Compasión e interconexión
En el Cuarto Evangelio, Jesús habla a menudo de la interconexión, en términos «teológicos». En Jn 15 habla de ella como «testimonio del Espíritu», explicándola con el símil, o comparación, de la vid y los sarmientos[1]. Jesús es la vid verdadera; el Padre, que es el viñador (v. 1), quita los sarmientos que no dan fruto y poda (literalmente: «limpia», kathairei) los sarmientos que dan fruto. El verbo «limpiar» en el cuarto Evangelio se repite en Jn 13,10 durante el lavatorio de los pies, cuando Jesús dice a sus discípulos: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio (katharos). Ustedes también están limpios, aunque no todos». Sabía, en efecto, quién lo iba a traicionar; por eso dice: «No todos [están limpios]»[2].
La poda del sarmiento que da fruto para que dé más fruto (v. 2) es una ejemplificación y explicación del sentido bautismal del lavatorio de los pies, según la explicación que Jesús da a Pedro en Jn 13,8: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». El Padre, que es el viñador, «limpia» a los discípulos de Jesús con su pasión, los une a su pasión y muerte, para que con el don de su vida y del Espíritu Santo se unan a él y a su resurrección[3]. Los discípulos, «purificados» por la palabra que Jesús proclamó, tienen acceso a un diálogo salvífico, participan en la comunión de Jesús con el amor del Padre y son invitados a «permanecer» en él; de lo contrario, son como el sarmiento separado de la vid, que no sirve para nada.
A continuación, Jesús repite el significado del símil de la vid y los sarmientos y añade el destino de los que no permanecen «conectados» a él: «el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca[4]; después se recoge, se arroja al fuego y arde»[5]. Los que no permanecen en Jesús son arrojados fuera[6] y se secan como los sarmientos que no están unidos a la vid. La mención del fuego en este símil se refiere al juicio que, según el Evangelio de Juan, Jesús realiza con su pasión. El sentido del símil es el siguiente: del mismo modo que el sarmiento que da fruto está unido a la vid, la unión a la vida de Jesús – y a la plenitud de la comunión con el amor del Padre – produce, anima y promueve la vida. Toda producción de vida – y toda «limpieza» -, según la lógica del símil de la vid y los sarmientos, implica una conexión con la vida de Jesús.
Por eso Jesús invita a los discípulos a permanecer en él, «y» (en el texto griego la conjunción es un kai efesiegético: «es decir») a dejar que sus palabras permanezcan en ellos, para obtener todo lo que pidan. El Padre es glorificado – es decir, se une a los discípulos, como a Jesús – en el hecho de que dan mucho fruto y, por tanto, son sus discípulos. Pero para ello es necesario «permanecer» en el amor que Jesús mostró a sus discípulos, y que es una imitación del amor (mutuo) del Padre. «Permanecer» en el amor para dar fruto significa observar los mandamientos de Jesús, que son el cumplimiento de las promesas y la plenitud de la alegría; significa participar en la vida de Jesús: seguir amando, incluso en las dificultades y en la adversidad, y allí donde falta la comunión. Participar en la vida de Jesús, estar en comunión con él, significa llevar amor y comunión – incluso a través del diálogo – allí donde faltan. Esta es la «glorificación» de Jesús.
La condición para poner en práctica esta dinámica de conexión, que incluye guardar los mandamientos de Jesús, es decir, el mandamiento del amor[7], es escuchar y aceptar la palabra de Jesús[8], lo que implica un diálogo y una relación con él e incluye la aceptación del enemigo. Jesús ha guardado los mandamientos del Padre (y el amor del enemigo)[9], y permanece en su amor[10], en una relación muy especial y única de amor mutuo que el Evangelio de Juan llama «glorificación».
El «testimonio del Espíritu»
Después de declarar que el modelo de amor mutuo es su amor, y que «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos», Jesús añade: «Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando»[11]. En hebreo, amistad y amigo se expresan con un término (chvr) que significa «atar» o «ligar». Jesús ha ligado a sus amigos a sí mismo al dar su vida, para hacerlos partícipes de su comunión de amor con el Padre. El mandamiento del que habla Jesús, de «permanecer» en el amor con un vínculo semejante al que existe entre la vid y los sarmientos, es, por tanto, amor «recíproco», que se explica por el «don» de la vida por los amigos[12].
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Este mandamiento fue presentado por Jesús en el contexto del lavatorio de los pies como algo «nuevo». Es «recíproco», porque está relacionado y expresa una conexión con la comunión de amor de Jesús con el Padre[13]. Con amor «recíproco», primero se acepta la palabra de Jesús y el don de su vida, que es comunión con el amor del Padre. A continuación, se hace frente al odio del mundo[14], dando testimonio de un amor que es don gratuito e ilimitado de sí mismo.
Más que una totalidad o un conjunto de personas, el «mundo» es una mentalidad que se opone a la revelación de Jesús[15]. El odio – que es lo contrario del amor y de la comunión – es expresión de una mentalidad «mundana», opuesta a la revelación de Jesús. Después de haber explicitado que la causa del odio del mundo a los discípulos es el odio a Jesús – a la elección de Jesús y su amor «recíproco» (vv. 18-24) -, con la cita del Sal 35,19 y del Sal 69,5 se explica mejor la participación del discípulo en la vida del Maestro. El odio gratuito a Jesús es la razón del odio del mundo al discípulo[16].
En este contexto se anuncia la venida y el testimonio del Espíritu de la verdad[17], que es el Espíritu del amor[18]. Prometido por la Palabra de Dios e identificado con Jesús – que, para el Evangelio de Juan, es la Palabra de Dios y la Verdad –, el Espíritu de la verdad realiza el vínculo y la unión de los que habla Jesús con el símil de la vid y los sarmientos[19]. Es el cumplimiento de la promesa de un diálogo, de una nueva alianza[20] y de un nuevo mandamiento que consiste en este «vínculo» con la plenitud del amor, que es la vida de comunión de Jesús con el Padre. El «testimonio del Espíritu» realiza el «vínculo» con la vida de Jesús, con su comunión con el amor del Padre, y expresa este vínculo en un contexto de prueba[21].
La vid, los sarmientos y «el gemido» de la creación
El símil de la vid y los sarmientos en Jn 15,1-11 puede remitir a las palabras institucionales de la Última Cena de las tradiciones sinópticas[22]. En efecto, durante la Última Cena de los evangelios sinópticos Jesús menciona el vino (fruto de la vid) en relación con el significado salvífico de su pasión, que cumple la palabra de Dios y las promesas de la nueva alianza. Roger Le Déaut ha sugerido que el «cáliz» de la Última Cena, como el de la agonía y el que los discípulos tendrían que beber para sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el reino de Dios[23], tiene el significado atribuido a este término por el Targum Neophytes en Dt 32,1 (y el Testamento de Abraham 16), es decir, la muerte: «Yo no doy testimonio contra ellos [los hijos de Dios] ante los hombres que mueren y prueban el cáliz de la muerte […]. Más bien testifico contra ellos ante el cielo y ante la tierra, que no mueren en (este) mundo y no prueban el cáliz de la muerte, sino que su fin es ser destruidos para el mundo venidero». Para los Targumim (las traducciones arameas de la Biblia hebrea), el cáliz de la Biblia contiene una referencia a la pasión y la muerte. Cuando Jesús invita a los discípulos a compartir la copa de la nueva alianza en su sangre[24], les invita a participar en su pasión. La nueva alianza en la sangre de Jesús (Lc 22,20; cfe. Jer 31,31-34) se realiza por su pasión y por la comunión en su muerte redentora, según el doble sentido de la palabra diathēkē: alianza y testamento que supone la muerte[25].
Este aspecto de pasión y prueba, contenido en el significado del cáliz (y en el simbolismo mesiánico de la uva y el vino) [26], es recogido por Jesús en el símil de la vid y los sarmientos. El Padre, que es el agricultor, quita de la vid los sarmientos que no dan fruto, y a los que dan fruto los «limpia», para que den más fruto[27]. Así, el Cuarto Evangelio explica las «palabras institucionales» con referencia al significado de la Última Cena de las tradiciones sinópticas, como don de la vida de Jesús, y como comunión con el don de su vida, con participación en su pasión, y refiriéndose al significado bautismal de los términos con los que en Jn 13 Jesús había hablado de la unión del discípulo con la vida del Maestro y del mandamiento nuevo.
Al igual que en la teología de Juan, para San Pablo el bautismo y el don del Espíritu Santo implican un aspecto de «interconexión». En Rom 8, el Espíritu Santo obra la santidad y la santificación (entendidas como interconexión) como participación en la herencia de Jesús: en su sufrimiento y glorificación[28]. La santificación de los hijos de Dios por el Espíritu Santo implica la participación en los sufrimientos y la glorificación de Jesús, e implica también a la creación, que fue sometida a la caída por el pecado humano y participa de su redención y santificación.
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Los sufrimientos del presente, que no pueden compararse con la gloria futura que se revelará[29], se expresan mediante los «gemidos» – como de parto – de la creación (que espera la revelación de los hijos de Dios) y los gemidos del Espíritu en los creyentes. Los «gemidos» del Espíritu en la creación (v. 22) y en los creyentes (v. 23) son la manifestación de la obra de la «santificación», es decir, la comunicación de la vida divina, la llegada del Reino y la presencia del Padre. Con el don del Espíritu Santo – que es el don de la vida de Jesús y del amor del Padre (cfr. Jn 1,18; 1 Jn 4) – se realiza la santificación de la creación como conformación a la glorificación del Hijo. El mismo Espíritu que «gime» en la creación «gime» en los creyentes, revelando la paternidad de Dios en la vida de sus hijos como conformación a la imagen del Hijo.
Conexión y servicio
La parábola de la vid y los sarmientos presenta la Pascua de Jesús como el don de su vida, como participación en su vida y comunión con el amor del Padre, y de este modo como el cumplimiento de la palabra de Dios y la promesa de la nueva alianza. El símil de la vid y los sarmientos recuerda así un significado – el sacramental – del lavatorio de los pies, y es una forma de explicar en el Cuarto Evangelio el sentido (bautismal) de las palabras de Jesús sobre el cáliz durante la Última Cena de los sinópticos, con la comunión a su vida mediante la unión con su pasión y muerte. La nueva alianza es esta participación en el «cáliz» de Jesús[30], en su pasión y en el don de su vida que es el Espíritu, y el «testimonio del Espíritu»[31].
La compasión, que es la expresión del mandamiento del amor «recíproco» y del «testimonio del Espíritu», es entendida por la teología (práctica) de la acogida a partir del «vínculo» del que habla el símil de la vid y los sarmientos en Jn 15: es la participación en la comunión de Jesús con el amor del Padre, fuente de vida (para todos). El «vínculo» propio de todo mandamiento, en Jn 15 es la novedad de la compasión, hecha posible por la amistad de Jesús para todos y para siempre, mediante el don de su Espíritu (de paz y de amor, «en la obra de la creación y en el corazón de los hombres y las mujeres de buena voluntad de toda raza, cultura y religión»[32]), que es su vida y su participación en la comunión de Jesús con el amor del Padre, y el cumplimiento de las profecías y de las Escrituras hebreas[33]. Toda forma y práctica de este mandamiento, toda expresión de compasión y diálogo, es un «testimonio del Espíritu», profetizado en las Escrituras hebreas, que actúa ordinariamente en la «clase media de la santidad»[34], y universalmente en los vínculos con la creación y en el «servicio» a las criaturas[35].
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Cfr Jn 6; 10; 17; etc. Para M.-J. Lagrange, Évangile selon Saint Jean, París, J. Gabalda, 1948, 401, Jn 15 es una parábola transformada en alegoría. A diferencia de Jn 10, en Jn 15 Jesús explica el rol del Padre, presentándolo como el viñador (v. 1; cfr Mc 12,1-12; 1 Cor 3,6-9). El Papa Francisco alude a menudo a esta interconexión. Habló de ella, por ejemplo, a propósito del Mediterráneo: tanto en el Discurso de Posillipo, en el Congreso sobre «La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo», como en el Discurso de febrero pasado a los obispos reunidos para el encuentro de Bari, «Mediterráneo, frontera de paz». Cfr S. Bongiovanni – S. Tanzarella (edd.), Con tutti i naufraghi della storia. La teologia dopo Veritatis gaudium nel contesto del Mediterraneo, Trapani, Il Pozzo di Giacobbe, 2019, 221-232. ↑
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Jn 13,10-11. ↑
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Cfr Jn 19,30; 20,21-23; Rm 6. ↑
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Para R. Schnackenburg, Il vangelo di Giovanni, vol. 3, Brescia, Paideia, 1981, «el corte de las ramas secas se realiza como motivo de admonición (v. 6): no se trata tanto de una alusión al traidor Judas, sino más bien a los miembros de la comunidad que han dado malos testimonios o caído en la herejía, y su exclusión (cfr. 1 Jn 2,19) se explica aquí como una acción realizada por Dios». ↑
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Jn 15,6; cfr Is 40,7; Mt 13,24-30.36-43. ↑
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Cfr Jn 12,31. ↑
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Cfr Jn 13,35; 1 Jn 2,4. ↑
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«La conexión entre “guardar los mandamientos” y “amar” procede del lenguaje del Deuteronomio, como muestran especialmente los capítulos 6-11 de ese libro, donde se expresa la teología de la alianza entre Dios y su pueblo (cfr. Dt 7,9.12)» (J. Beutler, Il Vangelo di Giovanni, Roma, Gregorian & Biblical Press, 2016, 468). ↑
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Cfr Lv 19,1-2; Mt 5,43-48. ↑
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Cfr Jn 15,10; 14,15.21.23. ↑
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Jn 15,12-14. ↑
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Cfr Jn 15,12-13; 1 Jn 2,9-11; 3,11-18.23; 4,7.11-12.20-21; 5,1-2. ↑
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Cfr. Jn 13,34. En Jn 15,12-13, el mandato de amarse los unos a los otros (y de dar la vida por los amigos, v. 13) remite al sentido del lavatorio de los pies, es decir, al don de la vida de Jesús (cfr. 1 Jn 3,16). El verbo «dar (la vida por los amigos)» (tithemi) de Jn 15,13 se repite de hecho también en Jn 13,4 (y Jn 10,11), cuando Jesús se quita (literalmente: «regala») la ropa antes de lavar los pies a los discípulos, profetizando así el don de su vida. ↑
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Cfr Jn 15,18. ↑
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Cfr Jn 8,23; 17,9. ↑
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Cfr Mc 13,9-13. ↑
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Cfr Jn 15,26; cfr Jn 14,16-17.25-26; 16,7; 1 Jn 5,6-7. ↑
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Cfr Jn 1,17-18; cfr Gal 3,5. ↑
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Cfr Jn 14,6.16. ↑
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Cfr Jer 31,31-32; Ez 36,24-25. ↑
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Cfr Mt 10,19-20; Mc 13,9.11; Lc 2,11-12; 21,13. ↑
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Cfr P. Di Luccio, «Tradizioni dell’Ultima Cena», en Rassegna di Teologia 54 (2013/3) 391-416. ↑
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Cfr Lc 22,20; Jn 18,11; Mt 20,22-23. ↑
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Cfr Lc 22,20. ↑
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Cfr R. L. Déaut, «Goûter le calice de la mort», en Biblica 43 (1962) 82-86. ↑
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Cfr Gen 49,11-12. ↑
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Cfr Jn 15,2; Mt 15,13; 21,41; Lc 13,6-9; Rm 11,17. ↑
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Cfr Rm 8,16-17; cfr Rm 5,1-5; Gal 3,29–4,7; 1 Ped 4,13; 5,1. ↑
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Cfr Rm 8,18; Dn 7,21-22.25-27; 12,1-3. ↑
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Cfr Mt 20,20-23; Mc 10,35-40. ↑
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Cfr Jn 19,30; 20,21-23. ↑
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Francisco, Discurso en el congreso «La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo», Nápoles, 21 de junio de 2019. ↑
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Cfr Jn 1,17-18. ↑
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Francisco, Gaudete et exsultate, n. 7. ↑
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Cfr Ignacio de Loyola, s., Ejercicios espirituales, n. 23. ↑
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