El libro María – Iglesia. Madre del pueblo misionero[1] es una «suma de mariología popular»[2], como afirma en el Prefacio el teólogo argentino Carlos Galli. Su autor es Awi Mello, nacido en Río de Janeiro, Brasil, el 17 de enero de 1971. Ordenado sacerdote en 2001, en 2007 fue uno de los dos secretarios de redacción de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, celebrada en el santuario mariano de Aparecida. Allí conoció al Card. Jorge Mario Bergoglio y colaboró con él en la redacción del Documento de Aparecida. En 2013, el Papa le pidió que fuera su secretario y traductor durante su visita a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud. A partir de entonces, se estableció entre ellos una amistad que hizo posible este original trabajo de investigación, una de cuyas principales fuentes son las «entrevistas» que el P. Awi Mello hizo al Papa Francisco en dos largos encuentros en Santa Marta, el 23 de diciembre de 2013[3] y el 6 de septiembre de 2015, tras la aprobación del tema de su tesis doctoral. Estas fuentes constituyen la parte esencial de la tesis, sobre la que el sacerdote brasileño realizó un exhaustivo trabajo de investigación, cuya bibliografía supera las 30 páginas.
P. Awi Mello afirma que «se sintió impactado por los gestos y las actitudes del primer Papa latinoamericano» en relación con María: «La gran ternura que allí expresaba parecía revelar algo más profundo: sin duda retrataba el amor sincero y filial de Jorge Mario Bergoglio por María, probablemente enraizado en su historia familiar». «La Virgen María en casa era una referencia», dice Bergoglio a Awi, como para dejar claro que los signos concretos se daban de forma prácticamente natural en el ambiente mariano de su casa y de su colegio. Una carta de su abuela Rosa contiene una frase que selló la relación de Bergoglio con la Virgen: «Una mirada a María al pie de la cruz puede dejar caer una gota de bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas». De ahí su invitación a «no perder la capacidad de dejarse mirar por la Virgen y mirarla como Madre», que el Papa recomienda a todos y especialmente a los sacerdotes[4].
Este amor a María hunde sus raíces también en la experiencia pastoral de Bergoglio[5]. Lleva consigo «una visión innovadora de la Iglesia y de la propia religiosidad popular» (p. 41). El autor resume en una imagen el objetivo de su tesis y de su libro: «Distinguir (y ayudar a que la vida de la Iglesia universal perciba y se impregne de) el “olor mariano” que emana de Bergoglio, que se ha dejado impregnar por el “olor de sus ovejas”, profundamente marcado por la presencia de María» (p. 42). Así, el libro intenta responder a la pregunta de cuáles son las consecuencias teológico-pastorales para la Iglesia de su pensamiento y praxis marianos (cf. p. 43).
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El autor se centra en la «piedad popular mariana». Éste es sólo uno de los posibles temas mariológicos, pero de radical importancia, ya que para Bergoglio «sentir con la Iglesia» no está ligado «sólo a sentir con su parte jerárquica». Respecto a María, «si se quiere saber cómo es amada, hay que preguntar a la gente. A su vez, María amó a Jesús con el corazón del pueblo»[6]. Awi Mello propone algunas «metas parciales», como la «contextualización del pensamiento mariano y popular de Francisco en el ambiente eclesial latinoamericano y argentino» (ibíd.).
Mencionemos aquí algunos testimonios de Bergoglio sobre su relación con la Virgen, que nos hacen sentir de cerca ese «olor mariano» del que habla el autor. La primera imagen de la Virgen que acompañó a Bergoglio fue una «pequeña y muy bonita imagen de metal de la Virgen de la Merced», que le regaló su catequista, sor María Loreto Tortolo, cuando tenía 11 años y se preparaba para la Primera Comunión. «El momento más fuerte, cuando se forjó más nítidamente la devoción a la Virgen, fue en sexto grado, es decir, cuando tenía 12 años», contó Bergoglio. El camarín de la Virgen – la pequeña habitación detrás del altar donde se guarda la imagen de Nuestra Señora en muchos santuarios – fue el lugar donde confirmó y definió su vocación. «La llamada ya estaba ahí desde varios años antes, con aquella experiencia en el confesionario. Pero fue allí donde decidí: “Basta ya, ahora sí”. Y fue allí donde decidí entrar en la Compañía de Jesús». Sobre el Rosario, el Papa dice: «Antes de venir aquí, rezaba los tres rosarios (tres grupos de cinco misterios). Aquí no, normalmente rezo uno. Más no puedo hacer, por razones de tiempo y demás. Pero todos los días, siempre, rezo el Rosario, y se lo recomiendo a todo el mundo».
De las experiencias marianas de Bergoglio como jesuita, el padre Awi Mello dice que no recibió testimonios directos del Papa en el contexto de la entrevista. Por nuestra parte, podemos mencionar la devoción a Nuestra Señora de los Milagros, patrona de la provincia jesuita argentina, cuya imagen pintada se venera en la iglesia de Santa Fe. El Papa llevaba al cuello un relicario de plata con la forma de esa imagen y en su interior guardaba un fajo de algodón que había tocado la imagen de la Virgen cuando «sudó» milagrosamente en 1636.
Cada año, enviados por Bergoglio, novicios y muchos estudiantes viajaban desde Buenos Aires a Santa Fe para la fiesta de la Virgen. Asimismo, la procesión anual a pie hasta el Santuario de Nuestra Señora de Luján congregaba a más de un millón de personas. Para los jóvenes jesuitas en formación, éste se convirtió en un importante lugar de peregrinación.
La unidad entre María y la Iglesia
Awi Mello presenta la fórmula «María-Iglesia, Madre del Pueblo Misionero» como un servicio intelectual que «se sitúa en la línea de aquellos teólogos que, sin negar la diferencia entre María y la Iglesia, ponen el acento en la unidad más que en la diferenciación (como De Lubac y los Padres orientales). Francisco las ve unidas. La constante referencia a Isaac de l’Étoile le da la terminología y los límites apropiados de la diferenciación» (p. 778). El Papa Francisco se refiere muy a menudo al principio teológico del Beato Isaac de l’Étoile, según el cual, con diversos matices, «lo que se entiende en general de la Iglesia, virgen y madre, se entiende en particular de la Virgen María e individualmente de cada alma fiel»[7].
La unidad entre María y la Iglesia es una «“unidad en tensión bipolar”, cuyos polos no se anulan ni niegan la tensión, sino que se fecundan mutuamente, permitiendo las semejanzas recíprocas y el intercambio de atributos» (p. 778). La fórmula anterior no pretende convertirse en un nuevo «título» de la Virgen o en una nueva «invocación» suya, sino que quiere ser una ayuda para acceder y participar del dinamismo que comunican los gestos y dichos marianos del Papa Francisco, a partir de esa unidad en tensión polar entre María y la Iglesia en la que el Pueblo de Dios misionero – en salida, como dice el Papa – encuentra su filiación y la extiende a los demás a lo largo de las generaciones.
P. Awi Mello justifica, en caso de necesidad, una fórmula que «no fue pensada para ser utilizada pastoralmente, ni siquiera en la oración, aunque es posible hacerlo». La suya es una idea elaborada a partir de la realidad del propio testimonio del Papa y del estudio de su contexto, fuentes y discursos.
- Cfr. A. Awi Mello, María – Iglesia. Madre del pueblo misionero, Buenos Aires, Ágape, 2019, 896. Las páginas que se citan en el texto se refieren a este libro. ↑
- Ibid., 27. ↑
- Origen del libro A. Awi Mello, È mia Madre. Incontri con Maria, Roma, Città Nuova, 2018. ↑
- Cfr. D. Fares, Dieci cose che Papa Francesco propone ai sacerdoti, Milán, Àncora, 2018, 37-42. ↑
- El «camarín» de María Auxiliadora es el lugar en el que Bergoglio fue bautizado y donde siempre iba a rezar, sobre todo cuando tenía algún problema difícil que resolver. Con el humor que le caracteriza, Francisco cuenta que, cuando le veían rezar allí, «los curas del santuario decían: ‘¡Ahí está el obispo, debe tener algún asunto desagradable!». ↑
- A. Spadaro, «Intervista a papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 459. ↑
- Cfr Isaac de L’Étoile, Sermón 51, en PL 194, 1862-1863.1865. ↑
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