«¡Que el Señor haga a esta mujer semejante a Raquel y a Lea, las dos que edificaron la casa de Israel!» (Rt 4,11). Con estas palabras de buenos deseos, los ancianos de Belén se dirigen a Booz, que está a punto de tomar por esposa a Rut, la moabita. Pero, ¿quiénes son Raquel y Lea, celebradas como las matriarcas de Israel, es decir, las que engendraron a los progenitores de las 12 tribus? En primer lugar, son dos hermanas, ambas esposas de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham. Este hecho ya contrasta con nuestra sensibilidad, a la que le cuesta aceptar que el gran patriarca sea bígamo; pero el moralismo no debe engañarnos e impedirnos leer la historia de estas dos hermanas, a través de las cuales la promesa de Dios a Abraham se encarna en un linaje innumerable (cfr. Gn 13,16; 16,10; 17,6).
Raquel, Lea y Jacob
Raquel y Lea aparecen en la historia cuando Jacob, huyendo de su hermano Esaú, que quiere matarlo, se refugia en Jarán con su tío Labán, buscando esposa entre los suyos por instrucciones explícitas de su padre Isaac, instado por su esposa Rebeca (cfr. Gn 27,46; 28,1-5)[1]. Mientras Jacob, después de haber recorrido un largo camino, se encuentra junto a un pozo, aparece la pastora Raquel: «Apenas Jacob vio a Raquel, la hija de su tío Labán, que traía el rebaño, se adelantó, hizo rodar la piedra que cubría la boca del pozo, y dio de beber a las ovejas de su tío. Después besó a Raquel y lloró de emoción» (Gn 29:10-11).
Esta reacción de Jacob podría calificarse de «amor a primera vista». De hecho, encuentra fuerzas para hacer rodar una piedra que sólo podía moverse con la ayuda de varias personas (cfr. Gn 29,2-3) y, al mismo tiempo, expresa tanto su afecto con un beso como su debilidad con un llanto que descarga toda la tensión tras un largo e incierto viaje. Además, el contexto en el que se desarrolla la escena adquiere también una connotación particular, ya que en la Biblia el pozo es el lugar de los esponsales[2] y la promesa de fertilidad y vida, simbolizadas por el agua.
Por último, cuando Jacob es recibido por su tío, el narrador presenta a las dos hermanas colocándolas una al lado de la otra: «Labán tenía dos hijas: la mayor se llamaba Lea, y la menor, Raquel. Lea tenía una mirada tierna/apagada, pero Raquel tenía una linda silueta y era muy hermosa» (Gn 29,16-17). En su aspecto exterior, las hijas de Labán se presentan al lector de manera muy diferente: mientras que Lea parece tener los ojos apagados, Raquel es retratada como bien formada y hermosa. Por eso Jacob se siente atraído por esta última y se enamora de ella, pidiéndola en matrimonio a su tío (v. 18) y ofreciendo sus servicios por ella: «Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero le parecieron unos pocos días, por el gran amor que le tenía. Después Jacob dijo a Labán: “Dame a mi esposa para que pueda unirme con ella, porque el plazo ya se ha cumplido”. Labán reunió a toda la gente del lugar e hizo una fiesta. Pero al anochecer, tomó a su hija Lea y se la entregó a Jacob. Y Jacob se unió a ella. Además, Labán destinó a su esclava Zilpá, para que fuera sirvienta de su hija Lea. A la mañana siguiente, Jacob reconoció a Lea» (Gn 29, 20-25a).
El amor de Jacob por Raquel es tan intenso que no siente el peso del cansancio y del paso de los años. Por fin llega el momento de unirse a su amada, pero su tío le tiene reservada una sorpresa a su sobrino. De hecho, Jacob se da cuenta por la mañana de que se ha casado con Lea y no con su amada Raquel. ¿Cómo es posible que en todo ese tiempo Jacob no se diera cuenta de que tenía delante a Lea y no a Raquel? ¿Estaba borracho? Es de suponer que la novia había estado velada durante toda la noche de bodas, por lo que hasta el día siguiente Jacob no se dio cuenta de que era Lea.
Irónicamente, los rabinos hacen dialogar a Jacob con Lea: «Durante la noche murmuró: “¡Raquel!” Y respondía Lea. Cuando por la mañana se dio cuenta de que era Lea, le dijo: “¡En verdad eres hija de un impostor! ¿O acaso no te llamé ‘Raquel’ y me respondiste?”. “¡Todo amo – le respondió ella – tiene sus discípulos! ¿No te llamó también tu padre “Esaú” y le respondiste?»[3].
Jacob, que había engañado a su padre Isaac haciéndose pasar por Esaú (cfr. Gn 27), es ahora engañado a su vez. Lea es entregada a Jacob como su hermana mayor y, más tarde, Raquel también le es dada en matrimonio, con la condición de que trabaje al servicio de Labán durante otros siete años. De este modo, el tío cambia los arreglos ya hechos, y los años de servicio gratuito pasan de siete a catorce.
El matrimonio con Jacob entrelazará las vidas de las dos hermanas y, lejos de ser la solución prevista por Labán, que sólo piensa en sus propios intereses, las pondrá en competencia entre sí: «Jacob estuvo de acuerdo: esperó que concluyera esa semana, y después, Labán le dio como esposa a su hija Raquel. Además, Labán destinó a su esclava Bilhá, para que fuera sirvienta de su hija Raquel. Jacob se unió a ella, y la amó más que a Lea. Y estuvo al servicio de Labán siete años más» (Gn 29:28-30).
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Esta preferencia de Jacob dará lugar a una intensa rivalidad entre las dos hermanas, Raquel y Lea, ambas esposas suyas, por tener hijos para su marido y ganarse su amor (cfr. Gn 29,31-30,24). La afición de Jacob por Raquel se convertirá en un problema cada vez mayor en el transcurso de la historia. Ahora Jacob quiere más a Raquel que a Lea; más tarde querrá más a José, el hijo de Raquel, que a los hijos de Lea, y esto provocará celos y rivalidad entre los hermanos. Si bien es cierto que Jacob se enamora de la bella Raquel, el Señor elegirá a Lea, la esposa despreciada, haciéndola fecunda.
Dos hermanas en competencia
«El Señor vio que Lea no era amada, y la hizo fecunda, mientras que Raquel permaneció estéril» (Gn 29,31). En la Biblia, los hijos son un don de Dios. Es el Señor quien abre a la vida el vientre de la mujer. Esta vez, Dios hace justicia a la esposa menos amada y descuidada haciéndola fecunda. «Lea concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Rubén, porque dijo: “El Señor ha visto mi aflicción; ahora sí que mi esposo me amará”. Luego volvió a concebir, y tuvo otro hijo. Entonces exclamó: “El Señor se dio cuenta de que yo no era amada, y por eso me dio también a este”. Y lo llamó Simeón. Después concibió una vez más, y cuando dio a luz, dijo: “Ahora mi marido sentirá afecto por mí, porque le he dado tres hijos”. Por eso lo llamó Leví. Finalmente, volvió a concebir y a tener un hijo. Entonces exclamó: “Esta vez alabaré al Señor”, y lo llamó Judá. Después dejó de tener hijos» (Gn 29,32-35).
Lea da a sus hijos nombres que tienen que ver con su rivalidad con su hermana Raquel y su deseo de ser finalmente amada por Jacob. En cierto modo, los hijos que le nacen se instrumentalizan, entran en competencia con Raquel, y con sus nombres se convierten en emblema de una venganza ante la frustración y la humillación de no ser amada. Cuando nace el tercer hijo, Lea expresa la agridulce esperanza de que ahora Jacob se unirá por fin a ella, mientras que el nombre del cuarto hijo revela el deseo de proclamar una alabanza agradecida al Señor ante tanta superabundancia.
La fecundidad de Lea se ve contrarrestada por la esterilidad de Raquel, su amada esposa: «Al ver que no podía dar hijos a Jacob, Raquel tuvo envidia de su hermana, y dijo a su marido: “Dame hijos, porque si no, me muero”. Pero Jacob, indignado, le respondió: “¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios, que te impide ser madre?”. Ella añadió: “Aquí tienes a mi esclava Bilhá. Únete a ella, y que dé a luz sobre mis rodillas. Por medio de ella, también yo voy a tener hijos”» (Gn 30, 1-3).
El triángulo Lea-Jacob-Raquel genera un cortocircuito de competencia, sentimientos de envidia, espíritu de venganza e ira. Raquel está celosa y exige un hijo para alcanzar a su hermana. Ese Jacob que había abierto el pozo (cfr. Gn 29,10) no puede ahora abrir el vientre de Raquel. Ante las exigencias y el lamento de Raquel, Jacob se enfada y le recuerda que sólo Dios puede abrir el vientre de la mujer. Sin embargo, Raquel responde a estas dificultades con ingenio, ideando un expediente, es decir, entregando su propia criada a su marido para que dé a luz a un hijo en su lugar en una especie de maternidad subrogada ante litteram[4]. «Bilhá concibió y dio un hijo a Jacob. Raquel dijo: “Dios me hizo justicia: él escuchó mi voz y me ha dado un hijo”. Por eso lo llamó Dan» (Gn 30,5-6).
Las palabras de Raquel parecen tan descaradas como manipuladoras. Ha urdido una artimaña para tener un hijo, y ahora atribuye su venganza a la justicia divina. El Señor, una vez más, se ve arrastrado a la competición entre hermanas y presionado por cada una para que se ponga de su lado. Raquel instrumentaliza a la esclava, a su hijo y a Dios para sus propios fines. «Bilhá, la esclava de Raquel, volvió a concebir y dio un segundo hijo a Jacob. Entonces Raquel dijo: “Sostuve con mi hermana una lucha muy grande, pero al fin he vencido”. Y lo llamó Neftalí. Lea, por su parte, viendo que había dejado de dar a luz, tomó a su esclava Zilpá y se la dio como mujer a Jacob. Cuando Zilpá, la esclava de Lea, dio un hijo a Jacob, Lea exclamó: “¡Qué suerte!”. Y lo llamó Gad. Después Zilpá, la esclava de Lea, dio otro hijo a Jacob. Lea dijo entonces: “¡Qué felicidad! Porque todas las mujeres me llamarán bienaventurada”» (Gn 30,5-13).
El segundo hijo de la esclava es para Raquel la coronación de su batalla contra Lea y la afirmación de su victoria. En este punto también Lea, que ya no puede tener hijos, recurre a la maternidad vicaria, dando a Jacob su propia esclava Zilpá y prolongando así el desafío con su hermana. Los nombres de los dos hijos son signo de buena fortuna y dicha: «las mujeres me llamarán bienaventurada». Estas palabras de Lea resonarán en los labios de María en su Magnificat dirigido a Dios (cfr. Lc 1,48).
«Rubén salió una vez mientras se estaba cosechando el trigo, y encontró en el campo unas mandrágoras, que luego entregó a su madre. Entonces Raquel dijo a Lea: “Por favor, dame algunas de esas mandrágoras que trajo tu hijo”. Pero Lea respondió: “¿No te basta con haberme quitado a mi marido, que ahora quieres arrebatarme también las mandrágoras de mi hijo?”. “Está bien, respondió Raquel, que esta noche duerma contigo, a cambio de las mandrágoras de tu hijo”» (Gn 30, 14-15). La mandrágora se consideraba una planta afrodisíaca, que se suponía estimulaba la reproducción curando la esterilidad. Como las raíces se asemejan vagamente a la forma de un niño, si una mujer comía de ella, podía quedarse embarazada. Raquel quiere este fruto para ella, porque es el fruto del amor y la fertilidad. Para tener la mandrágora, Raquel le vende a Lea una noche con Jacob. «Al atardecer, cuando Jacob volvía del campo, Lea salió a su encuentro y le dijo: “Tienes que venir conmigo, porque he pagado por ti las mandrágoras que encontró mi hijo”. Aquella noche Jacob durmió con ella, y Dios la escuchó, porque concibió una vez más, y dio a Jacob un quinto hijo» (Gn 30, 16-17).
Este episodio está lleno de ironía: Raquel pensaba resolverlo todo con supersticiones, mediante una fruta considerada mágica; en cambio, es sólo el Señor quien abre el vientre de la mujer estéril, y la mandrágora no la ayudará. Este relato rechaza las supersticiones y estratagemas humanas: la mandrágora no ayudará a Raquel; más aún, será Lea quien tendrá otro hijo.
«Entonces Lea exclamó: “Dios me ha recompensado, por haber dado mi esclava a mi marido”. Y lo llamó Isacar. Luego Lea volvió a concebir y dio un sexto hijo a Jacob. “Dios me hizo un precioso regalo”, dijo Lea. “Esta vez mi marido me honrará, porque le he dado seis hijos”. Y lo llamó Zabulón» (Gn 30, 18-20). Lo que Lea pagó para comprar una noche con Jacob se le devuelve ahora con el salario de un hijo. Sin embargo, hay una tristeza velada en sus comentarios, porque, habiendo recibido un regalo más de Dios, vive con la esperanza, aún no realizada, de que su marido pueda por fin preferirla (cfr. v. 20). Lea, después de tanto tiempo y tantos hijos venidos al mundo, sigue sintiéndose menos amada que Raquel y quiere conquistar un amor que parece inalcanzable. Cada hijo es un signo de esperanza para Lea, pero también revela todo su sufrimiento. Más tarde, dio a luz a una hija y la llamó Dina (cfr. Gn 30,21). No hay explicación etimológica para el nombre de esta niña. Por el momento parece que sólo cuentan los hijos varones, pero más adelante también Dina desempeñará un papel importante en el relato bíblico (cfr. Gn 34).
«Dios también se acordó de Raquel, la escuchó e hizo fecundo su seno. Ella concibió y dio a luz un hijo. Entonces exclamó: “Dios ha borrado mi afrenta”. Y lo llamó José, porque dijo: “Que el Señor me conceda un hijo más”» (Gn 30, 22-24). El recuerdo de Dios aparece en otras coyunturas fundamentales de la historia bíblica. En el libro del Génesis, Dios se acuerda de Noé y pone fin al diluvio (cfr. Gn 8,1). Más tarde, el Señor se acuerda de Abraham y salva a Lot de la destrucción de Sodoma y Gomorra (cfr. Gn 19,29). En el libro del Éxodo, Dios se acuerda de su alianza con Abraham y Jacob e interviene en favor de su pueblo que sufre la esclavitud en Egipto (cfr. Ex 2,24). Esta vez, el Señor se acuerda de Raquel y abre su vientre, respondiendo a la plegaria de la mujer y eliminando su estigma social. En efecto, la esterilidad y la vergüenza asociada a ella son temas sentidos, en el mundo bíblico, especialmente por las mujeres (cfr. Lc 1,25). El nombre del niño, «José», se compone del verbo yasaf, que significa «añadir». Este nombre mira al futuro e indica la esperanza de Raquel de seguir engendrando hijos, esperando que el Señor añada otro[5].
Los progenitores de las tribus de Israel nacen de esta competencia entre hermanas, que muestra cómo, más allá de las rivalidades e intrigas humanas, el Señor sigue obrando a largo plazo para que el linaje de Abraham sea tan numeroso como la arena del mar (cfr. Gn 22,17).
Raquel y Lea, dos hermanas finalmente reunidas
Tras muchos años de duro trabajo con su tío Labán, caracterizados por la injusticia y el acoso, el Señor comunica a Jacob que ha llegado el momento de regresar a Canaán. ¿Qué bando elegirán Raquel y Lea? ¿Lucharán por alejarse de su padre y de su propia tierra, o se embarcarán en un viaje a un país que les es ajeno? Esta vez las dos hermanas hablan con una sola voz, manifestando una armonía sin precedentes tras años de competencia: «Raquel y Lea le respondieron diciendo: “¿Tenemos todavía una parte y una herencia en la casa de nuestro padre? ¿Acaso no nos ha tratado como a extrañas? No sólo nos ha vendido, sino que además se ha gastado el dinero que recibió de nosotras. Sí, toda la riqueza que Dios le ha quitado a nuestro padre es nuestra y de nuestros hijos. Procede como Dios te lo ha ordenado”» (Gn 31, 14-16).
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Notablemente, ambas hermanas coinciden en su lealtad al Dios que habló a Jacob y toman una decisión a favor de su marido y no a favor de la casa de su padre. Este elemento es muy significativo porque encaja plenamente en una dinámica presente en el libro del Génesis, según la cual el proceso de la creación se produce a través de una serie de separaciones secuenciales[6]. En Gn 2,24 se dice: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne». Para engendrar y dar nueva vida, es necesario separarse de la casa paterna (cfr. también Gn 12,1-3). En esta visión, por tanto, la separación aparece como un valor, mientras que los vínculos simbióticos crean caos y muerte. Por eso, Raquel y Lea deciden abandonar la casa paterna, del mismo modo que Abraham ya había abandonado la casa de su padre, y del mismo modo que Jacob, aunque en una situación dramática, ya había dejado las cómodas tiendas de su madre Rebeca para iniciar un nuevo viaje que le llevaría a convertirse en heredero de la promesa y la bendición divinas.
Las esposas de Jacob se dieron cuenta de que se les había acabado el tiempo de quedarse con su padre, porque Labán también se había burlado de ellas, las vendió a Jacob y se quedó con la parte de la herencia que les correspondía a sus hijas. Jacob pagó a las dos esposas con 14 años de servicio gratuito, a los que se añadieron otros siete años de trabajo en los que Labán le cambiaba continuamente el salario. Es bueno, pues, desde su punto de vista, que Dios favorezca ahora a Jacob quitándole la riqueza a su padre.
«Inmediatamente Jacob hizo montar en los camellos a sus hijos y a sus mujeres, y se llevó todo su ganado y todos sus bienes – el ganado de su propiedad, que había adquirido en Padán Aram – para ir a la tierra de Canaán, donde se encontraba Isaac, su padre. Como Labán estaba ausente, esquilando sus ovejas, Raquel se adueñó de los ídolos familiares que pertenecían a su padre» (Gn 31, 17-19). Raquel se separa de la casa paterna, pero sigue atada a su pasado y se queda con los ídolos de su padre. Esta acción puede tener consecuencias devastadoras, porque Labán persigue a Jacob y a su familia para recuperar los ídolos que le fueron robados, y Jacob promete castigar con la muerte al autor de este robo: «Labán entró en la carpa de Jacob, en la de Lea, y en la de las dos esclavas, y no encontró nada. Al salir de la carpa de Lea, entró en la de Raquel. Pero Raquel había tomado los ídolos, los había guardado en la montura del camello y se había sentado encima de ellos. Después que Labán registró toda la carpa sin obtener ningún resultado, Raquel dijo a su padre: “Que mi señor no lo tome a mal; pero no puedo ponerme de pie ante él, porque me sucede lo que es habitual en las mujeres”» (Gn 31,33-35a).
Con gran ironía, esta escena muestra al lector el triste destino que acontece a esos ídolos que parecían tan venerados por Labán. Ahora son colocados bajo la silla de montar, en el lugar más indigno. Incluso Raquel afirma estar menstruando y, por esta misma razón, profanaría los ídolos con su sangre (cfr., por ejemplo, Lev 15,19-31). Es una forma irónica de afirmar la vanidad y nulidad de estas deidades. Dramáticamente, sin embargo, los ídolos de Labán permanecen por el momento en medio de Israel como un signo que anticipa las futuras infidelidades de la comunidad israelita.
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Generalmente, se recuerda al pueblo de Israel por la línea paterna de Abraham, Isaac y Jacob, pero la Biblia muestra cómo la genealogía de la promesa pasa también por las madres. En dos ocasiones del libro del Génesis, Lea y Raquel, con sus respectivas esclavas, están presentes en el árbol genealógico de Israel (cfr. Gn 35,22b-26; 46,8-27). Sus hijos, progenitores de las 12 tribus, heredarán también las consecuencias de las preferencias arbitrarias de su padre y las tensiones entre sus madres. La preferencia de Jacob por Raquel le llevará a querer más a los hijos de ésta que a los de Lea. Por eso, la relación entre José y sus hermanos adquirirá tintes dramáticos. De hecho, el amor preferencial de Jacob por el primogénito de Raquel alimentará el odio y la envidia de los hijos de Lea (cfr. Gn 37,3-4).
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- La endogamia es la práctica de casarse dentro de un grupo étnico o clase social específicos. Muchas sociedades del pasado y del presente tienen normas de endogamia, que exigen que los matrimonios sean exclusivos dentro de determinados grupos sociales. Cfr. T. Hieke, «Endogamy in the Book of Tobit, Genesis, and Ezra-Nehemiah», en G. Xeravits – J. Zsengellér (edd.), The Book of Tobit: Text, Tradition, Theology, Leiden – Boston, Brill, 2005, 103-120. ↑
- Se trata de una escena típica, es decir, compuesta por una serie de elementos convencionales, que en este caso representan el encuentro de la amada en el pozo. Cfr R. Alter, «Scene-tipo bibliche e gli usi della convenzione», en Id., L’arte della narrativa biblica, Brescia, Queriniana, 1990, 65-83. ↑
- Bereshit Rabbah 70,19. ↑
- Éste fue también el caso del nacimiento de Ismael de Agar, la esclava egipcia de Sara (cfr. Gn 16,1-4). La práctica de la maternidad vicaria también está atestiguada en otras fuentes del Próximo Oriente Antiguo (cfr. Nuzi HSS S. 67; Hammurabi, nos. 144; 146; 173). ↑
- Debido al nacimiento de otro hijo, Benjamín, Raquel morirá en el parto (cfr. Gn 35,16-20). ↑
- En Gn 1, Dios crea separando la luz de las tinieblas, lo seco de lo mojado, etc. Cfr P. Beauchamp, Création et séparation: étude exégétique du chapitre premier de la Genèse, París, Cerf, 2005. ↑