El 26 de abril de 2023, el Estado de Israel celebró el 75 aniversario de su fundación. Ese día, el Presidente israelí Isaac Herzog se dirigió al cuerpo diplomático con estas palabras: «El moderno Estado de Israel es un verdadero milagro. Hemos tenido que trabajar duro para conseguirlo. Cuando nuestros fundadores declararon la creación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948 – un Estado fundado sobre una visión profética de un mundo en el que reinarían la libertad, la justicia y la paz –, muchos creyeron que el incipiente país no sobreviviría. Pocos habrían predicho el curso de nuestra improbable historia. Hoy somos un país a la vanguardia de los esfuerzos por hacer del mundo un lugar mejor para todos, en el espíritu de nuestra visión fundacional»[1].
Reforma judicial
Sin embargo, el 75 aniversario del Estado de Israel estuvo marcado por profundas divisiones internas provocadas por la propuesta de reforma judicial. Semana tras semana, las grandes ciudades fueron testigo de protestas masivas contra la decisión del gobierno de cambiar el sistema judicial y, en particular, contra la reducción prevista del control del poder judicial sobre las decisiones del gobierno.
Tres meses más tarde, el 24 de julio de 2023, el parlamento israelí (la Knesset) aprobó una enmienda a la Ley Básica del Poder Judicial de 1984, prohibiendo a los jueces utilizar la llamada «cláusula de razonabilidad» para evaluar las decisiones administrativas tomadas por el gobierno. El Ministro de Justicia, Yariv Levin, presentó la enmienda como la primera etapa de una revisión legal que, según él, restauraría la democracia israelí, hasta ahora restringida por los jueces, que, como figuras no elegidas por el pueblo, interfieren en la forma en que el gobierno elegido administra el país. 56 diputados de la oposición abandonaron el pleno de la Knesset y los 64 restantes aprobaron la enmienda por unanimidad. Decenas de miles de israelíes siguieron saliendo a la calle para exigir, mediante manifestaciones periódicas, la suspensión de la reforma judicial. En septiembre, en una audiencia sin precedentes de 13 horas ante el Tribunal Supremo, se debatió la enmienda para responder a la pregunta de si causaría suficiente daño a la democracia israelí como para justificar su derogación. El debate puso de manifiesto los desacuerdos no sólo entre los jueces, sino también entre los jueces y el gobierno y entre el gobierno y la oposición, así como las pasiones desatadas por la cuestión.
Al interior de la sociedad israelí tradicional, se hizo evidente que existía una profunda división entre dos visiones distintas del Estado: por un lado, hasta qué punto Israel debía ser un Estado judío, concebido como una patria para todos los judíos del mundo; por otro, si debía prevalecer la idea de un Estado democrático, concebido como el país de todos sus ciudadanos, judíos y no judíos (predominantemente árabes). Israel no tiene una constitución que establezca claramente los valores y principios que el Estado pretende encarnar: la base de éstos fue la «Declaración de Independencia», firmada en mayo de 1948. Como la palabra «democracia» no aparece en absoluto en ella, en 1985 la «Ley fundamental de la Knesset» estipuló que ningún partido político podía negar que Israel fuera un «Estado democrático». En 2018, la Knesset aprobó otra ley – «Ley fundamental: Israel como Estado nacional del pueblo judío» – que promovía el carácter judío del Estado, desatando así un acalorado debate público, que volvió a poner de relieve la tensión entre estos dos atributos fundamentales del Estado: judaísmo y democracia.
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A pesar del enfrentamiento, ambos bandos comparten la visión sionista de un Estado judío y democrático; el debate gira en torno a la proporción entre ambos componentes. Las dos facciones enfrentadas se identifican con el uso del discurso sionista tradicional, promovido en el contexto de la educación nacional y el servicio militar, es decir, los dos entornos de socialización más poderosos en Israel. Sin embargo, en las dos últimas décadas se ha producido una radicalización en ambos bandos. La elección del Primer Ministro Benjamín Netanyahu de construir una coalición de gobierno con la extrema derecha, que incluye a individuos opuestos al carácter democrático del Estado, ha reforzado a quienes apoyan la visión de Israel como un Estado judío antes que democrático. La erosión de los valores democráticos también ha provocado un cambio de actitud hacia el poder judicial: se difunde una imagen caricaturesca de los jueces, que los retrata como hombres elitistas, aferrados a una hegemonía que su clase ha perdido en las elecciones democráticas, así como demasiado liberales y, además, demasiado pro-árabes.
Por otra parte, la radicalización de algunos sionistas liberales, que se presentan como firmes defensores de la democracia, ha llevado a criticar cada vez más la continua ocupación militar israelí de los territorios conquistados en 1967: una ocupación que controla la vida de millones de árabes palestinos. Las desigualdades de las que se quejan los ciudadanos árabes de Israel, que resultarían de definir a Israel como un «Estado judío», también han atraído cada vez más la atención de estos círculos.
La guerra del 7 de octubre
Las cuestiones de justicia y paz, que se remontan al antiguo conflicto entre judíos israelíes y árabes palestinos, habían estado en el centro del discurso político israelí durante décadas, pero la crisis de la reforma judicial aportó una perspectiva diferente, que relegó ese conflicto a un segundo plano, ya que la sociedad estaba desgarrada por cuestiones internas relacionadas con la naturaleza del Estado. Sin embargo, la marginación del conflicto con los palestinos también se derivó de la actitud del gobierno israelí y del hecho de que la atención del mundo ya no se centraba en la cuestión: el conflicto con los palestinos se consideraba ahora rutinario y confinado a los márgenes de Israel.
Esta marginación del conflicto también quedó patente en el discurso del presidente Herzog en el Día de la Independencia de 2023, que se centró en la intención – patrocinada por Estados Unidos – de conseguir que los Estados árabes normalizaran sus relaciones con Israel: «Israel ha crecido al ver cómo se extendía una notable paz por esta región. Empezando por nuestros primeros socios, Egipto y Jordania, esta voz por la paz se ha alzado con fuerza creciente. La normalización se ha extendido por toda nuestra región, tras los Acuerdos de Abraham con los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Marruecos y Sudán, que están ampliando los círculos de prosperidad y progreso»[2]. Cada vez se hablaba más de la perspectiva de que Arabia Saudí estableciera relaciones con Israel; apenas se mencionaba a Palestina y a los palestinos.
Pero desde el 7 de octubre de 2023, los brutales ataques de Hamás en el sur de Israel y el inicio de la respuesta militar masiva han desviado por completo la atención tanto de las divisiones internas como del sueño de una normalización sin palestinos. El 7 de octubre, cientos de militantes de Hamás cruzaron la frontera, matando a unas 1.200 personas y secuestrando a más de 240, que fueron llevadas a la Franja de Gaza. Una pregunta inquietante se cierne ahora sobre los dirigentes israelíes: ¿cómo lograron los militantes pasar de Gaza a Israel, que vigilaba las fronteras de la Franja de Gaza desde 2006? La pregunta planea sobre el establishment israelí y seguramente se abordará cuando termine este tiempo de hostilidades.
El 7 de octubre, Netanyahu proclamó: «Nos vengaremos poderosamente», lo que dio lugar a la campaña militar denominada «Operación Espadas de Hierro». El 12 de octubre, el presidente Herzog explicó a la prensa: «Sufrimos un ataque no provocado y sin sentido, con el resultado de la peor tragedia jamás infligida en la historia de Israel, y con el mayor número de judíos muertos desde el Holocausto, incluidos los supervivientes del Holocausto»[3]. De pronto, desde las fronteras, una ola de violencia barrió todo rastro de tranquilidad y los israelíes se encontraron ante una amenaza existencial de nuevas proporciones. A la luz de la reciente oleada bélica, las divisiones que habían desgarrado a la sociedad israelí en los meses anteriores parecieron evaporarse.
Israel siempre se ha enorgullecido de su capacidad militar y de inteligencia, pero la planificación, ejecución y ferocidad del atentado del 7 de octubre le cogió por sorpresa, no sólo porque la inteligencia israelí no había descubierto el complot con antelación, sino también porque el ejército tardó mucho tiempo en neutralizar la amenaza. Israel respondió con un intenso bombardeo de Gaza y luego invadió la Franja, sembrando la muerte y la destrucción masiva.
Los relatos de lo ocurrido el 7 de octubre – los asesinatos, la destrucción, las violaciones y la toma de rehenes – se apoderaron de la opinión pública israelí, provocando un profundo sentimiento de conmoción, miedo, indignación, ira y, en algunos, sed de venganza. Los meses de guerra posteriores causaron la muerte de casi 30.000 personas, según estimaciones palestinas. La Franja de Gaza ha quedado destrozada, barrios enteros arrasados; la mayor parte de la población ha tenido que abandonar sus hogares y acudir en masa a pequeñas zonas del sur de la Franja.
Desde 1948, Israel ha mantenido la supremacía de su ejército y su inteligencia militar no sólo contra los palestinos sin Estado, sino también contra los países árabes circundantes. Sus tecnologías de defensa, espionaje y arsenal militar eran la envidia de gran parte del mundo, lo que lo convertía en parte integrante de las nuevas alianzas que se estaban consolidando y que lo veían junto a otros aliados de Estados Unidos en la confrontación cada vez más belicosa con Irán y con lo que se denominaban sus «vasallos» en Gaza, Líbano, Yemen, Siria e Irak. La amenaza palestina parecía cosa del pasado. Para muchos israelíes, se había reducido a unas pocas escaramuzas apenas perceptibles, especialmente en Cisjordania, donde los enfrentamientos se habían saldado con la muerte de unos pocos soldados y colonos israelíes y de muchos más palestinos, incluidos militantes y civiles atrapados en el fuego cruzado. Sin embargo, la magnitud de lo ocurrido el 7 de octubre suscitó no sólo dudas muy serias sobre la invencibilidad de la red militar y de inteligencia israelí, sino también la terrible cuestión de si el Estado de Israel es realmente, a fin de cuentas, el refugio seguro que parecía ser para los judíos que huían de la violencia en un mundo en el que habían sido una minoría marginada y a menudo perseguida.
De hecho, no es la primera vez que Israel es tomado por sorpresa. En 1973, un ataque conjunto de Egipto y Siria en Yom Kippur («Día del Perdón») pilló desprevenidos a los israelíes, que tardaron varios días en repeler los ataques. Egipto y Siria celebran aquella guerra como una victoria, aunque al final se impuso el ejército israelí. Curiosamente, en cinco años, Israel y Egipto firmaron acuerdos de paz patrocinados por Estados Unidos. La última incursión de Hamás en Israel tuvo lugar cincuenta años después del estallido de la guerra de 1973.
Desde el fracaso del proceso de paz israelo-palestino, iniciado a mediados de la década de 1990 bajo la tutela de Estados Unidos, ha habido pocas perspectivas de que la situación cambie. El último gobierno de coalición del primer ministro Netanyahu cuenta entre sus filas con miembros que son enemigos implacables de cualquier compromiso con los palestinos. Israel ha seguido ampliando su presencia en los territorios destinados a ser la patria de los palestinos, sofocando la esperanza de un nuevo horizonte. Hamás declaró que el atentado del 7 de octubre respondía al aumento de los ataques israelíes y las políticas represivas dirigidas contra los palestinos en todos los territorios ocupados por Israel, así como a la intensificación de las actividades furtivas de extremistas judíos en la zona sagrada del Haram al-Sharif/Monte del Templo. El papel de liderazgo de la Autoridad Palestina se ha visto cada vez más cuestionado por las acusaciones de corrupción, connivencia con Israel y por la oposición popular al diálogo con los israelíes, que se ha extendido a la luz de estos acontecimientos.
Resurgen las divisiones
¿Ha hecho esta amenaza exterior que Israel se recomponga internamente? Si durante las protestas contra las reformas judiciales se alzaron voces que amenazaban con no servir en el ejército a causa de la política gubernamental, quienes se apresuraron a defender el país procedían de todos los sectores de la sociedad judía, incluidos los manifestantes. Sin embargo, a medida que la guerra se prolonga, empiezan a reaparecer las grietas. A la cabeza de las manifestaciones, cada vez más intensas, están las familias de los rehenes del 7 de octubre. Entre estas familias empiezan a circular dudas de que el mismo gobierno autor de la reforma judicial que pone en peligro la democracia promueva ahora una guerra sin fin para mantenerse en el poder. Esta guerra, según los manifestantes, pone en peligro la vida de los rehenes.
En el actual enfrentamiento sobre la reforma judicial y la guerra en Gaza que está teniendo lugar entre el gobierno de Netanyahu y sus opositores, hay que señalar que los principales protagonistas siguen procediendo de las élites sionistas asquenazíes que han dominado la historia de Israel desde 1948. Netanyahu, los miembros del gabinete de guerra, los principales generales del ejército israelí, los líderes de la oposición a su gobierno, así como la gran mayoría de los jueces del Tribunal Supremo, proceden todos de las élites asquenazíes. A pesar de sus visiones contrapuestas, su narrativa se enmarca en una visión del mundo que todos comparten.
El término «asquenazí» deriva de la palabra hebrea medieval que significa «Alemania» y se refiere a los judíos originarios de Europa Central y Oriental, donde se desarrolló el sionismo político moderno a finales del siglo XIX. El sionismo se formuló en un entorno europeo posterior a la Ilustración, fuertemente influido por el secularismo. Inspirado en corrientes de la tradición religiosa del judaísmo, se propuso como solución a la lacra del antisemitismo de finales del siglo XIX, la hostilidad europea hacia los judíos y la negativa a integrarlos. Acabó triunfando en estas comunidades cuando los movimientos nacionalistas y extremistas, fascistas y nazis, llegaron al poder. A pesar de la división ideológica entre sionistas socialistas y sionistas revisionistas que marcó la política israelí, las élites de ambos bandos compartían un mismo mundo conceptual, centrado en un Estado judío para un pueblo judío, paralelo al de los movimientos nacionalistas de Europa Central y Oriental, de donde procedían la mayoría de los asquenazíes que emigraron a Palestina.
¿Nuevas perspectivas, nueva narrativa desde las periferias?
Sin embargo, en las vastas periferias de la sociedad israelí, que constituyen una gran parte de la población, el gobierno, la oposición y el Tribunal Supremo son vistos con la suspicacia típica de la mirada periférica sobre las élites dirigentes. Queda por ver si es precisamente de esas periferias, en un momento de crisis como el actual, de donde pueden surgir una creatividad muy necesaria y nuevas corrientes de pensamiento sobre el Estado y la sociedad que puedan ayudar a Israel a formular respuestas a cuestiones existenciales tanto internas como externas.
Cuatro importantes periferias ilustran un Israel diferente, que lucha por que sus puntos de vista y objetivos encuentren aceptación en el debate público: los judíos orientales (mizrahim); los judíos ultraortodoxos (haredim); los ciudadanos árabes de Israel; y los emigrantes recién llegados de los países de la antigua Unión Soviética.
Judíos orientales
Los mizrahim, que constituyen aproximadamente la mitad de la población judía de Israel, son judíos inmigrantes procedentes de territorios musulmanes, en su mayoría de países árabes, como Marruecos, Irak, Argelia, Túnez, Libia, Egipto y Yemen, así como de Irán, Turquía y las repúblicas musulmanas de la antigua Unión Soviética. La gran mayoría de ellos emigró al país después de 1948, a raíz de la hostilidad generada en el mundo musulmán por la fundación del Estado de Israel. A su llegada, muchos sufrieron discriminación por parte de la élite asquenazí gobernante, que a menudo los consideraba culturalmente inferiores. Muchos de ellos, tras ser enviados a precarios campos de tránsito, fueron asentados en los suburbios de Israel; se esperaba de ellos que proporcionaran mano de obra para la incipiente economía y soldados para el ejército. Además, tuvieron que renunciar a la fuerza a su identidad cultural para adoptar una cosmovisión asquenazí forjada en la experiencia europea del antisemitismo, la Shoah y el sionismo político.
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A menudo se considera a los mizrahim partidarios de la derecha y visceralmente antiárabes. Pero la hostilidad de muchos mizrahim hacia el sionismo socialista no se remonta a un rechazo de la democracia, sino que se forjó en las experiencias de discriminación sufridas a manos de la élite socialista asquenazí. En las últimas cuatro décadas ha florecido un renacimiento cultural a través del cual estos judíos reivindican su identidad y su tradición. Los intelectuales surgidos de este entorno han hablado de una afinidad cultural entre ellos y el mundo árabe circundante: una afinidad que podría sugerir la posibilidad de coexistencia, abriendo un horizonte enraizado en un mundo común y en el hecho de compartir una geografía y una lengua que parecen perdidas en las arenas del tiempo.
Uno de los ejemplos más consistentes de tal pretensión es el ascenso del movimiento sociopolítico ultraortodoxo oriental conocido como Shas. Como parte de la coalición gobernante, se ha mostrado más moderado que sus socios tanto en lo que respecta a la democracia como al etnocentrismo. El miembro más destacado de Shas en el actual gobierno, el ministro del Interior Moshe Arbel, ha condenado enérgicamente las acciones y sentimientos antiárabes y ha insistido en que el gobierno debe promover el Estado de derecho. El objetivo primordial de esta diversa población no es la reforma judicial ni la guerra contra los palestinos, sino el fin de la persistente discriminación y denigración cultural. Los mizrahim siguen siendo un grupo pobre y periférico en comparación con los ashkenazim, y Shas lucha por la dignidad de la herencia mizrahí y por la asistencia social y económica a estos judíos.
Judíos ultraortodoxos
Los judíos ultraortodoxos (aproximadamente un tercio de los cuales son mizrahim) representan otra periferia importante en la sociedad judía israelí, ya que constituyen el 13,5% de la población judía. A diferencia de los ortodoxos modernos (datiim), los ultraortodoxos (haredim) se caracterizan por una marcada desconfianza hacia la modernidad, el secularismo en general y el sionismo en particular. Hasta el Holocausto, se habían opuesto al sionismo con uñas y dientes, calificándolo de un falso mesianismo secularizado, que constituía una rebelión contra Dios y la tradición. En la década de 1930, ante el ascenso del nazismo y su antisemitismo genocida, la mayoría de los haredim dejaron de oponerse activamente al sionismo, abriendo paso al esfuerzo por salvar a los judíos de las crecientes amenazas en Europa.
En 1948, la mayoría de los líderes ultraortodoxos condicionaron su no oposición a la fundación del Estado de Israel a la cesión a la autoridad religiosa, por parte del Estado, del control sobre el status personal (nacimiento, matrimonio y sepultura) y a la garantía de que el Estado respetaría el calendario judío (especialmente el sábado como día de descanso). También se opusieron firmemente a la formulación de una Constitución, porque, según ellos, la Constitución del pueblo judío es la Torá. Después de que sus demandas fueran satisfechas por Ben Gurion, a través de un acuerdo conocido en Israel como «status quo», ingresaron en coaliciones con los gobiernos socialistas y continuaron esta práctica con los revisionistas.
Los haredim tienden a desconfiar de las estructuras del Estado laico y muestran una actitud negativa hacia las élites dominantes, ya sean de izquierda o de derecha, especialmente cuando dan por sentado la postura occidental y laica sobre cuestiones sociales. De manera similar, muchos grupos musulmanes tradicionales en el Medio Oriente están preocupados por el impulso hacia la igualdad de género (especialmente cuando se viola la práctica religiosa de separación de género en el espacio público), los derechos LGBT y las restricciones impuestas a la tradición religiosa en la vida del país (por ejemplo, a través de la provisión de transporte público en el sábado).
Una cuestión particularmente delicada para los judíos ultraortodoxos es el reclutamiento universal, ya que en el servicio militar ven un proceso de secularización y de sustracción de sus jóvenes del ciclo de estudio de la Torá, que caracteriza a su comunidad. El objetivo principal es preservar la vida judía tradicional, garantizando fondos para sus instituciones sustanciales (escuelas, academias de aprendizaje de la Torá y asistencia social), en lugar de respaldar reformas legales y promover el etnocentrismo judío.
Ciudadanos árabes palestinos en Israel
Los ciudadanos árabes palestinos en Israel (musulmanes, cristianos y drusos) representan aproximadamente el 20% de la población. Son descendientes de aquellos que permanecieron dentro de las fronteras del país después de su fundación en 1948, a diferencia de los refugiados o aquellos que cayeron bajo la ocupación israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza después de la guerra de 1967. Tienen derechos políticos como todos los ciudadanos israelíes, aunque muchos eligen no participar en las elecciones nacionales y locales, rechazando un sistema que en gran medida los excluye de las decisiones. Luchan por la igualdad, especialmente en el ámbito del desarrollo socioeconómico, la educación, la salud, los servicios públicos y el gobierno local, así como por la integración en el mercado laboral, a menudo obstaculizada por la insistencia en que Israel es un Estado judío. También luchan contra el racismo endémico derivado del etnocentrismo judío, y muchos los identifican como enemigos en lugar de verlos como ciudadanos con iguales derechos. Las características fundamentales del Estado que discriminan a los ciudadanos árabes fueron establecidas por las élites socialistas sionistas en el poder hasta 1977, pero su destino no ha mejorado con la llegada de los revisionistas. Los partidos políticos que surgen de sus filas son sistemáticamente excluidos del proceso de toma de decisiones del gobierno y de las alianzas y coaliciones.
Mientras que los ciudadanos judíos israelíes ven en la reforma legal del gobierno actual una señal inquietante de restricción de la democracia, la mayoría de los ciudadanos árabes destacan las severas limitaciones impuestas a la democracia desde la fundación de Israel, que se manifiestan en un Estado que no se concibe como el Estado de todos sus ciudadanos, sino como el Estado solo de sus ciudadanos judíos. Además, mientras que los israelíes judíos en su mayoría ignoran los factores que motivaron el ataque del 7 de octubre, la mayoría de los ciudadanos árabes de Israel sienten simpatía hacia los compatriotas palestinos que viven bajo ocupación.
Nuevos inmigrantes de la ex Unión Soviética
Una cuarta periferia está compuesta por los recientes inmigrantes en Israel procedentes de los países de la ex Unión Soviética, especialmente de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Después del colapso del régimen comunista en 1990, alrededor de un millón de inmigrantes de estos países llegaron a Israel y obtuvieron la ciudadanía, llegando a representar aproximadamente el 10% de la población. Debido a que una de las características de Israel como Estado judío es la posibilidad otorgada a los judíos de cualquier parte del mundo de recibir inmediatamente, si así lo desean, la ciudadanía israelí, Israel, para reforzar la mayoría judía, acogió a los judíos de la ex Unión Soviética que estaban interesados en dejar sus países de origen, impulsados por el temor a un futuro incierto y las condiciones socioeconómicas inestables. Los recién llegados eran considerados personas educadas, de alta cultura y grandes trabajadores, además de constituir un potencial contrapeso tanto para los judíos orientales como para los ultraortodoxos, útiles, por lo tanto, para preservar la hegemonía asquenazí y laica.
Sin embargo, muy pronto, después de su llegada al país, quedó claro que muchos de ellos no vivían el judaísmo en el sentido tradicional del término. Después de décadas de dominio comunista que habían debilitado la identidad étnica y religiosa, muchos tenían una idea muy debilitada de lo que significa ser judío. Muchos se habían asimilado y se habían casado, lo que significaba que muchos de ellos no eran judíos según la ley religiosa. Además, decenas de miles de personas habían llegado a Israel con un vínculo judío remoto o inexistente. Desde finales de la década de 1990, se introdujo una nueva categoría en la publicación anual de estadísticas de población, los «otros», es decir, aquellos que son «no árabes no judíos» o «judíos no judíos». Estas son personas sin afiliación étnico-religiosa o que son cristianas, que representan aproximadamente el 5% de la población israelí. Hoy en día, constituyen otro desafío más para el Estado y su carácter.
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La posición dura del actual gobierno israelí sobre la reforma judicial y su intransigencia en la guerra con los palestinos están en el centro de la peor crisis que Israel ha tenido que enfrentar desde su fundación. Además, la ideología sionista que había proporcionado un marco conceptual al Estado parece haberse agotado, dejando a sus partidarios divididos y polarizados: tanto esta ideología como el Estado que ha generado parecen estar desmoronándose. Israel, fuertemente respaldado por Estados Unidos, parecía estar en camino hacia los llamados «Acuerdos» con sus vecinos árabes, ofreciendo la ilusión de un Medio Oriente mejor. En este nuevo Medio Oriente, los principados y reinos ricos y autocráticos se alinearían con Israel contra el nuevo «imperio maligno» de Irán. Pero este acuerdo dependía tanto de la ignorancia del grito palestino por justicia como de la lucha interna en la sociedad israelí sobre su propia naturaleza.
El 2023 ha planteado serias preguntas sobre esta visión de un nuevo Medio Oriente y sobre el papel que Israel podrá desempeñar en él. Mirando hacia las periferias de la sociedad israelí, se podrían imaginar nuevas perspectivas, una nueva narrativa y el surgimiento de alianzas inesperadas, menos ligadas a las categorías, discursos y posiciones ideológicas del pasado, que han llevado a la crisis actual. Israel necesita nuevos horizontes y una nueva visión, y estos podrían provenir precisamente de estas periferias.
- «President Isaac Herzog and First Lady Michal Herzog hosted a 75th Independence Day reception for the foreign diplomatic corps stationed in Israel», en https://www.gov.il/en/departments/news/ediplohaatz/, 27 de abril de 2023. ↑
- Ibid. ↑
- «Herzog: We are targeting an enemy, part of an empire of evil», en I24 News (www.i24news.tv/en/news/israel-at-war/1697102264-herzog-we-are-targeting-an-enemy-part-of-an-empire-of-evil), 12 de octubre de 2023. ↑
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