Aunque en el hemisferio norte la Pascua se celebra en plena primavera, ella se presenta hoy velada de gris. Lamentablemente, las razones no faltan para constatar un escenario de creciente preocupación: las guerras prosiguen sin tregua, esparciendo destrucción y sangre, mientras las semillas de paz encuentran dificultades para germinar; la situación económica internacional está marcada por la perplejidad y la desconfianza; y en las relaciones interpersonales, la limpidez de las miradas cara a cara ha sido sustituida por la mediación de la tecnología y las pantallas, tan propicias al anonimato y a la dependencia. En la búsqueda de caminos de paz, cabría esperar un papel más decisivo de parte de las organizaciones internacionales, que, en cambio, se muestran faltas de preparación e impotentes.
Si bien todos estamos involucrados, son los más pobres y débiles quienes sufren más severamente las consecuencias de la pérdida de rumbo global, la explotación estructural y la corrupción, que multiplica el número de prófugos, desplazados y migrantes forzados que no consiguen encontrar acogida y caminos de integración.
Y, sin embargo, la Pascua está aquí, celebrada este año providencialmente en una única fecha que une a las diversas tradiciones cristianas. El Niño nacido en la humildad y la exclusión de Belén, que creció «en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52), se identifica con la misión que le confió el Padre, proclama el Reino de Dios y lo testimonia hasta la exclusión extrema, la de la cruz, en la que sella con su propia sangre la redención, la filiación y la fraternidad ofrecidas a todos. Un testimonio así no podía permanecer encerrado para siempre en un sepulcro.
Es la Resurrección la que nos lo confirma y nos dice que la vida plena y sin fin de Jesús es un don del que todos podemos ser partícipes.
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Celebrar la Pascua es, por tanto, entrenar la mirada para reconocer signos de vida y de esperanza, incluso en una primavera velada de gris. ¡Pero no basta con entrenar la mirada!
Es necesario ser protagonistas de estos signos de vida y de esperanza, acogiendo la acción vivificadora del Espíritu del Resucitado y compartiendo activamente los dones recibidos de Él como garantía de una vida plena.
En la «cuarta semana» de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, la «semana» dedicada a la contemplación de la Resurrección, el ejercitante debe pedir la gracia de «gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» [n. 221]. En esa misma contemplación, San Ignacio sugiere considerar «el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» [n. 224].
También nosotros, en esta Pascua, pedimos poder «gozar intensamente» con Cristo Resucitado y prolongar a nuestro alrededor, especialmente con quienes más lo necesitan, su acción transformadora y consoladora.
¡Feliz Pascua!
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