«Para mí, al menos, escribir consiste sobre todo en explorar la intuición»[1]. Nacida en Sandpoint, al norte de Idaho, en 1943, Marilynne Robinson es una de las escritoras estadounidenses más importantes del panorama literario contemporáneo, a pesar de haber publicado sólo cinco novelas y una serie de ensayos breves en el espacio de cuarenta años. Empezando por Housekeeping[2] en 1980, le siguieron sucesivamente Gilead en 2004, Home en 2008, Lila en 2014 y Jack en 2020. Con Gilead, Robinson ganó el Premio Pulitzer en 2005.
Se trata de una producción medida, centrada en captar lo que se mueve en el perímetro de ciertas vidas: en el límite extremo, podríamos decir de una sola vida y de unos pocos que nos la cuentan con su mirada. Aparte de la novela de debut, que le valió a la escritora el Pen/Hemingway en 1982, las cuatro novelas posteriores giran en su mayoría en torno a la figura de John Ames Boughton – Jack para amigos y familiares –, y trascurren en Gilead (en tres de los cuatro libros), un pueblo imaginario de Iowa[3]. La sensación de autonomía de la obra de Robinson se ve reforzada por la sustancial coincidencia temporal entre los acontecimientos descritos en la primera novela, Gilead, y la segunda, Home, narrados desde dos puntos de vista distintos.
Las cuatro novelas: la primera, «Gilead»
«Te lo dije anoche, que quizá me marche algún día, y tú preguntaste adónde y yo dije, a la casa del Señor, y tú dijiste, por qué, y yo dije, porque soy viejo, y tú dijiste, a mí no me pareces viejo. Y pusiste tu mano en mi mano y dijiste, no eres muy viejo, como si con eso quedase zanjada la cuestión»[4].
Así comienza la novela Gilead, construida como una conmovedora carta, escrita por John Ames, un reverendo congregacionalista de 77 años, a su hijo Bobby, de siete. Como un Abraham moderno, Ames deja la historia familiar en manos de su hijo. Como Moisés en el monte Nebo, que ve la Tierra Prometida desde lo alto[5], sabe que él no verá la vida adulto del pequeño Bobby; por eso, en su diario, le transmite las lecciones que ha aprendido durante su larga vida, transcurrida al servicio de la comunidad para la que escribía y predicaba cada domingo. A través de las anotaciones del hombre, el elenco de la vida en la pequeña ciudad de Gilead, con su ritmo lento, somnoliento y provinciano, se proyecta hacia el pasado.
Así, poco a poco, el lector es informado de las vicisitudes de la familia Ames, verdadera estirpe de predicadores, empezando por el abuelo, ardiente profeta que abogó por la abolición de la esclavitud antes de la Guerra de Secesión, austero, intransigente como Juan el Bautista y luego decepcionado por el resultado de aquella sangrienta guerra, que sólo liberó formalmente a los negros. Está flanqueado por su padre, ferozmente antimilitarista (y por esta razón en conflicto con su abuelo), y su hermano, un joven brillante que fue enviado a estudiar filosofía en Alemania debido a su precocidad y regresó ateo. Entrelazadas con las memorias familiares hay consideraciones y reflexiones sobre su relación con su esposa Lila, una mujer mucho más joven que él, una figura enigmática que aparece de repente en su vida, dándole una paternidad inesperada. Hacia la mitad del diario aparece la figura de John Ames Boughton, hijo de Robert Ames Boughton, reverendo presbiteriano, amigo desde la infancia de John. Durante toda una vida prepararon sermones para sus respectivas congregaciones, reuniéndose semanalmente en casa de Ames. Su vínculo quedó sellado cuando cada uno puso a su hijo el nombre del otro. La figura de Jack se hace cada vez más frecuente en las reflexiones de Ames, los claroscuros y la ambigüedad de este hombre, ya cuarentón, hijo querido y apreciado, pero al mismo tiempo indigno, enfermo de soledad. Talentoso, inteligente, pero también marcado por un defecto de carácter que le lleva a cometer desde muy joven pequeños hurtos, a veces inocentes, a veces triviales y crueles travesuras contra el propio Ames, al que llama «papá» en tono burlón, retándole a mantener silencios cada vez más vergonzosos, para no herir a su amigo Boughton con el relato de lo que Jack hace.
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Poco a poco descubrimos las razones que le alejaron de Gilead 20 años antes y las que ahora le han impulsado a regresar. John Ames lucha consigo mismo, dividido entre su malestar por Jack y su afecto por su padre Boughton. Jack, un hombre indigno y despreciable: ¿cómo relacionarse con una persona así? Al mismo tiempo, ¿cómo no perdonarle, dado el esfuerzo manifestado para recuperar la relación con él y las enseñanzas evangélicas predicadas durante toda una vida? Es una larga lucha interior. No se revelan las razones de Jack para volver a Gilead, pero son decisivas para disolver la tensión entre él y Ames, hasta el punto de que al final hay una escena de bendición muy poderosa. La relación entre estos dos hombres – uno un padre «putativo» y el otro un hijo «nominal» – tiene una chispa de autenticidad, y la bendición dada y recibida desciende sobre ellos, tal vez toda una vida vivida para ese momento.
En toda la novela aparecen figuras bíblicas y se entretejen referencias, a veces implícitas, a veces explícitas, a citas de la Biblia. La historia gira en torno a la relación entre padres e hijos, el reflejo del vínculo que uno puede dejar al otro: «Jack dijo: – Es algo envidiable poder recibir la identidad del padre»[6]. Si John Ames es un nuevo Abraham, con un hijo nacido en la vejez[7], Jack es el hijo pródigo[8], es José, el preferido de Jacob, entre tantos hijos e hijas[9].
La fuerza de esta novela radica en su voz intensa y creíble, en la fragilidad y autenticidad de un anciano que relee su propia vida y lo que le sucede a la luz de la palabra de Dios, con un sentimiento de gratitud y confianza, que es la sustancia del alma religiosa.
La segunda, «En casa»
La segunda novela, Home, narra el regreso de Jack a Gilead desde el punto de vista de la familia Boughton, en particular de Glory, la menor de ocho hermanos, que ha vuelto a casa a los 38 años tras un desengaño amoroso. Lleva unas semanas cuidando de su padre, enfermo y anciano, cuando Jack anuncia su llegada tras 20 años de ausencia y ella le da la bienvenida. El regreso de Jack está lleno de expectación, de tensión, del deseo paternal de reconciliarse con su hijo, querido, amado, más allá de todo mérito y reconocimiento. Con Glory, la mirada sobre el hombre se hace más cercana y el lector, que ya conoce gran parte de su historia: si ha leído Gilead, tiene la oportunidad de descubrir poco a poco sus heridas, sus fragilidades, su deseo de cambio, sus miedos.
La novela tiene una estructura casi teatral, debido a la importancia de los diálogos, que a menudo tienen lugar entre las paredes de la casa, sobre todo en la cocina, o en el granero, lugar simbólico de la interioridad más profunda y oscura de Jack. La sombra del pasado se cierne sobre él, y algunas preguntas atrapan poco a poco al lector: ¿será capaz Jack de superar el estigma que le persigue? ¿Podrá el amor del padre curar al hijo? ¿Podrá el hijo estar a la altura de su propio deseo de cambio? ¿Y será capaz el reverendo Boughton de tolerar una nueva decepción? ¿Será vencido el demonio de la soledad interior de Jack, que tanto ha marcado la vida del joven? El padre es consciente de las limitaciones de su hijo, le quiere, aunque es muy consciente de sus pecados y se acusa a sí mismo de no haber sido lo bastante paciente, un hombre bíblico que es a la vez conformista e inconscientemente racista. De hecho, Jack sondea el terreno de las opiniones de su padre sobre la cuestión racial, pues son los días de las protestas de Rosa Parks en Montgomery, cuyos ecos llegan a Gilead a través del primer televisor.
A medida que pasan las semanas, Jack se ocupa del jardín de la casa y de un viejo coche que yace inutilizado en el granero. El hombre escribe cartas a la mujer que ama, de la que espera respuesta. La figura bíblica de referencia para Jack en esta segunda novela es también Lázaro[10], el hermano que murió y fue devuelto a la vida. Jack, como Lázaro, envuelto en una sábana, lavado, cuidado, vestido. Jack, un hombre que sufre[11], cuya pérdida sería el fin de toda la familia. En una última entrevista, Jack querría tranquilizar a su padre sobre el estado de su alma, pero la demencia senil en la que el hombre se ha deslizado, vencido por el cansancio y el dolor, impide el engaño y se convierte en instrumento de la dolorosa verdad.
«¡En casa para siempre, Glory! Sí! – exclamó su padre – y ella sintió que se le apretaba el corazón»[12]. Así comienza la novela. Glory, o la Gloria de Dios, vuelve a habitar la casa de los Boughton, su presencia acoge la llegada de Jack, el hijo pródigo, y tras su fallecimiento permanecerá en el hogar familiar, sin cambiar nada, para convertirse en la guardiana de la memoria. La casa se convierte en un verdadero tabernáculo[13]. Glory es la presencia constante que cuida de Jack, le escucha, le apoya, llora por él. El gesto que caracteriza a Jack es cubrirse la cara con las manos, o los ojos con las palmas de las manos; el de Glory es el llanto, cuando escucha las palabras y el dolor de Jack. Es la hermana bíblica que lava el cuerpo de su hermano «fallecido». Es realmente una función teológica.
La tercera, «Lila»
Lila, la tercera novela de la trilogía, cuenta la historia de la protagonista epónima, la segunda esposa de John Ames, el reverendo congregacionalista de Gilead, protagonista de la primera novela. La historia transcurre entre los años veinte y cincuenta. Lila crece en el periodo más oscuro de la época, tras la gran crisis financiera y económica de 1929 y la gran hambruna que asoló Estados Unidos en los años treinta[14].
Lila es una niña «robada» por una mujer de la que sólo sabemos su apodo, Doll (en español: «muñeca»), que la saca de un entorno en el que está abandonada y desatendida, salvándole así la vida. «La niña estaba de pie en la oscuridad, en los escalones del portal, con los brazos envueltos alrededor del cuerpo para protegerse del frío, ya sin llorar y casi dormida. Ya no tenía fuerzas para gritar, pero de todos modos no podían oírla, y si lo hubieran hecho, habría sido aún peor»[15]. Este es el incipit.
Ambas se unen a un grupo de jornaleros errantes que viven de su trabajo diario. El presente seguro en casa de Ames, como esposa del reverendo (y lo sabemos por las novelas anteriores), se entremezcla con los recuerdos. Su dolorosa separación de Doll, su trabajo en un burdel como manitas, su enamoramiento de un hombre y el loco proyecto de robarle un hijo para criarlo como la criaron a ella, y finalmente su repentina marcha de St. Louis y su llegada accidental a Gilead, la llevan un día de lluvia a entrar fortuitamente en la iglesia del reverendo Ames para refugiarse. El ambiente que encuentra, la luz, las velas, las palabras del hombre la incitan a detenerse, la fascinan y la inducen a volver. Algo conecta inmediatamente entre el reverendo y Lila y, a pesar de la diferencia de edad y la disparidad de condiciones de vida y culturales, nace una profunda comprensión que lleva a Lila a ofrecerse como esposa y a Ames a aceptar la propuesta. La relación es delicada y frágil, porque las duras condiciones de vida de Lila hasta ese momento la hacen especialmente susceptible a todo lo que sea cuidado, afecto, ternura. Ha vivido una vida de privaciones y, siguiendo las enseñanzas de Doll de no depender de nadie, de no ponerse en situación de necesitar nada ni a nadie.
Lila es consciente de la herida que lleva, de no confiar en nadie, porque ella misma no se siente digna de confianza, merecedora de confianza. Sin embargo, el anciano que la ha acogido en la iglesia, en su vida y en su casa tiene palabras importantes para ella, sobre todo tiene una comprensión y una paciencia que le permiten estar a su lado sin mentir. El Reverendo, por su parte, también tiene sus heridas: la muerte de su primera esposa y de su hija durante el parto; una vida de soledad; y de repente, en su avanzada vejez, la llegada de esta mujer, a la que «conoce» y que con su franqueza y su profunda experiencia vital le devuelve un rostro y una profundidad de la palabra de Dios que antes le eran desconocidos. Ella le enseña a él a usar palabras auténticas. Él le enseña a ella, en primer lugar, algunas palabras fundamentales (como la palabra «existencia»[16]), luego el reconocimiento de algunas necesidades básicas (cuidado y ternura) y, por último, la comprensión de algunos pasajes bíblicos[17] (aunque sea ella quien les da profundidad existencial[18]). El hilo bíblico predominante en la novela es este pasaje del profeta Ezequiel: «Al nacer, el día en que te dieron a luz, tu cordón umbilical no fue cortado, no fuiste lavada con agua para ser purificada ni frotada con sal, ni envuelta en pañales. Nadie se compadeció de ti para hacerte alguna de esas cosas, sino que fuiste arrojada en pleno campo, porque dabas asco el día que naciste» (Ez 16,4-5)[19].
Él es consciente de que, para ella, el estilo de vida de esposa de reverendo dista mucho de su vida anterior, de la que sabe poco y de la que también quiere saber poco, por discreción y respeto, no por miedo o pretensión de poseer a Lila. Sabe que Lila puede decidir marcharse en cualquier momento. Pero entonces Lila se queda embarazada y, tras un episodio muy banal (Lila conoce a un joven «desesperado» en la cabaña donde había vivido unos meses antes de casarse con Ames), ambos deciden seguir adelante con el parto. El bebé nace: es frágil, parece que no va a sobrevivir a las primeras horas; en realidad, resulta que tiene una voluntad de hierro y una vitalidad tenaz; así que supera los primeros días y es bautizado. Con la ceremonia del bautismo termina el libro. Sólo en las últimas páginas, en relación con el bautismo, hay un par de referencias indirectas a la figura de Jack, que está en el centro de las dos primeras novelas.
En Lila, la pregunta importante y recurrente es: «¿Por qué suceden las cosas como suceden?»[20]. Y luego: ¿hay salvación para los que no conocen las Escrituras, para los que no saben nada de religión? «¿Qué habría dicho el viejo, de todas esas personas que nacieron con más valor del que tuvieron oportunidad de usar, de modo que sólo echaron mano de él para salir adelante?»[21]. No estar bautizado, ¿es en sí mismo un motivo de condena?[22] «No habría sido justo castigar a la gente por intentar salir adelante, gente que, según su propia vara, se consideraba buena, y tenía que hacer uso de todo el coraje que tenía para serlo»[23].
Lila siente la necesidad profunda e imperiosa de estar cerca de los excluidos: de Doll, de Marcelle, de Doane, de los hombres y mujeres que han formado parte de su vida, a costa de perderse a sí misma. Tierna y conmovedora es la escena en la que cree poder «bautizarse» lavándose de nuevo en el río, para estar cerca de Doll en el momento de la resurrección de los muertos[24].
Esta novela es más difícil de leer que las dos anteriores: creemos que por varias razones. La primera: las secciones reflexivas son mucho más extensas y el tono de meditación sobre la historia se traduce en un ritmo más pausado y lento. La segunda: en el relato de la vida de Lila no hay sorpresas ni giros, porque todo se cuenta al principio, pero poco a poco va surgiendo la compleja estratificación de motivaciones de sus actos. La tercera: es el ejercicio de ascetismo que implica (en este aspecto la escritura es muy eficaz), porque el relato describe condiciones de vida extremas, miserables, de neta privación material y espiritual. Es difícil leer y no dejarse atrapar por la desoladora tristeza que despierta el relato. Con la consciencia de que todo es gracia[25].
La cuarta, «Jack»
Jack es la cuarta novela, y de momento la última de la serie, si no hubiera más entregas. La mirada de la escritora vuelve una vez más al joven, tras la pausa que supuso Lila. El protagonista sigue siendo Jack, y por primera vez la historia se cuenta desde su punto de vista. Quienes hayan seguido la historia desde el primer libro, advertirán que Jack capta a su protagonista epónimo en los meses en que su vida da un giro crucial. El joven Boughton se ha autoexiliado en St. Louis, en Minneapolis, y allí conoce a Della Miles, una joven profesora afroamericana de uno de los primeros institutos para estudiantes negros. Gracias a un paraguas robado a un vagabundo dormido y a un traje oscuro que le confiere un aura de respetabilidad, los dos llegan a conocerse y se abre entre ellos la posibilidad de una relación. Son los años 50: en Estados Unidos aún rigen las leyes de segregación racial, por lo que casarse o incluso cohabitar con un miembro de una raza distinta a la propia es ilegal.
La primera parte, que abarca aproximadamente una cuarta parte de la novela, es un relato de las horas nocturnas que pasan juntos en el cementerio de la población blanca de la ciudad. Ambos se encuentran encerrados allí por diferentes motivos. Ha pasado un año desde su primer encuentro, de esa noche que, por culpa de Jack, terminó de forma dolorosa y vergonzosa para él, dejándole una cicatriz bajo el ojo. Como Lázaro – o como Hamlet, cuya alma atormentada comparte –, Jack emerge de entre las tumbas, y la relación entre él y Della se reanuda, con una aguda conciencia de los peligros que corren al verse. Es ella quien arriesga más, pues es una joven profesora en un prestigioso instituto para alumnos afroamericanos, y su trabajo no sobreviviría al escándalo de una aventura con un hombre blanco. Por su parte, él es plenamente consciente de su propia indignidad y debilidad congénita. Teme, prevé que la herirá, la decepcionará y la meterá en problemas. La chica, en contra de todas las instrucciones perentorias de la familia, frustra los intentos de Jack por distanciarse, y, aunque no pueden oficializar su relación, deciden «casarse» de todas formas.
En esta cuarta novela, nos parece que Robinson opta por supeditar el tema de la predestinación calvinista, tema central de la primera y segunda novelas de la serie, al de la culpa, la responsabilidad y la posibilidad de cambio. Jack es un hombre agobiado por el sentimiento de su propia indignidad, corroído por hábitos autodestructivos, firmemente convencido de que sólo puede producir daño en la vida de las personas, que ha elegido para sí la aspiración a la «inofensividad». Aspira a ser inofensivo por el camino de la irrelevancia: una elección con sabor cristológico[26]. Sin embargo, Della se enamora de él, de su alma pura. Es el tema del alma, que también se repite en otras novelas.
¿Trilogía o tetralogía?
¿Es la serie una trilogía o una tetralogía? Caben varias interpretaciones. Si se aplica el criterio predominante del lugar de la historia, estaríamos ante una trilogía con un broche final. En efecto, sólo las tres primeras novelas están ambientadas en Gilead, la ciudad donde comienza todo. También podríamos considerar la serie como una trilogía de otra forma, si tomáramos como criterio predominante la figura de Jack, cuando aparece de forma significativa dentro de la historia o incluso es el protagonista de la misma, en cuyo caso se excluye Lila. Por último, y esta es la opción que nos parece más respetuosa con el desarrollo de la obra de Robinson, podemos considerar el conjunto como una tetralogía, un espacio de exploración teológica de algunas cuestiones capitales de la fe cristiana. De hecho, nos gusta pensar en las cuatro novelas como un espacio teológico en el que se repiten ciertas cuestiones fundamentales: la predestinación[27], la posibilidad de cambio del hombre[28], la existencia del alma[29], el juicio final y la resurrección[30], la misericordia y el perdón de Dios[31].
Cuatro novelas y cuatro pruebas de habilidad narrativa y maestría estilística. En efecto, cada novela se caracteriza también por un estilo diferente. Con Gilead, la serie se abre en el género epistolar y de diario personal. Le sigue En casa, que tiene un sesgo casi teatral, ya que es central en cantidad y calidad el papel de los diálogos, que además transcurren casi todos en el interior de la casa, muchos de ellos en la cocina. La tercera novela, Lila, es la que más respeta los cánones de la novela objetiva: en tercera persona, recuerda el ambiente de la novela inglesa del siglo XIX. Por último, la cuarta, con sus grandes secciones de examen psicológico de las intenciones de Jack y de las mociones de su alma, adopta las cadencias lentas de las novelas psicológicas, los traslapes temporales, la composición en cuadros distintos. Sobre todo la primera parte, bastante larga, que abarca casi una cuarta parte del libro y que recoge las horas nocturnas pasadas por Jack y Della en el interior de un cementerio, evocando las atmósferas de algunas grandes novelas rusas del siglo XIX.
Libros políticos o teológicos
En el caso de Robinson, la exploración narrativa no es sólo existencial y de personajes, sino también y sobre todo teológica. Las cuatro novelas de la «serie de Gilead» constituyen un espacio teológico para la investigación de algunas de las grandes cuestiones de la tradición cristiana, abordadas en particular teniendo como trasfondo mental a Juan Calvino, uno de los protagonistas de la Reforma protestante, junto con Lutero y Melanchthon. Los escritos de Robinson son «pesados», en el sentido de que están llenos de ideas y reflexiones. La siguiente cita de uno de sus ensayos nos parece significativa: «Tengo la suerte de trabajar con muchos jóvenes escritores de talento. Son gente estimable. […] Vienen a mí convencidos de que los lectores estadounidenses no toleran la presencia de ideas en su ficción»[32].
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En el ensayo titulado «Imaginación y comunidad», Robinson aborda la relación entre la imaginación de la comunidad, la escritura narrativa del individuo y la interacción mutuamente enriquecedora entre una y otra. Esta afirmación es pronunciada sólo de pasada, en el contexto más amplio de una reflexión más vasta, pero nos parece central para entender uno de los aspectos relevantes de su obra: el patetismo de la reflexión y la profundidad ideal que debe tener la ficción, y que sin duda están presentes en el ciclo de Gilead. En cierto modo, la trama es un aspecto secundario, hasta el punto de que muchos hechos vuelven a aparecer, sólo que iluminados desde distintos puntos de vista. Mucho más significativo es el tipo de vida y pensamiento que aporta cada personaje. «Cuando escribo ficción, probablemente intento simular el trabajo integrador de una mente que percibe y reflexiona, apoyándose en la cultura, los recuerdos, la conciencia, la fe o la conjetura, las circunstancias, el miedo o el deseo, una mente que moldea el momento de la experiencia y la reacción, y luego remodela ambas en forma de narración, contrastando un pensamiento con otro para lograr el efecto de afinidad o contraste, evaluando y racionalizando, sintiendo compasión, tomándoselo a pecho»[33].
Dado que el desarrollo de la trama en el corpus general de las cuatro novelas concede a la cuestión racial un lugar de no poca importancia – de hecho, es posible afirmar que constituye una de las grandes fuerzas motrices de la historia –, podríamos preguntarnos si las de Robinson son novelas sociales o políticas. Si por estos términos entendemos la condena de las condiciones sociales o una postura «activista», entonces no lo son, aunque no faltan personajes a uno u otro lado de la barricada racial que luchan y se esfuerzan por el cambio, en primer lugar el abuelo profeta del reverendo John Ames. O bien el padre y los hermanos de Della, el primero obispo metodista de la Iglesia afroamericana de Memphis. Es a ellos a quienes la escritora confía la parte de sí misma que recuerda los años de Martin Luther King, que evoca con gran entusiasmo y gratitud. Fueron los años del renacimiento del sentimiento religioso americano, que fue también una época de gran compromiso civil. Robinson, como ya hemos dicho, está interesada en explorar teológicamente la historia de Jack.
Este proceso de investigación e interpretación se realiza también a través de un uso masivo, consciente y maduro de las referencias bíblicas, que son abundantes e importantes en todas las novelas. Estas alusiones a las Sagradas Escrituras son de al menos tres tipos. Hay muchas, sobre todo en Gilead, que son implícitas, calcos del discurso de un anciano predicador de más de 80 años, que lleva toda la vida meditando, escribiendo, reflexionando y hablando sobre la Biblia. Luego hay referencias explícitas, en citas indirectas. Son figuras tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En Gilead, se puede leer fácilmente la figura de Abraham en John Ames: el hombre que ha estado solo y viudo toda su vida obtiene inesperadamente el don de un hijo en su vejez. En Home, sin embargo, la referencia más evidente es al hijo pródigo y al padre misericordioso, pero también a Lázaro[34], una figura que debió de ser muy querida por Robinson, dada la identificación que entabla la escritora entre el hermano de Marta y María y Jack.
Por último, están las citas directas y textuales, especialmente en Lila, dentro de las cuales la cita de Ezequiel se convierte en clave fundamental de lectura e interpretación: para la protagonista, de su propia vida y, para el lector, de la historia narrada. No es sólo la presencia de las citas o de los personajes bíblicos en la filigrana lo que da el clima religioso general de la narración de la escritora. En primer lugar, el propio escenario de la tetralogía es un mundo de reverendos y pastores: Lo es el padre de Jack, Robert Boughton, cuyos pasos seguirá su hermano mayor; lo son John Ames, ministro congregacionalista en Gilead, así como su padre y su abuelo, figura de profeta beligerante y fogoso, exigente consigo mismo y con los demás; el padre de Della, obispo metodista en Memphis; el reverendo baptista Hutchison en San Luis, interlocutor del joven Jack en los pasajes de mayor tormento. Enriquecen aún más este paisaje los nombres de las hermanas de Jack: Hope, Faith, Grace y Glory, transparentes referencias a distintas funciones teológicas, como lo es Glory dentro de Home, la segunda novela de la serie, cuyo final merece ser mencionado. Sin entrar en detalles, podemos decir que, desde el punto de vista del desarrollo temporal, representa el punto cronológico más avanzado de la historia de Jack al que podemos llegar como lectores. Tanto Lila como Jack, que siguen a Home, hablan de periodos anteriores. En ese final, la posibilidad de salvación y redención parece traspasarse a las generaciones siguientes, dejando en el lector la impresión (pero ésta es una opinión que puede coexistir con otras interpretaciones) de que para Jack no termina el destino del vagabundo errante e inquieto.
Los ensayos
Una palabra sobre los ensayos. Basta echar un vistazo a los títulos para constatar la polifacética naturaleza de los intereses de la escritora. En general, estos textos pueden ser agrupados en varias categorías. Una primera serie de ensayos trata sobre las relaciones entre la ciencia y la religión, en particular entre el enfoque reduccionista de las disciplinas neurobiológicas, que reducen el misterio de la naturaleza humana a algunas funciones biológicas y hormonales, y lo que Robinson define como el excepcionalismo humano, para lo cual ella hace un interesante uso de la categoría teológica de «Hijo de Dios» y ensayos cristológicos que analizan la expresión «Hijo del Hombre» y otros que consideran el incipit del conocido Prólogo del Evangelio de Juan. Luego, hay una serie de ensayos que abordan el tema de la justicia social y valoran las normas mosaicas establecidas para proteger la propiedad y defender el capital, contenidas en el Deuteronomio. En más de un ensayo, Robinson las retoma para afirmar el valor del Antiguo Testamento, contra la fácil condena dirigida a esta parte de la Biblia por ser considerada un texto atrasado, casi para ser eliminado. Es el llamado «criptomarcionismo», es decir, la subyacente devaluación del Antiguo Testamento que aún es planteada desde varios ámbitos y tuvo su máxima expresión en la herejía de Marción, en el siglo II d.C.
A la misma tipología de ensayos pertenecen los textos que presentan el valor de la liberalidad en el pensamiento de Calvino. En este sentido, Robinson afirma que, en su opinión, es posible distinguir un calvinismo auténtico, extrapolable de los escritos del teólogo de Basilea, del calvinismo vulgarizado en la conocida teoría de Weber, que ve en el pensamiento del reformador suizo los orígenes del capitalismo moderno y las razones por las cuales se habría desarrollado principalmente en los países con ese específico trasfondo religioso. Luego hay ensayos históricos, en particular dedicados a los fenómenos del avivamiento religioso que tuvo lugar en los Estados Unidos en dos períodos: en los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX, y luego en los años veinte y treinta del siglo XX. Según la interpretación de Robinson, estos constituyeron el motor de importantes movimientos de progreso social, preocupándose por la cuestión racial, el trato injusto hacia la población afroamericana y la condición de la mujer. Finalmente, hay ensayos que la escritora dedica a la polémica política, en particular contra las formas de cristianismo fundamentalista que se han afirmado en los Estados Unidos en los últimos años. Se trata de un fenómeno que traiciona las raíces auténticamente cristianas del país y el equilibrio de diálogo y libertad entre la Iglesia y el Estado, opción que adoptaron los padres fundadores, mencionados varias veces, al desvincular la libertad religiosa del control estatal. El enfoque de estos movimientos, en cambio, interpreta la separación del Estado de los valores cristianos, necesaria para preservar la libertad religiosa y las creencias de todas las confesiones, como laicismo. Según la escritora, es precisamente la actitud agresiva de estas facciones fundamentalistas la que obliga a los órganos del Estado a adoptar posiciones claras. En la verve polémica de la autora, algunos escritos parecen depender significativamente del momento de su redacción y requieren, por tanto de ser contextualizados. En efecto, estos textos tienen el tono de un escrito de ocasión; se tiene la impresión de que los detalles de algunas referencias se escapan. Sin embargo, esto no disminuye el interés por las principales tesis de estos ensayos, que muestran el rostro comprometido y teóricamente reflexivo de Marilynne Robinson.
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M. Robinson, «Libertà di pensiero», en Id., Quando ero piccola leggevo libri, Roma, minimum fax, 2018, 20. ↑
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En español, Vida hogareña, trad.: Vicente Campos González; Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016. ↑
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Cf. Id., Quando ero piccola leggevo libri, cit., 219. ↑
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Id., Gilead, Turín, Einaudi, 2017, 3. ↑
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Cf. Id., Lila, Turín, Einaudi, 2017, 268. ↑
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Id., Gilead, cit., 176. ↑
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Cf. ibid., 56. ↑
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Cf. ibid., 75 s. ↑
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Cf. ibid., 253. ↑
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Cf. Id., Casa, Turín, Einaudi, 2017, 188; 244; 249 s. Cf. también Id., Jack, Turín, Einaudi, 2021, 173. ↑
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Cf. Id., Casa, cit., 323. ↑
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Ibid., 176. ↑
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Cf. ibid., 105; 291. ↑
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Es el fenómeno del Dust Bowl, una sequía y tormentas de polvo que afectaron las áreas centrales de Estados Unidos y Canadá entre 1930 y 1939, debido a prácticas inapropiadas de explotación de la tierra y al empobrecimiento del suelo por técnicas erróneas de cultivo intensivo. El escenario de las secciones del relato de la infancia de Lila recuerda el cuadro que Steinbeck pintó de ese período en De ratones y hombres. ↑
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Id., Lila, cit., 3. ↑
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Cf. ibid., 77 s. ↑
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Cf. ibid., 130-138. ↑
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Cf. ibid., 235; 237. ↑
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Ibid., 37 s. ↑
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Cf. ibid., 30; 117; 130. ↑
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Ibid., 40. ↑
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Cf. ibid., 102-106. ↑
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Cf. ibid., 271. ↑
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Cf. ibid., 22. ↑
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Cf. ibid., 272; Id., Casa, cit., 276; Id., Gilead, cit., 161; 205 s. ↑
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Cf. Id., Jack, cit., 223 s. Cf. Id., Gilead, cit., 323. ↑
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Cf. Id., Gilead, cit., 155-160. ↑
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Cf. ibid., 159 s. ↑
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Cf. Id., Quel che ci è dato, Roma, minimum fax, 2021, 14 s; Id., Casa, cit., 106 s; 113: Id., Jack, cit., 214. ↑
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Cf. Id., Lila, cit., 270-273. ↑
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Cf. Id., Gilead, cit., 161-171. ↑
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Id., «Immaginazione e comunità», en Id., Quando ero piccola leggevo libri, cit., 49. ↑
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Id., «Libertà di pensiero», cit., 22. ↑
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Cf. Id., Casa, cit., 188; 244; 249 s. Cf. Id., Jack, cit., 173; 223. ↑
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