Han transcurrido ya más de 300 años desde que Immanuel Kant, uno de los mayores filósofos de todos los tiempos, naciera el 22 de abril de 1724 en la ciudad de Königsberg (la actual Kaliningrado), en la entonces Prusia Oriental (anexada a Rusia tras la Segunda Guerra Mundial). La efeméride ha sido celebrada en numerosos congresos y eventos académicos que se han llevado a cabo en todo el mundo a lo largo del tricentenario y que han brindado a los estudiosos de Kant la oportunidad de hacer un balance de la herencia filosófica de este pensador.
En no pocos de estos encuentros ha cobrado protagonismo una cuestión de gran actualidad, pero también sumamente espinosa: la relación de Kant con el racismo. En verdad, el interés por este tema no es nuevo, y en las últimas dos décadas ya se habían multiplicado las publicaciones dedicadas a él. Sin embargo, las celebraciones por el aniversario del nacimiento del filósofo han servido de caja de resonancia para estos estudios, llevando el debate a la atención de un público mucho más amplio que el de la reducida esfera de los especialistas.
Un ejemplo particularmente significativo de esto tuvo lugar durante el International Kant Congress, el más importante de los congresos kantianos, celebrado en septiembre de 2024 en Bonn, Alemania[1]. El evento culminante del congreso fue, de hecho, la mesa redonda sobre «Kant y el racismo», en la que participaron tres figuras destacadas: el filósofo alemán Volker Gerhardt, conocido por sus ensayos de filosofía política, ética, estética y metafísica, así como por sus importantes obras sobre Platón, Kant y Nietzsche; Pauline Kleingeld, profesora en la Universidad de Groninga, en los Países Bajos, reconocida por sus aportes en el ámbito de la filosofía práctica de Kant; y Huaping Lu-Adler, profesora de filosofía en la Universidad de Georgetown, dirigida por los jesuitas, y autora de la primera monografía en inglés sobre «Kant, la teoría de la raza y el racismo».
En una sala abarrotada hasta el extremo, con un público variado compuesto tanto por congresistas como por un nutrido grupo de asistentes externos (incluyendo varias clases de estudiantes de secundaria), los tres ponentes dieron lugar a un intercambio que, en algunos momentos, tuvo un tono acalorado, pero que siempre se mantuvo apasionado y estimulante. El resultado fue una síntesis densa y precisa de las tres tesis fundamentales sobre el racismo de Kant que han sido planteadas en los últimos veinte años. Son precisamente estas tres posturas las que ahora intentaremos examinar con mayor detalle.
El universalismo incoherente de Kant
Para el lector de obras kantianas como la Crítica de la razón pura, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, la Crítica de la razón práctica, la Crítica del juicio o incluso el Opus postumum, que ha tenido así la oportunidad de adentrarse en algunas de las cimas más elevadas del pensamiento occidental, puede resultar, cuando menos, desconcertante encontrar en otros escritos de Kant afirmaciones abiertamente racistas, así como declaraciones a favor del colonialismo europeo e incluso la apología de la supuesta superioridad intelectual y moral de los blancos sobre otras razas.
A continuación, presentamos un ejemplo particularmente elocuente, tomado de una de sus obras más populares del periodo precrítico, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764): «Los negros [Negers] de África no tienen por naturaleza ningún sentimiento que se eleve por encima de lo pueril. El señor Hume desafía a cualquiera a encontrar un solo ejemplo de un negro dotado de ingenio, y afirma que, de entre cien mil negros [Schwarzen] arrancados de sus tierras, aunque muchos hayan sido liberados, jamás se ha encontrado uno que haya destacado en el arte, la ciencia o cualquier otra habilidad digna de elogio, mientras que entre los blancos continuamente se encuentran aquellos que, surgiendo de las clases más bajas, logran, gracias a sus excelentes dotes, ganarse un alto reconocimiento en el mundo. Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas, y parece ser tan grande en lo que respecta a las capacidades del alma como en lo relativo al color. […] Los negros son muy vanidosos, pero a su manera [auf Negerart], y tan charlatanes que deben ser ahuyentados a golpes»[2].
En otros textos se pueden leer observaciones que parecen justificar la esclavitud de negros y nativos americanos, cuando no llegan incluso a aprobarla indirectamente[3]. A estos se suman pasajes en los que Kant se expresaría a favor del colonialismo europeo.
A agravar la situación contribuye el hecho de que no se trata de casos aislados. Kant, de hecho, elaboró una auténtica teoría de las razas humanas, que fue objeto de sus lecciones de geografía física y antropología en la Universidad de Königsberg y que expuso en tres ensayos: Sobre las diferentes razas de los hombres (publicado por primera vez en 1775 y en una versión ampliada en 1777), Determinación del concepto de una raza humana (1785) y Sobre el uso de principios teleológicos en la filosofía (1788). Basándose en diferencias hereditarias en la apariencia física, Kant distingue cuatro razas humanas derivadas de un tronco común originario: la raza blanca, la raza asiática, los negros africanos y los nativos americanos. Lamentablemente, no se limita a elaborar una simple clasificación racial, sino que va más allá y jerarquiza las cuatro razas humanas según su valor, atendiendo a sus respectivas disposiciones psicofísicas y capacidades intelectuales y morales.
En el escalón más bajo de la clasificación sitúa a los nativos americanos, a quienes considera una raza inerte e incapaz de recibir educación. Por encima de ellos se encuentran los negros africanos, quienes, al menos, son aptos para ser adiestrados en tareas serviles (para lo cual Kant emplea el verbo abrichten, que se usa para el entrenamiento de animales), aunque tampoco estarían capacitados para recibir ningún otro tipo de educación[4]. Para Kant, es evidente que los blancos ocupan la cúspide de la pirámide racial, pues son, en todos los ámbitos —si no los únicos—, los más capaces de impulsar el progreso de la humanidad. Justo después se encuentran los indios, quienes pueden cultivar las artes, pero no las ciencias, y que, al no tener conocimiento del derecho ni de la libertad, solo estarían sujetos a la coerción[5].
Al leer estos textos, resulta inevitable notar lo mal que encaja la concepción de una pirámide racial con los principios que fundamentan la teoría moral universalista de Kant. Después de todo, el famoso imperativo categórico, en todas sus formulaciones de la década de 1780, parece aplicarse a todos los seres humanos, o más precisamente, a todos los seres racionales finitos. Además, la idea de la supremacía de una raza parece entrar en conflicto con la visión cosmopolita de Kant, según la cual todos los seres racionales forman parte de una misma comunidad moral.
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Una primera manera de explicar este marcado contraste es reconocer que en los escritos de Kant se encuentran muchos de sus prejuicios, completamente inapropiados y deplorables, entre los cuales se incluirían tanto sus afirmaciones sobre la inferioridad de otras razas respecto a la blanca como algunas de sus convicciones sobre la supuesta debilidad de las mujeres, a quienes les correspondería una posición subordinada con respecto al sexo masculino. Sin embargo, esto no impediría que, como señala Robert Louden, «la teoría de Kant sea, afortunadamente, más fuerte que sus prejuicios, y que sea en la teoría donde los filósofos deberían centrarse»[6]. En otras palabras, la discriminación racial y de género ocuparía un lugar marginal en los escritos de Kant. Sus doctrinas morales no solo no se verían afectadas por estos prejuicios, sino que, por el contrario, contendrían los principios necesarios para combatirlos y erradicarlos. Kant habría sido, por lo tanto, un «universalista incoherente». De ello se concluye que no se debería dar demasiada importancia a estas desviaciones, que en su pensamiento serían periféricas, sino enfocarse en sus ideas sobre la igualdad y la dignidad universal de todos los seres humanos, las cuales constituyen el legado más fecundo de su filosofía. La idea del «universalismo incoherente» representa quizás la solución más común y, sin duda, la más tradicional al problema del racismo en Kant. Esta tesis fue reafirmada también por Volker Gerhardt en la mesa redonda de Bonn[7].
La tesis de la conversión de Kant
Una segunda posición sobre el racismo de Kant representa una variante de la tesis del universalismo incoherente expuesta anteriormente. Según esta perspectiva, el filósofo de Königsberg habría sostenido, durante gran parte de su vida, tesis discriminatorias en contradicción con los principios de su universalismo moral, pero habría cambiado de opinión en sus últimos años. La versión más desarrollada y mejor documentada de esta tesis ha sido formulada por Pauline Kleingeld[8]. Según esta estudiosa, la conversión de Kant habría ocurrido a lo largo de la década de 1790, en el período que suele denominarse «poscrítico» por ser posterior a la publicación de la última de sus tres Críticas, la Crítica del juicio, en 1790. Kleingeld reconoce que es difícil determinar con precisión el momento exacto de este giro; sin embargo, sostiene que debió producirse después de la publicación del ensayo Sobre el uso de principios teleológicos en la filosofía —probablemente después de 1792, dado que en las lecciones de geografía física de ese año aún se encuentran referencias a la jerarquía de las razas[9]— y antes de la finalización de La paz perpetua, en 1795.
Kleingeld considera que la solución propuesta por la mayoría de los defensores del universalismo incoherente de Kant es demasiado simplista, ya que sostienen que basta con rechazar la teoría racial y las ideas racistas presentes en su antropología, manteniendo intacta su filosofía moral, puesto que esta última sería esencialmente independiente de aquellas. La académica neerlandesa admite que los principios fundamentales de la moral kantiana —como el universalismo del imperativo categórico— no se ven afectados por el racismo de Kant. Sin embargo, cree que esto no es cierto en el caso de los principios prácticos intermedios, como los que sustentan su teoría política.
Desde esta perspectiva, se explicaría la reticencia de Kant, en sus escritos de filosofía política de la década de 1780 —contemporáneos a las tres Críticas—, a denunciar el colonialismo europeo o la práctica de la esclavitud de personas no blancas. Es más, según Kleingeld, en esos textos incluso podrían encontrarse alusiones implícitas a la supremacía política de Europa. En este sentido, propone interpretar la afirmación contenida en el ensayo Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784), donde Kant predice que «nuestra parte del mundo [es decir, Europa] probablemente un día dará leyes a todas las demás»[10].
Kleingeld observa que, en los escritos de Kant de la década de 1790 sobre las razas humanas, no solo desaparecen las referencias a una jerarquía racial, sino que también emerge una clara concepción igualitaria[11]. Por ejemplo, en estos textos, Kant compara el valor que los «salvajes americanos» demuestran en la guerra con el de los europeos en la época de los caballeros medievales[12]. Además, el filósofo reconoce el pleno estatus jurídico de las personas no blancas, condena abiertamente la «trata de negros» —al considerarla una violación del derecho de «hospitalidad de los negros»— y denuncia la esclavización de las poblaciones indígenas americanas[13]. En La paz perpetua, las Antillas son descritas como el lugar «de la esclavitud más cruel que jamás haya sido imaginada»[14]. A esto se suma la rotunda condena de la institución jurídica de la esclavitud expresada en la Metafísica de las costumbres (1797)[15].
Finalmente, es importante destacar las reiteradas posturas de Kant contra el colonialismo europeo. Para el filósofo de Königsberg, resulta horrorizante observar cómo los Estados de «nuestro continente», considerados «civilizados», invaden y conquistan territorios en otros continentes: «América, los países habitados por negros, las Islas de las Especias, el Cabo de Buena Esperanza, etc., al momento de su descubrimiento, fueron considerados por ellos [los europeos] como tierras de nadie, sin tomar en cuenta a los indígenas. En la India Oriental [Indostán], con el pretexto de establecer puestos comerciales, introdujeron tropas extranjeras, lo que llevó a la opresión de los indígenas, al fomento de guerras cada vez más amplias entre los distintos Estados del país, a hambrunas, insurrecciones, traiciones y a toda la larga serie de males que pueden afligir a la humanidad»[16].
Por lo tanto, según Kant, las conquistas coloniales europeas son abusivas e ilegítimas, ya que se basan en la negación del derecho de los pueblos indígenas a poseer las tierras que habitan. Además, en la Metafísica de las costumbres, se especifica que el hecho de que algunos territorios estén habitados por poblaciones «salvajes» —como «los salvajes americanos, los hotentotes [khoikhoi] y los neozelandeses»— no otorga en modo alguno a las naciones civilizadas el derecho de conquistarlos con el pretexto de civilizar a esos pueblos y llevarlos a un estado jurídico[17]. En la sección sobre el derecho cosmopolita de la Metafísica de las costumbres, Kant no solo reitera su crítica al expansionismo colonial, sino que también afirma la obligación de firmar contratos con las poblaciones locales, reconociendo, ipso facto, como señala Kleingeld, que los pueblos indígenas son sujetos de derecho al mismo nivel que los europeos: «Si […] se trata de poblaciones de pastores o cazadores (como los hotentotes, los tunguses y la mayoría de las naciones americanas), cuyo sustento requiere vastas regiones deshabitadas, entonces esto [la colonización] no podría ocurrir por la fuerza, sino únicamente mediante un contrato, en el cual, además, no es lícito aprovecharse de la ignorancia de los habitantes respecto a la cesión de sus tierras. Y esto, a pesar de que aparentemente existan justificaciones suficientes para afirmar que un acto de violencia de este tipo se llevaría a cabo en beneficio de toda la humanidad, ya sea para la civilización de pueblos rudos […], o para la purificación del propio territorio de individuos corruptos y la esperada mejora de estos o de su descendencia en otra parte del mundo (como en Nueva Holanda). Todas estas supuestas buenas intenciones, en cualquier caso, no pueden borrar la mancha de la injusticia de los medios utilizados para este fin»[18].
La tesis de la desigualdad coherente
Una tercera posición en el debate sobre el racismo kantiano sostiene que la teoría moral y legal de Kant, a pesar de su universalismo, es perfectamente coherente con sus tesis raciales y sus ideas racistas. Según los defensores de esta postura, las teorías políticas, la filosofía del derecho e incluso los principios morales de Kant no se aplicarían a toda la humanidad, sino solo a una parte de ella, más precisamente a los hombres blancos de clases acomodadas, mientras que el resto del género humano estaría compuesto por personas de rango inferior.
La tesis de la desigualdad coherente en Kant fue formulada por Charles Mills (1951–2021), uno de los pioneros de la filosofía de la raza[19]. Esta ha sido retomada y ampliamente desarrollada en el reciente ensayo de Huaping Lu-Adler Kant, Race, and Racism (2023), el primer libro en inglés dedicado por completo a la cuestión del racismo en Kant[20]. Desde hace dos años, el debate sobre este tema se ha centrado en este estudio original y provocador de Lu-Adler. Si bien la autora afirma querer abstenerse de emitir juicios moralistas, no oculta el hecho de que su investigación está motivada —tanto por su condición de experta en Kant como por su experiencia personal como mujer de origen chino que vive en una cultura, la estadounidense, marcada por una larga historia de racismo antichino— por la necesidad de comprender el papel de Kant en la formación de la ideología racista moderna[21].
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De hecho, la estudiosa subraya que el racismo de Kant tiene un alcance que va más allá de los juicios discriminatorios hacia negros y amerindios. Este también afecta a los gitanos y a las poblaciones asiáticas, comenzando por indios y chinos. Además, según Lu-Adler, la cuestión del racismo de Kant no se limita a lo que pudieron haber sido sus convicciones personales, sino que se extiende a la influencia que el filósofo ejerció sobre generaciones enteras de estudiantes que asistieron a sus clases y de lectores que estudiaron sus libros. En particular, los prejuicios kantianos sobre la incapacidad de las poblaciones asiáticas para el pensamiento abstracto habrían contribuido de manera determinante a la concepción eurocéntrica que domina la historiografía filosófica postkantiana, según la cual la historia de la filosofía sería, tout court, la historia del pensamiento occidental[22].
Retomando las críticas que otros estudiosos, como Robert Bernasconi —uno de los más destacados filósofos de la raza— y el propio Charles W. Mills, han dirigido contra Kleingeld, Lu-Adler rechaza la tesis de la conversión tardía de Kant tanto en relación con el colonialismo y la esclavitud como respecto a la supremacía de la raza blanca[23]. La estudiosa reconoce que Kant, en sus escritos de los años noventa, se distanció de la práctica de la trata de esclavos, pero señala su indiferencia fundamental ante la esclavitud de los no blancos como institución. Además, según ella, incluso si Kant hubiera criticado la legalidad de la esclavitud, no sería correcto deducir de ello una genuina conversión al igualitarismo racial. De hecho, como demuestra la historia, es posible estar en contra de la esclavitud y, al mismo tiempo, seguir considerando que, por ejemplo, los negros son intelectualmente y moralmente inferiores a los blancos.
Mirado con detenimiento, incluso la condena kantiana de la trata de esclavos no derivaría de principios cosmopolitas, sino que se basaría en argumentos utilitaristas, relacionados con el impacto negativo que esta práctica tenía sobre las actividades comerciales de las potencias coloniales europeas, así como con las consecuencias perjudiciales que habría traído para la civilización y el progreso moral en Europa. Lejos de surgir del rechazo del colonialismo, la crítica de Kant a la venta de esclavos reforzaría, en última instancia, su reconocimiento del derecho de las potencias europeas a dominar el resto del mundo[24].
Igualmente infundado, según Lu-Adler, sería considerar que Kant, en sus escritos más tardíos, haya abandonado las tesis racistas que había defendido anteriormente. En efecto, si bien es cierto que en las lecciones de antropología pragmática, publicadas en 1798, se eliminan las referencias explícitas a la jerarquía de las razas, Kant remite, sin embargo, a un tratado de historia natural del médico suizo Christoph Girtanner (1760–1800), en el cual se expone el tema en conformidad con los principios kantianos[25]. Lu-Adler sostiene que Girtanner habría derivado estos principios kantianos para el estudio de la antropología no solo de la Crítica del juicio, sino también de los tres ensayos de Kant sobre las razas, en los que se encuentran referencias discriminatorias hacia negros y nativos americanos, similares, por lo demás, a algunos juicios expresados por el propio Girtanner[26]. Para Lu-Adler, la referencia al tratado de Girtanner en la Antropología pragmática de 1798 debe considerarse una confirmación indirecta e implícita de las tesis racistas contenidas en los tres ensayos sobre el tema, ensayos que, por otro lado, fueron reimpresos varias veces sin modificaciones entre 1793 y 1799[27].
La estudiosa sostiene, por tanto, que, a pesar de lo que afirma Kleingeld, Kant nunca habría cambiado de opinión sobre el racismo ni habría tenido necesidad de hacerlo, ya que su concepción racista de la humanidad estaba perfectamente alineada con los principios de su filosofía moral. No cabe duda de que aquí se llega a la tesis más original y controvertida del libro de Lu-Adler: la negación de que el universalismo de la moral kantiana abarque a la humanidad en su totalidad[28].
Procedamos por puntos. Según la autora, Kant considera la humanidad desde tres perspectivas diferentes: desde el punto de vista de la filosofía moral; desde el de la antropología; y desde el de la geografía física. Una famosa formulación del imperativo categórico en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres dice: «Actúa de tal modo que uses la humanidad (Menschheit), tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca meramente como un medio»[29]. Ahora, Kant advierte que todos los conceptos y leyes de la moral deben tener su origen completamente a priori en la razón. Por lo tanto, no pueden ser de origen empírico, es decir, no pueden derivarse por abstracción de nociones meramente contingentes, sino que deben derivarse del concepto universal (allgemein) de un ser racional en general (überhaupt)[30]. El punto que Lu-Adler pretende subrayar es que el sujeto de la moral kantiana es el hombre en cuanto ser racional considerado como tal en términos absolutos. Dicho de otro modo, en el ámbito de la moral, no es por haber constatado empíricamente que la racionalidad es el rasgo común de todos los seres humanos concretos que se puede llegar a la conclusión de que esta sea la esencia de la naturaleza humana. Para la estudiosa, esta distinción tiene consecuencias cruciales. El imperativo categórico, sobre el cual se funda toda la moral de Kant, vale para el ser humano en cuanto ser racional, considerado en abstracto, pero no para los seres humanos considerados en concreto, es decir, los individuos particulares, que habitan la Tierra en virtud de estar dotados de un cuerpo. La noción de humanidad considerada en su concreción pertenece, en cambio, al estudio de la geografía física y es objeto de un conocimiento empírico.
Es a la geografía física, por tanto, a la que compete el estudio del género humano compuesto de individuos concretos, corpóreos, clasificables en razas según una teoría racial que aún no es racismo. La noción de humanidad propia de la antropología actúa como mediadora entre la noción abstracta de humanidad de la moral y la noción concreta de la geografía física. Esta última, de hecho, se ocupa de las condiciones subjetivas de la naturaleza humana. El ser humano es ahora considerado en cuanto agente libre, es decir, «capaz de razón» (animal rationabile), y por tanto capaz de transformarse en un «animal racional» (animal rationale)[31]. La antropología toma en consideración al ser humano en cuanto sujeto llamado a realizar, en la historia, el fin que le es propio, es decir, una humanidad gobernada por leyes morales.
Obviamente, este fin no es alcanzado por los individuos concretos, ya que los progresos realizados por la humanidad en el ámbito moral requieren muchas generaciones. Es solo la humanidad en cuanto especie la que, algún día, alcanzará la plena moralización.
Según Lu-Adler, de este análisis se desprende que, desde el punto de vista de la teoría kantiana, es perfectamente admisible que algunas razas humanas no sean capaces de alcanzar la moralidad. En otros términos, la doctrina kantiana exige que todas las razas humanas sean racionales, es decir, morales solo en potencia. Sin embargo, para lograr el fin de la moralidad que la naturaleza prescribe a toda la especie humana, basta con que una sola raza sea capaz de desarrollar plenamente su racionalidad. Kant, concluye la estudiosa, pudo así afirmar que a las razas de los amerindios, los negros y los orientales les faltan los requisitos para convertirse en seres morales, sin comprometer el logro del fin de la humanidad. Para que la humanidad en cuanto especie alcance su fin, basta con que exista al menos una raza humana capaz de hacerlo, y esta es la raza blanca. En el pensamiento de Kant no habría, por tanto, contradicción entre el universalismo de los principios de la moral, la teoría racial de la geografía y el racismo. En particular, el racismo emerge cuando la teoría racial se utiliza en la antropología en conexión con la idea del progreso humano, con el fin de establecer qué raza es capaz de realizar la moralización de la humanidad.
El debate continúa
Al libro de Lu-Adler hay que reconocerle el indudable mérito de haber relanzado el debate sobre el racismo en relación con la filosofía kantiana. Sin embargo, como siempre ocurre en filosofía, los argumentos elaborados por la estudiosa tampoco están libres de críticas. Nos limitaremos a algunos ejemplos.
Lu-Adler ve en la reimpresión de los tres ensayos sobre la raza una prueba de que Kant no cambió de opinión sobre sus contenidos. En realidad, este hecho no resulta tan concluyente. Otros ensayos precríticos fueron reimpresos durante los años ochenta y noventa, pero sería absurdo pensar que Kant pretendía con ello desautorizar las posiciones de su filosofía crítica. Uno de los escritos precríticos más famosos, El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios (1763), fue reimpreso en 1783 y en 1794, a pesar de que las tesis defendidas en ese libro ya habían sido superadas por la Crítica de la razón pura (1781-1787). Además, en las lecciones sobre geografía física, Kant define a Confucio como el «Sócrates chino»[32]. Luego: o bien para Kant todos los chinos estaban irremediablemente incapacitados para el pensamiento filosófico (como sostiene Lu-Adler, quien curiosamente no menciona la referencia de Kant a Confucio), o bien sus afirmaciones sobre las facultades intelectuales de los asiáticos y sobre la historia de la filosofía occidental deben contextualizarse mejor. Otras críticas al libro de la estudiosa han sido planteadas por Kleingeld en defensa de su propia interpretación de Kant (Cicero pro domo sua!)[33]. Pero, evidentemente, este no es el lugar para un examen exhaustivo de las diversas posiciones en debate, ya que nuestro objetivo es más modestamente ofrecer una panorámica sobre el estado actual de la cuestión.
Sin duda, el debate sobre Kant y el racismo está destinado a continuar, dada la pasión que suscita. Un sano debate en el plano de los argumentos filosóficos, basado en el análisis cuidadoso de los textos, sigue siendo la única manera de evitar dos actitudes diametralmente opuestas e igualmente equivocadas: la eliminación del problema y la condena prejuiciosa o ideológica. Después de todo, si, a 300 años de su nacimiento, Kant sigue siendo actual, es porque su pensamiento nunca ha dejado de ser objeto de críticas y, al mismo tiempo, de provocar la reflexión filosófica. Y el ejercicio del discernimiento crítico representa sin duda el legado más duradero que nos ha dejado el filósofo de Königsberg.
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Inicialmente, el International Kant Kongress debería haberse celebrado en la ciudad natal del filósofo. Sin embargo, debido a la guerra en Ucrania, fue necesario trasladar la sede de Kaliningrado a Bonn. El evento reunió a más de 450 participantes, procedentes de todos los continentes. ↑
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I. Kant, Scritti precritici, Bari, Laterza, 1982, 340 s. ↑
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Cf. Id., Sulle diverse razze degli uomini, en Akademieausgabe [AA] 2: 438 (nota a pie de página); Sull’uso dei principi teleologici in filosofia, AA 8: 174 (nota a pie de página). En un fragmento inédito se lee: «[Nativos] americanos y negros no son capaces de gobernarse. Por tanto sirven solo como esclavos» (AA 15: 878). ↑
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Cf. Id., Sull’uso dei principi teleologici in filosofia (= AA 8: 176), Riflessioni sull’antropologia (= AA 15: 877) y las lecciones de antropología impartidas en el semestre del invierno 1781-1782 (= AA 25.2: 1187). ↑
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Cf. Id., Riflessioni sull’antropologia (= AA 15: 876 s.). ↑
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R. B. Louden, Kant’s Impure Ethics. From Rational Beings to Human Beings, Oxford, Oxford University Press, 2000, 105. ↑
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Cf. V. Gerhardt, «Kant ein Rassist? Lest ihn bitte genau», en Die Welt, 17 de junio de 2020. Una posición análoga había sido defendida por Allen W. Wood en su estudio Kantian Ethics, New York, Cambridge University Press, 2008, 8 s. ↑
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Cf. P. Kleingeld, «Kant’s Second Thoughts on Race», en The Philosophical Quarterly 57 (2007) 573-592; Id., «On Dealing with Kant’s Sexism and Racism», en SGIR Review 2 (2019) 3-22. ↑
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Cf. Id., «Kant’s Second Thoughts on Race», cit., 591. ↑
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AA 8: 29. Cf. P. Kleingeld, «Kant’s Second Thoughts on Race», cit., 577. ↑
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Cf. ibid., 589-591. ↑
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Cf. I. Kant, La paz perpetua, AA 8: 365. ↑
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Cf. «Appunti preparatori per lo scritto “Per la pace perpetua”», escritos hacia 1794-1795 (= AA 23: 173 s.). ↑
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Id., Scritti politici e di filosofia della storia e del diritto con un saggio di Christian Garve, Turín, Utet, 1978, 305 (= AA 8: 359). ↑
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Cf. AA 6: 283; cf. ibid., 270. ↑
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Id., Scritti politici…, cit., 303 (= AA 8: 358). ↑
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Cf. I. Kant, Metafisica dei costumi, Milán, Bompiani, 2006, 135 (= AA 6: 266). ↑
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Ibid., 317 (= AA 6:353). ↑
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Cf. Ch. W. Mills, «Kant’s “Untermenschen”», en A. Valls (ed.), Race and Racism in Modern Philosophy, Ithaca, NY, Cornell University Press, 2005. ↑
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Cabe recorder que, un año antes del primer volumen de Lu-Adler, fue publicado el volumen de C. Ferrini, Alle origini del concetto di razza. Kant e la diversità umana nell’unità di specie, Trieste, Edizioni Università di Trieste, 2022. Este estudio, que se distingue por el rigor de la investigación y la precisión expositiva, no ha recibido, hasta ahora, en el debate internacional, la resonancia que merece. ↑
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Cf. H. Lu-Adler, Kant, Race, and Racism: Views from Somewhere, New York, Oxford University Press, 2023, 30. ↑
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Cf. ibid., 7-9; 309-320. ↑
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Cf. ibid., 33-43. ↑
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Cf. ibid., 39 s. ↑
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Cf. I. Kant, Antropologia dal punto di vista pragmatico, AA 7: 320. ↑
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Cf. Ch. Girtanner, Über das Kantische Prinzip für die Naturgeschichte, Göttingen, Kessinger Publishing, 1796, 138 s; 156 s. ↑
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Cf. H. Lu-Adler, Kant, Race, and Racism…, cit., 38 s. Lu-Adler profundiza en estos temas en los capítulos 3 y 4 de su ensayo. ↑
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Cf. ibid., 10-19; 43-75. ↑
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I. Kant, Fondazione della metafisica dei costumi, AA 4: 429. ↑
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Cf. ibid., AA 4: 411-412. ↑
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Cf. Id., Antropologia, AA 7: 321-322. ↑
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Cf. Id., Geografia fisica, AA 9:382. ↑
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Cf. P. Kleingeld, «Anti-Racism and Kant Scholarship: A Critical Notice of “Kant, Race, and Racism: Views from Somewhere”, by Huaping Lu-Adler», en Mind, 1 de junio de 2024 (http://doi.org/10.1093/mind/fzae022). ↑
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