Biblia

El cántico de los tres jóvenes en el horno

Ananías (Shadrach), Misael (Meshach) y Azarías (Abednego), Grabado de P. Galle según Maarten van Heemskerck

En la Liturgia de las Horas del rito romano, el Cántico de los tres jóvenes en el horno (Dn 3,51-90) aparece con mucha frecuencia: se canta todos los domingos, además de cantarse en las solemnidades y las fiestas[1].

Este cántico no ha sido muy estudiado porque no existe en hebreo. De hecho, el libro de Daniel nos ha llegado esencialmente en dos formas: la primera está en hebreo, y algunos capítulos en arameo (una lengua cercana al hebreo, pero más reciente); la segunda es una traducción griega del texto hebreo-arameo, pero con la adición de algunos capítulos, como la historia de Susana. El texto original en hebreo y arameo forma parte de la Biblia hebrea, la única reconocida por judíos y protestantes; la versión griega fue realizada por los judíos alrededor del 200 a.C. y es el texto reconocido como canónico por católicos y ortodoxos.

Para comprender mejor este cántico y apreciar su belleza, es importante descubrir su composición: es necesario destacar su arquitectura, reconocer sus elementos, ver qué los distingue y los une, identificar, como en una iglesia románica o gótica, dónde se encuentra la clave de bóveda, la piedra que asegura la coherencia del conjunto. Para hacer esto, es necesario conocer las leyes específicas que rigen la literatura semítica oriental: leyes que son muy diferentes de las reglas de nuestra literatura occidental, griega y latina. He aquí solo tres, pero que serán decisivas para el Cántico de los tres jóvenes: la primera es la elevada frecuencia de composiciones concéntricas; la segunda es la ley de la cita en el centro; y la tercera es la frecuencia del número siete, el número por excelencia de la totalidad.

El cántico se abre con una estrofa en la que el poeta se dirige al Señor, bendiciéndolo y alabándolo, cantando, exaltándolo y glorificándolo[2]. Cada versículo comienza con «Bendito» y termina con «por los siglos»:

52Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

53Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

54Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

55Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

56Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos (Dn 3,52-56).

Después de esta introducción, dirigida directamente a Dios, viene el cuerpo del Cántico: es una colección de 32 versículos, muy similares entre sí, ya que cada uno termina con la misma frase: «ensalzadlo con himnos por los siglo», excepto uno, en el centro, al que volveremos.

Demos una primera mirada a la estructura de estos 32 versículos en su conjunto. Podemos afirmar que se asemeja a una montaña: primero una larga subida, luego una breve pausa en la cima y finalmente el descenso por otro camino. El primer lado del texto está dedicado al cielo y el segundo a la tierra. Del lugar de descanso en la cima hablaremos más adelante. Comencemos, pues, con el ascenso, con el primer lado, el del cielo.

El lado del cielo

El lado celeste se desarrolla en dos estrofas de siete versículos, es decir, en dos grupos de siete. He aquí el primer grupo de siete:

57Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

58Angeles del Señor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

59cielos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

60Aguas sobre los cielos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

61ejércitos del Señor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

62Sol y luna, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

63astros del cielo, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos (Dn 3,57-63)

El poeta invita al cielo y a todo lo que está en el cielo a bendecir al Señor. La palabra «cielo» aparece tres veces: «cielos, bendecid al Señor», «Aguas sobre los cielos, bendecid al Señor», «astros del cielo, bendecid al Señor».

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¿Quiénes son los seres invitados a bendecir al Señor? Son todas las «criaturas del Señor», todas las potestades del Señor, todas las obras de su poder. Todos están en plural, son numerosos, incontables. Primero los ángeles y los cielos (por cierto, a menudo decimos «los cielos» en plural, simplemente porque en hebreo la palabra siempre está en plural, hashamayim, así como «las aguas» en hebreo siempre están en plural, hammayim). Luego, por un lado, están los ángeles, los seres vivos, y por el otro el sol, la luna y las estrellas. El sol y la luna dan luz a los hombres, las estrellas los guían, los ángeles son mensajeros que el Señor puede enviarles. Y luego, en el centro, están «las aguas». En aquel entonces, se creía que las aguas no solo estaban en la tierra, sino también sobre el firmamento del cielo, como reservas para dar la lluvia a los hombres y a los animales.

Pasemos ahora al segundo grupo de siete:

64Lluvia y rocío, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

65vientos todos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

66Fuego y calor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

67fríos y heladas, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

68Rocíos y nevadas, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

69témpanos y hielos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

70Escarchas y nieves, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos (Dn 3,64-70).

¿De qué trata este segundo grupo de siete? Por un lado, de «lluvia y rocío»; y por otro, de «rocíos y nevadas». La lluvia y los copos de nieve, como el rocío, son lo que cae del «cielo» (del cielo en el que estábamos en el primer grupo de siete). Por un lado, están la lluvia y los vientos que la acompañan, e incluso el fuego y el ardor, traídos por los vientos cálidos del sur, como el khamsín o siroco; por un lado, entonces, está el calor; por el otro, están el hielo y el frío, las heladas y las nieves.

El lado de la tierra

Así, hemos recorrido toda la subida de la montaña de la creación. Saltemos por el momento la cima de la montaña y bajemos directamente por el segundo lado de la montaña del Cántico. Este es un cántico de las criaturas: primero se presentan las del cielo, y ahora las de la tierra.

Al igual que el primer lado, el segundo también comprende dos estrofas de siete versículos, dos grupos de siete. Aquí está el primero:

75Montes y cumbres, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

76cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

77Manantiales, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

78mares y ríos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

79Cetáceos y peces, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

80aves del cielo, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

81Fieras y ganados, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos (Dn 3,75-81)

Primero están las plantas, todo lo que crece en la tierra, en los montes y en las colinas. Luego, durante más tiempo, están las aguas: ya no las que están sobre el cielo, como en el primer grupo de siete, sino las de la tierra: en primer lugar, los manantiales, de los que brotan los ríos; luego los mares; y después todos los animales que se encuentran en las aguas, los monstruos marinos y todo lo que se mueve en las aguas.

Finalmente volvemos a la tierra, con todos los demás animales que no están en las aguas: están las aves que vuelan en el cielo y las que caminan en la tierra, los cuadrúpedos y las bestias salvajes.

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Así, las plantas que crecen en los montes y colinas, los peces y otros animales acuáticos que pululan en los mares, y luego las aves del cielo y las bestias de la tierra, todos están invitados a bendecir al Señor, a cantarle y a ensalzarle por siempre. En resumen, todos y siempre: esta es otra manera de expresar la totalidad.

Pasemos ahora al cuarto y último grupo de siete:

82Hijos de los hombres, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

83Bendiga Israel al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

84Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

85siervos del Señor, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

86Almas y espíritus justos, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

87santos y humildes de corazón, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

88Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos (Dn, 3,82-88).

Así, después de los ángeles y los astros del cielo, después de las aguas sobre los cielos y las aguas en la tierra, después de las plantas, después de las criaturas del mar, las aves y los demás animales, llegamos a los hijos de los hombres. Es como en el primer relato de la creación: después de la creación de la luz, de las estrellas del cielo, de los peces y de los demás animales, el sexto día es el de la creación de los seres humanos.

Primero «los hijos de los hombres», un término muy general que incluye a todos los seres humanos sin distinción. Después, el poeta menciona a Israel con sus sacerdotes y sus servidores, los levitas que asisten en el culto para ayudar a los sacerdotes. Luego están los espíritus y las almas de los justos, de los santos y de los humildes de corazón, de dondequiera que provengan, y finalmente los tres jóvenes arrojados al horno por su fidelidad al Señor: Ananías, Azarías y Misael.

Los tres jóvenes del Cántico

Debemos ahora decir unas palabras sobre estos tres jóvenes y sobre lo que les sucedió. En primer lugar, sus nombres: son nombres teofóricos, es decir, que contienen el nombre de Dios. Los dos primeros, Hananyah y Azaryah en hebreo, terminan en Yah, uno de los nombres divinos. Hananyah significa «Yah ha mostrado misericordia», ha mostrado ternura; Azaryah, «Yah ha ayudado, ha salvado». Misael termina con otro nombre divino, El, como en Isra-el. Misael, como Miguel, significa «¿Quién es como Dios?».

Estos tres jóvenes israelitas, muy bellos, sin mancha, deportados a Babilonia, habían sido educados en la corte del rey Nabucodonosor. Pero se negaron a adorar la estatua de oro hecha por el rey. Finalmente, el rey los condenó a ser arrojados al horno, donde morirían quemados, pero el Señor envió a su ángel, que los salvó. Y así entonaron este canto al Creador todopoderoso.

Hasta ahora hemos subido la montaña cantando las criaturas del cielo, luego hemos descendido cantando las criaturas de la tierra. Pero aún no nos hemos detenido en la cima de la montaña. Leamos entonces la pequeña estrofa en el centro del cántico:

71Noche y día, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

72Luz y tinieblas, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

73relámpagos y nubes, bendecid al Señor:
ensalzadlo con himnos por los siglos.

74Bendiga la tierra al Señor:
ensálcelo con himnos por los siglos (Dn 3,71-74).

Esta estrofa da la impresión de servir como transición entre el cielo y la tierra: tres versos para las noches y los días, la luz y las tinieblas, los relámpagos y las nubes, que recuerdan el inicio del relato de la creación: «“¡Hágase la luz!”. Y la luz se hizo» (Gn 1,3); y luego, al final, un solo verso para la tierra. Es un versículo, sin embargo, diferente de todos los demás, porque no está formulado en segunda persona plural, sino en tercera persona singular: «ensálcelo con himnos por los siglos».

Esta estrofa parece muy sencilla; sin embargo, hay un secreto, un enigma oculto, pero también revelado por dos palabras: «relámpagos» y «nubes». Por supuesto, se necesita un oído atento para escuchar la pequeña melodía que se revela discretamente detrás de estas dos palabras. Se necesita oído y memoria. Estas dos palabras –«relámpagos» y «nubes»– acompañan la teofanía, la revelación de Dios en el monte Sinaí: «El Señor dijo a Moisés: “Yo vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo te hable. Así tendrá en ti una confianza a toda prueba”. […] Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor» (Ex 19,9.16).

Y un poco más adelante se habla de fuego y de horno, como en el cántico de los tres jóvenes: «La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba violentamente» (v. 18).

Así, en la cima de la montaña del cántico, la música del relato de la creación deja oír los truenos, relámpagos y nubes del monte Sinaí, donde fue dada la ley a Moisés. ¡Como si nuestra montaña fuera, en realidad, un volcán!

Este es el modo de razonar de la Biblia. No se trata de argumentaciones claras y distinguibles. La Biblia procede a través de enigmas, que estimulan la curiosidad del lector, que lo impulsan a reflexionar y, ante todo, a escuchar, a escuchar atentamente el texto, a percibir la pequeña música de las palabras que lo guían a descifrar el enigma.

***

Es el momento de la conclusión. Después de haber bajado la montaña del Cántico, el monte Sinaí, escuchemos la estrofa final, escuchemos a los tres jóvenes salvados del horno de fuego ardiente:

88porque nos libró de los infiernos y nos defendió del poder de la muerte
y del medio del horno ardiente en llamas, del medio del fuego nos libró.

89Confesad al Señor porque es bueno, porque hasta el siglo es su misericordia.

90Todos los honradores del Señor, predicad al Dios de los dioses;
alabadlo y reconocedlo, porque su misericordia permanece por los siglos de los siglos (Dn 3,88-90).

Es la primera vez que en el Cántico escuchamos el «nosotros», la primera persona del plural. Lo sentimos cuando recitamos o cantamos el Cántico por nuestra cuenta. Así que, el «nosotros» de los tres jóvenes en el pasado lejano de Babilonia nos incluye a «nosotros», cada uno de nosotros y todos juntos. Somos nosotros quienes hemos sido salvados del infierno, somos nosotros quienes hemos sido salvados de la mano de la muerte. Porque cada uno de nosotros sabe, por experiencia, que existen diferentes tipos de hornos, diferentes tipos de fuego. Cada uno de nosotros ha pasado por el fuego de la prueba, a veces muy ardiente, pero cada uno de nosotros también sabe que ha sido liberado por Aquel que es más fuerte que el fuego, por Aquel que lo ha creado. Así, naturalmente, en la alegría de haber sido liberados, no podemos evitar invitar a todas las personas del mundo a unirse a nosotros.

  1. Una versión más extensa de este artículo fue publicada en inglés: R. Meynet – M. A. Rajan Viagappan, «The Song of the Three Young Men (Dan 3:51-90) en the Sep­tuagint and the Theodotion versions», en F. Graziano – R. Meynet – B. Witek (edd.), Studi dell’ottavo convegno RBS. International Studies on Biblical and Semitic Rhetoric, Leuven, Peeters, 2023, 147-167.
  2. Para la versión en español del Cántico, hemos seguido la propuesta del Directorio Franciscano, que puede consultarse en los siguientes enlaces: https://www.franciscanos.org/oracion/cantico08.htm y https://www.franciscanos.org/oracion/cantico01.htm
Roland Meynet
Antiguo alumno de Paul Beauchamp y Georges Mounin, Roland Meynet pasó veinte años en Oriente Medio. Dirigió el Centro de Investigación y Estudios Árabes de la Universidad de Saint Joseph de Beirut y fundó la Escuela de Traductores e Intérpretes. Ha enseñado en el Centro Sèvres de París y en la Universidad de Turín, y actualmente es profesor en la Universidad Gregoriana. Es especialista en retórica semítica y en el Evangelio de Lucas. Recibió el Gran Premio de Filosofía de la Academia Francesa en 2006 por su libro sobre el Evangelio de Lucas, al que aplica el método de análisis retórico.

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