Literatura

«El Principito» y la Biblia

El Principito, Antoine de Saint-Exupéry (1943)

El Principito es la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry y también uno de los libros más leídos del mundo. Después de la Biblia, parece ocupar el segundo lugar, junto con Pinocho de Collodi. Se ha traducido a 220 lenguas e incluso a algunos dialectos (del gallego al milanés, pasando por el napolitano y el friulano; del aragonés en España al esperanto e incluso al guaraní). En Italia está constantemente presente en las listas de los más vendidos. En el mundo se habla de unos 140 millones de ejemplares vendidos.

Un autor moderno afirma que, dentro de unos siglos, dos libros calificarán el siglo XX, tal como la Edad Media estuvo marcada por la Divina Comedia de Dante y la época isabelina por las obras de Shakespeare: se trata de El castillo, de Franz Kafka, y El Principito[1]. El primero describe la alienación y el absurdo de nuestro tiempo, la dilaceración y la soledad, la dependencia y la sensación de abandono. El segundo describe nuestra vida en medio de un desierto que avanza sin fin: ¿existe una fuente que apague la sed del corazón? ¿Y dónde se encontraría? Esas son las preguntas de fondo que plantea el libro[2].

La obra de Saint-Exupéry es también uno de los libros más queridos por niños y jóvenes. Algunos se han preguntado si se trata de un libro para niños o de un finísimo estudio psicológico para adultos. No tiene sentido plantearse tales preguntas ante una obra maestra, porque es un libro que alimenta el espíritu y, por tanto, es bueno para todas las edades. Saint-Exupéry supo darnos, con el gran amor que le animaba, «el agua que también puede ser buena para el corazón»[3].

Ciertamente, en sus setenta años de vida, El Principito, que apareció por primera vez en inglés en 1943 y luego en francés en 1945, es uno de los libros más conocidos del mundo: un récord nada desdeñable, teniendo en cuenta que, para la literatura, su aparición es más bien reciente.

Hoy, la obra maestra de Saint-Exupéry nos depara una ulterior novedad: un escritor ha investigado meticulosamente el sustrato bíblico que subyace a la historia[4]. Y es una sorpresa que aumenta las razones del valor espiritual de El Principito, que ya son muchas.

El éxito del libro se debe a su modernidad. Uno queda cautivado desde la primera hasta la última página de este cuento de hadas, indefinible por su original espontaneidad. La línea narrativa, intensamente dinámica, se compone de impulsos sucesivos, concordantes y emocionalmente eficaces. Los episodios son numerosos, generando una constelación de nuevos comienzos y una atmósfera de anticipación casi heroica. El avión averiado en el desierto, que el piloto, con muy pocos medios y escasas provisiones, intenta reparar. El encuentro con un personaje extraño y muy original que es un «principito» llegado de un planeta minúsculo, que pregunta y no da respuestas.

Este ha viajado incluso a diferentes planetas, donde conoce a personajes estrafalarios que le dejan perplejo ante la extrañeza de la «gente adulta» y la infelicidad de su existencia. Lleva en su corazón el recuerdo de una flor que transfigura su soledad original. Los episodios se suceden de forma rápida e imprevisible. Primero el desierto, luego el encuentro con el principito, la rosa, el planeta infinitesimal, las estrellas en el cielo, el pozo, el misterio de la serpiente amarilla, la domesticación de hombres y animales, finalmente lo efímero y lo eterno.

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El afecto del principito por «su» rosa es maravilloso (en francés es une fleur[5], pero también la rose, y en español se traduce a veces como «la flor», o mejor «la rosa»). Es amor verdadero y también prueba de una fidelidad sufrida y luminosa, porque el tiempo dedicado a «su» rosa la hace importante para él: la ha cuidado, regado, defendido, amado. Igualmente bella es la amistad que surge y se desarrolla entre el autor y el principito, su diálogo, su interés mutuo, el vínculo que se crea, a veces sencillo, a veces difícil, a veces oscuro.

La amistad y el amor constituyen el tema poético más elevado del cuento de hadas. Pero también fascinan los demás temas que giran a su alrededor. El silencio, con su simbolismo más profundo: no se pueden alcanzar los valores del espíritu más que en la concentración; el desierto, con su infinita soledad, signo del silencio del alma e imagen de la esterilidad del corazón. Y luego el tema del agua y la sed, que simbolizan las aspiraciones más profundas de todo hombre y condicionan su progreso espiritual. Por último, el secreto que el zorro confía al principito y que representa la página más célebre y elevada de todos los libros de Sanit-Exupéry: «He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos»[6].

La verdadera novedad del libro está iluminada de sabiduría y concierne no sólo al Principito, sino a todos nosotros, a nuestro mundo, a la sociedad en la que vivimos. El libro describe la vida cotidiana de todo hombre, vista con una transparencia a la vez deslumbrante y humilde, ordinaria y extraordinaria.

El Principito y la Biblia

La nueva versión italiana de El Principito contiene un valioso comentario de Enzo Romeo: el libro es comparado con la Biblia, con el Antiguo y el Nuevo Testamento[7]. Una fusión excepcional: uno de los libros más leídos del mundo se amalgama con el Libro de los Libros, el más leído de todos. Y no es casualidad, porque el texto, en su sencillez, desborda en cada página de alusiones a la Palabra de Dios, y son innumerables y sorprendentes. Es sorprendente que los poetas, cuando tienen que decir lo esencial, recurran casi siempre a la imaginería religiosa; y la figura del Principito está ciertamente impregnada de religiosidad.

Cuando tenía 17 años, Saint-Exupéry escribió en una carta a su madre: «He leído algo de la Biblia: qué maravilla, qué poderosa sencillez de estilo y a menudo de poesía. Los mandamientos son obras maestras de legislación y sentido común. Por todas partes las leyes de la moral emergen en su utilidad y belleza: es espléndido»[8]. En El Principito, el autor revela un conocimiento poco común de las Sagradas Escrituras.

En 2012, el editor italiano de la obra, había publicado un estudio titulado L’invisibile bellezza. Antoine de Saint-Exupéry cercatore di Dio («La belleza invisible. Antoine de Saint-Exupéry buscador de Dios»), en el que explicitaba el anhelo religioso del autor. «Saint-Exupéry – afirma el editor – fue un explorador de lo absoluto, siempre en busca de algo que llenara su corazón y diera sentido a su vida. […] ¿Puede ese algo […] llamarse Dios, es decir, lo invisible por excelencia?»[9]. La respuesta está en este libro, y el autor la respalda con una minuciosa investigación bíblica paralela al texto de El Principito.

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El libro tiene una doble estructura: la página derecha contiene el texto de la fábula; la izquierda – ligeramente coloreada en beige – los pasajes bíblicos a los que el autor se refiere implícitamente en el relato. No son pocos y son muy interesantes, hasta el punto de que el comentarista califica el libro de «Novísimo Testamento»[10]. Aunque apenas menciona a Jesús en sus escritos, y ni siquiera habla explícitamente de la fe, Saint-Exupéry evoca constantemente textos bíblicos. La sed mencionada remite al diálogo sobre el agua de la vida con la samaritana en el capítulo 4 del Evangelio de Juan. La rosa representa no sólo a la esposa del autor, sino también la figura del Padre, a quien el Hijo desea volver al final de su peregrinaje terrenal. Cabe destacar la desaparición del cuerpo del Principito tras su «ascensión» al pequeño planeta del que procede, al igual que desapareció el cuerpo de Jesús tras su muerte.

En el libro, la mención del agua que le salva en el desierto recuerda al beduino que calma la sed de Saint-Exupéry – que está a punto de morir de sed tras un accidente de avión en Cirenaica – y que le ofrece primero un guiso de lentejas para relajar su garganta hinchada y seca, y después agua. En Tierra de hombres, el escritor reinterpreta el episodio del plato de lentejas de Jacob y Esaú de Gn 25,29-34, pero exalta al beduino como el «Hombre Salvador»: «En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, […] tú eres el Hombre, y te me apareces con el rostro de todos los hombres juntos. Ni siquiera nos has mirado a la cara y ya nos has reconocido. Eres el hermano amado. Y a mi vez te reconozco en todos los hombres. Te me apareces iluminado de nobleza y benevolencia, gran señor que tienes el poder de dar. En ti, todos mis amigos y enemigos caminan hacia mí, y ya no tengo un solo enemigo en el mundo»[11].

Todos los hombres que buscan el sentido de su propia vida – que no es otra cosa que la búsqueda de la verdad – pueden identificarse con El Principito. Por eso no sorprenden las referencias a la Biblia. La convergencia de símbolos hace de este libro una guía para la vida espiritual. He aquí la novedad de Saint-Exupéry: es nuevo el ojo, la mirada que se asoma a otras caras del mundo. Es nuevo el sistema de los sentidos, el asombro del alma, el respeto por el mundo cotidiano en el que penetra con fuerza y al que toma por sorpresa desde ángulos insospechados. Donde lo que cuenta es la vida del hombre, ya sea la del Principito o la del Aviador varado en el desierto, o la de toda persona. Lo que cuenta son los afectos de los que nace y de los que se nutre esa vida, las esperanzas que la acompañan, las heridas irreparables que marcan una muerte prematura (y ya parece que estamos asistiendo a la muerte del autor, que un año después de la publicación de El Principito desaparece para siempre con su avión en el mar Tirreno). Y también cuenta la extraordinaria fuerza interior que le impulsa hacia el absoluto, que no es otra cosa que la meta de su búsqueda más íntima.

Esta página literaria constituye para el autor la expresión final de su existencia como hombre. Y la fuerza de su palabra viene dada por la lealtad para con la vida, por la sinceridad de la entrega, por el rechazo a mirarse a la cara y contarse historias, por el hecho de que en esta larga fábula, el autor no inventa nada, no relata ninguna interioridad hipotética o ficticia, no adorna ninguna ambición de ser lo que no es y de vivir lo que no ha vivido. Su oficio es ser un hombre y sólo marginalmente un escritor: alguien que no habla de sí mismo y, sin embargo, dice lo que ha entendido y analizado existencialmente en sí mismo, en su vida. Por eso, la comparación con la Biblia parece aún más esclarecedora para captar el mensaje de salvación que El Principito quiere darnos: la comparación de la propia vida con la Palabra de Dios y con el hermano que encuentra en su camino. Esa vida que, además de ser la propia, es también crecimiento humano, la misma vida que realmente hace la historia, la gran historia del mundo.

  1. Cf. E. Drewermann, L’essenziale è invisibile. Una interpretazione psicanalitica del Piccolo Principe, Brescia, Queriniana, 1993, 11.

  2. Ibid., 12.

  3. Antoine de Saint-Exupéry, Le Petit Prince avec des acquerelles de l’auteur. Commentaire par Antoine Fongaro, Roma, Angelo Signorelli, 1956, 93.

  4. Id., Il Piccolo Principe commentato con la Bibbia, editado por Enzo Romeo, Milán, Àncora, 2015.

  5. Id., Le Petit Prince…, cit., 75.

  6. Id., Il Piccolo Principe…, cit., 135.

  7. El libro, editado por Enzo Romeo, incluye una introducción, un epílogo y una nota biográfica del autor.

  8. Ibid., 7.

  9. E. Romeo, L’invisibile bellezza. Antoine de Saint-Exupéry cercatore di Dio, Milán, Àncora, 2012, 7.

  10. Antoine de Saint-Exupéry, Il Piccolo Principe…, cit., 174.

  11. Ibid., 175; cf. Id., Terra degli uomini, Milán, Mursia, 2007, 155 s.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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