PSICOLOGÍA

La terapia de los pensamientos

Retomando una práctica antigua

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Esos misteriosos inquilinos nuestros

Los pensamientos forman parte de nosotros, nos acompañan, nos aconsejan, pero también nos perturban, nos desaniman. Algunas personas están tan atormentadas por ellos que no encuentran la paz, incapaces de deshacerse de ellos e impidiéndose llevar una vida tranquila y activa.

Ciertamente, no es un problema nuevo; la espiritualidad cristiana se ocupa de ellos desde hace mucho tiempo. San Ignacio, recordando el episodio decisivo de su vida que le llevó a elaborar las reglas para el discernimiento, había notado la diferencia, a veces repentina, de los pensamientos que se agolpaban en su mente: «Empezó a maravillarse desta diversidad y a hacer reflexión sobre ella. Cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre» (Autobiografía, n. 8). Para Ignacio, esta diversidad es tan importante que la describe como «el primer discurso que hizo en las cosas de Dios».

Sin embargo, el análisis de los pensamientos era conocido en la tradición espiritual cristiana mucho antes de Ignacio. Evagrio Póntico escribió un famoso tratado, Contra los malos pensamientos, que se ha convertido en uno de los textos clásicos en la discusión teológica de los vicios capitales. Evagrio veía en los pensamientos el origen de las malas acciones que, repetidas a lo largo del tiempo, se convierten en vicios que minan la voluntad y, sobre todo, sugieren que la tendencia al mal es invencible, hasta el punto de dejar a la persona en las garras de la soledad total y la desesperación de sí mismo.

Los malos pensamientos no sólo pueden llevar a hacer el mal, sino que también restan energía e impiden expresar lo mejor de uno mismo: recuerdan obsesivamente los traumas sufridos, los fracasos, las preocupaciones por la salud, las tareas que no se pueden terminar, las evaluaciones negativas de la propia valía y de la posibilidad de ser apreciado por los demás; o engañan, sugiriendo una idea exagerada de uno mismo, hasta el punto de creerse el centro del mundo.

Este abigarrado cosmos acapara gran parte de nuestro tiempo y ocupación cuando estamos sometidos a estrés, o cuando está en juego nuestro valor personal, y nos vemos, a pesar nuestro, obligados a dialogar, luchar o intentar eliminar este lastre interior. En vano. A pesar de los esfuerzos realizados, el resultado es frustrante: la batalla está perdida de entrada, porque esos pensamientos tocan cuerdas muy sensibles y centrales de la propia personalidad, historia y criterios de evaluación. Y con el tiempo, uno acaba convirtiéndose en lo que cree ser, como una profecía autocumplida[1].

Conocer nuestros pensamientos recurrentes, su relación con el bienestar o el malestar psicológico y las formas en que nos enredamos en ellos puede resultar útil para seguir una relación más práctica con un aspecto importante de nuestros procesos mentales.

¿Una batalla inútil?

Los padres del desierto habían comprendido que luchar contra los pensamientos obsesivos los fortalecía, mientras que limitarse a notarlos, sin juzgarlos, debilitaba su mordacidad: seguían estando presentes, pero con el tiempo perdían su capacidad sugestiva. Sobre todo si uno reconfirmaba con sus acciones la intención de servir al Señor. Por eso san Ignacio nos invita a no hacer nunca cambios en momentos de desolación, sino que, por el contrario, es decisivo fortalecernos en la opción emprendida. En los dichos de los Padres encontramos una advertencia semejante: «Un hermano preguntó al abad Arsenio: “¿Qué debo hacer, Abba? Un pensamiento me angustia diciendo: ya que no puedes ayunar ni trabajar, al menos visita a los enfermos. Esto merece recompensa”. El anciano reconoció en esto la semilla del demonio: “¡Vamos! – le respondió – come, bebe, duerme; y no salgas de tu celda”. Porque sabía que la fidelidad a la celda hace del monje lo que debe ser»[2].

Este es un aspecto importante de la vida espiritual: la acción logra lo que el conocimiento y la comprensión no podrían alcanzar. Actuar deliberadamente significa provocar una transformación inmediata en la propia vida, demuestra que uno es capaz de vivir de otra manera el momento de la prueba, y esto también influye en el curso de los propios pensamientos.

Esto está muy en consonancia con la mentalidad bíblica, según la cual uno escucha y comprende lo que ha realizado. Como afirma un midrash sobre Ex 24,7 («Haremos y oiremos todo lo que el Señor ha dicho»): «Moisés dijo a Israel: “¿Cómo podéis hacer que la acción preceda a la escucha? ¿Acaso la acción no suele venir de haber aprendido lo que hay que hacer?”. Y ellos respondieron: “Haremos todo lo que oigamos de Dios”. Por eso decidieron observar la Torá incluso antes de haberla oído». Como diría Jesús: «Venid y veréis» (Jn 1,39). Un ejemplo eficaz de acción que aclara el conocimiento es la decisión de manifestar los propios pensamientos a una persona experta en la vida espiritual: esto ayuda a dominarlos[3].

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Los padres del desierto comprendieron también por qué no es posible eliminar los malos pensamientos: están en un nivel más inmediato y básico que la voluntad. Sin embargo, es posible protegerse de ellos dando espacio a los pensamientos, palabras y obras que nos han hecho bien[4]. Así como los pensamientos negativos persisten cuando se cultivan y se traducen en actos, lo mismo ocurre con los pensamientos positivos.

Otro modo de afrontar los pensamientos perturbadores es detenerse a orar, asociando el ritmo de la respiración o los latidos del corazón a un versículo de la Biblia o a una frase del Padre Nuestro. Es la llamada oración del corazón, retomada por San Ignacio en los ejercicios espirituales, en lo que él llama el «tercer modo de orar» en situaciones de gran desolación o aridez espiritual[5]. Todo ello fomenta actitudes contrarias al vicio y al desánimo, que son de gran ayuda ante los pensamientos automáticos.

Una terapia recomendada por los Padres consiste en retomar estas saludables palabras nada más levantarse, a fin de establecer el estado de ánimo adecuado para el resto del día[6]. Si, como dice el proverbio, “a quién madruga, Dios le ayuda”, lo mismo ocurre con las primeras palabras que uno pronuncia. Éste es también el sentido de la oración de alabanza con la que la liturgia invita a comenzar el día. Y la palabra repetida influye en la actitud con que se viven las actividades cotidianas: pueden considerarse una carga, un aburrimiento, o una ocasión, una oportunidad para colaborar en el Reino de Dios. El significado que uno les atribuye es un aspecto no secundario para el resultado final. Como señaló Séneca: «No porque son difíciles no nos atrevemos a hacerlas, sino porque no nos atrevemos son difíciles»[7].

Del mismo modo, las acciones que preceden al sueño nocturno también son importantes y deben prepararse con cuidado: repasar el día en presencia de Dios, como sugiere la práctica del examen de conciencia, ayuda a captar enseñanzas que pueden haber llegado de forma discreta y silenciosa, pero precisamente por eso sumamente preciosas, que no deben olvidarse. Irse a dormir acompañado de una oración o de una lectura espiritual permite que el espíritu las reelabore durante la noche, de modo semejante a la ruminatio con la que los Padres, retomando la enseñanza bíblica («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte»: Dt 6,5-7) indicaban una de las etapas de la lectio divina. Es una práctica que reconoce la profundidad del espíritu, que retoma en el sueño lo que le ha precedido en el día[8]. Una enseñanza valiosa que la psicología y el psicoanálisis situarán en el centro de su investigación[9].

Un vínculo entre el alma y el cuerpo

Los psicólogos han intentado calcular el número de pensamientos promedio que procesamos cada día. Un equipo de la Universidad de Queen (Canadá) publicó una investigación sobre el tema en Nature Communications. Utilizando la técnica de la imaging cerebral, que permite ver la actividad del cerebro a partir de imágenes y palabras, el equipo cuantificó una media de 6.200 pensamientos diarios. También pudieron detectar los tipos de pensamientos a partir de las señales neuronales, y descubrieron que el 80% de ellos son recurrentes (los investigadores los llamaron «pensamientos gusano» o thought worms, como si estos hubieran fijado su residencia permanente en la mente), y adolecen del mismo problema[10].

El estudio llega a la misma conclusión que los maestros espirituales: los pensamientos a los que uno da más espacio, repitiéndolos en su interior, como un mantra, dialogando o discutiendo con ellos, poniéndolos en palabras y traduciéndolos en acciones y comportamientos, son los que más tienden a persistir.

La técnica del imaging cerebral también ha demostrado la influencia recíproca entre mente y cuerpo, según el tipo de pensamientos que se examinen. Determinados estados fisiológicos como el hambre, la sed o el sueño pueden condicionar el tipo de pensamientos de una persona y las decisiones relacionadas con ellos. Una investigación sobre sentencias judiciales realizada en el Reino Unido demostró que «la probabilidad de obtener libertad bajo fianza era mayor inmediatamente después de una pausa y menor justo antes de que el juez tomara un refrigerio»[11]. A su vez, las imágenes y el habla pueden afectar al equilibrio químico/fisiológico: es el caso de la publicidad de alimentos y bebidas, que puede acentuar los estímulos relacionados con ellos.

En su análisis de los pensamientos (a los que llama pasiones), Santo Tomás constata la influencia mutua entre el cuerpo y el alma. Hay pasiones que surgen de la sensibilidad e influyen en el alma, y hay pasiones del alma que son fruto de una evaluación en la que interviene el cuerpo (Summa Theol. I-II, q. 23, a. 2). Los pensamientos relacionados con la ira son un ejemplo de ello: pueden surgir involuntariamente, somáticamente (como cuando alguien nos pisa un pie), pero también voluntariamente, uno puede decidir enfadarse, tomando una posición ante injusticias reconocidas como tales. Un ejemplo es la ira de Jesús cuando ve a los mercaderes en el Templo (Jn 2,14-18): no actúa «automáticamente», sino que prepara cuidadosamente su ánimo y luego decide ceder a su propia ira. La suya es una ira deliberadamente suscitada por la voluntad, sobre la base de lo conocido. De este modo, la ira voluntaria permite poner la sensibilidad al servicio de la razón.

El análisis de los pensamientos revela así una antropología integrada y unificada. Los pensamientos de ansiedad recurrentes pueden reconocerse por ciertas características somáticas (como el color de la cara, la presión sanguínea, el temblor); inspiran sentimientos precisos que, a su vez, influyen en el estado de ánimo y favorecen o inhiben la acción.

Recuperación desde la terapia

Los estudios sobre la actividad cotidiana de la mente han logrado identificar las diversas tipologías de pensamiento negativo que se agitan dentro de nosotros. Recordaremos brevemente algunas, que se han convertido en objeto de propuestas terapéuticas precisas:

Overthinking. Este término designa el comentario interior de la persona que evalúa los pro y los contra sin poder llegar nunca a una conclusión operativa, que le permita enfrentar el problema de manera proactiva. Esta situación puede ser generada por un período de estrés y malestar fuertes, que siembra dudas sobre la propia capacidad de hacer frente al problema. De esa manera, se vuelve más fácil elaborar pensamientos obsesivos y repetitivos que acompañan a la persona, quitando la paz y la calma necesarias. Así, como observa Paul Ricœur, «el sujeto repite sus fantasmas en lugar de elaborarlos: y todavía más grave, los deja pasar al acto en gestos que lo amenazan a él y a los demás»[12]. De esa forma, su libertad permanece bloqueada, repitiendo, como un disco roto, la misma historia.

Rumiación. Todos rumiamos un pensamiento, meditamos una decisión o planeamos soluciones, pero en algunos casos llega a bloquearnos, como una especie de estribillo interior que nos sugiere evaluaciones negativas de uno mismo y de la realidad, haciéndonos sentir inadecuados e impidiéndonos abordar el problema. Influye en el estado de ánimo subyacente y conduce a la tristeza y la depresión en sus formas más graves. La persona se siente como aprisionada por ese mantra continuo que le dice lo incapaz, lo indigna que es. La evaluación negativa de uno mismo, repetida de forma obsesiva, lleva a la convicción de que uno es inadecuado, lo que desemboca en una situación de bloqueo mental que paraliza los procesos de toma de decisiones. Pensemos en un atleta que, antes de empezar una carrera, no deja de repetirse: «¡Nunca lo conseguiré, nunca lo conseguiré!», o en un ciclista que no deja de repetirse: «¡Me voy a caer, me voy a caer!». Es fácil imaginar cómo acabarán las cosas.

Pensamientos automáticos y distorsiones cognitivas. Mientras que la rumiación se refiere al contenido (el problema en cuestión), los pensamientos automáticos y las distorsiones cognitivas son procesos, patrones recurrentes, es decir, muestran cómo el sujeto se evalúa a sí mismo y a la realidad. Aaron Beck fue el primero en estudiar las distorsiones cognitivas, reconociendo algunas de sus características peculiares: unilateralidad, splitting (como actitud para leer la realidad en términos extremos, blanco/negro, exagerando o minimizando), arbitrariedad en las conclusiones, generalización extrema, inclinación al catastrofismo, el deber como único criterio de decisión y actuación. De ahí la tendencia a distorsionar la realidad, modificándola según el propio estado de ánimo, sintiéndose a merced de sentimientos y actitudes de renuncia[13].

Posibles vías terapéuticas

En línea con lo que señalaban los padres de la Iglesia, intentar combatir o eliminar los pensamientos negativos en sus diversas formas no sólo es inútil, sino contraproducente. De hecho, acaban ocupando cada vez más espacio en la mente, haciéndose cada vez más fuertes.

A nivel psicológico, en primer lugar es importante reconocer, a partir del análisis de Ellis, que estas categorías de pensamientos, además de negativas, son ante todo disfuncionales. Es decir, no dan cuenta de la realidad de la persona, de su situación y del alcance real del problema que hay que abordar. Los pensamientos no coinciden con la realidad, son sólo pensamientos, aunque no pocas veces puedan confundirse con la realidad; una verdad, ésta, bien conocida en filosofía[14]. Puede ser consecuencia de la historia personal, de las propias heridas no resueltas y, sobre todo, del comentario interior formulado ante todo ello. Este es un primer paso fundamental para aprender a cuestionar lo sugerido por la mente, observando cómo el curso real de los acontecimientos muestra una situación más rica y compleja que la que muestran las distorsiones cognitivas; las cuales, con sus sugerencias, no lograrían captar.

Una propuesta terapéutica como el mindfulness retoma de manera más estructurada muchas de las enseñanzas señaladas más arriba. Se trata de un camino orientado a reconocer los criterios con los que evaluamos pensamientos y situaciones: «Mindfulness, en el sentido más general del término, consiste en despertar de una vida vivida de forma automática y ser sensibles a la novedad de nuestras experiencias cotidianas»[15].

Esta práctica se caracteriza por la atención al momento presente, llevada a cabo intencionadamente y sin juicios: siempre es posible entrenar la conciencia y entrar en contacto con el flujo de la propia mente, formado por emociones, pensamientos, sensaciones corporales. Esto nos permite tomar conciencia de lo que ocurre en el momento presente, rompiendo el círculo vicioso de la reactividad al estrés, que por definición es automática e inconsciente; nos permite no vivir a merced de nuestros pensamientos, dejando que nos gobiernen. Mindfulness propone una alternativa a la aversión instintiva al estrés (como lucha, huida, impotencia, depresión), guiando al practicante para que reaccione tomando decisiones diferentes y más adecuadas. Cuando la persona toma conciencia de lo que ocurre en una determinada situación estresante, ésta cambia esencialmente: de hecho, dirigir la atención a lo que ocurre de forma intencionada y suave (es decir, sin juzgar) permite desactivar el piloto automático inconsciente en el que se basa la reactividad, y a medida que aumenta la atención consciente, la reactividad puede dar paso a un abanico más amplio de posibilidades. Se trata, por tanto, de un cambio interno importante, porque abre diferentes opciones que pueden afectar al resultado de una situación, interrumpiendo el ciclo del estrés y sumergiéndonos en la riqueza del momento presente.

Gigi Sabbioni, un sacerdote que quedó tetrapléjico tras una caída trivial, reconoce que su mayor problema no es que ya no pueda moverse, andar, utilizar las manos, sino el comentario interior que surge de todo ello. El obstáculo más doloroso no es la enfermedad o la dolencia física, sino llegar a un acuerdo con su propia mente, su facultad más admirable, que puede convertirse en su peor enemigo. Para afrontarlo, el P. Gigi decide recurrir a un terapeuta, al que llama «el pequeño gran hombre». Aunque no es creyente, le recuerda la lección del Evangelio: «cada día trae su propio afán»: «El pequeño gran hombre me enseñó (quién sabe si lo he aprendido) a no asustarme por el flujo de pensamientos, que inevitablemente varían con el tiempo. Importa relativamente poco si son agradables o pesados, aunque por supuesto es deseable que uno no añada peso al peso y la mente pueda permanecer ágil, libre, resuelta. Paradójicamente, incluso un pensamiento que te lleve a desear que se acaben tus días es saludable, siempre que sepas descodificarlo como un pensamiento que aspira a la vida y no dejes de situarlo en el flujo típico de los pensamientos del peregrino […]. Valiosa fue su invitación a vivir un día a la vez, una hora a la vez, un minuto a la vez: concentrar las energías en un futuro lejano, que sin duda puede ser fuente de preocupación, es en realidad un derroche de energía y una renuncia práctica a estar aquí y ahora. Vivir en el futuro (o en el pasado) no permite habitar y saborear el presente, con el riesgo de no captar sus dones y renunciar a posibles experiencias, o de no saborear las maravillas que podrían ofrecerse si se fuera capaz de ver como un recurso lo que antes se llamaba un problema»[16].

Mindfulness quiere ayudar, ante todo, a apreciar el valor regenerador de la simple observación; por eso exige fijar un tiempo de pausa, que hay que planificar cuidadosamente, sobre todo al principio, aprendiendo a parar. Este es quizá el paso más difícil, porque supone introducir un nuevo hábito, el de la conciencia, que es la clave de cualquier cambio: a través de la presencia mental, los pensamientos, especialmente los disfuncionales que pintan un panorama sombrío de la realidad que nos rodea y de nuestro valor personal, pueden perder mordacidad y permitirnos iniciar caminos de autogestión.

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El protocolo MBCT (Mindfulness Based Cognitive Therapy), diseñado para la reducción de las recaídas depresivas, aborda el proceso de pensamiento captando el vínculo entre los pensamientos negativos ligados a la autocrítica y la culpa típicos de la depresión, sugeridos por la tristeza. También es adecuado para tratar la «rumiación», porque cuanto más busca la persona deprimida una explicación a sus depresiones anímicas a través de la rumiación, más se siente atrapada en la tristeza como en un círculo vicioso. Por tanto, uno puede entrenarse poco a poco hacia una conciencia más acogedora y compasiva de sí mismo y de su propio malestar.

Entrenarse a cuestionar los pensamientos es un paso importante porque, como se ha señalado, no coinciden con la realidad, especialmente con la realidad de uno mismo. En este sentido, puede ser importante recordar episodios del pasado que hayan demostrado la falsedad de evaluaciones negativas persistentes, que sólo resultaron perjudiciales para vivir auténticamente. Cuanto más se concrete y entrene la memoria, más se podrá introducir en la visión de la realidad otros colores, más respetuosos con su belleza y complejidad. Es lo que San Ignacio llama «la memoria de los beneficios recibidos», que proporciona el horizonte real en el que ubicar la propia situación vital.

Desde la conciencia de sentirse a merced de los propios pensamientos, será más factible dirigir la atención a otra cosa, como un hobby, un interés, los amigos u otras distracciones. Además de dedicarse a aspectos saludables para la persona, esto también significa mejorar la conciencia y experimentar la realidad, reconociendo su diferencia respecto al propio pensamiento.

Otro paso útil es el llamado problem solving: en lugar de quedarse atrapado en cavilaciones, intentar elaborar un plan concreto para abordar el problema en cuestión, de la forma más detallada posible. Como hemos visto, la acción estimula la facultad cognitiva y puede sugerir nuevas vías de solución.

Reconocer los factores desencadenantes. También en este punto, la toma de conciencia es una ayuda inestimable, porque permite identificar el momento en que se pone en marcha la película tantas veces vista, esa que ha llevado a considerarse a uno mismo en términos negativos, incapaz de afrontar los problemas. Los antecedentes pueden ser de diversa índole: una situación fallida, una idea que trae a la memoria episodios del pasado vividos negativamente (flashbacks), una persona que puede despertar pensamientos o emociones negativas, una noticia, una lectura, un encuentro. Ser capaz de reconocerlos, de precisar su significado a los propios ojos, es un ejercicio de libertad y distancia que puede cambiar el círculo vicioso de la distorsión cognitiva.

Recuperar la autoestima

Existe un vínculo especialmente estrecho entre los pensamientos negativos y la baja autoestima. Cuando el estado de ánimo es negativo y cuando la definición de sí mismo se ve atacada, resulta más espontáneo formular pensamientos negativos y distorsionados. Por lo tanto, será importante centrarse en una correcta valoración de sí. La Compassion Focused Therapy (CFT) fomenta una forma de entrar en contacto con el sufrimiento mental de forma suave, activando el sistema de consuelo que puede regular las emociones amenazantes y aplacar la autocrítica lacerante. El psicólogo Paul Gilbert ha desarrollado una propuesta terapéutica específica basada en la compasión para fomentar la sabiduría y la apertura hacia uno mismo y los demás ante las adversidades de la vida. La compasión permite salir de la propia prisión interior potenciando ciertas actitudes (que Gilbert denomina «atributos») que hemos señalado en estas páginas. En concreto: preocupación por los demás; sensibilidad ante el sufrimiento; participación activa (simpatía); empatía; tolerancia ante el sufrimiento; actitud de no juzgar. La terapia basada en la compasión ha demostrado ser especialmente eficaz en el tratamiento de formas específicas de angustia (trastorno de estrés postraumático; psicosis; trastornos de la alimentación y del estado de ánimo; dolor crónico)[17].

Sin menoscabar en absoluto el valor de estas propuestas terapéuticas, y en el caso de los trastornos graves del estado de ánimo también de la ayuda farmacológica adecuada, cabe señalar, no obstante, que en este punto concreto la perspectiva espiritual cristiana tiene sin duda un aspecto especialmente valioso que ofrecer. Los maestros espirituales habían comprendido que al trabajar con los propios pensamientos se entra en una dimensión mayor, que no está en nuestro poder, pero que es benévola y que puede acudir en nuestra ayuda cuando las fuerzas por sí solas parecen incapaces de hacerlo: «La cuestión es más bien cuál considero más fuerte»[18].

Frente a los pensamientos que inducen a la desesperación, la vida espiritual ofrece un nivel adicional, recordándonos que todo – pensamientos, palabras, obras – puede ser atravesado por el amor de Dios, que no conoce obstáculos ni trabas.

  1. Cfr E. Pontico, Contro i pensieri malvagi. Antirrhetikòs, Magnano (Bi), Qiqajon, 2005, n. 38 e 55.

  2. Detti e fatti dei padri del deserto, Milán, Rusconi, 1975, n. 195; cfr Ignacio de Loyola, s., Ejercicios espirituales, n. 318.

  3. «Si te acosan pensamientos impuros, no los escondas, díselos enseguida a tu padre espiritual y domínalos así. Porque en la medida en que ocultas tus pensamientos, éstos se multiplican y ganan fuerza. Del mismo modo que una serpiente sale de su guarida e inmediatamente huye, así los malos pensamientos, una vez revelados, desaparecen inmediatamente» (Detti e fatti dei padri del deserto, cit., n. 592/50; cfr. Ignacio de Loyola, S., Ejercicios espirituales, n. 326).

  4. «El padre Agatón, cuando veía algo y su mente se inclinaba a juzgar, se decía a sí mismo: “¡Agatón, no lo hagas!”. Y su mente se calmaba» (Vita e detti dei padri del deserto, Roma, Città Nuova, 1999, 113 c).

  5. «El tercero modo de orar es que con cada un anhélito o resuello se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Pater noster o de otra oración que se rece, de manera que una sola palabra se diga entre un anhélito y otro, y mientras durare el tiempo de un anhélito a otro, se mire principalmente en la significación de la tal palabra, o en la persona a quien reza, o en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta bajeza propia; y por la misma forma y regla procederá en las otras palabras del Pater noster; y las otras oraciones, es a saber: Ave María, Anima Christi, Credo y Salve Regina» (Ignacio de Loyola, s., Ejercicios espirituales, n. 258; cfr O. Clément – J. Serr, La preghiera del cuore, Milán, Ancora, 2015).

  6. «Un anciano dijo: “Cuando te levantes después de dormir, ante todo, que tu boca dé gloria a Dios. Debes entonar himnos y salmos, porque el espíritu sigue moliendo todo el día, como una muela, el primer pensamiento al que se ha unido desde el alba, ya sea trigo o cizaña. Por eso debéis ser siempre los primeros en sembrar el trigo, antes que vuestro enemigo siembre la cizaña”» (Detti inediti dei padri del deserto, Magnano (Bi), Qiqajon, 1986, 242).

  7. L. A. Seneca, Lettere a Lucilio, Milán, Rizzoli, 1983, vol. 2, lett. 104, 408.

  8. «El monje medita durante la noche los mismos pensamientos que tiene durante el día, sean buenos o malos. Porque cuando uno duerme, todo converge en un punto» (en L. Regnault, Les sentences des Pères du desert, Abbaye Saint-Pierre de Solesmes, 1981, n. 592/45).

  9. Cfr T. Swart, La fonte. Apri la mente, cambia la vita, Milán, Tea, 2021, 255-257.

  10. J. Tseng – J. Poppenk, «Brain meta-state transitions demarcate thoughts across task contexts exposing the mental noise of trait neuroticism», en Nature Communications 11, 3480 (2020) 1-12.

  11. Cfr S. Danziger – J. Levav – L. Avnaim-Pesso, «Extraneous factors in judicial decisions», en Proceedings of the National Academy of Sciences Of the United States of America, vol. 108 (2011), n. 17, 688-692; K. Weinshall-Margel, «Overlooked factors in the analysis of parole decisions», ibid, vol. 108 (2011), E833.

  12. P. Ricœur, «Se l’identità è un’opinione», la Repubblica, 9 de agosto de 2004.

  13. Cfr G. Nardone – G. De Santis, Cogito ergo soffro. Quando pensare troppo fa male, Florencia, Ponte alle Grazie, 2011; G. Melli, Vincere le ossessioni. Capire e affrontare il disturbo ossessivo-compulsivo, Trento, Erikson, 2018; A. T. Beck – A. Freeman, Cognitive Therapy of Personality Disorders, New York, The Guilford Press, 1990.

  14. Cfr A. Ellis, Ragione ed emozione in psicoterapia, Roma, Astrolabio, 1989; G. Cucci, «Il ritorno del realismo», en Civ. Catt. 2011 IV 131-140.

  15. D. J. Siegel, Mindfulness e cervello, Milán, Cortina, 2009, 13.

  16. G. Sabbioni, Ovunque tu vada. Vivere l’essenziale un minuto alla volta, Milán, Terre di Mezzo, 2017, 36 s.

  17. Cfr P. Gilbert, La terapia focalizzata sulla compassione. Caratteristiche distintive, Milán, Franco Angeli, 2018.

  18. A. Grün, Terapia dei pensieri, Brescia, Queriniana, 2004, 102.

Giovanni Cucci S.I. – Betty Vettukallúmpurathu Varghese
Giovanni Cucci se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica". Betty Vettukallúmpurathu Varghese es consejera de Salud Mental por la AdventHealth University.

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