Personajes

Ciencia y fe en Georges Lemaître

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Georges Lemaître nació el 17 de julio de 1894 en Charleroi, Bélgica. Completada su formación humanística en el colegio de los jesuitas de su ciudad natal, ingresó en la Universidad Católica de Lovaina donde realizó estudios de ingeniería durante tres años. Ya en su primera juventud se había planteado su entrada en el seminario siguiendo su vocación al sacerdocio, la cual vivió intensamente toda su vida al igual que su vocación científica. La Primera Guerra Mundial interrumpe sus estudios de ingeniería y Lemaître se ofrece como voluntario de infantería, participando en la batalla del Yser. Como le ocurrió a Teilhard de Chardin este periodo en el frente fue muy importante para su desarrollo tanto espiritual como científico. Después de la guerra terminó su graduación, especializándose en matemáticas y enseguida comenzó los cursos de filosofía para prepararse a las Órdenes Sagradas en el Instituto Superior de Filosofía de Lovaina, fundado por el cardenal Désiré-Joseph Mercier, de orientación muy tomista. Terminó los estudios de Teología y fue ordenado Sacerdote en septiembre de 1923 por el mismo cardenal Mercier.

Durante los años de teología en Maison Saint-Rombaut de Malinas no abandonó la ciencia y redactó la memoria final titulada La physique d’Einstein, que utilizó como presentación para obtener una beca de estudios en el extranjero. El curso 1923-1924 lo pasó en Cambridge bajo la dirección del astrofísico Sir Arthur Eddington, quien influyó notablemente en el desarrollo del pensamiento del joven sacerdote, pues Lemaître se esforzó durante su vida en responder a los serios interrogantes planteados por Eddington. Al curso siguiente encontramos a Lemaître en el Harvard College Observatory y en el Massachussets Institute of Technology para la obtención del PhD en física[1].

En los Estados Unidos tiene la oportunidad de encontrarse con el astrofísico Edwin Hubble con quien, andando los años, en el 2018 compartiría la ley, hoy llamada, ley de Hubble-Lemaître, después de que tan tardíamente se le hiciera justicia por la Unión Astronómica Internacional [2]. En verdad, Georges Lemaître, con anterioridad a Hubble, en el año 1927, había propuesto la teoría de la expansión de las galaxias en el artículo titulado: «Un Univers homogène et de rayon croissant, rendant compte, de la vitesse radiale des nébuleuses extra-galatiques»[3], el cual desafortunadamente tuvo muy poca difusión en los ambientes intelectuales de la época al ser publicado en francés.

Ciertamente podemos llamar a Lemaître el padre de la teoría estándar de la cosmología moderna. Sus dos contribuciones más importantes a la ciencia fueron la explicación del corrimiento hacia el rojo de las galaxias, como consecuencia de la expansión del universo y la propuesta de una singularidad en el comienzo de la historia del cosmos. Su honestidad intelectual marca toda su trayectoria interior en la vivencia profunda de su fe católica y de la investigación científica. Veremos cómo a lo largo de las etapas de su evolución intelectual, Lemaître, sin ninguna ruptura interna fue discerniendo su visión de la relación de la ciencia y de la fe[4].

El ingenuo concordismo de un fiel tomista

Por temperamento y por formación Georges Lemaître no era ni un filósofo ni un teólogo, sin embargo, ante las profundas cuestiones de su mentor en Cambridge, el profesor Eddington, se vio obligado a ir clarificando su fe razonable, a «dar razón de su fe y de su hipótesis científica», viviéndola sin ningún desgarro interior, «batiéndose, por así decir, en dos frentes al mismo tiempo»[5]: su trabajo como investigador y su profunda fe. Durante sus estudios en el seminario de Lovaina, según su biógrafo Dominique Lambert, tuvo lugar la génesis de la primera etapa de su pensamiento en la que Georges Lemaître se esforzó en buscar la concordia entre los descubrimientos de la ciencia y los primeros capítulos del Génesis. De hecho, el joven seminarista científico redactó como trabajo del curso de exégesis, un opúsculo titulado «Ensayo de interpretación científica de los primeros versículos del hexámeron», fundamentado en la encíclica Providentissimus Deus de León XIII.

En este trabajo Lemaître no excluía que en los primeros capítulos del Génesis pudieran encontrarse ciertas verdades referentes al universo, puesto que el Creador conocía, mejor que nadie la estructura del mundo físico. La ciencia para Lemaître en este tiempo jugaba un papel de instrumento útil para la interpretación del texto bíblico, así por ejemplo el texto bíblico «que exista la luz: y la luz existió» (Gn 1, 3), viene a significar la creación de la nada (la creatio ex nihilo), porque según la teoría (en física clásica) del cuerpo negro[6], no puede existir nada que no emita radiación[7].

Todo intento concordista será siempre una mala interpretación de la relación de Dios con el universo y por tanto de la comprensión de la Sagrada Escritura. Sin embargo, el concordismo de Lemaître podemos calificarlo de concordismo débil en la línea de la Encíclica Providentissimus, lejos del concordismo fuerte que establecería un paralelismo directo entre la literalidad bíblica y algunos resultados de las ciencias.

Superación de la etapa concordista: los dos caminos

Esta etapa concordista será enseguida puesta en cuestión por el mismo Lemaître tras la influencia de su encuentro con el Profesor Eddington. La estancia en Cambridge le marcará profundamente, no solo en el plano puramente científico, sino en su visión de la relación de la ciencia y de la fe. Eddington era un hombre profundamente religioso, era un cuáquero; para el profesor británico la realidad del mundo físico no se puede explicar por sí misma sin salir del mundo físico, pues estaríamos ante un ciclo siempre cerrado en sí mismo. Por tanto, la última explicación del universo supone un fundamento que escapa a nuestra capacidad de investigación. Este fundamento era para el astrónomo de Cambridge espiritual y hace referencia a un Logos universal al que se le puede llamar Dios; si solamente utilizamos los métodos de la física quedaremos aprisionados en sus círculos cerrados.

Puesto que la ciencia es selectiva, no se puede pretender que la imagen de la realidad obtenida desde la ciencia sea completa: la imagen del universo que construyamos a partir de la ciencia será también selectiva; hemos de trascender el mismo universo para ver más allá, como aspira profundamente el ser humano. Así, para Eddington se superarían todos los conflictos entre ciencia y religión, si se tuviera siempre en cuenta esta distinción de planos epistemológicos, según el práctico dicho inglés: «las buenas cercas hacen buenos vecinos»[8]; la ciencia debe seguir los métodos científicos, mientras que la fe, que profesa una religión, estará siempre ligada a una experiencia religiosa interior y personal.

Aunque no se puede negar la influencia de Eddington, Lemaître de alguna manera reprochará siempre a su maestro que relegara la fe a una experiencia íntima. Como buen cristiano Lemaître quiso estar siempre dispuesto a «dar razón de su esperanza» (1 Pe 3, 15) y como afirma Dominique Lambert «pretendía dar testimonio de que su fe en modo alguno podía estar sujeta a los adelantos de la ciencia y de las descripciones que ésta pudiera hacer sobre el universo, sobre su principio y su fin»[9]. De este modo se fue perfilando en Lemaître su teoría de «los dos caminos» diferentes para acercarse a una misma realidad del universo. Dos caminos, dos métodos, dos lenguajes, dos discursos para la búsqueda de la verdad: el camino de la ciencia y el camino de la revelación. La posición de Lemaître en esta su segunda etapa queda perfectamente clarificada en la entrevista concedida en 1933 a Duncan Aikman, periodista del New York Times: la religión basada en la Revelación nos ofrece las verdades para nuestra salvación, la ciencia investiga con métodos empíricos los misterios del universo[10].

Es muy interesante observar cómo estas palabras de Lemaître están formuladas unos treinta años antes de la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, en la que los padres conciliares afirmaron que la Biblia nos enseña, «con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación»[11]. Con la fuerte convicción en la verdad de los dos caminos, de los dos discursos, el religioso y el científico, Lemaître pudo vivir sin ninguna tensión ni desgarro interior alguno su vocación científica y su vocación religiosa, al comienzo de su labor académica. Según Dominique Lambert: «La unidad viene, no por una síntesis conceptual concordista, que él rechaza, sino por una dimensión propiamente religiosa de la investigación científica»[12]. La ciencia para Georges Lemaître era una búsqueda de la verdad y la verdad es el mayor servicio al Reino de Dios.

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Se pregunta: ¿cómo debe el investigador cristiano armonizar en sí mismo sus convicciones religiosas y las exigencias de la disciplina científica, que él cultiva? Según Lemaître debe permanecer a distancia de dos posturas extremas: la primera, el considerar los dos aspectos de su vida como compartimentos estancos y, por otra parte, ser muy cuidadoso en no confundir lo que debe permanecer distinto. El investigador cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad las técnicas propias del problema que tiene entre manos; sus medios de investigación son los mismos que los del no creyente y su formación religiosa debe estar a la altura de su formación científica. Sabe que todo lo que existe proviene de la mano de Dios, pero sabe también que nunca Dios sustituirá a sus creaturas. «La actividad divina omnipresente está siempre ocultada»[13]. El ser Supremo no se puede reducir a una hipótesis.

He aquí como sintetiza su tesis de «los dos caminos»: «En cierto sentido, el investigador hace abstracción de su fe en la investigación, no porque su fe podría ensombrecerla, sino porque la fe no tiene nada que ver con la actividad científica, así como un cristiano no se comporta diferentemente de un increyente cuando se trata de caminar, de correr o de nadar. El investigador cristiano sabe que su fe sobrenaturaliza todas sus actividades las más altas, así como las más bajas. Se hace como un niño delante de Dios cuando concentra su mirada en su microscopio y en su oración de la mañana, puesto que coloca toda su actividad bajo la protección de su Padre del Cielo»[14].

Para Lemaître, la teoría de «los dos caminos» era metodológicamente satisfactoria y «permite transformar todos los conflictos entre la ciencia y la fe que se desvanecen en la medida que se constata que los dos caminos se sitúan en planos completamente distintos»[15]. Hay dos caminos, respondía Lemaître al periodista Duncan Aikman, «yo he decidido seguir los dos»[16]. Se comprende bien su resistencia a utilizar y apoyarse en los resultados de la ciencia para cualquier tipo de apologética y se comprende también su honesta y sufrida reacción al discurso de Pío XII a la Academia Pontificia de Ciencias en el 1951.

Georges Lemaître y el discurso «Un’Ora» del papa Pío XII

Bajo el título «Las pruebas de la existencia de Dios a la luz de la Ciencia Natural moderna»[17] el papa Pío XII sostuvo una larga alocución en la Academia Pontificia de Ciencias, el 22 de Noviembre de 1951, conocido como el discurso Un‘Ora. Georges Lemaître, que desde el 28 de octubre de 1936 era miembro de la Pontificia Academia Ciencias, de la que fue nombrado presidente en 1960, oyó el discurso de Pío XII de viva voz, y no ocultó a sus íntimos la contrariedad que le produjeron las palabras bien intencionadas del Papa, pero que contradecían su esfuerzo personal de asegurar «los dos caminos» en el diálogo de la ciencia con la fe.

El discurso tuvo un gran eco en los medios intelectuales e incluso la prensa no especializada, que hizo un elogio del mismo con la afirmación, «nueva posición concordista de la Iglesia»[18]. ¿Por qué desagradó a Lemaître el contenido del discurso? Es fácil entenderlo conociendo su alergia al concordismo desde su estancia en Cambridge con Eddington y su posición ya fijada en esta etapa de su desarrollo intelectual; para Lemaître era muy clara su afirmación de «los dos caminos». Sin embargo, las palabras de Pío XII, desde el mismo título, «Las pruebas de la existencia de Dios a la luz de la ciencia natural moderna», constituyen un abierto concordismo, puesto que el Papa compara en su argumentación los resultados de la cosmología moderna con las pruebas de la existencia de Dios de las cinco vías tomistas, que ofrecen, según Pío XII, «un itinerario seguro y expedito de la mente hacia Dios»[19].

Este concordismo, trufado de apologética, ciertamente estaba en aquel tiempo (1951) ya muy alejado del pensamiento y de la sensibilidad de Lemaître, y pensó, como aconteció, que parte de astrónomos y cosmólogos tomasen el discurso papal como promoción de la hipótesis del «átomo primitivo», más tarde conocida como teoría del Big-Bang.

Pío XII tenía una buena formación científica y además era muy aficionado a la astronomía. Durante sus estancias en Castel Gandolfo, frecuentaba el observatorio astronómico, Specola vaticana, regido por los jesuitas, el cual tenía su sede en el mismo edificio del palacio papal, e incluso, como buen aficionado, más de una vez observaba el cielo con los telescopios del Observatorio vaticano. Ciertamente a lo largo de la alocución Pío XII desplegó un conocimiento bastante exacto del estado de la Astrofísica y de la Física nuclear en aquel momento, enfocando todo el discurso «para poner fuera de toda duda la expresa mutabilidad del mundo inorgánico, grande y pequeño por las miles de transformaciones de todas las formas de energía»[20]. Enseguida compara la mutabilidad del mundo físico con la inmutabilidad: todo ser mutable «exige por su ser y su subsistir una realidad enteramente diversa e inmutable por naturaleza», y así concluye: «La imagen del eternamente inmutable emerge clara y resplandeciente del torrente que arrastra consigo, en una intrínseca mutabilidad que jamás cesa, a las cosas materiales del macrocosmos y del microcosmos»[21]. Vemos claramente que en el fondo de esta afirmación papal se está usando el mismo argumento Aristotélico y la consecuente formulación de la primera de las cinco vías tomistas; conocido es que para Santo Tomás la vía ex motu era la primera y la más concluyente: Prima autem et manifestior via est ex parte motus [22].

La segunda parte del discurso de Pío XII está dedicada al origen y desarrollo del universo. El siguiente párrafo del discurso resume la intención del Papa y nos explica la extrañeza que sufrió Georges Lemaître, que había abandonado hacía bastante tiempo su primera y breve etapa concordista y que proclamaba abiertamente, una y otra vez, su postura intelectual de «los dos caminos» en el diálogo de la ciencia con la fe. Estas son las palabras de Pío XII: «Es innegable que una mente iluminada y enriquecida con los modernos conocimientos científicos, considerando serenamente este problema, no puede menos de romper el cerco de una materia totalmente independiente y autóctona, bien por increada, o por creada por sí misma, y elevarse a un Espíritu creador. Con la misma mirada limpia y crítica con que examina y juzga los hechos, profundiza y reconoce en ellos la obra de la omnipotencia creadora, cuya virtud, agitada por el potente fiat pronunciado hace miles de milenios de años por el Espíritu creador, se extendió por el Universo llamando a la existencia, con un gesto de generoso amor, a la materia exuberante de energía. En realidad, parece como si la ciencia moderna, saltando de un golpe millones de siglos, hubiera logrado hacerse testigo de aquel primordial Fiat lux, cuando de la nada brotó, con la materia, un mar de luz y de radiaciones, mientras las partículas de los elementos químicos se separaron y se reunieron en millones de galaxias»[23].

Podemos vislumbrar el desconcierto de Lemaître, al oír estas palabras, puesto que, de alguna manera, la hipótesis cosmológica de la singularidad inicial, formulada por él mismo, como el «átomo primitivo» se vería tachada en los ámbitos intelectuales, como de hecho así ocurrió, no de una hipótesis científica, sino de una postura apologética – un tanto inoportuna – para el mundo de los colegas astrofísicos, en el cual él se movía ya con una bien acreditada solvencia. No le faltaba razón, pues han sido necesarios muchos años, para que su pensamiento cosmológico, puramente físico, se haya liberado, a los ojos de muchos científicos no bien formados, de estos ribetes pseudoteológicos que, sin ninguna razón, se le achacaban[24].

Un año después del discurso Un’Ora, el 7 de septiembre de 1952, Pío XII pronunció otro discurso a los participantes del Congreso Mundial de Astronomía. El tono de este discurso es diferente al de Un’Ora; en la parte primera el Papa trata simplemente de recorrer todas las contribuciones de la ciencia en aquel momento y cómo ellas causan una inmensa admiración al espíritu humano de tal manera que éste se pregunta: «¿Podrá el hombre perseguirlo sin interrupción hasta desvelar el último de los enigmas que el universo tiene reservado? ¿O, al contrario, el misterio de la naturaleza es tan simple y tan oculto al espíritu humano, a causa de su pequeñez y su desproporción intrínseca, que no logrará jamás desvelarlo completamente? La respuesta de los espíritus vigorosos, que han penetrado profundamente en los secretos del cosmos, es bien modesta y bien prudente. Nosotros, piensan ellos, estamos en los comienzos»[25].

Ciertamente el más genial investigador jamás llegará a conocer y a resolver los enigmas que encierra el universo físico. Pío XII no recurre ya a la demostración, como en el discurso Un’Ora, sino a un insinuante y sublime encuentro a través de la contemplación, que ve al Espíritu divino presente en el mundo como el Creador.

En los últimos años de su vida, el 23 de junio de 1963, Lemaître pronunció en la Bolsa de Comercio de Namur una Conferencia titulada: «Universo y átomo». Como suele ocurrir, después de la conferencia le pidieron el texto para publicarlo. Lemaître lo entregó en seguida con una serie de correcciones. El texto fue considerado demasiado «especializado» y no fue publicado, sin embargo, el texto fue custodiado y entregado después de su muerte en 1966 al fondo documental de la Biblioteca de la Universidad de Namur. Es el único texto que se conserva en el que se vislumbra la reacción personal de Lemaître al discurso Un’Ora y que revela su profunda honestidad. Dominique Lambert nos ha dado a conocer este importante manuscrito y la historia de su redacción[26]. Esta conferencia de Lemaître fue pronunciada unos dos años antes del descubrimiento por Arno A. Penzias y Robert W. Wilson de la radiación cósmica de fondo, la que se ha considerado ser la prueba física de la hipótesis del «átomo primitivo» de Lemaître.

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Leyendo el texto de la conferencia comprendemos un poco su disgusto y su reacción tras la audición del discurso de Pío XII. Comienza Lemaître con la lectura de un párrafo de la Encyclopédie de la Pléiade: Astronomie, recientemente publicada. El párrafo en cuestión dice así: «El debate tomó un carácter metafísico cuando ciertos científicos defensores del fideísmo, como Lemaître y Eddington, extrapolando millones de años, pretendieron utilizar un modelo expansionista para justificar la hipótesis de una creación sobrenatural de un mundo, tentativa que ha sido públicamente alentada por el Papa Pío XII con ocasión de una intervención en la Pontificia Academia en 1951»[27].

Así como no se le consultó a Lemaître para la confección del discurso Un’Ora, tampoco se le cita ni a él ni a Eddington; lo que entristeció a Lemaître fue comprobar que su sospecha y temor de ser mal interpretado, se había confirmado y tal vez con no muy buena intención. De hecho, la Enciclopedia hace una referencia a Lemaître como autor de «la hipótesis de la creación sobrenatural deL mundo», afirmación que él nunca había formulado y contra la que había luchado y discutido, nada menos, que con Albert Einstein. Oigamos sus palabras en la Bolsa de Comercio de Namur: «Personalmente, siempre he tratado de mostrar que la ciencia dejaba lugar a un comienzo natural del mundo: precisamente lo contrario de lo que se pone en mi boca en la Pléiade»[28].

Para Lemaître, la creación nunca es una noción natural, pertenece al mundo de la metafísica. La solución de las ecuaciones diferenciales que rigen el mundo puede hacerse tanto dejando crecer el mundo, como dejando que decrezca. En palabras vulgares podríamos decir siempre podremos girar la moviola de la expansión del universo en sentido contrario y llegar al punto cero. Por tanto, «ya no existe un premundo que podría haber sido el verdadero comienzo, sino el que se contempla como verdadero comienzo». Se obtiene así, en palabras de Lemaître, «un comienzo natural al que ya no necesitamos calificar como creación a partir de la nada»[29].

Esta era la hipótesis del «átomo primitivo»; átomo en el sentido etimológico de la palabra, es decir, un paquete único cuántico donde estaría condensada toda la energía y materia del universo. Para el año 1950, Lemaître tenía ya muy madura la formulación de la hipótesis y sus límites, como mera hipótesis, hasta que los hechos experimentales no la confirmasen. Años después en 1965, Penzias y Wilson publicaban su hallazgo de la radiación cósmica de fondo que confirmaba la hipótesis de Georges Lemaître, quien, al poco tiempo, el 20 de junio de 1966, moría de leucemia pudiendo ver aún en vida consciente la comprobación experimental de su hipótesis del comienzo natural del universo; sin embargo, como decíamos arriba, no fue sino hasta el año 2018 que se le hizo justicia, sacándolo del olvido y perpetuando su nombre en la ley Hubble-Lemaître.

El Dios oculto de Georges Lemaître

Ya en 1931 la idea del Dios escondido rondaba en el pensamiento de Lemaître. En un párrafo tachado, muy probablemente por él mismo, que estaba en el original enviado a la revista Nature – párrafo tachado que no se publicó –, se insinúa el tema. Bien es sabido que en la revista Nature no se admite ninguna alusión ni sugerencia de orden transcendente al campo puramente científico. En este párrafo Lemaître escribía: «Yo pienso que cualquiera que crea en un ser supremo que mantiene todo ser, cree también que Dios está esencialmente oculto y puede alegrarse al considerar cómo la física actual provee un velo que oculta la creación»[30].

Vimos anteriormente que la influencia del Prof. Eddington le había llevado a clarificar su postura en el diálogo ciencia-fe con la teoría de los «dos caminos». Ciertamente, para resolver el diálogo de la ciencia con la fe, esta teoría es gratificante y sencilla para el científico, al considerar todas las cuestiones planteadas por las ciencias como pseudoproblemas, que se desvanecen al considerar que los dos caminos, el de la ciencia y el de la creencia, se sitúan en planos epistemológicos diferentes y consecuentemente se expresan en lenguajes diversos. Por eso, Lemaître se esforzaba en sus conferencias y escritos en recalcar que su hipótesis del «átomo primitivo» se refería únicamente al «comienzo natural» de la historia del cosmos, sin ningún tipo de ribete teológico subyacente.

Sin embargo, como afirma Dominique Lambert: «la teoría de los dos caminos nos deja algo insatisfechos, porque introduce una especie de ruptura profunda en la unidad del conocimiento humano»[31]. Los dos conocimientos permanecen yuxtapuestos en el interior del corazón del creyente con poca posibilidad de articulación y formulación de una síntesis personal. Como afirma Ian Barbour, «la compartimentación evita el conflicto, pero al precio de imposibilitar toda interacción constructiva»[32]. Algunos autores han puesto de manifiesto cómo la teoría de los «dos caminos» se asemeja bastante a la afirmación de la NOMA (Non Overlapping Magisteria) propuesta por Stephen Gould: la ciencia y la religión no deberían nunca solaparse, pertenecen a niveles distintos de explicación; lo cierto es que la teoría no complace enteramente ni a los teólogos, ni a los científicos; siempre queda un campo del pensamiento que puede ocupar una sana filosofía capaz de hacer de puente en el diálogo ciencia-religión. Como escribió Hans Urs von Balthasar: «La ciencia y el cristianismo, esas realidades que aparentemente se oponen sin conexión, están enlazadas siempre por un campo intermedio (que, visto desde la ciencia, se presenta como “concepción del mundo”; visto desde el cristianismo, como “religión” y, en su centro, como “filosofía”»[33].

El creyente puede, pues, preguntase: ¿cuál es la relación entre Dios y el universo que ha creado? ¿Cómo hemos de concebir la acción divina en un universo autónomo? Lemaître encontró la respuesta en la afirmación del profeta Isaías: «verdaderamente tú eres un Dios escondido» (Is 45, 15). Ya en 1931, en el párrafo tachado que vimos anteriormente, y más claramente en su ponencia en el Congreso de Malinas de 1936, Georges Lemaître enunciaba su tesis del «Dios escondido», que desarrollará en su madurez unos veinte años después. Así presentaba su tesis en la ponencia del Consejo Solvay celebrado en Bruselas el año 1958: «Personalmente estimo que la teoría del átomo primitivo se sitúa completamente fuera de toda consideración metafísica o religiosa. Deja al materialista libre para negar todo ser transcendente. Él puede tomar con respecto al espacio-tiempo la misma actitud intelectual que ha podido adoptar para los acontecimientos que sobrevienen en los puntos no singulares del espacio-tiempo. Para el creyente, excluye toda tentación de familiaridad con Dios, como la del “capirotazo” (chiquenaude) de Laplace o el “dedo” de Jeans. Está más bien de acuerdo con la palabra de Isaías hablando del “Dios escondido”, oculto en el mismo principio de la creación»[34].

Para explicar la estabilidad de un mundo ab aeterno Newton había acudido a un Deus ex Machina, Descartes igualmente acudió a ese primer impulso que Dios insufló en el mundo, que a su vez Pascal llamó el chiquenaude,[35] y que Laplace consideraba innecesario en su sistema; igualmente el matemático y físico James Jeans[36] había acudido a la creación continua para mantener estacionaria la masa del universo en expansión, lo que se ha venido en llamar el «dedo de Dios de James Jeans». Lemaître, profundamente religioso, evitando «pronunciar el nombre de Dios en vano» (Dt 5, 11) insistía que su discurso siempre se refería únicamente a un «comienzo natural» del universo, que es lo que puede conocer la ciencia, sin hacer intervenir a Dios en las causas segundas. Lemaître decía: «Yo prefiero hablar del Dios oculto de Isaías: Deus absconditus et salvator. El Dios Supremo e Inaccesible: ‘Nadie ha conocido a Dios’ dijo San Juan (1 Jn 4, 12), el Dios oculto aún en el comienzo del mundo»[37]. Así Dios no es rebajado nunca al plano de las causas segundas, permanece en su alteridad transcendente y no viene a llenar los vacíos que deja la investigación científica.

El mero comienzo, precisamente por ser comienzo, siempre será invisible e inaprehensible a nuestro conocimiento por la ciencia. La creación es el paso del no-ser, de la nada, al ser; consecuentemente, el devenir del no-ser al ser en el tiempo también es invisible e inaprehensible por nosotros. «En cierto sentido, lo que está al comienzo es un relato; el “en principio” sagrado se parece mucho a nuestro profano “érase una vez”»[38]. Ante el rosario de preguntas que hacen primero Elihú y luego el mismo Dios a Job, nos adherimos a la respuesta de Job: «me siento pequeño ¿qué replicaré?» (Jb 40, 4), pues «reconozco que todo lo puedes» (Jb 42, 2). El profeta Isaías, ante la pregunta de Dios: «¿me vais a dar instrucciones sobre la obra de mis manos?», responde: «Es verdad: Tú eres el Dios escondido» (Is 45, 15). Prosigue Adolphe Gesché: «La creación, por la que Dios ha querido otra cosa distinta de él, ¿no es en efecto, antes de la encarnación, la primerísima manifestación de esta kénosis que expresa mucho mejor el ser de Dios que tantas especulaciones sobre su omnipotencia y la causalidad?»[39].

Conclusión

La visión del «átomo primitivo», que luego sería conocida como teoría del Big-Bang, llevó a Lemaître, en el inicio de su trayectoria intelectual, a formular y defender un «comienzo natural» del universo, en el que Dios permanecía oculto en el devenir propio de este universo inacabado. No permanecía oculto, sin embargo, en su intimidad y oración personal, pues vivía la espiritualidad profunda de la Fraternidad Sacerdotal de Los amigos de Jesús de que era miembro.

En su peregrinación interior, Georges Lemaître busca la síntesis personal de un temperamento racional y matemático. Su fe profunda y sencilla le llevó a buscar siempre una fe razonable en cada etapa de su evolución intelectual. En un discurso reciente, con ocasión de un congreso organizado por el Observatorio Vaticano en memoria de Lemaître, el papa Francisco se refirió a él como «un sacerdote y científico ejemplar», cuyo «camino humano y espiritual representa un modelo de vida del que todos nosotroso podemos aprender»[40].

El paso juvenil por el concordismo fue enseguida abandonado por la teoría de «los dos caminos», lo que tampoco le satisfizo interiormente. La intuición de una singularidad inicial en el comienzo del cosmos, expresada en la hipótesis del «átomo primitivo», que para él fue siempre el «comienzo natural del universo», le condujo a ver la acción de Aquel que es principio de todas las cosas, como el Dios oculto («le Dieu caché»). Ciertamente la desacralización en la explicación del cosmos es señal de una sincera y respetuosa religiosidad pues, paradójicamente, el hombre profundamente religioso verá siempre en todas las cosas la huella de Aquel que «pasó por estos sotos con presura»[41]; Dios será siempre el ausente y el presente, el transcendente y el inmanente, «Dios todo en todas las cosas» (1 Cor 15, 28)[42].

  1. * Una versión más extensa de este artículo fue publicada en «Proyección» 69 (2022) 265-285.

    Cf. D. Lambert, «Lemaître, George Edouard (1894-1966)», en Dizionario Interdisciplinare Scienza et Fede, Urbaniana University Press, Città Nuova, Roma 2002.

  2. La XXX Asamblea general de la Unión Astronómica Internacional (IUA), celebrada en Viena, sugirió en agosto de 2018 renombrar la ley de Hubble, relativa a la expansión del Universo, como la ley Hubble-Lemaître para hacer justicia al trabajo de su descubridor, el sacerdote belga Georges Lemaître. Fueron invitados a una votación on line 11.072 miembros, de los cuales 4.060 emitieron su voto, de ellos el 78% a favor, 20% en contra y 2% se abstuvieron.

  3. Cf. G. Lemaître, «Un Univers homogène de masse constante et de rayon croissant rendant compte de la vitesse radiale des nébuleuses extra-galactiques», en Annales de la Société Scientifique de Bruxelles 47 (1927) 49-59.

  4. E. Riaza – P. de Felipe, «Georges Lemaître: la armonía entre la ciencia y la fe», en Scientia et Fides 4 (2016) 357-371.

  5. D. Lambert, Ciencia y Fe en el padre del Big-Bang, Goerges Lemaître, Sal Terrae, Santander 2015, 137.

  6. Cf. E. L. Dóriga, El Universo de Newton y de Einstein. Introducción a la filosofía de la naturaleza, Herder, Barcelona 1985, 131-146.

  7. Cf. D. Lambert, «Monseigneur Georges Lemaître et le débat entre la cosmologie et la foi», en Revue Théologique de Louvain 28 (1997) 28-53.

  8. Robert Frost acuñó la frase «Good fences make good neighbors» («Las buenas cercas hacen buenos vecinos» en su poema Mending Wall (1914).

  9. D. Lambert, Ciencia y Fe en el padre del Big-Bang, Goerges Lemaître, cit., 136.

  10. D. Aikman, «Lemaître follows two paths to truth, The Famous Physicist, Who Is Also a Priest, tells why He finds no conflict between Science and Religion», en New York Times, 19 de febrero de 1933.

  11. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina Revelación Dei Verbum, n. 11.

  12. D. Lambert, Ciencia y Fe en el padre del Big-Bang, Goerges Lemaître, cit., 139.

  13. Ibid. La cursiva es nuestra.

  14. Ibid.

  15. D. Lambert, «Monseigneur Georges Lemaître et le débat entre la cosmologie et la foi», cit., 45

  16. Ibid.

  17. Cf. Pío XII, Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de noviembre de 1951.

  18. Ibid., 172.

  19. Ibid.

  20. Ibid., cursivas nuestras.

  21. Ibid.

  22. Tomás de Aquino, s., Summa Theologiae, I, q.2, a.3.

  23. Pío XII, Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias, cit.

  24. Cf. D. Lambert,«Un discours en question? Georges Lemaître, Pie XII et l’ affaire Un’Ora», en Résurrection 179-180 (2019) 109-131.

  25. Pío XII, Discours aux participants au Congrès Mondial D’Astronomie, 7 de septiembre 1952.

  26. Cf. D. Lambert, Ciencia y Fe en el padre del Big-Bang, Georges Lemaître, cit., 213-215.

  27. Cita del artículo de P. Labérenne en Encyclopédie de la Pléiade: Astronomie, París, Gallimard, 1962.

  28. G. Lemaître, Universo y átomo, Conferencia pronunciada el 23 de junio de 1963. Cf. D. Lambert, Ciencia y Fe en el padre del Big-Bang, Goerges Lemaître, cit., 219.

  29. Ibid., 231.

  30. «Georges Lemaître The Big Bang cosmology and its metaphysical implications», en Science meets Faith: https://sciencemeetsfaith.wordpress.com/2018/06/20/georges-lemaitre-the-big-bang-cosmology-and-its-metaphysical-implications-i/

  31. D. Lambert, «Monseigneur Georges Lemaître et le débat entre la cosmologie et la foi», cit., 46.

  32. Ian Barbour, El encuentro entre ciencia y religión, ¿rivales, desconocidas o compañeras de viaje?, Santander, Sal Terrae, 2005, 19.

  33. H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actual, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1960, 56.

  34. G. Lemaître. L’hypothèse de l’atome primitif: Essai de cosmogonie Neuchâtel, Éditions du Griffon, 1946; O. Godart, Georges Lemaître et son oeuvre; bibliographie des travaux de Georges Lemaître, Bruxelles, Culture et Civilization, 1972, 84-86.

  35. B. Pascal, Pensées, París, G. Desprez, 1670, 77.

  36. James Hopwood Jeans (1877-1946) fue un astrónomo, físico y matemático británico conocido por ser el primero en proponer que la materia es creada continuamente en el Universo, y por calcular la masa mínima que debe tener una nube de gas para formar una estrella: la masa de Jeans.

  37. D. Lambert, «Monseigneur et le débat entre la cosmologie et la foi», cit.

  38. Ibid., 188.

  39. Ibid., 191.

  40. Francisco, Discorso del Santo Padre Francesco ai partecipanti al II Convegno della Specola Vaticana in memoria di George Lemaître: «Buchi neri, onde gravitazionali e singolarità spazio-temporali», Roma, 20 de junio 2024.

  41. Juan de la Cruz, s., Cántico espiritual.

  42. Mi profundo agradecimiento al Profesor Alberto Castro Tirado por la rigurosa revisión del manuscrito del presente trabajo.

Ignacio Núñez de Castro
Es licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, en Ciencias Químicas por la Universidad de Sevilla y Doctor en Ciencias Químicas en 1972. Fue profesor adjunto y agregado de 1973 a 1981 en la Universidad Autónoma de Madrid, hasta que llegó a Málaga como catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga, hasta que se jubiló en 2002. Sigue activo en diversas investigaciones, orientadas principalmente en el diálogo Ciencia-Fe.

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