Para el Papa Francisco, una cosa está absolutamente clara: la Iglesia está llamada a anunciar la alegría del Evangelio, que corresponde a su naturaleza misionera. El término «alegría» (dicha, gozo) es uno de los más recurrentes en el vocabulario bergogliano. Se utiliza a menudo con adjetivos como «nueva», «creadora», «espiritual», «profunda», «íntima», «inmensa», «incontenible», «eterna», «plena», «escatológica»[1]. También dedicó específicamente algunas meditaciones de sus cursos de Ejercicios Espirituales a la alegría del Evangelio[2].
Idealmente, Evangelii gaudium, la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco, conectaba con la carta que el cardenal Bergoglio escribiera a la diócesis de Buenos Aires con motivo de la apertura del Año de la Fe, en la que, desde las primeras líneas, hablaba de una Iglesia de puertas abiertas, «símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza». Durante la clausura del Año de la Fe, y escribiendo a la Iglesia universal, el Papa Francisco reiteró su convicción de que quería una Iglesia que no se preocupara por fortificar las fronteras, sino que buscara el encuentro que comunica la alegría del Evangelio, que en una Misa Crismal describió como «envolvente como el perfume, penetrante como el aceite»[3] y que es, en definitiva, «el signo de que nuestros corazones buscan el bien»[4], el «signo de la presencia de Cristo»[5]. Como afirma la Encíclica Lumen fidei (LF), es también «el signo más claro de la grandeza de la fe»: la alegría cristiana es fidei laetitia (LF, nn. 47 y 53).
Las raíces de una exhortación a la alegría
El Papa Francisco también se hace eco de la llamada de Benedicto XVI, que citó diez veces la alegría en su Carta Apostólica en forma de motu proprio Porta Fidei, con la que proclamó el Año de la Fe el 11 de octubre de 2012. «Hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe», escribió el Papa Benedicto, y continuó: «La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo» (n. 7).
Es evidente que el estímulo para escribir esta Exhortación vino del Sínodo de los Obispos sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana» (7-28 de octubre de 2012), que concluyó con la entrega al Papa Benedicto XVI de una lista de 58 Propositiones votadas previamente por los Padres sinodales, que se citan 30 veces en la Evangelii gaudium[6]. En las Propositiones, los Padres abordan la naturaleza de la nueva evangelización, su contexto, las respuestas pastorales a las circunstancias actuales y los agentes de esa misión. El Papa retoma y relanza estos contenidos, insertándolos en una visión orgánica. No podemos dejar de señalar, además, que algunos temas y expresiones fueron anticipados en la entrevista que el Papa Francisco concedió a La Civiltà Cattolica y otras revistas de la Compañía de Jesús, publicada el 19 de septiembre de 2013[7]. Y, por último, constatamos el resurgir de algunas lecturas muy queridas por él: san Agustín, santo Tomás, el Gorgias de Platón, y luego Isaac de l’Étoile, Tomás de Kempis, el jesuita Pedro Fabro, y los modernos Teresa de Lisieux, John Henry Newman, Georges Bernanos, Henri de Lubac y Romano Guardini.
Pero el mismo título Evangelii gaudium trae inmediatamente a la mente otras dos grandes Exhortaciones Apostólicas muy queridas por el Papa Francisco: Gaudete in Domino (GD) y Evangelii nuntiandi (EN), ambas firmadas por Pablo VI, una el 9 de mayo y la otra el 8 de diciembre de 1975, la segunda de las cuales es fruto del Sínodo de los Obispos de 1974 sobre la evangelización en el mundo actual. Montini había escrito sobre la «dulce y consoladora alegría de evangelizar, incluso cuando es necesario sembrar entre lágrimas» (EN, n. 80). Y el Papa Francisco hace un llamado: «¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!» (83)[8]. El título de la Exhortación recuerda también el discurso del Papa Juan XXIII en la solemne apertura del Concilio Vaticano II, Gaudet Mater Ecclesia, significativamente citado aquí dos veces (41 y 84).
El mismo kerigma es noticia de alegría; al fin y al cabo, escribe Pablo VI: «Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo, de entregarse a Él» (EN, n. 9). «Nosotros – continuó Pablo VI – podemos gustar la alegría propiamente espiritual, que es fruto del Espíritu Santo: consiste esta alegría en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posesión de Dios trino, conocido por la fe y amado con la caridad que proviene de él» (GD, III)[9].
A estas raíces vinculadas a Pablo VI hay que añadir las que se encuentran en el Documento de Aparecida (2007), que alientan las páginas de Bergoglio. Allí resuena con frecuencia (unas 60 veces) la llamada a la alegría. En el documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, la alegría del discípulo tiene un impacto directo en la sociedad y en la vida social, así como en la vida individual, como se lee en la Exhortación.
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Las conexiones entre Evangelii gaudium y Evangelii nuntiandi, Gaudete in Domino y la Conferencia de Puebla (1979), que precedió a la de Aparecida, pueden verse ya en el discurso del entonces Cardenal Bergoglio en la Sesión Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, celebrada en Roma en enero de 2005. En este texto, en particular, encontramos algunos puntos fundamentales que hoy leemos de forma profundizada y ampliada en la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco. Esto significa que el texto que tenemos ante nosotros es el fruto maduro de una reflexión que Jorge Mario Bergoglio ha llevado a cabo durante mucho tiempo y expresa de manera orgánica su visión de la evangelización y de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Dada la amplitud de la Exhortación, ofrecemos aquí un itinerario de lectura del texto, reservándonos la posibilidad de profundizar en algunas partes más adelante.
Conducir la fragilidad del pueblo hacia la alegría evangélica
El documento se abre con lo que Pablo VI llamaba la «dulce y consoladora alegría de evangelizar»: «Nuestra alegría en Dios es misionera»[10]. Y a partir de aquí, en la segunda parte, se despliega una visión de la Iglesia misionera «Madre y Pastora»[11]. una Iglesia de puertas abiertas, de corazón abierto[12]. En esta Exhortación, la Iglesia aparece como «una madre con el corazón abierto».
Desde este punto de partida, el Papa ilustra, en la tercera parte, algunos de los desafíos del mundo contemporáneo, ligados sobre todo a la corrupción, a la exclusión, a las tentaciones actuales que afectan a los llamados a anunciar el Evangelio: pesimismo y mundanidad espiritual sobre todo.
A continuación, el Papa Francisco pasa directamente al anuncio del Evangelio. En esta sección, la cuarta de la Exhortación, emerge con decisión su prioridad absoluta: el anuncio del mensaje cristiano a cualquier persona, en cualquier condición en que se encuentre. No son las grietas externas de la Iglesia lo que preocupa al Papa Francisco, sino la falta de solidez del anuncio kerigmático.
La quinta parte de la Exhortación está dedicada a la dimensión social de la evangelización. Aquí se oyen fuertes ecos de la experiencia pastoral del entonces cardenal Bergoglio, siempre atento a las situaciones de pobreza y marginación. Y se escucha el documento de Aparecida, que afirma el impacto social de la alegría del Evangelio, «antídoto» contra toda forma de exclusión y corrupción.
La sexta parte recoge las motivaciones espirituales de un renovado impulso misionero: el encuentro personal con Cristo, el sabor espiritual de ser pueblo de Dios, la acción misteriosa del Espíritu del Resucitado, la importancia de la intercesión. María se presenta como la estrella de la nueva evangelización, el verdadero don del Señor a su pueblo. Para el Papa Francisco, María ha sido siempre la referencia para hablar de la alegría cristiana, porque ella, desorientada, desconcertada, sorprendida por el anuncio del ángel, «no se defendió de la sorpresa». En ella, la sorpresa del Evangelio se une a la alegría (yo desbordo de alegría)[13].
En su conjunto, el documento comunica una convicción similar a la expresada hace algún tiempo por el cardenal Bergoglio: «Debemos conducir la fragilidad de nuestro pueblo hacia la alegría evangélica, que es la fuente de nuestra fuerza»[14].
¿Qué es la alegría evangélica?
La primera parte de la Exhortación introduce el sentido de la Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (1). Esta es la certeza fundamental del Papa Francisco: que «en las palabras del Maestro no hay más que alegría y gozo»[15].
¿De qué alegría habla aquí el Papa Francisco? Es un fruto del Espíritu Santo que brota del corazón de Cristo resucitado (cfr. 2). Se hace eco aquí de la petición que Ignacio de Loyola expresa en sus Ejercicios Espirituales, cuando, meditando sobre la Resurrección, pide gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor (Ejercicios Espirituales, 221). La alegría para Bergoglio es el «consuelo espiritual» del que habla Ignacio, la «alegría interior que estimula y atrae a las realidades celestiales y a la salvación del alma, dándole sosiego y paz en su Creador y Señor» (Ejercicios Espirituales, 316). Este es «el estado habitual de quien recibe la manifestación de Jesucristo con prontitud y sencillez de corazón»[16]. El cristiano, por tanto, no puede tener «cara de funeral» (10). Está llamado a «vivir en un nivel superior» (ibid.), porque participa de la vida divina[17].
Sólo el encuentro con el Señor puede dar esta alegría, no una decisión ética o la adhesión a una idea. El Papa Francisco retoma lo que había dicho su predecesor en la Encíclica Deus caritas est (n. 1): «No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”» (7).
Y la alegría es en sí misma contagiosa, atractiva. Por tanto, el cristianismo no se difunde por proselitismo, sino por «atracción» (cfr. 14), escribe el Papa Francisco, citando a Benedicto XVI[18]. Crea un contexto en el que se comparte una alegría que «señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (14), y el núcleo del Evangelio da «sentido, hermosura y atractivo» (34). El Papa Francisco, además, sabe por experiencia espiritual personal que, como escribe Ignacio de Loyola, el Señor llama a sus discípulos a sí mismo en un contexto «humilde, hermoso y agradable» (Ejercicios Espirituales, 144).
El sueño de la transformación misionera de la Iglesia
En las páginas de la Exhortación se condensan las líneas que el Papa Francisco había esbozado en sus discursos en Río de Janeiro, en la entrevista publicada en La Civiltà Cattolica y luego en diversos discursos y homilías. Toda la Iglesia es misionera, no sólo los pastores, y el Evangelio es para todos y para cada uno: debe llegar a todos, porque «todos tienen el derecho a recibir el Evangelio» (14); cada uno puede «sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (114). Y así la alegría es para todo el pueblo: «La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: “No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a “una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo” (Ap 14,6)».
Por tanto, la Iglesia no debe perder su contacto inmediato con la gente, no debe seleccionar de antemano a sus destinatarios, debe permanecer «en contacto con los hogares y con la vida del pueblo» y no convertirse en «un grupo de selectos que se miran a sí mismos» (28). Varias veces y en diversos contextos, el Papa ha insistido en que la Iglesia no vela por pequeños grupos de selectos, para comunidades de élites espirituales o culturales que «se miran el ombligo»[19]. Recordemos que en Río, en los discursos de la Jornada Mundial de la Juventud, surgió el retrato de una Iglesia samaritana, de la calle, de encrucijadas y fronteras, lo contrario de la Iglesia entendida como «una pequeña capilla que sólo puede albergar a un pequeño grupo de personas», como dijo el Papa a los jóvenes la noche de la Vigilia en Copacabana. «Jesús – continuó el Papa – nos pide que su Iglesia viva sea tan grande que pueda acoger a toda la humanidad, ¡que sea una casa para todos!. La Iglesia está, pues, en un «dinamismo de “salida”» (20), porque está animada por la «fuerza liberadora y renovadora» (24) de la Palabra de Dios. «La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas» (22).
En el discurso del Papa Francisco hay una tensión dialéctica intraeclesial entre la institución, por un lado, y el espíritu, por otro. Más adelante se profundizará en este pasaje, en el que el Papa habla de la Iglesia, «pueblo peregrino y evangelizador, que trasciende toda necesaria expresión institucional» (111). Espíritu e institución: uno nunca niega al otro, pero el primero debe animar al segundo de manera eficaz e incisiva, para contrarrestar la «introversión eclesial» (27), como la definió Juan Pablo II[20], que sigue siendo una gran tentación. El Papa escribe: «No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos» (49).
La opción misionera, que es el verdadero «sueño» (27) del Papa Francisco, es «capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (27). Se compone así un proceso «de discernimiento, purificación y reforma» (30) que invalida «el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”» (33). La raíz de este proceso está en el Concilio Vaticano II, que «presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo » (26).
En un párrafo particularmente denso, el Papa Francisco incluye también al propio papado en este proceso, inspirándose en la Constitución dogmática Lumen gentium, la Encíclica Ut unum sint y el motu proprio Apostolos suos, este último de Juan Pablo II: «Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral» (32).
Una pastoral no obsesiva: «la Iglesia no es una aduana»
Entrando en los méritos de la pastoral misionera, el Papa expresa una preocupación: «El mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios» (34). Y continúa: «Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante» (35)[21].
Hay que recordar que el sesgo típico de las Exhortaciones Apostólicas, a diferencia de las Encíclicas, es eminentemente pastoral. Y la preocupación pastoral empuja al Papa Francisco a exigir actitudes y lenguaje que permitan sentir la novedad del Evangelio. No basta con ser fieles a las fórmulas si luego se pierde el sentido. No basta perderse en cosas importantes pero secundarias.
De ahí también la necesidad de usar la prudencia y al mismo tiempo la audacia en el cuidado pastoral de los sacramentos. El Papa escribe, apoyándose en citas de san Ambrosio y san Cirilo de Alejandría: «Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (47). En este punto, como en otros, la Exhortación abre un discurso sin cerrarlo inmediatamente con conclusiones definitivas. Su objetivo es plantear cuestiones pertinentes para la reflexión.
Los desafíos del mundo actual
La tercera parte de la Exhortación apostólica está dedicada a los desafíos de la fe. Al anunciar su renuncia al ministerio petrino el 11 de febrero, Benedicto XVI había imaginado una Iglesia «vigorosa» y, por tanto, valiente para afrontar los desafíos de los rápidos cambios (in mundo nostri temporis rapidis mutationibus subiecto) y las cuestiones de gran relevancia para la vida de fe (quaestionibus magni ponderis pro vita fidei). Y aquí el Papa Francisco ofrece una mirada pastoral a lo que considera los mayores desafíos en este «giro histórico», en este «cambio de época» (52). Recordando la Encíclica Ecclesiam suam (n. 19) de Pablo VI, dice: «No es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una “siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos”» (51). En otras palabras: los desafíos exigen un atento discernimiento espiritual, no sólo para «reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino —y aquí radica lo decisivo— elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo» (51).
Reconocemos en estos párrafos los males de la Iglesia y del mundo tal como el Papa los expresó en sus primeros meses de pontificado: el yugo de la competitividad, la cultura del despilfarro, la globalización de la indiferencia, la cultura anestesiante de la opulencia, el consumismo; y luego el fundamentalismo, la indiferencia relativista, los ataques a la libertad religiosa, la desertización espiritual, la interrupción de la transmisión generacional de la fe, la reducción del matrimonio a mera gratificación afectiva; y, de nuevo, la mundanidad espiritual, el funcionalismo, el clericalismo, la obsesión por la apariencia, las divisiones belicosas dentro de la Iglesia.
A continuación, el Papa se detiene específicamente en los desafíos que plantean las culturas urbanas (cfr. 71-75), que plantean nuevas posibilidades, pero también nuevas dificultades. El documento de Aparecida había dedicado una reflexión especial a este tema (nn. 509-519) y el propio cardenal Bergoglio volvió sobre este en varias ocasiones[22]. Pero es interesante observar el enfoque positivo que marca la actitud del Papa, como ha sido en el pasado. Afirma, en efecto, que es necesario «reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas» (71).
Estos desafíos exigen una Iglesia valiente que no se deje vencer por la «acedia pastoral» (82) ni por la «psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo» (83). «En algunos – se queja el Papa Francisco –hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos» (95).
El Papa Francisco imagina una Iglesia viva, capaz de aprender los desafíos no sólo a través documentos, y ni siquiera a través de esta Exhortación Apostólica, como él mismo afirma. Suya es, por tanto, la invitación a las comunidades cristianas a «completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos» (108).
La lengua materna de la evangelización
La cuarta parte de la Exhortación se centra temáticamente en el anuncio del Evangelio, tema que de hecho fundamenta y justifica todo el documento. Los conceptos claros desde el principio son la definición de la Iglesia como «sacramento de salvación» (112) y como «pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional» (111). Es interesante señalar esta segunda tensión fecunda que anima el texto: la que se da entre la Iglesia como «pueblo» y la Iglesia como «institución», que refleja las dos definiciones de la Iglesia preferidas por el Papa Francisco, como también surgieron en la entrevista con La Civiltà Cattolica: «pueblo fiel de Dios en camino» (cfr. Lumen gentium, 12) y «Santa madre Iglesia jerárquica» (cfr. Ejercicios espirituales, 353)[23].
Dios entra en una «dinámica popular», donde el sujeto es «el pueblo de Dios en camino a través de la historia, con alegrías y penas»[24]. El Papa Francisco retoma así los temas surgidos en la entrevista publicada en La Civiltà Cattolica, donde había dicho: «El conjunto de los fieles es infalible en el creer, y manifiesta esta infallibilitas in credendo a través del sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina»[25].
Y aquí surge en el texto otra tensión fecunda: la que existe entre la diferencia cultural y la unidad de la Iglesia. El Papa escribe: «Este Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia» (115): «la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia» (117). Esto significa que evangelizar no significa en absoluto imponer determinadas formas culturales, por antiguas y refinadas que sean. El riesgo es sacralizar una cultura, caer en un fanatismo confundido con fervor (cfr. ibíd.).
La evangelización descrita en esta Exhortación es una forma de diálogo, de conversación «respetuosa y educada» (128). No se trata de fair play ni de captatio benevolentiae. Evangelizar significa ante todo hacerse cargo de la persona a la que se anuncia el Evangelio, para que pueda expresarse y compartir «sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón». Sólo en este momento la Palabra de Dios puede tener sentido para la vida de una persona. El anuncio del Evangelio es un compartir humilde y testimonial realizado por «quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera». El anuncio, en definitiva, debe comunicar que la Palabra de Dios habla realmente a la existencia de las personas. Y esta atención personal se expresa también configurando una «lengua materna» de la evangelización, que se expresa en un «tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso» (139). Y se expresa no a través de ideas abstractas y conceptuales o de fríos silogismos, sino a través de la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien» (142). Y sabemos cómo los discursos del Papa Francisco están llenos de tonos cálidos e imágenes que llegan al corazón.
Una sección importante de este capítulo trata de la homilía, que es de suma importancia para el Papa Francisco. Anteriormente la había definido como «la piedra de toque para calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro del pastor con su pueblo, porque quien predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y arde el deseo de Dios»[26]. El Papa Francisco define al predicador como «un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo» (154). Contempla la Palabra, pero también la situación concreta de la gente a la que se dirige, sus necesidades, sus preguntas: «Nunca hay que responder preguntas que nadie se hace» (155), escribe[27].
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Pero el Evangelio debe anunciarse también a las culturas en su conjunto y, en particular, a las culturas profesionales, científicas y académicas, para que se produzca un «encuentro entre la fe, la razón y las ciencias» (132). De ahí la importancia de la teología, entendida sobre todo como «teología fundamental», capaz de alimentar el diálogo con las demás ciencias y experiencias humanas. El teólogo debe tener en el corazón la evangelización, de lo contrario su teología corre el riesgo de reducirse a una «teología de escritorio» (133), es decir, a un ejercicio académico o a un experimento de laboratorio[28]. Y en esto el Papa Francisco comparte la convicción de su predecesor, que invitaba a cuidarse de una «teología que se agota en la disputa académica»[29]. De ahí la importancia de las universidades, pero también de las escuelas católicas, «que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio», sobre todo «en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados» (134)[30].
Confesión de fe y compromiso social
En la quinta parte de la Exhortación, el Pontífice se detiene en la dimensión social de la evangelización. El anuncio cristiano tiene en su corazón un contenido ineludiblemente social: la vida comunitaria y el compromiso con los demás. Y el Espíritu Santo «procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales», sabe «desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables» (178). Por eso, «una auténtica fe – que nunca es cómoda e individualista – siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra» (183).
El Papa se refiere al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuyo uso y estudio recomienda vivamente. De hecho, la Exhortación, escribe, no es un documento social. Repite una vez más que «ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos» (184). Luego, citando a Pablo VI, exhorta a las comunidades cristianas a «analizar con objetividad la situación propia de su país» (184). No todo tiene que partir del «centro». Sin embargo, el Pontífice decide centrarse en dos grandes temas que le parecen fundamentales en este momento de la historia, porque «determinarán el futuro de la humanidad»: el primero es la inclusión social de los pobres; el segundo, la paz y el diálogo social. Los dos temas de esta parte de la Exhortación requerirían un tratamiento extenso e independiente. Aquí nos centraremos en algunos pasajes que constituyen las piedras angulares del pensamiento sociopolítico bergogliano.
El primero fue ampliamente expuesto por el entonces cardenal Bergoglio el 16 de octubre de 2010 en Buenos Aires, durante la XIII Jornada de Pastoral Social. Allí había hablado de la diferencia entre ser habitante, ciudadano y parte de un pueblo. El habitante se convierte en ciudadano en la medida en que participa de la vida política a través del «despliegue del dinamismo del bien en vistas a la amistad social»[31]. Sin embargo, la ciudadanía sólo es plena si se lee a la luz de la experiencia de un pueblo que comparte un horizonte común que trasciende el equilibrio fluctuante y provisional de los intereses: «Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una fuerte aportación de energías morales en una democracia que permanece cerrada en la pura lógica o equilibrio de representación de los intereses constituidos»[32]. Y así, «ser ciudadano significa ser convocado a una elección, llamado a una lucha, a esta lucha de pertenencia a una sociedad y a un pueblo»[33].
Los cuatro principios clave del Papa Francisco
En la Exhortación, el Pontífice retoma estos conceptos (cfr. 220-221) y pasa a indicar, como ya hizo en Buenos Aires, los cuatro pilares de su pensamiento[34]: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte. Estos cuatro principios, que a su vez requerirán un estudio en profundidad aparte, «orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común» (221). ¿Qué quiere decir aquí el Papa Francisco?
Con el primer principio quiere decir que el tiempo inicia procesos que requieren su propio tiempo: hay que preocuparse más de iniciar procesos que de ocupar espacios de poder. Es un principio muy rico que dice mucho sobre la actitud del Papa ante las reformas. Se manifiesta bien en la parábola del trigo y la cizaña (cfr. 225).
Con el segundo principio quiere decir que los ciudadanos deben aceptar los conflictos, asumirlos sin lavarse las manos, pero no quedarse atrapados en ellos: deben transformarse en eslabones de nuevos procesos que prevean la comunión a pesar de las diferencias, que deben ser acogidas como tales. El Papa reconoció la parábola del Buen Samaritano como modelo de referencia, aunque no se mencione en la Exhortación.
Con el tercer principio, el Papa Francisco dice que la realidad «es», mientras que la idea es fruto de una elaboración que siempre puede correr el riesgo de caer en sofismas, separándose de la realidad, hasta el punto de arriesgarse al totalitarismo, si quiere imponerse a la realidad. Para el Papa, la realidad es siempre superior a la idea. En política se corre a veces el riesgo de formular propuestas lógicas y claras, tal vez seductoras, pero no adherentes a la realidad y, por tanto, incomprensibles para la gente. La encarnación (1 Jn 4,2) es el criterio que guía este principio.
Por último, el cuarto principio afirma que hay que ampliar la mirada para reconocer siempre un bien mayor. En este sentido hay que prestar atención a la dimensión global para no caer en el localismo, pero al mismo tiempo no perder de vista la dimensión local de los procesos y «caminar con los pies en la tierra» (234). El Papa Francisco tiene una visión que no es «esférica» (donde todos los puntos son equidistantes del centro), sino «poliédrica», en el sentido de que el poliedro es la unión de todas las parcialidades, que en la unidad mantiene la originalidad de todas las parcialidades individuales.
A la luz de estos cuatro principios, el Papa puede reiterar: «En el diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares. Pero junto con las diversas fuerzas sociales, acompaña las propuestas que mejor respondan a la dignidad de la persona humana y al bien común. Al hacerlo, siempre propone con claridad los valores fundamentales de la existencia humana, para transmitir convicciones que luego puedan traducirse en acciones políticas» (241).
A su vez, estos principios fundamentan el diálogo ecuménico (244-246), las relaciones con el judaísmo (247-249), el diálogo interreligioso (250-254) y el diálogo social en un contexto de libertad religiosa (255-258) en el texto de la Exhortación.
La última parte de la Exhortación está dedicada a subrayar la dimensión espiritual de la evangelización y la necesidad de recuperar el espíritu contemplativo: «No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo», así como «no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón» (266).
Una Iglesia misionera que supera el centralismo
El Papa Francisco ha subrayado repetidamente los límites de la Exhortación. No quiere «ofrecer un tratado», sino «mostrar la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea actual de la Iglesia» (18). Sobre todo, es consciente de que existe el riesgo de que los documentos queden en letra muerta: «No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados» (25).
Sin embargo, el Papa subraya que lo que pretende expresar aquí tiene «un significado programático y consecuencias importantes». Y continúa: «Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» (25). El Papa, sin embargo, envía su mensaje a las comunidades cristianas no sólo para que sea «aplicado». De hecho, no cree que «deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable “descentralización”» (16). La afirmación es clara y está confirmada por diversas referencias a documentos de los episcopados locales que se citan explícitamente. Además de las muchas veces en que se cita a la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño por el documento de Aparecida, encontramos los episcopados de África (62), Asia (62 y 110), Estados Unidos (64 y 220 ), Francia (66), Oceanía (118), Brasil (191), Filipinas (215), Congo (230) e India (250). El Pontífice anima a las comunidades cristianas a «analizar objetivamente la situación de su país» (184).
El Papa Francisco, recordando explícitamente el Concilio Vaticano II, afirmó que, «de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden “desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta”. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera» (32).
Por tanto, en cierto modo la reflexión del Papa tiene como objetivo poner en movimiento a las Iglesias locales para el estudio y la acción, quiere ser una especie de punto de partida sustancial para la reflexión y un estímulo para la acción, que no es algo externo, sino parte de nuestra identidad: «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás» (273). Los medios, sin embargo, son relativos: María, al fin y al cabo, «es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (286).
Y el sentido de llamado y de estímulo se reitera en una serie de expresiones que están en el centro de la Exhortación y que tienen un tono exhortativo claro y definitivo: «¡No nos dejemos robar nuestro entusiasmo misionero!» (80); «¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!» (83); «¡No nos dejemos robar la esperanza!» (86); «¡No nos dejemos robar nuestra comunidad!» (92); «¡No nos dejemos robar el Evangelio!» (97); «¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (101); «¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!» (109).
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Cfr. J. M. Bergoglio, In Lui solo la speranza. Esercizi spirituali ai vescovi spagnoli (15-22 gennaio 2006), Milán – Ciudad del Vaticano, Jaca Book – Libreria Editrice Vaticana, 2013, 74 s, n. 2. ↑
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Id., Aprite la mente al vostro cuore, Milán, Rizzoli, 2013, 21-29. ↑
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Id., È l’amore che apre gli occhi, ibid., 2013, 232. ↑
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Id., Aprite la mente al vostro cuore, cit., 174. ↑
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Id., In Lui solo la speranza…, cit., 75. ↑
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Se citan los siguientes: 1, 4, 6, 7, 8, 9, 11, 13, 14, 16, 17, 20, 25, 26, 27, 30, 36, 38, 41, 42, 44, 45, 46, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 58. ↑
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Cfr. A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 449-477, también recogida en el volumen: Papa Francesco, La mia porta è sempre aperta. Una conversazione con Antonio Spadaro, Milán, Rizzoli, 2013. ↑
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En adelante, citaremos la Evangelii gaudium indicando el número de los párrafos entre paréntesis. ↑
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Cfr. Id., Aprite la mente al vostro cuore, cit., 24. ↑
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Id., In Lui solo la speranza…, cit., 74. ↑
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Francesco, La mia porta è sempre aperta…, cit., 59. ↑
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De esta alegría se habla también en el curso de Ejercicios espirituales que Bergoglio dio a los Obispos españoles el año siguiente. Cfr Id., In Lui solo la speranza…, cit., 73-78. ↑
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Id., Omelia nella parrocchia di Ntra. Sra. de la Rábida per la festa patronale, 12 de octubre de 2012, en http://parroquialarabida.blogspot.it/2013/09/25-anos-de-la-rabida-video-de-la-misa.html ↑
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Id., È l’amore che apre gli occhi, cit., 261. ↑
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Ibid., 318. ↑
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Id., Aprite la mente al vostro cuore, cit., 124. ↑
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Cfr. ibid., 123. ↑
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Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en el Santuario de Aparecida (13 de mayo de 2007). ↑
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Cfr Id., Dio nella città, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2013, 44. ↑
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Juan Pablo II, s., Exhortación apostólica postsinodale Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 19. ↑
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Cfr. Francesco, La mia porta è sempre aperta…, cit., 62. ↑
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Cfr. Id., Dio nella città, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2013. Cfr. C. M. Galli, Dios vive en la ciudad. Hacia una nueva pastoral urbana a la luz de Aparecida, Buenos Aires, Agape Libros, 20122. ↑
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Francesco, La mia porta è sempre aperta…, cit., 32. ↑
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Ibid., 54. ↑
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Ibid. ↑
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Ibid., 63. ↑
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Cfr. Id., Scegliere la vita…, cit., 76. ↑
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Cfr. Id., La mia porta è sempre aperta…, cit., 123. ↑
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Benedetto XVI, L’infanzia di Gesù, Milán – Ciudad del Vaticano, Rizzoli – Libreria Editrice Vaticana, 2012, 123. ↑
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El entonces cardenal Bergoglio había abordado extensamente los desafíos de la escuela católica, en el volumen: Educar, elegir la vida. Propuestas para tiempos difíciles, Claretiana, 2013. ↑
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Id., Noi come cittadini, noi come popolo. Verso un bicentenario in giustizia e solidarietà 2010-2016, Milán – Ciudad del Vaticano, Jaca Book – Libreria Editrice Vaticana, 2013, 47 s. ↑
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Discurso del Papa Francisco a la clase dirigente de Brasil en el Teatro municipal de Río de Janeiro, 27 de julio de 2013. ↑
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J. M. Bergoglio, Noi come cittadini, noi come popolo…, cit., 69. ↑
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Cfr. ibid., 70; Id., La mia porta è sempre aperta…, cit., 103. ↑
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