Vida de la Iglesia

Un nuevo modelo para una nueva época

Planificación apostólica transformativa

© iStock

En la Iglesia, y hasta cierto punto en la sociedad en general, el término «planificación» se ha convertido en una especie de palabra de moda, pero esta palabra y su aplicación también han causado controversia y división. De ahí que surjan algunas cuestiones fundamentales, entre ellas: ¿qué sentido tiene planificar en un contexto en el que confiamos en el Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn 3,8)? ¿Hasta qué punto podemos dejarnos guiar por la razón humana, dados nuestros defectos y nuestra inclinación al pecado? Y si nos fijamos en cómo está el mundo ahora mismo, el llamado «entorno VUCA»[1], ¿podemos realmente ponernos a planificar?

Otra cuestión se refiere a las características particulares de la era tecnocrática, que tiene poco en cuenta la dimensión afectiva, la sabiduría y la intuición interior. A este respecto, Christina Kheng, profesora de Liderazgo Pastoral en el East Asian Pastoral Institute de Manila, comenta: «La práctica actual de la planificación estratégica gravita a menudo hacia lo que es cuantificable, estereotipado, inequívoco y controlable. A veces el proceso emprendido tiene connotaciones mecánicas, burocráticas y superficiales, carece de verdadero diálogo, reflexión crítica o pensamiento estratégico […]. En el contexto de la era digital, existe el riesgo de que estas tendencias aumenten aún más»[2].

Partiendo de estas premisas, sin duda podemos afirmar que el tipo de planificación que hacemos en la Iglesia debe ser radicalmente diferente de la que se practica en los entornos corporativos, especialmente en aquellos dominados por un modelo tecnocrático. El Papa Francisco lo señaló y se mostró muy escéptico con la planificación dominada por ciertas ideologías: «Hemos caído, en estos casos, en la dictadura del funcionalismo. Es una nueva colonización ideológica que intenta convencernos de que el Evangelio es una sabiduría, es una doctrina, pero no es un anuncio, no es un kerygma»[3].

Nuestro guía es el Espíritu Santo, y es ese Espíritu, dice el Papa Francisco, el que desbarata nuestros planes y los reorienta: «Hace falta el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo voltea la mesa, la tira y vuelve a empezar». Francisco afirma que para escuchar de verdad el grito de la gente de la diócesis, no basta «habitar con ideas, con planes pastorales, con soluciones preestablecidas», sino que «hay que habitar con el corazón». Por otra parte, el Papa no está en contra de la planificación per se. De hecho, como señaló Robert Mickens, en la misma ocasión Francisco se refirió a la Evangelii gaudium (EG) y al discurso que él mismo pronunció en Florencia en 2015, en la V Convención Nacional de la Iglesia Italiana, y llamó a estos dos textos «el plan para la Iglesia en Italia y el plan para esta Iglesia en Roma»[4].

Jesús y la planificación

Las acciones de Jesús muestran que tenía un plan: traer reconciliación y sanación. Por eso llamó a doce apóstoles, los formó e instruyó, y les prometió un futuro: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19; Mc 1,17: cfr. Lc 5,10). En el capítulo cuarto de Lucas, Jesús expone su plan: llevar la buena nueva a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos. Y hay varios pasajes en los que Jesús aconseja planificar: por ejemplo, cuando dice que si uno va a construir una torre, primero debe sentarse y ver si tiene los medios para llevar a cabo tal construcción (cfr. Lc 14,28-30). O cuando dice que un rey, antes de ir a la batalla, debe examinar de antemano si es más fuerte o más débil que su adversario (cfr. Lc 14, 31-33). Jesús también aconseja a los que van a juicio que lleguen pronto a un acuerdo con su adversario, para evitar perder el pleito y que los metan en la cárcel (cfr. Mt 5,25).

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales (EE), imagina a la Trinidad mirando al mundo y a todos sus habitantes «en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo» (EE 106). Y así, en su infinita compasión, la Trinidad decide hacer algo: «Hagamos la redención del género humano» (EE 107). La Trinidad planea enviar al Hijo unigénito para salvar ese mundo tan hermoso, pero también tan frágil. Podemos sacar la conclusión de que la planificación es necesaria, pero debe hacerse de forma evangélica: no podemos basarnos en un modelo de planificación puramente gerencial, pues de lo contrario corremos el riesgo de perder nuestra alma.

Planificar de otro modo

Hay una diferencia fundamental entre la Iglesia, las empresas comerciales y las ONG no religiosas, que se deriva del hecho de que en nuestro caso la atención se centra en discernir la presencia de Dios y el sueño de Dios. Porque somos Iglesia, esperamos colaborar con Dios en la construcción del Reino; lo hacemos de forma voluntaria, deliberada y explícita, comprometiéndonos en el discernimiento de espíritus.

«El discernimiento en común es la condición previa a una planificación apostólica en todos los niveles de la estructura organizativa de la Compañía de Jesús. Discernimiento en común y planificación apostólica se convierten así en el binomio que garantiza que las decisiones sean tomadas a la luz de la experiencia de Dios y que éstas sean puestas en práctica de un modo que realice la voluntad de Dios con eficiencia evangélica. […] La planificación apostólica nacida del discernimiento en común se convierte así en instrumento para nuestra efectividad apostólica evitando convertirla en tributo a la moda de las técnicas del desarrollo corporativo»[5].

El Informe de Síntesis (IS) de la 1ª sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad de octubre de 2023[6] subraya la importancia del discernimiento, así como del reconocimiento y la valorización de los diferentes carismas presentes en la comunidad cristiana: «Es importante que la práctica del discernimiento se aplique también en el ámbito pastoral, en un modo adecuado a los contextos, para iluminar lo concreto de la vida eclesial. Esta práctica permitirá conocer mejor los carismas presentes en la comunidad, confiar con sabiduría tareas y ministerios, proteger a la luz del espíritu los caminos pastorales, yendo más allá de la simple programación de actividades» (IS 2, «l»).

En una publicación reciente, Kheng ofrece algunas instrucciones sobre cómo llevar a cabo una planificación apostólica guiada por el Espíritu y basada en una visión más holística del conocimiento y de la vida humana[7]. Enumera actitudes esenciales, como la atención a la realidad, la libertad interior, la magnanimidad, escuchar y poner a Dios en primer lugar, y estar abierto a la colaboración. Su proceso de siete pasos incluye los siguientes elementos:

– El primer paso del proceso es analizar la situación actual de la comunidad u organización. Entre las preguntas pertinentes figuran las siguientes: ¿Cuál es la situación actual de la comunidad u organización? ¿Qué consuelos o desolaciones hemos experimentado? ¿Dónde encuentro/encontramos vida? ¿De qué gracias nos alegramos?

– En un segundo paso, se invita a la comunidad u organización a mirar su historia de gracias. «Debemos aprender de la historia los elementos más preciosos de nuestra tradición, pero también evitar quedarnos aprisionados en el pasado»[8].

– En un tercer paso, el grupo examina los documentos clave que definen su identidad y su misión, por ejemplo los documentos de un capítulo general o de un fundador. Esto permite al grupo identificar su carisma específico y su contribución a la Iglesia actual y reforzar sus vínculos con ella.

– Un cuarto paso requiere el estudio de los signos de los tiempos, mediante la investigación y la recopilación de datos, que podría encomendarse a un subgrupo de expertos.

– Esto conduce al establecimiento de prioridades, que Kheng denomina «reconocer la llamada de Dios para el tiempo presente»[9].

– El sexto paso consiste en fijar objetivos y metas concretos.

– El séptimo paso establece un sistema de verificación.

Podemos ver que el proceso empieza con Dios – lo que Dios ha hecho en la comunidad u organización – y, por tanto, es radicalmente diferente de un modelo corporativo, que suele empezar con la propia organización y su supervivencia. La planificación corporativa, y también la de las ONG, sigue estando fundamentalmente orientada a la autopreservación de la organización, por lo que se sitúa en el centro del proyecto. La Iglesia, en cambio, se orienta hacia la misión de Dios, cuyo centro es Cristo y el Reino de Dios, y, en consecuencia, los más pobres y débiles son la prioridad. Este es nuestro punto de partida y determina a qué damos prioridad y cómo lo perseguimos. Si los grupos eclesiales somos conscientes de nuestra especificidad y seguimos un camino en el que el Espíritu se sitúa en el centro, evitaremos caer en las diversas trampas posibles y reivindicaremos la contribución única que la Iglesia puede aportar a la sociedad actual. Puesta en práctica con este espíritu, la planificación puede ser un acto de amor, una participación en la mirada amorosa de la Trinidad sobre nuestro mundo[10].

No sólo un grupo privilegiado

La elaboración del plan, según el modelo tradicional de planificación empresarial, suele reservarse a un grupo privilegiado, que luego presenta su forma definitiva a un consejo de administración y, por último, trabaja en el «lanzamiento». Pero es probable que un plan elaborado de esta manera encuentre mucha resistencia, justo en la última fase de su aplicación, por parte de personas que se sienten excluidas por tener que ejecutarlo sin haber tenido ningún papel en su preparación. A este respecto, observamos que en los últimos años se ha producido un cambio en la cultura empresarial: ahora es más consciente de los valores sociales, de la necesidad de implicar a todo el personal, de la flexibilidad en el llamado tiempo «VUCA», de la necesidad de colaborar dentro de la empresa, de la oportunidad de ofrecer un espacio para la reflexión, el discernimiento e incluso la contemplación.

Planificar en clave ignaciana y sinodal significa implicar a las personas desde el principio, utilizando la conversación espiritual y el discernimiento en común como métodos indispensables en cada paso. Lleva más tiempo, es cierto, pero a lo largo del camino construimos gradualmente la implicación, el compromiso y un sentido cada vez más fuerte de la misión. Básicamente, nos escuchamos unos a otros. Muchos han dicho que fue esto lo que cambió su comunidad. Es un viaje, un camino o, más exactamente, un proceso sinodal basado en la fe de que el Espíritu de Dios actúa en cada persona desde el bautismo. Por tanto, debemos escuchar. Todos tienen algo que decir, todos tienen algo que dar. Creemos que el proceso de planificación es en sí mismo una oportunidad de conversión y transformación, un camino con Dios y entre nosotros.

Hace algunos años iniciamos un proceso de planificación del trabajo de la Curia General de la Compañía de Jesús. En él participaron casi todos los que trabajan en la Curia, tanto jesuitas como nuestros colaboradores en la misión. A través de discusiones en pequeños grupos y conversaciones espirituales llegamos, en pocos meses, a seis prioridades que propusimos al Padre General. Él creó otros tantos grupos de trabajo para llevarlas adelante. Aunque encontramos algunos obstáculos en el camino y no todo funcionó a la perfección, salimos con un mayor sentido de estar juntos en la misión, y nuestra tendencia a trabajar en compartimentos separados se redujo considerablemente. El elemento decisivo para el cambio fue una actitud solidaria hacia los demás, vistos no como «recursos humanos», sino como personas que participan en la voluntad salvífica de Dios para nuestro mundo. En la planificación cristiana, el «quién» es decisivo, mucho antes de hablar del «qué» hacer. Las personas no son instrumentos a utilizar, sino sujetos que participan activamente en la misión de Dios y contribuyen, cada uno a su manera, a discernir el camino a seguir.

La planificación en un contexto eclesiástico debe implicar al mayor número posible de interesados y garantizar que entre esos «muchos» se encuentren los pobres y los que carecen de poder. ¿Qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una Iglesia más acogedora? La escucha y la acogida no son sólo iniciativas individuales, sino una forma eclesial de hacer. Por esto, deben encontrar lugar al interior de la programación pastoral ordinaria y de la estructuración operativa de las comunidades cristianas en sus diversos niveles, valorando también el acompañamiento espiritual. Una Iglesia sinodal no puede renunciar a ser una Iglesia que escucha, y este compromiso debe traducirse en acciones concretas»[11].

Evitar las divisiones sectoriales

Entre los defectos recurrentes de un plan que obedece a un modelo de gestión tradicional está el de dividir las acciones y prioridades en sectores separados. En la comunidad cristiana, el sentido del «todo» – de la «universalidad» – es absolutamente vital. El Padre Sosa invita a menudo a la Compañía de Jesús a dejar de trabajar en divisiones apostólicas sectoriales y a trabajar a través de las fronteras apostólicas. «A menudo los sectores – dice – se han convertido en silos que almacenan recursos y los utilizan sin ninguna conexión entre ellos. Actuando así, malgastamos energía, no hacemos buen uso de los siempre escasos recursos que tenemos, y perdemos oportunidades de vivir y trabajar en la tensión del magis ignaciano. Insisto, estamos llamados a superar la visión y la acción sectorializadas a través de una experiencia de misión que integre sus diversas dimensiones y permita la contribución efectiva de cada apostolado a la misma»[12].

Unidad de vida y misión

Para la vida religiosa apostólica, la unidad de vida y misión es esencial. El trabajo que realizamos no debe ni puede separarse de la vida de oración, de comunidad y de discernimiento: «Vida y misión son inseparables para quienes eligen seguir a Jesucristo en la Compañía de Jesús al servicio de la Iglesia. Por una parte, sabemos que somos un cuerpo frágil de pecadores perdonados, enviados para contribuir a la misión reconciliadora de Jesucristo. Por otra, vivimos como peregrinos, buscando siempre sacar provecho de las tensiones que surgen de nuestra misión, llevada a cabo en contextos complejos y siempre cambiantes»[13].

En muchas congregaciones y diócesis, ante la disminución numérica y el exceso de obras apostólicas, los miembros sucumben al activismo y, en consecuencia, llegan al agotamiento. Pierden el equilibrio entre vida y misión, olvidando que la vida cristiana no es sólo hacer, sino ser. No somos sólo hacedores humanos, somos seres humanos. Cuando nos centramos sólo en el hacer y en el rendimiento, nuestra vida en comunidad se minimiza y nuestro testimonio se centra en la «productividad» y los «resultados», lo que a su vez conduce al orgullo institucional, a la pérdida de flexibilidad y a una menor capacidad de moverse, de cambiar, de responder a nuevas necesidades. No es de extrañar que los jóvenes no encuentren atractivo este tipo de vida. Si redescubrimos el equilibrio adecuado, recuperaremos la alegría de la que habla el Papa Francisco y volveremos a ser auténticos testigos. Necesitamos renovar el aspecto comunitario de nuestras vidas, que con demasiada frecuencia se ha descuidado debido al exceso de trabajo y al activismo.

Fragilidad, fracaso y pecado

Un proceso de planificación guiado por el Espíritu también reconoce la fragilidad y la incertidumbre. Estamos llamados a tomar decisiones difíciles y a mirar hacia el futuro, reconociendo la fragilidad de la empresa. De hecho, si no discernimos juntos y tomamos decisiones difíciles, nos condenamos a intentar hacerlo todo, con la mirada cada vez más fija en el trabajo y sin tiempo para levantar la vista y ser contemplativos en la acción. Estamos llamados a mirar hacia el futuro. El nuestro es un horizonte escatológico, por lo que el fracaso ni se espera ni se teme. Esto no significa que no nos esforcemos por mejorar aquí y ahora, sino que creemos que el aquí y ahora no es lo único que importa. Por tanto, adoptamos una visión más equilibrada y a largo plazo de las cosas. Tenemos un motivo más sólido para la esperanza.

También está la perspectiva religiosa sobre el «pecado» y el problema del mal. Los buenos métodos de planificación no bastan por sí solos, ni tampoco los remedios «terapéuticos» a la falta de libertad de las personas: necesitamos la gracia de Dios. Como creyentes, debemos dirigirnos a Dios y abrirnos a la gracia, con humildad, teniendo presentes nuestros pecados y limitaciones.

En conexión constante con Jesús

En un proceso guiado por el Espíritu, oímos a Jesús decir: «¡No tengan miedo!». Le oímos invitarnos a salir de la barca y acercarnos a él en el agua. Si nuestra mirada hacia él no es firme y confiada, perderemos el ánimo, veremos las olas del secularismo, la pobreza, la guerra, el cinismo, y empezaremos a hundirnos. Sólo cuando el Espíritu nos guíe, sólo cuando permanezcamos en contacto con Jesús, habrá un verdadero proyecto; sólo entonces seremos cada día más la Iglesia que Él nos llama a ser.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Caminar en la incertidumbre no es algo que podamos hacer solos. Ante esta especie de «desequilibrio» – una palabra muy querida por el Papa Francisco – podemos pensar que algo no va bien y que no deberíamos sentirnos tan inseguros. Podríamos objetar: «¿no buscamos acaso, con la planificación, sentirnos más seguros?». Pero el Papa Francisco ha afirmado repetidamente que, como cristianos o líderes de la Iglesia, siempre habrá en nosotros un sentimiento de «desequilibrio». No es una posición cómoda, por supuesto; preferiríamos que todo estuviera en orden. Pero en el «desequilibrio» se encierra una vulnerabilidad investida por la Gracia: en ese momento el Espíritu nos desnuda y nos cambia, nos guía en nuevas direcciones, nos anima a prescindir de la necesidad humana de controlarlo todo y de la ilusión de que mandamos nosotros. El momento en que perdemos el equilibrio, en que caminamos hacia Jesús a través de aguas inciertas y en medio de olas apremiantes, puede ser el momento de la renovación y del cambio. Si nos resistimos, quedaremos relegados al pasado, con los puños cerrados, centrados en nosotros mismos y en nuestras obras. Si lo aceptamos, viviremos con las manos y el corazón abiertos, construyendo un futuro nuevo con Jesús, colaborando humildemente con Él en la realización de su Reino y resistiendo a la tentación – siempre presente – de construir nuestro pequeño reino.

Renovación e impacto

El tema de la renovación es, para el Padre Sosa, una razón central para la planificación: «Todo proceso de planificación apostólica ofrece una oportunidad de renovación […]. Como organización queremos ser instrumentos de la acción de Dios en la historia del mismo modo que el Espíritu Santo inspiró a Ignacio de Loyola y a los primeros compañeros. Este es el carisma que hemos recibido, y debemos renovarlo en nuestra misión de vida también a través de una planificación apostólica animada por el discernimiento»[14].

Así como Jesús vino a marcar la diferencia, nosotros los cristianos también podemos marcar la diferencia. La planificación apostólica es un compromiso de que nuestro trabajo, siempre a través del discernimiento, de una manera humilde pero muy real, puede marcar la diferencia. Nuestro compromiso es hacer realidad la pregunta de nuestro Padre: «Venga a nosotros tu Reino». La planificación, si está guiada por el Espíritu Santo y se lleva a cabo de forma orante, puede provocar cambios y ayudar a construir una nueva sociedad, una nueva civilización – aunque todavía frágil – basada en las Bienaventuranzas. Cuando observamos el posible impacto de las escuelas católicas en todos los continentes, podemos ver el potencial. Sólo en las escuelas jesuitas hay unos dos millones de alumnos en todo el mundo. Pensemos en la sensibilización del personal y de las familias. Pensemos en la colaboración interreligiosa que puede tener lugar cuando musulmanes, cristianos, budistas, hindúes y no creyentes viven y estudian juntos. Y pensemos en la influencia que pueden tener hoy las universidades católicas a la hora de cuestionar las ideologías imperantes, analizando en profundidad las tendencias culturales. Ahora mismo, nuestro impacto está visiblemente fragmentado; pero si nos vemos a nosotros mismos como parte de un movimiento de la Trinidad por el que el Espíritu sopla sobre las aguas de nuestras culturas, entonces nuestro trabajo y nuestras vidas se renovarán. Por supuesto, nada de esto puede suceder sin la Cruz, que siempre está presente como signo de vulnerabilidad, antes de que pueda brillar la luz redentora de Dios.

Comunidad: nos necesitamos los unos a los otros

Caminando juntos en la vulnerabilidad, vemos que nos necesitamos los unos a los otros. Miramos más allá de los muros humanamente construidos de provincias, diócesis o culturas y empezamos a ver nuevas formas de hacer las cosas. Aceptamos la invitación a «ir a la otra orilla» (Mc 4,35), a ir a las «aldeas vecinas» (Mc 1,38), a ejercer también allí nuestro ministerio y encontramos a Jesús ya actuando. Muchas congregaciones religiosas y diócesis están en proceso de reestructuración; en esos casos, es probable que prevalezca una dimensión burocrática. En cambio, la reestructuración guiada por el Espíritu debe alimentarse de la perspectiva de convertirse en una Iglesia para las periferias, una Iglesia que sea un «hospital de campaña», una Iglesia que encuentre cada día una nueva relevancia y una nueva pasión por la misión. Cuando Francisco Javier fue a Extremo Oriente, le impulsaba la convicción de que aquellos pueblos necesitaban escuchar el Evangelio y bautizarse para recibir la salvación. Desde entonces nuestra teología ha evolucionado, pero necesitamos recuperar ese sentido de urgencia del Evangelio para nuestro tiempo, la convicción de que Jesús nos conduce a la plenitud de la vida y de que los valores del Evangelio son significativos, incluso esenciales, en cada cultura para que esa cultura pueda ser redimida.

En una civilización sumida en la apatía y el cinismo, esta contribución puede traer la restauración. Estamos llamados a creer en la urgencia del Evangelio y a desear de todo corazón llevarlo a las periferias. Debemos ayudarnos mutuamente en esta tarea de cambio, que es desafiante y a veces preocupante, porque nos saca de nuestra zona de confort. Pero es necesaria si queremos llegar a ser una Iglesia en salida que viva un renovado sentido de universalidad.

«Las estructuras siguen a la misión»: es una frase muy conocida en planificación. Debemos admitir que en muchos casos hemos heredado viejas estructuras, mientras que la misión ha evolucionado. Un problema importante es el de la fragmentación, el de trabajar por separado en el mismo problema. Es necesaria una reestructuración y nuevas formas de actuar y pensar si queremos incidir en cuestiones candentes como la guerra, la amenaza a la democracia, la búsqueda de sentido en un mundo cínico, el desafío de la inteligencia artificial. El Evangelio nos llama a llegar a tantas personas que sufren en el mundo para que puedan recibir el consuelo de Jesús. En algunos casos esto ha sucedido: ejemplos son Fe y Alegría[15], una red de escuelas con sede principalmente en América Latina, pero que ahora se extiende por todo el mundo, y el Ignatian Spirituality Project[16], que organiza retiros con y para las personas sin hogar y las personas que luchan contra la adicción.

El Papa Francisco nos pide que dirijamos el barco en estas direcciones y que vayamos más allá de nuestras estructuras y autosuficiencia actuales: «No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)»[17].

Conclusiones y reflexiones

El Papa nos anima a ayudar a las personas a recibir «la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo», a ayudarles a encontrar «una comunidad de fe que les acoja […], un horizonte de sentido y de vida». Nuestra principal motivación para planificar debe ser ésta.

Del mismo modo que las multitudes presenciaban los milagros de Jesús y se asombraban, así hoy, si invitamos al Espíritu a guiarnos en nuestra planificación, nuestro trabajo como Iglesia podrá suscitar asombro y, esperamos, conversión a los valores del Reino. Una nueva era lo exige; responder es posible, utilizando las herramientas del discernimiento.

La Iglesia tiene algo único que ofrecer al mundo: un mensaje de reconciliación con Dios, con los demás y con la creación, el mensaje de que en el Reino los pobres son bendecidos, los misericordiosos encuentran misericordia, los pacificadores son llamados hijos de Dios. Este mensaje es hoy más necesario que nunca, en un mundo que piensa lo contrario, que admira a los ricos y poderosos y el número de seguidores o partidarios en las redes sociales. Pero todo esto no es más que una fake news. «Todo hombre es como la hierba», dice el profeta Isaías (Is 40,6). Los proyectos hechos con paja se desmoronarán, los hechos con la ayuda del Espíritu se mantendrán en pie.

Si nos vemos como colaboradores del Espíritu, llamados a ser humildes pero centrados, seremos capaces de avanzar con la energía y la urgencia del propio Jesús. Cada día agradeceremos la oportunidad de renovar la Iglesia, mientras caminamos juntos, discerniendo el camino a seguir, encendiendo pequeñas lámparas que iluminen la oscuridad de nuestra época.

  1. Acrónimo de Volatile, Uncertain, Complex, Ambiguous (en español: volátil, incierto, complejo y ambiguo).

  2. C. Kheng, «Re-conceiving Strategic Planning to Promote the Integral Development of Persons, Organizations, and Societies: Contributions from Ignatian Spirituality», en The Journal of Jesuit Business Education 13 (2022) 14-38.

  3. Francisco, Incontro con i partecipanti al convegno della diocesi di Roma, 9 de mayo de 2019.

  4. Cfr. R. Mickens, «When the Bishop of Rome speaks to his diocese, people should listen», en La Croix International (https://international.la-croix.com/news/letter-from-rome/when-the-bishop-of-rome-speaks-to-his-diocese-people-should-listen/10127), 17 de mayo de 2019.

  5. A. Sosa, Carta a la Compañía de Jesús «Sobre el discernimiento en común», 27 de septiembre de 2017, en Acta Romana, vol. XXVI, 738-746.

  6. Cfr. XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Primera sesión (4-29 de octubre de 2023), Informe de síntesis.

  7. Cfr. C. Kheng, Welcoming the Spirit: A Communal Discernment Approach to Pastoral Planning, Rome Jesuit General Curia, 2023 (https://discernmentandplanning.org/resources/book-welcoming-the-spirit-a-communal-discernment-approach-to-pastoral-planning/).

  8. Ibid., 56.

  9. Ibid., 76.

  10. Cfr. P. Goujon, «What does St Ignatius say about planning?», intervención en la conferencia Planificación apostólica para la renovación y la transformación, 5 de diciembre de 2023. Los videos de las intervenciones está disponibles en: www.discernmentandplanning.org

  11. IS 16, «n».

  12. A. Sosa, «Non limitate la vostra visione!», Roma, Aula Congreso de la Curia General de la Compañía de Jesús, 6 de diciembre de 2023.

  13. Id., Carta a la Compañía de Jesús «Our life is mission, mission is our life», 10 de julio de 2017, en Acta Romana Societatis Iesu, vol. XXVI, 635-641.

  14. A. Sosa, «Apostolic Planning: A Path of Renewal and Hope», discurso en el congreso Planificación apostólica para la renovación y la transformación, Roma, 6 de diciembre de 2023.

  15. Cfr. www.feyalegria.org

  16. Cfr. www.ispretreats.org

  17. Francisco, Evangelii gaudium, n. 49.

John Dardis
Consejero General para el Discernimiento y la Planificación Apostólica y Director de Comunicaciones en la Curia General de la Compañía de Jesús en Roma.

    Comments are closed.