Personajes

Carlo Acutis:

«No yo, sino Dios»

Covent Garden, Corpus Christi Catholic Church, Blessed Carlo Acutis shrine © AndyScott / Wikimedia.org

Frente a la muerte, la esperanza de cada ser humano es puesta a prueba. No solo eso, sino que cuando se trata de la enfermedad y la muerte de un joven, la misma vida parece tambalearse en el borde de lo incomprensible. Y sin embargo, existen testimonios que penetran en la oscuridad de la razón como un rayo de sol y calientan el corazón de quienes han dejado de esperar. La vida de Carlo Acutis es uno de esos rayos de sol[1].

Carlo se enferma a los 15 años, en los primeros días de octubre de 2006. Todo hace creer que es una gripe, pero, después de realizar los exámenes clínicos, los médicos pronuncian su diagnóstico: «Es una leucemia fulminante». El 12 de octubre, Carlo deja este mundo. Su cuerpo es velado por un continuo peregrinaje de personas que lo han conocido. La misa de exequias está llena. Los mismos padres dicen que, junto a un dolor desgarrador – que solo quien da la vida puede entender – sienten una paz, signo no de «un fin», sino de «un con-fín» para vivir con su hijo Carlo.

Pero hay más. Desde el momento en que Carlo deja esta vida, no cesan de llegar testimonios, relatos, recuerdos y correos electrónicos de muchas partes del mundo que tienen un denominador común: para aquellos que lo encuentran, Carlo sigue viviendo más allá del límite de la vida. Basta con escribir en un motor de búsqueda «Carlo Acutis» o en sus perfiles en Facebook para constatar los numerosos contactos y blogs en todos los idiomas que hablan de él; incluso el sitio web dedicado a él ha tenido aproximadamente 180.000 visitas. No solo es la red la que está difundiendo la figura de Carlo, sino también el «boca a boca» de los grupos juveniles eclesiales. El ejemplo de Carlo ya es considerado en muchas diócesis italianas como el símbolo de centros juveniles y centros vocacionales. Y en poco tiempo la figura de Carlo ha sobrepasado las fronteras nacionales.

Lo extraordinario en lo ordinario

Lo decimos de inmediato. Las líneas que siguen no son un elogio a un chico superman. Su párroco, Mons. Gianfranco Poma, dijo de él: «Era un chico absolutamente normal, pero con una armonía absolutamente especial». Carlo despierta la búsqueda de armonía en las personas que encuentra y por esto muchos chicos pueden verse reflejados en él. La vida puede ser breve y es frágil para todos, pero para Carlo debía vivirse en su plenitud, sin desperdiciarla. Le gustaba repetir: «Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias».

A la pregunta: «¿Qué te impacta de la vida de Carlo?», un joven en Facebook escribe: «Sin duda, su extrema humildad. Carlo vivió en una familia muy acomodada, por lo que nada le habría impedido vivir de manera lujosa y adquirir un sentido de soberbia, de sentirse superior… Sin embargo, siempre mantuvo un estilo de vida y de pensamiento “pobre”, […] siempre abierto a los más desfavorecidos, altruista hacia cualquiera. ¿Queremos hablar luego de ese particular afecto y vínculo con Jesús Eucaristía, del cual hizo el centro de su vida? ¿Y de ese apego a la Virgen? ¡Algo que todos deberíamos hacer! Carlo es un modelo de amor, humildad… y oración. Siento a Carlo muy cercano en muchas de mis necesidades y problemas, tanto materiales como espirituales […], tal vez porque, siendo joven como yo y como tantos otros, él está muy cerca de las necesidades y problemáticas de sus contemporáneos».

De los muchos caminos de vida posibles, Carlo elige el del hombre bíblico que sale de su tierra y va a donde Dios lo conduce. No deja de caminar ni siquiera cuando su cuerpo está marcado por la enfermedad. Lo había previsto desde hace tiempo: «Moriré joven». Pero no se detiene. Hasta el último momento no piensa en sí mismo, sino en el bien del mundo y de la Iglesia, y se ofrece como «relación de salvación».

Su mundo espiritual parece pertenecer a otros tiempos: devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a María; el culto a los ángeles y santos, especialmente a San Francisco de Asís y a San Antonio de Padua. Tenía especialmente en cuenta la fidelidad al Papa y a la Iglesia. La misa, la comunión y la adoración eucarística diarias son el secreto de su vida interior, que lo llevan a realizar su proyecto de ser «pan partido y vino derramado», que es el don generoso de sí mismo.

Algunos rasgos de la vida de Carlo

Carlo nace en Londres el 3 de mayo de 1991 y es bautizado el 18 de mayo en la iglesia de Our Lady of Dolours (Nuestra Señora de los Dolores). Crece en un contexto familiar sereno y acomodado. Por razones de trabajo, en septiembre de 1991 la familia se traslada nuevamente a Milán, y su parroquia se convierte en Santa Maria Segreta. Carlo asiste a la escuela primaria con las hermanas Marcelline en la plaza Tommaseo de Milán. Es recordado como un chico vivaz y sociable. Como todos los niños, no siempre llega preparado, se distrae durante las lecciones más aburridas y se desvive por encontrar las justificaciones más originales. Los testigos que lo acompañaron en los años de primaria lo recuerdan por una característica: se hace próximo y es generoso.

En 2005, Carlo se inscribe en el liceo clásico Leone XIII, la escuela de los jesuitas. Hubiera querido asistir al liceo científico, pero sus padres lo convencen de asistir al liceo clásico. Termina la secundaria con «distinguido», pero es un año más tarde que Carlo realiza algunos grandes proyectos. Sorprende por su capacidad para entender los secretos que la informática esconde y que normalmente son accesibles solo a aquellos que han realizado estudios universitarios especializados: programa computadoras, edita películas, crea sitios web, cuida la redacción y maquetación de boletines. Su ídolo en informática es Steve Jobs, de quien conserva algunas enseñanzas: «Tu tiempo es limitado, así que no lo desperdicies viviendo la vida de otra persona». Y también: «Es solamente diciendo “no” que puedes concentrarte en las cosas realmente importantes».

Durante el otoño de 2004, madura la elección del servicio: acepta convertirse en vice-catequista en los cursos de preparación para la confirmación, para luego comprometerse en el desarrollo y la actualización del sitio web de su parroquia y del Leone XIII, donde promueve la realización de anuncios de muchas clases para el proyecto de voluntariado en el ámbito de un concurso nacional.

El secretario de la Pontificia Academia Cultorum Martyrum, Pier Luigi Imbrighi, escribe: «Utilizaba los modernos medios de comunicación informáticos, de los cuales era un extraordinario conocedor, ayudándonos con gran disponibilidad y dedicación en la creación de nuestro sitio web en vatican.va». Incluso un joven ingeniero informático con quien Carlo colaboró lo recuerda por la forma en que utilizaba internet (como medio para fines de bien) y por cómo compartía sus conocimientos con todos aquellos que le pedían ayuda.

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Cuando uno de los padres jesuitas propone a su clase participar en el camino de la CVX (Comunidad de Vida Cristiana), Carlo levanta la mano y dice: «A mí me interesa este itinerario evangélico que usted propone». Es el único de su clase en responder. En el instituto Leone XIII deja un gran recuerdo como un chico capaz de bromear y sonreír, pero también decidido en el autocontrol, evitando ofender o ser vulgar con las chicas. Los que lo conocieron recuerdan que cultivaba una virtud «pasada de moda», la pureza, y un riguroso compromiso con la vida moral. Su profesor de religión del liceo recuerda que, durante una discusión en clase sobre el tema del aborto, Carlo fue el único en oponerse.

La belleza del cuerpo y del alma

Su padre dijo de él: «La docilidad al Señor no puede lograrse sin entrenarse en la docilidad a los superiores legítimos. En esto Carlos se benefició de una gracia muy especial. De hecho, ya de niño, cuando por alguna razón lo regañaba, se mostraba inmediatamente obediente y sumiso, sin mostrar nunca rencor, y esto a pesar de que tenía una personalidad fuerte y muy viva. Los que conocían a Carlo siempre notaron una particular armonía en su manera de tratar a los demás. ¡Cuántas veces hemos oído la frase: “Carlo es un tipo especial”! No cabe duda de que Carlo poseía un don especial de simpatía, pero esta actitud no explica por sí sola la huella que dejó en tantos corazones».

Así como en las artes humanas la excelencia se alcanza a través de duros y largos sacrificios, del mismo modo en el campo espiritual uno no puede «elevarse» si no es a través de la constancia en las prácticas de fe. «En Carlo – continúa el padre – se podía admirar una continua y siempre renovada orientación de la voluntad al bien. Esto era posible gracias a su abandono en el Señor. Sus secretos eran una voluntad firme y siempre renovada de poner a Dios en primer lugar y el recurso constante a los tesoros administrados por la Iglesia: la Eucaristía y la confesión».

Carlo está convencido de que, además del cuerpo, es necesario cuidar del alma. En sus notas, escribe: «Los hombres están tan preocupados por la belleza de sus cuerpos que no se preocupan por la belleza de sus almas». La santidad que Carlo quiere contagiar no es algo inalcanzable: «La conversión – dice – no es más que mover la mirada de abajo arriba: basta un simple movimiento de los ojos». Elevar la mirada significa invertir en lo que perdura: «¿De qué le sirve al hombre – repetía Carlo – ganar mil batallas, si luego es incapaz de vencerse a sí mismo con sus propias pasiones corruptas?»; y luego: «No el amor propio, sino la gloria de Dios».

El P. Roberto Gazzaniga, animador espiritual de liceos y encargado de la pastoral escolar del Instituto León XIII en la época de Carlo, lo recuerda como un ejemplo: «Después de algunos meses de su separación de la vida terrena y de los compañeros de clase, escuchándoles y preguntándoles por algunas características de Carlo que les habían llamado la atención, varios de ellos destacaron esta delicadeza suya al notar, desde los primeros días de clase, a los que más dificultades tenían y su disponibilidad para ir a su lado y facilitarles la integración en clase, instándoles a no exasperar la situación y tratando de disolver resistencias y silencios»[2].

Carlo ayudaba a los extracomunitarios, a los mendigos, a los discapacitados, a los ancianos, a los niños. Se preocupaba por los amigos cuyos padres se estaban separando y los invitaba a su casa para apoyarlos; en clase defendía a los que tenían más dificultades para integrarse. En más de una ocasión defendió a los discapacitados de los que se burlaban los chicos. Hasta el portero «histórico» del colegio de los jesuitas recuerda la delicadeza de Carlo, que siempre iba a saludarle si entraba por una puerta trasera por la mañana. Los compañeros que le recuerdan subrayan que su testimonio de fe también contagiaba sus vidas. Incluso uno de ellos dice: «Después de la muerte de Carlo me acerqué más a la Iglesia y creo que pudo ser gracias a la intercesión de Carlo».

Le gustan los animales: tiene dos gatos, cuatro perros y muchos peces de colores; su ordenador está lleno de sus fotos. Su amor por la creación se expresa en su particular sensibilidad ecológica; cada vez que le llevan al parque, recoge la basura. Le gustan las cometas y los dibujos animados, las películas y los juegos electrónicos. Le encantan los personajes de Pokémon; se le da bien la play station; le encantan las películas, sobre todo las de acción, y desafía a los participantes en los concursos de la tele. La tecnología que sabe utilizar la pone al servicio de su vida interior.

Unos días antes de su muerte, muestra orgulloso su lema para participar en el concurso nacional «¡Voluntario serás tú!». Una frase sencilla que, sin embargo, nos recuerda el valor absoluto que tiene para el Evangelio dar la vida por los amigos (Jn 15,13). De hecho, para Carlo «la tristeza es mirarse a uno mismo, la felicidad es mirar a Dios». «Non io ma Dio» («No yo, sino Dios»), decía Carlo que, para revolucionar su vida, añadió la letra «D» delante de su «I».

El alimento de la Eucaristía

Su frase se ha hecho famosa: «¡La Eucaristía es mi autopista hacia el Cielo!». El signo más elocuente es querer anticipar su Primera Comunión. En el encuentro con el Cuerpo de Cristo, reconoce la dirección en la que encauzar sus deseos. Que el deseo de la Eucaristía no era un capricho lo intuyó el obispo, monseñor Pasquale Macchi, antiguo secretario personal de Pablo VI, que avala personalmente su madurez y formación cristiana como condiciones para anticipar su Primera Comunión. Eso sí, con una recomendación. El prelado aconseja a la familia celebrar el Sacramento en un lugar adecuado para privilegiar el recogimiento interior sobre las distracciones de la celebración. Así, el martes 16 de junio de 1998, a la edad de 7 años, Carlo recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo en el monasterio Bernaga de Perego.

Según los escritos y reflexiones de Carlo, la Eucaristía es ante todo el «sacrificio» de Dios en favor del hombre. Una convicción que le lleva a ver el mundo con los ojos de Dios. La Eucaristía, que significa «acción de gracias», tiene para Carlo dos significados: el de comunión y el de adoración. A través de la adoración, Carlo experimenta una importante dimensión afectiva: silencio y palabra, escucha y amistad, misterio silencioso y percepción profunda de Dios. Es precisamente la fuerza de la adoración la que hace comprender a Carlo que el Cuerpo de Cristo, además de estar en la Eucaristía, está en las personas que uno ama: los pobres, los pequeños, los extranjeros, los enfermos, los ancianos, los discapacitados, los solitarios. El dinero que ahorra lo da a los pobres, a los ancianos, a las monjas de clausura, a los sacerdotes y a los ciudadanos extracomunitarios. Para él, «vas directo al cielo si te acercas a la Eucaristía todos los días». En su espiritualidad se entremezclan elementos de misticismo y ascetismo, comunión y contemplación.

Carlo también es fiel al sacramento de la reconciliación. Uno se confiesa para valorar el bien que hace y reconocer el mal que lo obstaculiza. La confesión semanal viene a ser para Carlos como un ejercicio espiritual en el que cada vez se hace el propósito de caminar más libremente: enmendar un defecto o cultivar una virtud particular, etc. Solía decir: «El más pequeño defecto nos mantiene anclados al suelo de la misma manera que un globo que sujetamos con una cuerda». Una de sus imágenes está llena de verdad y belleza: «Para subir a las alturas, el globo aerostático necesita descargar sus pesos; así el alma, para subir al cielo, necesita quitarse incluso esos pequeñas pesos que son los pecados veniales».

Su madre cuenta que Carlo se preguntaba a menudo cómo tanta gente podía hacer colas interminables para asistir a acontecimientos mundanos, como un concierto de rock, y, a pesar de ser católicos, nunca encontraban tiempo para permanecer ni siquiera unos segundos en silencio ante el Sagrario. Lo decía después de haber decidido poner a Jesús Eucaristía en el centro de su vida. Según Carlo, el episodio, citado en el Cuarto Evangelio, en el que durante la Última Cena el apóstol Juan recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús es una prefiguración de la llamada universal a que todos los hombres se conviertan también en discípulos predilectos del Señor a través de una intensa vida eucarística.

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El gesto de Juan es para Carlo el camino privilegiado para llegar a ser amigos íntimos de Jesús, «almas eucarísticas», «almas adoradoras». «Es maravilloso – decía Charles – porque todos los hombres están llamados a convertirse, como Juan, en discípulos predilectos: ¡basta con convertirnos en almas eucarísticas, dejando que Dios haga en nosotros esas maravillas que sólo Él puede hacer! Se necesita, sin embargo, la libre adhesión de nuestra voluntad. A Dios no le gusta forzar a nadie. Quiere nuestro amor libre». El sacrificio de la cruz de hace 2.000 años se repite incruentamente en cada celebración eucarística, y así, para Carlo, en ese episodio Juan nos ha dado un modo de convertirnos en discípulos amados participando en la Eucaristía cada día.

Carlo vive sobriamente, se preocupa de lo esencial, no quiere tener dos pares de zapatos, discute con sus padres que quieren comprar un segundo par. El padre Giulio Savoldi, capuchino, aún recuerda cuando Carlo daba sus ahorros para el comedor social o para las misiones. Decía: «El dinero no es más que papel: lo que cuenta en la vida es la nobleza de espíritu, es decir, la manera de amar a Dios y al prójimo».

Para Carlo era importante imitar a «los testigos de la caridad». Iba al convento capuchino de viale Piave, en Milán, para venerar los cuerpos de dos santos frailes: Daniele da Samarate, que murió de lepra en Brasil por haber ayudado a los leprosos; y fray Cecilio Cortinovis, que quiso imitar al padre Daniele, pero fue dejado por sus superiores en la portería y desde ese lugar ofrecía comida a los pobres que llamaban al convento. Carlo los considera dos semillas de amor utilizadas por el Señor para dar nacimiento a la Opera San Francesco, que distribuye cada día 2.500 comidas a los pobres, medicinas y ropa. Carlo nunca dejó de asombrarse por esta obra y se comprometió a apoyarla sensibilizando a familiares y amigos.

Siente a María cerca. Le fascinan las historias de las apariciones de Lourdes y Fátima. Visita esos lugares con sus padres y muestra a sus amigos vídeos de esos santuarios en los que se describe la vida de Bernadette o de los tres niños pastores de Fátima. Medita sobre las palabras de la Virgen a Bernadette, y luego sobre las dirigidas a Lucía, Jacinta y Francisco, y se pregunta qué significan para él. Decide rezar el rosario todos los días, con las oraciones sugeridas por Nuestra Señora.

Durante una estancia en Santa Margarita, poco antes de morir, pregunta a su madre: «¿Me hago sacerdote?». Pero su madre – que le había sorprendido «diciendo» misa – le respondió: «Eso no te lo puedo decir yo».

Una mirada más allá de la vida

Hoy en día, sobre todo entre los jóvenes en la escuela o en las redes sociales, es difícil hablar de la vida más allá de la muerte. En cambio, la vida y la muerte de Carlo nos animan. Si hoy se quiere conjurar la muerte con la estética y la eterna juventud, la vida de Carlo nos enseña a mirar la muerte dentro de la eternidad de Dios. La separación transformó también la relación entre Carlo y sus padres, espectadores de los miles de signos que la gente cuenta sobre Carlo.

Su madre misma, con gran humildad, reconoce que la vida de fe de Carlo ha cambiado la vida de la familia, acercándolos a la fe. En verdad, podemos considerarlo también un intercesor. Cuatro años después de su muerte, los padres de Carlo tuvieron gemelos, Francesca y Michele. La fuerza dada a los padres de Carlo hunde sus raíces en el testimonio de la Iglesia, que en la historia testimonia ante todo cómo el Señor resucitado nos acompaña y nos salva no de la muerte, sino en la muerte. Por eso saben que «entregar» un hijo a Dios significa colaborar en un proyecto divino, que les llama a ofrecer su vida en la Iglesia por el mundo. Esto no reduce el dolor, ni es una forma de compensación por su ausencia terrena, sino que simplemente revela el bien que está aportando el testimonio de Carlo.

Queda una última consideración. ¿Cómo debemos interpretar los miles de correos electrónicos o contactos que llegan cada semana a la familia para testimoniar una presencia de Carlo que va más allá de su muerte? La vida de Carlo interpela el corazón de sus compañeros[3]. Monseñor Enrico dal Covolo, en su recuerdo de Carlo publicado en L’Osservatore Romano el 17 de octubre de 2007, cita una enseñanza de Don Bosco vivida por Carlo: «Estad siempre alegres; haced bien vuestros deberes de estudio y de piedad; ayudad a vuestros compañeros».

Su legado

Cuando cayó enfermo en octubre de 2006 y se descubrió que padecía leucemia fulminante (del tipo «M3»), que destruye los glóbulos rojos de la sangre más rápido de lo que el cuerpo puede producirlos, Carlo le dijo a su madre: «Ya no saldré de aquí [del hospital]». Pide recibir el sacramento de la Unción de los Enfermos y quiere que su madre y su abuela, que pasaron esos últimos días en el hospital San Gerardo de Monza, sin separarse de él, estén cerca.

Sabe que su vida se acaba, pero a las enfermeras y los médicos que le preguntan cómo se encuentra, responde: «Bien. Hay gente que está peor». Por la noche no duerme a causa del dolor, pero a la enfermera que le pregunta si le gustaría tener a su madre cerca, para sentirse menos solo, Carlo le dice que no la despierte: «Ella también está muy cansada y se preocuparía aún más». Su corazón dejó de latir a las 6:45 horas del 12 de octubre de 2006. Actualmente descansa en el cementerio de Asís.

Carlo deja un doble legado. En primer lugar, el de su vida, su amor por la Eucaristía. Su otro gran legado es su exposición de «milagros eucarísticos». En 2002, durante su visita al Meeting de Rímini, quedó asombrado por los stands instalados y se animó a montar una exposición sobre los «milagros eucarísticos» aprobados por la Iglesia. Un trabajo exigente, que implicó también a sus padres durante unos dos años y medio. La primera exposición se organizó en la basílica de San Carlo al Corso de Roma. Después fue a Francia y Bélgica, y luego a todos los continentes[4]. Muchos párrocos pidieron recoger la exposición en un catálogo. Desde entonces, esta exposición, si se puede decir así a la vista de los resultados, «hace milagros». Se ha expuesto en los cinco continentes. Sólo en Estados Unidos, ha sido acogida en miles de parroquias y en más de 100 universidades. También ha sido promovida por algunas Conferencias Episcopales, entre ellas las de Filipinas, Argentina, Vietnam, etc.; incluso ha entrado en China. El Santuario de Fátima lo expuso con motivo del centenario de Francisco Marto.

Una sinfonía de voces y testimonios que no se conocen entre sí está haciendo brotar «la fama de santidad» que la Iglesia pudo reconocer con el tiempo, gracias al evangelio de su vida.

En las palabras de Pablo VI a los jóvenes, en el mensaje de clausura del Concilio (7 de diciembre de 1965), parece que encontramos huellas de la vida de Carlos: «Luchad contra todo egoísmo. Rechazad dar rienda suelta a los instintos de violencia y de odio, que generan las guerras y su triste cortejo de miserias. Sed generosos, sed puros, sed respetuosos, sed sinceros. Y construid con entusiasmo un mundo mejor que el actual».

  1. Cf. F. Occhetta, Carlo Acutis. La vita oltre il confine, Gorle (Bg), Elledici – Velar; cf. http://www.carloacutis.com

  2. N. Gori, Eucaristia. La mia autostrada per il Cielo. Biografia di Carlo Acutis, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2007, 51. Los principales datos han sido tomados de esta biografía.

  3. Don Ennio Apeciti, responsable del Servicio para las Causas de los Santos de la diócesis de Milán, también escribió sobre Carlo: «Un tipo normal, pero tan singular que suscita una oleada de admiración que te hace pensar: quizá Dios quiera decirnos algo a través de él». Un chico escribe en su blog: «Después de conocer su historia, es imposible no hacerse preguntas sobre cómo vivimos nuestra fe en la vida, precisamente porque no tenemos la coartada de que es una figura lejana, de otra época». Luego añade: «Pero, ¿dónde estaba yo en aquella época, qué hacía? […] Este tipo nació después que yo, murió antes que yo, ¡y mira dónde ha llegado!».

  4. La página web www.miracolieucaristici.org/ los describe a la perfección: 142 paneles que detallan los distintos «milagros eucarísticos» ocurridos en 17 países entre los siglos XII y XV, de Lanciano al Escorial, de Siena a Onil, de Cascia a Trani, de Daroca a Bolsena, etc.

Francesco Occhetta
Se licenció en derecho en la Universidad Estatal de Milán con una tesis en derecho canónico. En 2000 obtuvo el bachillerato en filosofía en el Instituto Filosófico Aloisianum, afiliado a la Pontificia Universidad Gregoriana. En 2001 realizó una especialización en derechos humanos en la facultad de ciencias políticas de la Universidad de Padua. De 2005 a 2007 se especializó en teología moral en la Universidad Comillas de Madrid. En 2010 obtuvo el doctorado en teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana con una tesis sobre los principios éticos en la Constitución italiana. Desde enero de 2011 es periodista profesional. Actualmente enseña en la facultad de Ciencias sociales de la Pontificia Universidad Gregoriana.

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