín, el que, matando a Abel, ha eliminado también la posibilidad de definirse, él mismo, como un hermano[2]. Además, en el relato bíblico no asistimos a la justificación del asesino, como, por ejemplo, en la historia de Rómulo y Remo; pues es Dios mismo quien, con autoridad, señala la grave responsabilidad del asesino.
Así, la narración de Gn 4,1-16 se enfoca en Caín, que es el protagonista, mientras que su hermano Abel aparece casi de pasada y no pronuncia una palabra en toda la narración. En el centro de la escena está Caín y su estado de ánimo, que destaca claramente a los ojos del lector. Finalmente, es con Caín y no con Abel que Dios entra en diálogo. La narración es sucinta, pero en esos pocos versos se condensan numerosos detalles que contribuyen a un retrato articulado y rico en matices.
Dos hermanos diferentes
Dentro del relato, Caín y Abel son presentados de manera diferente. La comparación entre ellos contribuye a formar las primeras impresiones en el lector. En primer lugar, su propio nacimiento establece una jerarquía entre los dos hermanos: «El hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín. Entonces dijo: “He procreado un varón, con la ayuda del Señor”. Más tarde dio a luz a Abel, el hermano de Caín, Abel fue pastor de ovejas y Caín agricultor» (Gn 4,1-2)[3].
Caín es presentado como el personaje más importante no sólo por ser el primero en orden de nacimiento, sino también por el tipo de acogida que recibe al venir al mundo. Eva saluda el nacimiento de su primer hijo con un grito de exultación, como ante algo prodigioso[4]. El primer hombre nacido de mujer se presenta como un ser excepcional, casi divino. En efecto, las palabras pronunciadas por parte de Eva pueden traducirse como una expresión chocante: «He procreado un varón, con la ayuda del Señor» (Gn 4,1). Para Eva, parece haber habido la propia participación de Dios en este nacimiento excepcional. Abel, en cambio, se menciona casi de pasada, como el hijo que se añade. Además, el propio nombre de Abel representa el aliento y el vapor que no tiene consistencia. La posición secundaria de Abel da aún más protagonismo a Caín como el personaje principal de la historia. De hecho, Abel no parece existir para sí mismo, sino que se presenta como el hermano de Caín, como un apéndice que sólo existiría en relación con el hijo primogénito de Eva.
Los dos hermanos tienen profesiones diferentes: Abel es un pastor de rebaños; Caín es un agricultor. ¿Serán compañeros que comparten el fruto de sus trabajos, o se comportarán como rivales que compiten entre sí?
El resentimiento de Caín
Ambos hermanos presentan una ofrenda al Señor, que dirige su mirada al regalo de Abel, pero no al de Caín: «Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo, mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró a Caín ni su ofrenda» (Gn 4,3-5a).
No se le dice al lector las razones de la elección del Señor. ¿Acaso Dios es injusto y caprichoso? ¿La ofrenda animal de Abel demostró ser más digna que la ofrenda vegetal de Caín? ¿O acaso Dios actúa así para invertir las preferencias humanas? Parece que por fin alguien muestra consideración por Abel, el hijo añadido, ofreciendo incluso a Caín la posibilidad de tener en cuenta a su hermano[5]. La acción de Dios trastorna las jerarquías entre hermanos e introduce una complicación en la historia. Mientras se invita al lector a formular diversas conjeturas para explicar la preferencia divina, el narrador hace explícita la reacción de Caín ante la elección del Señor en favor de la ofrenda de Abel: «Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza» (Gn 4,5b).
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La respuesta emocional de Caín, frente a lo que percibe como una injusticia, ocupa el centro de la escena. Caín está irritado y abatido a la vez, enfadado y deprimido. En primer lugar, el resentimiento de Caín debe entenderse como una ira que se comunica a través de la imagen de su rostro encendido[6]. En efecto, la lengua hebrea expresa la irritación mediante la reacción fenomenológicamente observable[7]. El resentimiento de Caín puede tener su origen en la envidia y los celos, provocados por el éxito de Abel. Caín sufre y se enfada porque tiene envidia de su hermano[8]. Junto a la ira, también se muestra el rostro abatido de Caín, que puede interpretarse como un estado depresivo[9]. La dirección de la afectividad para él se vuelve decididamente hacia abajo. Así, para expresar lo que siente Caín, se utiliza una doble metáfora en la narración: la del rostro que se enciende y se agacha. Pero una pregunta queda latente: después de sentir la dureza del golpe, ¿podrá Caín volver a levantarse?
Dios se vuelve hacia Caín
El primogénito de Eva no es abandonado a sí mismo, rumiando su resentimiento y su ira. Dios interviene con su palabra y se dirige precisamente a Caín, en primer lugar a través de una doble pregunta que es una invitación a entrar en diálogo: «El Señor le dijo: “¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja?”» (Gn 4,6).
El Señor reconoce el estado emocional de Caín y le ofrece una visión externa de lo que ocurre en su interior. Las preguntas sirven para sacudir a Caín, para que no se repliegue en su dolor, sino que reflexione con alguien distinto a él, con Dios, sobre las razones que le han llevado a tal estado de postración[10]. Se exhorta a Caín a salir de un repliegue sobre sí mismo que lo empuja cada vez más hacia abajo. La pregunta del Señor es una invitación al primogénito de Eva para que se detenga y busque una respuesta a lo que sucede en su interior, evitando permanecer desequilibrado por su propia afectividad frustrada. Las palabras de Dios pretenden llevar a Caín a una mayor conciencia de su propia interioridad y de sus reacciones emocionales, pero ¿será capaz de evitar consecuencias perjudiciales? La palabra del Señor no se expresa a través de una declaración que altere mágicamente el estado de ánimo de Caín, sino que apela a la libertad y a la responsabilidad del primogénito de Eva: «Si obras bien podrás mantener [la cabeza] erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo» (Gn 4,7).
La expresión es bastante compleja, difícil de traducir del hebreo a otros idiomas[11]. Es importante destacar cómo el Señor no le dice a Caín que no se enoje, sino que le pone delante dos caminos, dos opciones posibles, con sus respectivas consecuencias[12]. El Señor sigue interactuando con Caín a través de preguntas que le ayudarán a salir de la ira y la depresión en la que se encuentra. Si Caín actúa bien y no se deja llevar por las acciones dictadas por su estado de ánimo, entonces podrá volver a levantar la cabeza y revertir el estado de postración en el que se encuentra[13]. Las palabras del Señor muestran que no sólo los afectos llevan a la acción. También ocurre que las acciones buenas o malas pueden cambiar las disposiciones afectivas. Caín tiene la oportunidad de actuar en dirección contraria a lo que le molesta e irrita, y así poder volver a levantar su rostro. ¿Lo logrará?
La segunda parte de la pregunta del Señor advierte a Caín de que no haga el mal: el pecado es como una bestia salvaje agazapada a la puerta, temblando, lista para atacar, si Caín le abre la puerta. La clave del futuro del primogénito de Eva está en su acción y afectividad. ¿Será capaz de domar al animal que está en su puerta? Caín se encuentra ante dos opciones igualmente posibles: el bien y el mal; por el momento, nada está aún comprometido. André Wénin lo plantea en los siguientes términos: «¿Encontrará [Caín] su dignidad de hombre deteniendo el mal que le golpea y le atraviesa, o dejará que lo convierta en una nueva víctima? ¿Podrá «domesticar» al animal que hay en él y convertirse, según la hermosa expresión del P. Beauchamp, en el «pastor de su propia animalidad», realizando así, en su difícil condición, la vocación de todo ser humano?»[14].
El Señor interactúa con Caín a través de múltiples preguntas para alentar una respuesta sensata y persuadir al primogénito de Eva de que nada es irremediable. Dios apela a los afectos de Caín para que no actúe bajo los efectos de su onda emocional, que puede resultar destructiva para él y para los demás. El Señor no detiene la mano del primogénito de Eva; la historia, antes bien, prepara el escenario para el drama de la libertad del hombre, que puede dirigirse hacia el bien o el mal.
Ahora es el turno de Caín de responder, pero en lugar de hacerlo dejará que las preguntas e indicaciones del Señor caigan en saco roto. La palabra de Dios, esa palabra eficaz que crea el mundo – «Y dijo Dios: “Sea la luz”; y fue la luz» (Gn 1,3) – no tiene ningún efecto sobre el primogénito de Eva, que no acepta la invitación al diálogo. La llamada de Dios parece ser desatendida, como si no mereciera respuesta. La libertad de Caín permite que las preguntas del Señor queden en el silencio, un silencio que desgraciadamente no será el de la meditación y la reflexión.
Un asesinato «sin palabras»
Como las preguntas del Señor caen en saco roto, Caín se vuelve inmediatamente a su hermano, pero el texto hebreo no informa del discurso que dirige a Abel[15]. Las palabras no pronunciadas de Caín marcan su descenso gradual hacia el primer asesinato de la historia, que se presenta en toda su crudeza: «Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”. Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató» (Gn 4,8).
Caín no sólo no habla con Dios, sino que ni siquiera habla con su hermano. Es incapaz de expresar su afectividad con palabras. Precisamente por ello, su mundo interior, hecho de frustración y resentimiento, es cerrado e impermeable. Así, Caín no entra en diálogo con Abel, sino que en lugar de palabras, hay un silencio ensordecedor que estalla en violencia[16]. Caín no habla, pero como una fiera se levanta contra Abel (cfr 1 Sam 17,35) y lo mata con una violencia inhumana y bestial. Podría acceder a la palabra, entrar en diálogo con su hermano y mostrarle lo que hay en su propio corazón, pero no lo hace. Caín procede según un patrón primario de causa y efecto, por el que su frustración y depresión acumuladas le llevan a actuar con violencia y brutalidad. Caín es incapaz de acceder a su humanidad a través de la articulación de la palabra, por lo que su afectividad ensimismada y no mediada por la racionalidad le lleva a la inhumanidad y a la muerte. Así, la violencia sin palabras de Caín marca dramáticamente la entrada de la fraternidad en la historia bíblica.
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Una vez consumado el fratricidio, Caín es interpelado por Dios con otra pregunta. ¿Habrá una respuesta esta vez? «Entonces el Señor preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. “No lo sé”, respondió Caín. “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”» (Gn 4,9).
«¿Dónde está tu hermano?». Ante esta pregunta, Caín responde enfrentándose a Dios, afirmando algo falso («No lo sé»), negando a la víctima y haciendo otra pregunta engañosa («¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?»)[17]. Por primera vez en la historia Caín habla, pero lo hace con palabras falsas, de burla, negando su propia responsabilidad. La violencia hacia su hermano se dirige ahora contra Dios. Además, la respuesta de Caín no es simplemente evasiva, sino que niega a su hermano Abel. El Señor responde a la provocación con otra pregunta: «¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo. Por eso maldito seas lejos del suelo que abrió sus fauces para recibir la sangre de tu hermano derramada por ti. Cuando lo cultives, no te dará más su fruto, y andarás por la tierra errante y vagabundo» (Gn 4,10-12).
Estas palabras confrontan a Caín con la gravedad del hecho cometido y le invitan a salir de sí mismo y a escuchar la voz de la sangre que clama desde la tierra. La palabra «sangre» aparece en plural. Esta forma se repite con cierta frecuencia en la Biblia hebrea y se refiere a la sangre del hombre que puede estar en estado de dispersión (manchas, charcos de sangre, menstruación) y, por tanto, también a la sangre derramada en un asesinato[18]. La interpretación hebrea del plural «sangui» es sugerente: «R. Judan afirma: La sangre de tu hermano no está escrita aquí, sino: las sangres, es decir, su sangre, y la sangre de sus descendientes»[19]. No es sólo Abel, sino también su semilla la que desaparece de la faz de la tierra, y con ella todas las posibilidades de vida que podría haber generado y que ya no existirán. El derramamiento de sangre es una acción grave, porque es irreversible al cortar de raíz lo que podría haber sido la genealogía de Abel. Así, el agricultor Caín ha sembrado el campo con la sangre de su hermano. Está maldito como la serpiente (cfr Gn 3,14). Sin embargo, esta vez no es Dios quien maldice, sino el suelo. Las consecuencias del mal perpetrado son muy graves: la tierra no dará frutos, y Caín, el agricultor sedentario, estará vagando y huyendo por la tierra, expuesto a todos los peligros[20]. Si siembra la tierra, no tendrá tiempo de ver el fruto.
La «conversión» de Caín
La historia de los dos hermanos parece haber terminado dramáticamente para ambos, cuando asistimos a un giro inesperado. Para sorpresa del lector, Caín reconoce el mal que ha cometido. Admite tanto la gravedad del hecho cometido como sus consecuencias: «Caín respondió al Señor: “Mi castigo es demasiado grande para poder sobrellevarlo. Hoy me arrojas lejos del suelo fértil; yo tendré que ocultarme de tu presencia y andar por la tierra errante y vagabundo, y el primero que me salga al paso me matará”» (Gn 4,13-14).
Finalmente, la conciencia de Caín es sacudida, ya no se expresa con palabras triviales, sino que se da cuenta de la gravedad de lo que ha hecho. En el transcurso de la narración, Caín cambia y se muestra imprevisible, más allá de las expectativas del lector. Cuando la historia parecía inexorablemente marcada por el asesinato, es capaz de entrar en razón y cambiar su disposición interior reconociendo su culpa.
Caín retoma las palabras del Señor y saca la conclusión de que por su mala acción será asesinado, incurriendo en la venganza y sufriendo el mismo destino que su hermano[21]. El primogénito de Eva experimenta el miedo de ser víctima del mal que él mismo ha desencadenado. Al principio, Caín estaba centrado sólo en sí mismo, su rostro estaba abatido por la preferencia que no le concedía el Señor y parecía consumido por la envidia hacia su hermano. Ahora algo cambia: reconoce el daño, la grieta que le separa del «rostro» del otro, del «rostro de la tierra», del que obtiene su sustento como agricultor, y del rostro de Dios, del que debe esconderse.
Tras escuchar las palabras de Caín de reconocimiento de su culpa, el Señor interviene con decisión para proteger al infractor: «el que mate a Caín deberá pagarlo siete veces» (Gn 4,15). Ante el drama del mal y la gravedad de sus consecuencias, el Señor se confirma como el Dios de la vida. Su palabra tiene el efecto de detener una intensificación del mal y de reiniciar el curso de la historia. Se informa al lector de que Caín recibe una señal del Señor para protegerlo (cfr Gn 4,15). Los dramáticos acontecimientos del primogénito de Eva no escapan al dominio de Dios, que vuelve a dar curso a la historia. De este modo, Caín comienza su periplo, durante el cual verá nacer descendientes (cfr Gn 4,17). El asesinato no es un punto de no retorno, sino que abre la posibilidad de un camino que mira al futuro.
Hemos visto que Caín es presentado en el relato como un hijo casi divino, a diferencia de la escasa presentación reservada a Abel. Caín experimenta la limitación cuando su don no es «observado» por Dios. Ante esta prueba, el hijo mayor de Eva se irrita y abate. En el relato de Gn 4, Caín tiene envidia de su hermano y se expresa con una mezcla explosiva de ira y depresión. Caín es la víctima del mismo mal que se cierne sobre él y que lleva a cabo con una violencia brutal y animal. Paga por su propia cerrazón y terquedad, que no se abre a la oferta de salvación de Dios: una salvación que llega en dos etapas – antes y después del fratricidio – y que apela a su libertad. Dios interviene directamente a través de las preguntas, para estimular la conciencia y orientar la acción hacia el bien. La intervención de Dios deja libre a Caín, esperando en su capacidad de elegir el bien sobre el mal. Sin embargo, el primogénito de Eva no quiere escuchar la invitación del Señor a tomar conciencia de lo que siente en su interior. Elige no actuar bien para elevarse. El enfrentamiento radical entre hermanos conduce a la violencia y a la muerte. Por eso, para un nuevo comienzo habrá que esperar hasta el final de la historia, cuando las palabras del Señor hagan que Caín reconozca su culpa y experimente el miedo de la venganza de aquellos con los que se encontrará.
Caín es un personaje redondo y dinámico, capaz de cambiar en el transcurso de la narración. El retrato de una afectividad frustrada y deprimida, así como la ausencia de un diálogo con Dios y con su hermano, son centrales en la narración hasta el punto de inflexión, cuando el ser humano finalmente responde y la palabra del Señor vuelve a poner en marcha el agitado curso de la historia. A la luz de este relato, la expresión del Salmo 133 parece, cuando menos, paradójica: «¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!» (v. 1). Y sin embargo, en la Biblia, la fraternidad no es un mero vínculo biológico o una convivencia irénica, sino que es ante todo un horizonte de posibilidades que se pone ante el lector, quien, como Caín, es invitado a descender dentro de sí mismo, reconociendo su propia resistencia ante el otro, para salir de su propio egocentrismo y abrirse al hermano o hermana que tiene delante.
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Las palabras divinas evocan al «otro» como socorro de ese peligro mortal que constituye la soledad: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). ↑
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Abel es el hermano de Caín, y en el transcurso de la narración se le llamará «el hermano» siete veces. Precisamente por eso, matar a Abel significa para Caín eliminar la posibilidad misma de la fraternidad. ↑
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La traducción del hebreo es del autor. ↑
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Según David Cotter, el grito de Eva expresaría la pretensión de la primera mujer de haber creado del mismo modo que Dios (cfr D. W. Cotter, Genesis, Collegeville, Liturgical Press, 2003, 41). Para André Wénin, en cambio, mediante estas palabras la mujer confesaría que había adquirido un hombre con el Señor, excluyendo a Adán, que se había unido a ella, y sustituyéndolo por Dios (cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo o l’errare dell’uomo. Lettura narrativa e antropologica della Genesi. I. Gen 1,1–12,4, Bologna, EDB, 2008, 99). ↑
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Al respecto, cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo…, cit., 103. ↑
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La traducción italiana de este pasaje, lengua original del artículo, dice «Bruciò molto a Caino…», literalmente: «El rostro de Caín se encendió…» (Nota del traductor). ↑
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Según Paul Kruger, en el caso de Caín esa expresión somática indicaría la ira que acompaña a la aparición de la depresión (cfr P. A. Kruger, «On Emotions and the Expression of Emotions in the Old Testament: a Few Introductory Remarks», en Biblische Zeitschrift 48 [2004/2] 214). ↑
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Cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo…, cit., 104. ↑
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Respecto a su rostro y sus emociones, cfr P. A. Kruger, «The Face and Emotions in the Hebrew Bible», en Old Testament Essays 18 (2005/3) 660; sobre la depresión, cfr Id., «Depression in the Hebrew Bible: An Update», en Journal of Near Eastern Studies 64 (2005/3) 190. ↑
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Cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo…, cit., 105. ↑
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Por primera vez en la Biblia aparece la palabra «pecado». Curiosamente, se evoca el pecado, pero aún no se ha cumplido. La continuación de la historia se deja a la libertad de Caín. ↑
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A Caín no se le consuela ni se le compadece, sino que se le coloca ante una elección (cf. D. W. Cotter, Genesis, cit., 42). ↑
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Cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo…, cit., 105. ↑
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Ibid, 107. ↑
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El Pentateuco Samaritano, la LXX, la Peshitta, los Targumim y la Vulgata recogen la frase «¡Vamos al campo!». En este caso, las palabras de Caín podrían entenderse como un discurso vacío, que no busca un auténtico diálogo con su hermano ni es capaz de exteriorizar su turbación interior. ↑
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Otros exegetas traducen la primera frase de Gn 4,8 como «Caín habló contra Abel». El contraste verbal es paralelo a la segunda parte del versículo, en la que «Caín se abalanzó contra Abel, su hermano». En este caso Caín mataría primero con su palabra, denigrando y difamando a su propio hermano, y luego con su mano. Sobre esta traducción cfr P. T. Reis, «What Cain Said: A Note on Genesis 4.8», en Journal for the Study of the Old Testament, 27 (2002/1) 107-113. ↑
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Cfr A. Wénin, Da Adamo ad Abramo…, cit., 109. ↑
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Cfr P. Joüon, Grammaire de l’Hébreu Biblique, Roma, Pontificio Istituto Biblico, 2007, n. 136 b; véase también J. Bergman – B. Kedar-Kopfstein, «Dām», en Grande Lessico dell’Antico Testamento, II, 267-286; 269-270. ↑
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Bereshit Rabba 22,9; cfr también el Talmud de Babilonia, Sanhedrin 37a. ↑
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Las palabras del Señor toman la forma de la sentencia judicial pronunciada contra Caín (cfr A. Wénin, De Adán a Abraham…, cit., 109 s). ↑
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Para Caín, la expulsión significa la ausencia de protección, lo que le haría estar expuesto a la venganza (cf. B. T. Arnold, Genesis, Cambridge, Cambridge University Press, 2009, 80). ↑
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