Encuentro en Yakarta, Indonesia
Después de la reunión con el Presidente de Indonesia y el saludo a las autoridades y al Cuerpo diplomático, alrededor de las 11:30 del 4 de septiembre, el papa Francisco regresó a la Nunciatura de Yakarta, donde lo esperaban unos 200 jesuitas presentes en Indonesia – es decir, aproximadamente dos tercios de los religiosos de la Provincia –, junto con su superior, el p. Benedictus Hari Juliawan. El Pontífice entró en la sala de reuniones con forma de T saludando y sonriendo. Su primer comentario fue: «¡Aquí hay muchos jóvenes!». De hecho, un tercio de los presentes eran jóvenes jesuitas que estudian filosofía y teología o se encuentran en la etapa de formación llamada «magisterio», que se lleva a cabo entre los estudios filosóficos y los de teología, y que generalmente se dedica al trabajo apostólico. Francisco pidió inmediatamente que se hicieran preguntas para aprovechar bien el tiempo disponible:
«¡El que quiera hacer una pregunta, que levante la mano!».
El diálogo se realizó en indonesio, con traducción al italiano.
Gracias, papa Francisco, por haber venido a Indonesia y por este encuentro con nosotros. En estos momentos curso mis estudios de teología. Tengo una pregunta: ¿cómo afrontar las cuestiones más importantes en la Iglesia de hoy? Y en particular, ¿cómo podemos ayudar a las personas más marginadas y excluidas?
Yo quiero que los jesuitas hagan «lío». ¡Lean el libro de los Hechos de los Apóstoles para ver lo que hicieron ellos al inicio del cristianismo! El Espíritu nos impulsa a hacer «lío», no a dejar todo quieto: este es, en resumen, el modo de afrontar las cuestiones importantes. Y recuerden que los jesuitas deben estar en los lugares más difíciles, donde es menos fácil actuar. Es nuestra manera de «ir más allá» para la mayor gloria de Dios. Y para hacer bien el lío guiados por el Espíritu, hay que rezar, rezar mucho. Siempre me viene a la mente el testamento del padre Arrupe, cuando pidió no abandonar la oración. El padre Arrupe quiso que los jesuitas trabajaran con los refugiados – una frontera difícil –, y lo hizo pidiéndoles primero una cosa: la oración, más oración. Su último discurso, que dio en Bangkok, fue su testamento dirigido a los jesuitas. Dijo que solo en la oración encontramos la fuerza y la inspiración para enfrentar la injusticia social. Y miren también la vida de Francisco Javier, de Mateo Ricci y de tantos otros jesuitas: fueron capaces de avanzar gracias a su espíritu de oración.
Tengo una pregunta: usted habla del diálogo interreligioso y de la importancia de la armonía entre las religiones. Los jesuitas que viven en Pakistán tienen que tratar con gente que ha sido víctima de persecuciones. ¿Cuál es su consejo?
Creo que la del cristiano es siempre la vía del «martirio», es decir, del testimonio. Hay que dar testimonio con prudencia y con valentía: son dos elementos que van juntos, y le corresponde a cada uno encontrar su propio camino. A propósito de Pakistán, me viene a la mente, por ejemplo, la figura de Asia Bibi, que fue mantenida en prisión durante casi 10 años. Yo conocí a su hija, que le llevaba la Comunión a escondidas. Ella dio un testimonio valiente durante muchos años. ¡Sigan adelante con valiente prudencia! La prudencia siempre corre riesgos cuando es audaz. En cambio, la prudencia pusilánime tiene el corazón pequeño.
Padre, me pregunto cómo puede rezar en medio de sus días tan llenos de compromisos…
Lo necesito, ¿sabes? Lo necesito de verdad. Me levanto temprano, porque soy viejo. Después del descanso, que me sienta bien, me levanto alrededor de las 4, y luego a las 5 empiezo la oración: rezo el breviario y hablo con el Señor. Si la oración es un poco, digamos, «aburrida», entonces rezo el rosario. Luego voy al Palacio para las audiencias. Después almuerzo y descanso un poco. A veces, delante del Señor, hago una oración silenciosa. Rezo, celebro la Eucaristía, por supuesto. Por la noche, rezo un poco más. Es muy importante para la oración hacer lectura espiritual: debemos hacer crecer nuestra espiritualidad con buenas lecturas. Así rezo, simplemente… Es sencillo, ¿sabes? A veces me duermo mientras rezo. Y eso, cuando sucede, no es un problema: para mí es una señal de que estoy bien con el Señor. ¡Descanso mientras rezo! Nunca dejes la oración.
Santidad, soy un formador. Me gustaría saber cuáles son sus consejos para la formación en una comunidad internacional. ¿Cómo promover la interculturalidad, respetando el «background» multicultural de aquellos que están en formación?
Mira, te hablo de la «broma» que te hace el Espíritu Santo. ¿Qué hace? Como dije antes, después de la resurrección de Cristo, lo primero que hizo fue hacer un «lío». Tienen que leer bien los Hechos de los Apóstoles, se los repito. El Espíritu «inventa», y así nos acompaña durante toda la vida. ¿Qué nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles? Que en Jerusalén había gente de todas las naciones: había partos, medos, elamitas. Eran todos diferentes unos de otros. Y todos hablaban su propia lengua. Y esa fue la gracia del Espíritu: hacían «lío», hablaban su propio idioma, y todos se entendían entre ellos. Esto es propio de los jesuitas: ser instrumentos del Espíritu Santo para hacer todo ese ruido.
Esto es la inculturación. Los jesuitas deben tener la capacidad de inculturarse, como muchos misioneros lo han hecho en los distintos continentes. Y esto implica que el jesuita predique en el idioma adecuado, y en la forma adecuada, según los lugares y los tiempos. Los dos pilares son la inculturación del Evangelio y la evangelización de la cultura. Por eso los jesuitas son todos diferentes entre sí, y está bien que sea así. No hay un único modelo. Nuestra vocación es dejar que el Señor nos haga predicar el Evangelio con toda la riqueza que Él nos ha dado.
Y esto también vale para las condiciones, los temperamentos y los caracteres personales. Por ejemplo, la edad: un joven no puede volverse viejo, ni un viejo puede volverse joven, porque sería ridículo. Cada uno está llamado a anunciar el Evangelio con su propia edad, su propia experiencia y su propia cultura. Y añado: por eso mismo es importante el discernimiento. Hay que ser capaces de discernir para inculturarse: buscar y encontrar a Dios donde Él se deja encontrar, ya presente en las culturas. El ejercicio del discernimiento es dinámico: nos ayuda a no escondernos nunca detrás del «siempre se ha hecho así», avanzando como estamos acostumbrados a hacerlo desde siempre. No está bien: hay que discernir continuamente. Y el discernimiento nos hace avanzar.
Es importante no discernir en soledad, sino también dialogar con el superior. Si recibes una misión aburrida o que no sientes como propia, haz discernimiento. Un buen discernimiento no siempre se puede hacer solo: se necesita compañía. Hablo tanto para los jóvenes en formación como para los jesuitas formados, e incluso para los ancianos. Pero, ¡cuidado! ¡Siempre están al acecho las caricaturas del discernimiento! Siempre recuerdo el caso de un jesuita en formación que estaba haciendo el «magisterio». Su madre estaba enferma de cáncer, y él pidió a su Provincial ser trasladado a otra ciudad para estar cerca de ella. Luego fue a la capilla a orar. Permaneció allí hasta muy tarde. Al regresar, encontró en la puerta una carta del Provincial. Vio que estaba fechada para el día siguiente. El superior había decidido que se quedara donde estaba y le escribía que había tomado esa decisión después de reflexionar y orar. ¡Pero no era verdad! Le había dado la carta, fechada para el día siguiente, al ministro[1] para que la entregara por la mañana, pero, dado lo tarde que era, el ministro pensó en dejarla en el buzón durante la noche. ¡Eso es hipocresía! Escuchen bien, cuando algunos de ustedes sean superiores: ¡con el discernimiento no se juega! Hay que escuchar al Espíritu. Es algo serio. Y la verdad siempre debe decirse cara a cara. ¿Entendido?
Un jesuita que usted quiere mucho es uno de los primeros compañeros de san Ignacio, Pedro Fabro. Me parece que menciona más a Fabro que al mismo Ignacio. Entonces profundicé en su personalidad y entendí que tenía una gran capacidad de escuchar y de confiar en el Espíritu Santo. ¿Es por eso que lo quiere tanto?
Sí, es así. He leído muchas veces el Memorial de Fabro y mandé preparar una edición cuando era Provincial. Hay algunas historias en su diario que hablan de una profunda sabiduría del corazón. Y murió «en camino». Y permaneció beato. Cuando me convertí en Papa, entonces, lo canonicé. Hay estudios muy bonitos sobre su figura que puedes leer. Yo definiría su espiritualidad como una «pastoral del corazón», algo que hoy necesitamos mucho.
Somos jóvenes estudiantes, y a veces participamos en movimientos de protesta. Yo acompaño a las familias de las víctimas de violaciones de derechos humanos en el pasado. Le dejo una carta escrita por la señora María Katarina Sumarsih, madre de una de las víctimas de la tragedia de Semanggi en 1998, cuando fueron asesinados civiles que protestaban. Ella es una de las iniciadoras del Kamisan, inspirado en las Madres de Plaza de Mayo en Argentina. Este grupo pide al gobierno que revele las violaciones de derechos humanos del pasado y que se haga justicia para las víctimas y sus familias. ¿Qué consejo puede darnos?
¿Sabes que la presidenta del movimiento de Plaza de Mayo vino a verme? Me conmovió y me ayudó mucho hablar con ella. Me transmitió la pasión de dar voz a quienes no la tienen. Este es nuestro trabajo: dar voz a quienes no la tienen. Recuérdalo: este es nuestro trabajo. La situación bajo la dictadura argentina fue muy difícil, y estas mujeres, estas madres, luchaban por la justicia. ¡Conserven siempre el ideal de justicia!
El Papa Francisco lee la carta y ve el nombre de Marta Taty Almeida y añade: ¡Sí, Marta Taty Almeida! ¡Vino a verme antes de morir!
Soy de Myanmar. Llevamos tres años viviendo una situación difícil. ¿Qué nos aconseja hacer? Hemos perdido la vida, la familia, los sueños y el futuro… ¿cómo no perder la esperanza?
La situación en Myanmar es difícil. Sepan que los Rohinyá están en mi corazón. Estuve en Myanmar y allí hablé con la señora Aung San Suu Kyi, que era la primera ministra y ahora está en prisión. Luego fui de visita a Bangladesh, y allí conocí a los Rohinyá que fueron expulsados. Mira, no hay una respuesta universal a tu pregunta. Hay jóvenes valientes que luchan por la patria. Hoy en Myanmar no se puede guardar silencio: ¡hay que hacer algo! El futuro de tu país debe ser la paz fundada en el respeto a la dignidad y los derechos de todos, en el respeto a un orden democrático que permita a cada uno aportar al bien común. He pedido la liberación de la señora Aung San Suu Kyi y recibí a su hijo en Roma. Ofrecí el Vaticano para acogerla en nuestro territorio. En este momento, la señora es un símbolo. Y los símbolos políticos deben ser defendidos. ¿Recuerdas a esa monja arrodillada con las manos levantadas frente a los militares? Dio la vuelta al mundo. Rezo por ustedes, jóvenes, para que sean valientes como ella. La Iglesia de tu país es valiente.
Soy el Provincial de los jesuitas y quiero darle las gracias por lo que nos ha dicho y por su sabiduría. No tengo preguntas, pero quisiera darle a conocer una actividad que realizamos aquí, y que forma parte de la Red Mundial de Oración del Papa. Queremos mostrarle Utusan, una revista muy conocida en Indonesia. En colaboración con Rohani, una revista para religiosos, invitamos a los lectores a escribirle cartas a usted. Muchos lo hicieron, incluidos algunos musulmanes. Las cartas fueron publicadas en Utusan y Rohani, y también en un libro titulado Whispers of Hope: Letters from our Hearts for Pope Francis. También hay un regalo de nuestra parte: una estola hecha por los presos, con motivos batik, una técnica indonesia de teñido. Este es un regalo que simboliza su arrepentimiento.
¡Saluda a los presos de mi parte, salúdalos! Cuando era arzobispo de Buenos Aires, el Jueves Santo no lavaba los pies en la catedral, sino en la cárcel. Y allí aprendí a decir siempre una oración cuando entro en una prisión: «Señor, ¿por qué ellos y no yo?». Nos vendría bien rezar así cuando encontremos a personas que han fracasado, que han caído: «¿Por qué él y no yo?».
Finalmente, el Provincial entregó al Papa una escultura de madera con el símbolo IHS de la Compañía de Jesús[2], diciendo: «Con estos regalos, esperamos que el Santo Padre nos recuerde siempre, a los jesuitas de Indonesia». El Papa respondió con una sonrisa:
¡Demasiados regalos! Gracias por todo. Recen por mí, y por la Compañía para que sea valiente… Ahora recemos juntos a la Virgen con un Ave María, cada uno en su lengua.
Al final del encuentro, Francisco quiso saludar a todos los jesuitas presentes, uno por uno, ofreciéndoles como regalo un rosario.
***
Encuentro en Dili, Timor-Leste
Después del encuentro con obispos, sacerdotes y consagrados en la catedral de Dili, el Papa Francisco se reunió con 42 jesuitas del país el 10 de septiembre hacia las 11.00 horas. Tras los saludos, el superior regional, Erik Jon Gerilla, dirigió un breve saludo al Pontífice y presentó al grupo: «En nombre de todos los presentes, permítame expresar mi más sincero agradecimiento a Su Santidad, por tener la amabilidad de recibir hoy a los miembros de la Región Jesuita Independiente de Timor. Con nosotros hay también estudiantes que están haciendo su formación en el extranjero, y tenemos también un sacerdote en Roma. Nos dedicamos al ministerio de la educación, al ministerio espiritual, al ministerio social, a la pastoral y a la formación. Y me gustaría presentar en particular al Padre João Felgueiras, el misionero portugués más longevo, que ahora tiene 103 años. Conoció personalmente a los primeros misioneros jesuitas y enlaza la historia antigua con el presente. Este año marca una fecha histórica para nosotros, los jesuitas de Timor, ya que celebramos el 125 aniversario de la primera misión jesuita. Aunque fuimos expulsados de Timor en 1910, regresamos muchos años después. La silla en la que está sentado ahora, Santidad, se hizo con la madera de la antigua iglesia que se conserva, construida por los jesuitas en 1905».
Son aplicados, eh, ¡ya tienen todo preparado! Primero, háganme unas preguntas.
Buenos días, muy amado Santo Padre. Antes de todo, muchas gracias por estar aquí con nosotros. Soy el director del Centro de estudios ignaciano y coordinador nacional de la Red mundial de oración del Papa. Con alegría, quisiera hacerle una pregunta a su Santidad: ¿qué espera el Santo Padre con el lema de su visita a Timor-Leste, «que vuestra fe se convierta en vuestra cultura», para los católicos y la Iglesia católica en Timor-Leste, país donde se encuentra la mayoría de los católicos en el continente asiático? ¿Dónde está ese encuentro entre fe y cultura, en esta era verdaderamente desafiante, en el contexto de la vida de la Iglesia timorese? Muchas gracias Santo Padre.
Una cosa es clara en la predicación del Evangelio: evangelizar la cultura, pero también hay que inculturar el Evangelio. La fe tiene que estar inculturada. Una fe que no crea cultura es una fe proselitista. No hay que olvidar lo que dijo Benedicto XVI: el Evangelio no se expande por proselitismo, sino que se inculturiza. La evangelización de la cultura y la inculturación de la fe, es algo que tiene que ir junto, y nosotros tenemos que estar atentos a esto. ¡Recuerden siempre el estilo de nuestra misión en China!
Santo Padre, a la luz de los desafíos globales que enfrenta la Iglesia, ¿qué áreas clave deberían priorizar los jesuitas de Timor-Leste en su misión apostólica?
Siempre el desafío de la Iglesia es no apartarse del pueblo de Dios. Hay que huir de las ideologías eclesiales. Este es el desafío que les dejo: no se aparten del pueblo, que es el bien más precioso.
Hace tres años que me ordené sacerdote, y doy gracias a Dios por el llamado a ser jesuita. Actualmente me desempeño como el ecónomo de los jesuitas en Timor. Estoy orgulloso de formar parte de la Secretaría de Caridad, que preparó esta visita de su Santidad. Ha sido una gran inspiración y una lección que he aprendido. Me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento por esta preciosa y privilegiada oportunidad. Tengo una pregunta sobre la relación entre la Iglesia y la Compañía de Jesús: ¿cuál es la relación que tiene la Compañía con la Iglesia universal?
¡Es una relación en guerra, siempre! [el Papa afirma bromeando]. Entré a mi noviciado en el 58, o sea, me tocó vivir todo el cambio conciliar. Participé en la elección del padre Kolvenbach, donde ya ahí había un grupo de jesuitas españoles que acusaban a la Compañía de traición a la Iglesia. En ese momento de crisis de la Compañía fue muy importante tener un Padre General carismático. Y ahí vi tensiones en la Iglesia. El discurso que hizo san Pablo VI para la Congregación General XXXII es una obra de arte. Ahí está claramente lo que la Iglesia quiere de la Compañía. Yo les pido que lean ese discurso: es una obra maestra. Siendo ya Papa, pedí si estaban los manuscritos; entonces el bibliotecario fue al archivo secreto, y me los trajo. Lo escribió de su puño y letra, por eso digo que es espontáneo. Vi el borrador hecho de su puño y letra. Léanlo, es un discurso fuerte. Esa es la relación con la Iglesia, una relación de libertad.
Después, hubo momentos que fueron interpretados como choques, como cuando Juan Pablo II fue a ver a Arrupe ya enfermo. Y fue nombrado el padre Dezza para guiar temporalmente a la Compañía en ese tiempo. Algunos lo indicaban como un conservador que tendría un impacto negativo. Y en cambio fue un grande. Él nos ayudó a comprender cómo se pilotea la Compañía en una tormenta. Ustedes acá han tenido que pilotear en varias tormentas. Tomen esa tradición en los momentos difíciles de la Compañía.
Inscríbete a la newsletter
Timor-Leste es un País muy católico. Existe el riesgo del clericalismo. ¿Qué piensa al respecto?
Como decimos en español, pusiste el dedo en la llaga. Clericalismo. No solo aquí, en todas partes. Por ejemplo, en el Vaticano hay una fuerte cultura clericalista, que lentamente se procura cambiar. El clericalismo es una de las cosas más sutiles que tiene el demonio. El padre de Lubac, en las últimas tres o cuatro páginas de su libro Meditaciones sobre la Iglesia, habla de la «mundanidad espiritual». Y dice que es lo peor que le puede suceder a la Iglesia, peor todavía que la época de los Papas concubinos. Y el clericalismo es la mundanidad más alta dentro del clero. Una cultura clericalista es una cultura mundana. Por eso san Ignacio insiste tanto en examinarnos sobre la mundanidad, sobre el espíritu del mundo, porque nuestros pecados, sobre todo para los hombres de frontera, van a estar ahí, en eso; en la mundanidad intelectual, en la mundanidad política…
A mí me ayuda mucho la figura de Pedro Fabro, a quien quiero mucho. Entre paréntesis, lo tenían archivado como beato, uno de los hombres más grandes que ha tenido la Compañía. Cuando fui elegido Papa, lo hice santo. Un gran hombre. Y Fabro era un sacerdote no clericalista, que andaba de un lado para otro prestando su servicio de Dios. A mi juicio, para ustedes, para nosotros los sacerdotes, es la enfermedad más difícil de superar, esa mundanidad espiritual.
Armé un libro con cosas que escribí sobre eso cuando era arzobispo. En este hay una carta que escribí sobre la mundanidad y el clericalismo. San Ignacio nos hace pedir la gracia de no tener el espíritu del mundo. Si tienen tiempo, léanla; está en un libro chiquito, se llama: Santos no mundanos[3]. El clericalismo es la peor enfermedad. Entonces vos decís: «acá hay clericalismo», sí, pero tenemos que hacernos cargo y enseñar a los jóvenes sacerdotes otro modo de vivir su ministerio. El clericalismo es una cultura que destruye la Iglesia. Por eso, luchen contra el clericalismo. El modo de luchar es ser pastores del pueblo. Pero me podrían decir: «Yo padre trabajo en la Universidad, entre intelectuales». Bueno, esos intelectuales que tenés ahí en la universidad, son el pueblo. ¡Sé pastor de tu pueblo! Una última cosa para evitar el clericalismo. Robo las palabras de San Pablo a Timoteo: «Acuérdate de tu madre y de tu abuela». Cuando sientas que los humos se te están subiendo a la cabeza, piensa en tu madre y en tu abuela. La fe que ellas te dieron no era clericalismo, era otra cosa.
Santo Padre, en sus once años como el primer Papa jesuita, ¿cuáles han sido sus más grandes decisiones y más difíciles desafíos en la iglesia católica universal durante su pontificado?
Lo que se podría decir un programa de pontificado, está en Evangelii gaudium. Ahí lo pueden buscar. Luego me gustaría recordarles dos cosas. Una relacionada con la predicación. Para mí es muy importante encontrar predicadores cercanos al pueblo y cercanos a Dios. A mí me gustan los sacerdotes que te predican 8 minutos y dicen todo. Y después, la misericordia: ¡perdonen siempre! Si te pide perdón, vos perdoná. Les confieso que en 53 años de cura, nunca negué una absolución. Aunque sea incompleta. Una vez le escuché decir a un cardenal que cuando estaba en el confesionario, y las personas empezaban a contarle los pecados más grandes, tartamudeando de vergüenza, les decía: «siga, siga, ya entendí», aunque no hubiera entendido nada. Dios entiende todo. Por favor, no transformemos el confesionario en una consulta psiquiátrica, no lo transformemos en una tribuna. Si hay que hacer una pregunta, y ojalá sean pocas, se hace y luego se da la absolución. Un confesor en Buenos Aires, un capuchino que hice cardenal y que tiene 96 años, confiesa todo el día. Una vez vino a verme y me dijo: «tengo un escrúpulo, perdono siempre, perdono todo». «¿Y qué haces cuando tienes un escrúpulo?», le dije. «Voy donde el Señor y le digo: “Arréglalo tú. ¡Porque tú me diste mal ejemplo!”».
¿Nos podría dar consejos sobre justicia social para nuestro trabajo en Timor-Leste?
La justicia social debe tener presente los tres lenguajes humanos: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos. Lo puramente intelectual no sirve para trabajar la justicia social; el puro corazón, sin intelecto, no sirve tampoco; y un lenguaje de las manos, sin corazón y sin intelecto, tampoco es útil.
Es importante el modo como el padre Arrupe hablaba a los jesuitas latinoamericanos del peligro de la ideología metida en la justicia social. El padre Arrupe nos mandó un carta pastoral muy rica sobre la justicia social. Y también san Juan Pablo II nos mandó otra.
Es una característica de los jesuitas, desde el principio, cuando se abordaron las comunidades indígenas: partir desde el trabajo, la cultura y la música. Ayudaban también a los esclavos negros que huían de la esclavitud en sus reducciones, que llamaban «quilombos». O sea, ayudaban a los que la mentalidad reduccionista de la época tenía por delincuentes sociales. Y ninguno de estos grandes hombres era «comunista»; no: eran jesuitas, que llevaban adelante la dimensión social del Evangelio.
El día del juicio, a ninguno de nosotros nos van a preguntar: «¿Qué tal? ¿Fuiste a misa todos los domingos? ¿Asististe a las reuniones? ¿Fuiste obediente con el provincial?». No les digo que sean desobedientes, obviamente, pero el Señor no nos va a preguntar eso. «Tuve hambre, ¿me diste de comer? Tuve sed, ¿me diste de beber? Estuve preso, ¿me visitaste? Estuve fugitivo, ¿me ayudaste?». Sobre eso vamos a ser juzgados. Eso lo dice el Señor. De ahí que la justicia social sea parte esencial e integrante del Evangelio.
Es muy lindo ver cómo ese afán de justicia social, a lo largo de la historia, fue dando frutos, según las modalidades de los tiempos, de las personas, de los lugares, como dice San Ignacio. Cuando San Ignacio nos exige ser creativos, nos dice: miren los lugares, los tiempos y las personas. Las reglas, las constituciones son para ir adelante, pero mirando los lugares, tiempos y personas. Eso es un desafío de creatividad y de justicia social. Así la justicia social tiene que instalarse, no con teorías socialistas. El Evangelio tiene su propia voz.
¿Cómo podemos involucrar a los laicos en nuestra misión, siguiendo su llamado a una Iglesia más inclusiva y participativa?
La Compañía necesita, con esa misión de inculturar que tiene, de integrantes laicos, y a mí me gusta lo que en varias partes están haciendo con ellos. Me vino a ver hace unos meses la rectora de una universidad jesuita, que tiene un staff de profesores, hombres y mujeres laicos. Yo le pregunté: «¿y qué hacen los jesuitas?». Ella me contestó: «Lo que tienen que hacer, acompañar pastoralmente, y darnos criterios a nosotros». El jesuita, cuando sabe que algo lo puede tomar un laico, se lo deja. Insisto mucho en la importancia de dejar espacio a los laicos. Tal vez es porque estoy mal acostumbrado. Cuando era provincial, teníamos tres universidades católicas, dos de ellas muy endeudadas. Con una de esas, la Universidad del Salvador de Buenos Aires, comenzamos un proceso de entregársela a los laicos, y desde hace 25 años que la dirigen ellos y va todo muy bien, mejor que antes. Los jesuitas ayudan en las labores pastorales. La otra universidad, en Salta, que la tenían los jesuitas de Wisconsin, la tomó el Arzobispado, y yo dije muy bien. Y quedamos con una sola, en la que casi todos los puestos superiores están ocupados por laicos, y los jesuitas hacen el trabajo pastoral, y esa es una universidad fundada por la Compañía de Jesús. Hay que ver qué conviene. Yo tuve que hacer esos tres cambios: dar una a los laicos, al arzobispado otra y quedarnos con la tercera para gestionarla bien. Esa es mi experiencia. No se olviden que lo importante es la pastoral, tanto la pastoral intelectual, que es fundamental, como la relacionada a la cercanía con los jóvenes. Por ejemplo, yo tengo tres sobrinas que estudian en una universidad de Washington, en Georgetown. Los jesuitas la pusieron en marcha, y los estudiantes tienen una buena formación espiritual, intelectual y comunitaria. Ante la pregunta: «¿la universidad hoy es un apostolado social?». ¡Por supuesto! Preparar a los próximos dirigentes universitarios, por supuesto.
Gracias por ser un pastor de la Iglesia con un estilo que sabe mostrar el poder del Evangelio de Jesús frente al materialismo y la secularización. ¿Cómo ha desarrollado su programa de gobierno? Los jesuitas quisiéramos su consejo para afrontar los retos de nuestra vocación. ¿Qué nos aconseja hacer?
Yo fui elegido sin tener consciencia de que iba a ser elegido. Pero, una vez elegido, pensé en qué programa tenía que seguir. Y lo que habían dicho los cardenales en las reuniones del pre-cónclave fue lo que yo sentí que tenía que ejecutar. Porque cuando uno ejecuta una cosa solo, con sus propias manos, eso no es fecundo, no sirve. Cada uno de nosotros tiene que ejecutar lo que nos fue mandado, pero con la originalidad de los lugares, tiempos y personas. Claro, yo vengo de Latinoamérica, y por ahí un alemán no me entiende de entrada, porque son culturas diversas. El criterio es siempre ese: asumir la misión porque te la dan. A quien luego es elegido Papa le preguntan si acepta o no. Pero una vez que aceptás, no hay alternativa, o seguís adelante con tus criterios, o seguís adelante con lo que la Iglesia te pide.
A mí me da mucha pena, mucha piedad, la vida de Clemente XIV, el cardenal Ganganelli se llamaba. Por maniobras de la monarquía de España lo eligieron Papa. Era un hombre bueno, pero ingenuo. Tenía un secretario que se llamaba Bontempi, que no era nada bueno. Y este, con el embajador de España, logró la disolución de la Compañía de Jesús. Un hombre débil en el gobierno, y manejado por un sinvergüenza astuto. Un jesuita tiene que ser fuerte en lo que hace, fuerte también en la obediencia, y no dejarse manejar por nadie. Escuchar consejos sí, pero se decide al final con sabiduría. Una vez que murió el Papa Clemente XIV, el ministro Bontempi, que era un fraile conventual, se escondió en la embajada de España. Y después de que pasó la tormenta, se presentó a su Superior General, con tres bulas papales: una que le permitía manejar dinero, otra bula que le consentía vivir fuera del convento, y una tercera bula que, si no recuerdo mal, le permitía viajar por todas partes. Y su superior, que era un hombre de Dios, le dijo: «¡Te falta la cuarta!». «¿Cuál? – responde Bontempi –. ¡Son solo tres!». «La que asegura la salvación de tu alma», le responde el superior. Yo les sugiero que lean la historia de la supresión de la Compañía según Pastor[4]. La narra muy bien en su historia de los Papas. Todo jesuita debe conocer las historias en las que se ha amenazado o querido destruir a la Compañía[5].
Al final del encuentro, los jesuitas presentes ofrecieron al Papa algunos regalos, y luego dos paquetes de plástico transparente en cuyo interior se recogían tarjetas con oraciones que muchas personas confiaron a Francisco. Éste las recibió, impuso sus manos sobre las intenciones y las bendijo. El encuentro concluyó con el rezo conjunto del Ave María y las fotos de rigor. Mientras se despedía personalmente de cada uno, les fue regalando a todos un rosario.
***
Encuentro en Singapur
El 11 de septiembre, Francisco dejó Dili para dirigirse a Singapur, tras un vuelo de aproximadamente 4 horas, aterrizando alrededor de las 16:00. Desde el aeropuerto, se trasladó al St. Francis Xavier Retreat Centre, donde estaba previsto el encuentro con los jesuitas a las 18:15. A pesar del tiempo justo, Francisco llegó al encuentro con aproximadamente media hora de anticipación.
¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! Estoy contento de encontrarlos. Tenemos una buena hora para estar juntos. ¡Empiecen a hacer preguntas! ¿Quién es el más valiente? ¡Que se adelante!
Francisco, te presento al grupo, dice un jesuita, hablando en español. ¡Bienvenido a Singapur, la ciudad de los leones, ante todo! Soy un jesuita de Malasia y fui ordenado sacerdote hace poco… Digamos que soy un bebé…
¡Ah, eres el primero en hablar y pensé que eras el padre Provincial! [dice el Papa riendo].
Quisiera presentarte nuestra región. Estamos aquí 25 jesuitas de la región Malasia-Singapur, incluido el Provincial, que está a mi lado, y que se llama Francisco, como tú. También hay un jesuita de Bangkok que pertenece a la provincia de Sudáfrica y uno de Alemania. En esta región tenemos 40 miembros. La edad media es de 56 años. Dos tercios son de Malasia y un tercio de Singapur. Las vocaciones son pocas, y solo uno de nosotros tiene menos de 40 años. El promedio es de un novicio cada dos años. Somos pocos, pero apasionados en el servicio al Señor. Tenemos dos parroquias muy activas y dinámicas: una en Singapur, dedicada a San Ignacio; y una en Malasia, dedicada a San Francisco Javier. Ambas fueron fundadas en 1961. Tenemos dos centros de espiritualidad, uno en Malasia y otro en Singapur, y un colegio en Malasia. Estamos felices de conocerte personalmente como hermano y amigo en el Señor. ¡Gracias por el tiempo que nos dedicas!
El Papa, dirigiéndose al grupo, comenta riendo:
«¡Él sabe vender el producto! Ahora, háganme sus preguntas».
El diálogo continúa en inglés, con traducción al italiano.
Padre, ¿Qué misión es importante para nosotros los jesuitas en Asia?
No conozco bien cuáles son las líneas generales de la Compañía universal, pero ciertamente el padre Arrupe insistía mucho en la misión en Asia. Su despedida fue precisamente en Asia, cuando visitó el centro de refugiados en Bangkok. En ese momento, el padre Arrupe dijo dos cosas: trabajar con los refugiados y no dejar la oración. Un trabajo importante de la Compañía en Asia son los centros sociales y el apostolado intelectual y educativo. A veces se piensa que el jesuita moderno debe abandonar los colegios. Pero, por favor, ¡no! La Compañía tiene la tarea de formar el corazón y la mente de las personas. Esto se hace bien con las escuelas, y también se hace con profesores laicos. Yo creo que en esta región de Asia es necesario este apostolado de la educación, junto con el apostolado social. ¿Tienen aquí alguna revista en Asia? Porque también las publicaciones jesuitas son un apostolado importante.
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
Quisiera subrayar una cosa: nuestro trabajo es inculturar la fe y evangelizar la cultura. Que la cultura sea evangelizada y que la fe sea inculturada: esta fue una hermosa intuición de los primeros jesuitas. ¡Piensen en los jesuitas chinos, que comprendieron esto rápidamente! Luego, en Roma se escandalizaron, tuvieron miedo. Lo peor ocurrió con las reducciones en América Latina, que fueron cerradas debido a una forma de pensar que venía desde arriba, desde la autoridad, pero que no era el espíritu de Jesús. Al final, ¿qué ocurrió? A los jesuitas les cortaron la cabeza.
Estoy feliz de que usted quiera escucharnos, y nosotros lo estamos aún más de escucharle a usted. Me han enviado a trabajar en la Red Mundial de Oración del Papa. Trabajo con los jóvenes, y ellos han producido unos cómics que quieren que usted vea. Este trabajo, que antes se llamaba «Apostolado de la oración», tradicionalmente se realizaba con personas mayores, pero ahora también involucra a los jóvenes. Estos jóvenes están muy comprometidos, pero cuando llega el momento de que alguien piense en unirse a nosotros en la Compañía, les cuesta tomar una decisión.
¿Y por qué?
Ellos nos admiran, pero cuando llega el momento de unirse a nosotros, esperan, posponen…
Así es la vocación. Cada uno de nosotros ha tenido resistencias en la vocación. Debemos ayudar a los jóvenes no solo a pensar, sino también a sentir y a trabajar. Por ejemplo, sé de diócesis urbanas que en algunas parroquias tienen un trabajo pastoral nocturno llamado «la noche de la solidaridad». En esas parroquias, los jóvenes están entusiasmados por ayudar a los pobres, por darles de comer. Luego tienen su tiempo de maduración en la fe. No todos van a misa los domingos o son creyentes, pero se acercan y maduran comprometiéndose. En mis tiempos, la evangelización se hacía con conferencias. Hoy, en cambio, deben tomar a los jóvenes tal como son. Deben plantear desafíos de carácter social y educativo que ellos sientan propios, y acompañarlos en la fe con parresía y prudencia.
Sobre el apostolado de la oración: ¡no es algo pasado de moda, no! Está muy vinculado al culto del Sagrado Corazón. El próximo mes publicaré una carta sobre la devoción al Sagrado Corazón. Y esta es una misión propiamente jesuita: el culto al Sagrado Corazón. Es algo realmente nuestro.
Soy párroco de la Iglesia de San Ignacio. Aquí va la primera pregunta: cuando usted fue elegido, di una entrevista en televisión y dije que era impensable que un jesuita se convirtiera en Papa.
A veces se cometen errores [dice el Papa riendo].
Mi pregunta es: ¿cuál es la cruz más grande que lleva como jesuita que se ha convertido en Papa?
Ser Papa es una cruz, como lo es la tuya. Cada uno tiene su propia cruz. El Señor te acompaña, te consuela, te da fuerza. Y muchas veces tienes que rezar mucho para tener la luz en las decisiones. Pero eso lo tienen que hacer todos. Algo muy hermoso es ver cómo el Señor te habla a través de la gente, te habla a través de aquellos que saben rezar mejor, las personas sencillas. También el párroco tiene sus colaboradores, como los tiene el Papa. Y el Papa debe escuchar mucho. Luego intento no perder el sentido del humor. Esto es realmente importante. El sentido del humor es salud. Tal vez exagero, pero ser Papa no es más difícil ni muy diferente a ser sacerdote, monja, obispo. En resumen, significa estar en el lugar donde el Señor te ha puesto, seguir tu vocación: no es una penitencia.
En mi caso, fui al Cónclave e hice mis cálculos, y pensé: «El Papa será elegido pronto y no asumirá durante la Semana Santa, que sería la semana siguiente». Por eso compré el billete de regreso para el sábado antes del Domingo de Ramos, con la idea de estar en la diócesis para la celebración. Ya había dejado preparadas las homilías de la Semana Santa. No me lo esperaba. Así es como se hacen las cosas, se avanza, como el Señor quiere. En un libro del periodista Gerard O’Connell leí que, cuando fui elegido, un cardenal le dijo a otro sobre mí: «¡Esto será un desastre!». El Señor dirá si he sido un desastre o no.
Usted empezó a hablar del padre Arrupe. Yo he trabajado por más de 25 años con el «Jesuit Refugee Service» y ahora estoy trabajando en el norte con los refugiados y también con los rohinyás de Myanmar. También estoy trabajando en la «Laudato si’» en Malasia. Un gran desafío para mí es la conexión entre la fe y la justicia. Encuentro a muchos fieles apegados a las devociones, pero cuando la fe se expresa en justicia y en el cuidado de la creación, entonces la gente se aleja. Me cuesta mucho hablar de cómo el Evangelio debe traducirse en obras, decisiones y en la vida cotidiana, al servicio de la humanidad sufriente y de la creación. A veces me siento desanimado…
Un gran «escándalo», digámoslo así, en la Compañía fue el famoso Decreto IV de la Congregación General XXXII[6]. Yo estuve en esa Congregación. Sí, provocó un fuerte escándalo en un grupo de jesuitas españoles que intentaron desacreditar al padre Arrupe, como si hubiera traicionado la misión de la Compañía. Recuerdo también que el padre Arrupe fue llamado a la Secretaría de Estado por cierta preocupación sobre el camino que estaba tomando la Compañía. Y él siempre fue obediente. Fue un momento muy difícil. Conocí directamente esa situación, porque en la Provincia argentina tenía a un jesuita involucrado con aquellos que se oponían a la Congregación General y al padre Arrupe. Eran grupos muy militantes. Yo lo llamé. Una vez me dijo: «El día más feliz de mi vida será cuando vea al padre Arrupe ahorcado en la Plaza de San Pedro». El padre Arrupe sufría con perdón y misericordia.
Cuando san Juan Pablo II nombró al padre Paolo Dezza como delegado pontificio para la Compañía, quien permaneció en el cargo hasta la elección del nuevo General, Arrupe le besó la mano. El padre Arrupe fue un hombre de Dios. Yo estoy haciendo lo posible para que llegue a los altares. Es realmente un modelo de jesuita: no tenía miedo, nunca hablaba mal de los demás, se entregó por la inculturación de la fe y por la evangelización de la cultura. Algunas veces he ido en secreto al Gesù para rezar, y siempre he pasado por la tumba del padre Arrupe. Evangelizar la cultura e inculturar la fe: esa es la misión fundamental de la Compañía.
Santo Padre, soy párroco en Malasia. Siento que tenemos la obligación de promover nuestra identidad jesuita. Y esto se nos hace fácil también gracias a usted, porque manifiesta pública y visiblemente lo que significa ser un «hombre para los demás». Atraemos a muchos jóvenes, pero luego no entran en la Compañía, porque la formación es muy larga y piensan que solo las personas muy inteligentes pueden ingresar. Mi pregunta es: ¿cómo podemos cambiar esta narrativa? ¿Debemos seguir manteniendo altos estándares y dedicar muchos años a la formación o, tal vez, debemos cambiar?
¡Nunca bajen el ideal! Se puede revisar la manera en que trabajamos con los jóvenes, claro, pero no se debe bajar el ideal. Los jóvenes tienen sed de autenticidad. Hoy, por ejemplo, antes de tomar el vuelo, tuve un encuentro con los jóvenes de Timor-Leste: ¡sentí que eran valientes! Quieren comprometerse y necesitan ser acompañados en sus ideales. Esta mañana les dije a los jóvenes: «Hagan lío». La segunda cosa que les dije fue que deben cuidar de los ancianos. Esa relación directa entre jóvenes y ancianos es realmente importante para mí. Trabajar con los jóvenes es algo que hay que reinventar cada día. Hace falta creatividad. Y nunca se desanimen.
Una de las experiencias que he tenido es que los obispos diocesanos no aprecian las vocaciones religiosas. Nos ven como si fuéramos parte del clero diocesano. No tienen el sentido de la vida religiosa como un carisma dado a la Iglesia. ¿Qué hacer?
Tienes razón, lo entiendo. Es un problema para toda la Iglesia en el mundo. Una cuestión que conecto con esto es la de la ordenación de un jesuita como obispo. Nosotros, los jesuitas, debemos decir «no». Pero si el Papa lo pide, está el cuarto voto y hay que decir «sí». Yo cuento mi experiencia: he dicho «no» dos veces. Una vez se me pidió ser obispo en la zona de las ruinas de las antiguas misiones jesuitas en la frontera con Paraguay. Respondí que quería ser sacerdote, no guardián de ruinas. Otra vez estaba en Córdoba, y allí me llamó el Nuncio por teléfono y me dijo que quería hablar conmigo. Tenía la orden de mis superiores de no salir de la ciudad: fue un tiempo muy doloroso para mí. Entonces el Nuncio me dijo que él vendría al aeropuerto y que nos veríamos allí. Me dijo: el Papa te ha nombrado obispo, y aquí está la carta del Padre General que lo permite. Ya estaba todo decidido y trabajado. El General entonces era el p. Kolvenbach, un hombre de Dios. Nosotros, los jesuitas, debemos obedecer a la Iglesia. Ignacio escribió las reglas para «sentir con la Iglesia». Si el Papa te envía en misión, hay que obedecer. Pero para el episcopado, el primer paso siempre es decir «no».
¿Cuál es su visión de la Iglesia del futuro a la luz de la sinodalidad? ¿Cuál es la relación entre la Iglesia local y la central?
El Sínodo que estamos llevando a cabo es sobre la sinodalidad. El Sínodo de los Obispos nace de una intuición de san Pablo VI, porque la Iglesia occidental había perdido la dimensión de la sinodalidad, mientras que la Iglesia oriental la había preservado. San Pablo VI, al final del Concilio, creó la Secretaría para el Sínodo de los Obispos, para que todos los obispos tuvieran una dimensión sinodal de diálogo. En 2001 fui relator para el Sínodo de los Obispos: recopilaba el material y lo organizaba. El secretario del Sínodo lo revisaba y decía que se quitaran ciertas cosas que habían sido aprobadas con la votación de los distintos grupos. Había cosas que él no consideraba oportunas y me decía: «No, sobre esto no se vota, sobre esto no se vota…». En resumen, no se había entendido qué era un Sínodo.
Otro problema es si solo pueden votar los obispos o también los sacerdotes, los laicos o las mujeres. En este Sínodo, es la primera vez que las mujeres pueden votar. ¿Qué significa esto? Que ha habido un desarrollo para vivir esta sinodalidad. Y esto es una gracia del Señor, porque la sinodalidad no solo debe realizarse a nivel de Iglesia universal, sino también en las Iglesias locales, en las parroquias, en las instituciones educativas… La sinodalidad es un valor de la Iglesia en todos los niveles. Ha sido un camino muy hermoso. Esto implica otra cosa: la capacidad de discernir. La sinodalidad es una gracia de la Iglesia. No es democracia. Es otra cosa, y requiere discernimiento.
Padre, tengo dos preguntas. Soy maestro. Usted ha dicho que debemos soñar. ¿Qué sueño tiene usted para nosotros en Singapur? Luego le haré otra pregunta, porque no podría dormir esta noche si no se la hiciera: ¿cuándo será canonizado Mateo Ricci?
Mateo Ricci es una gran figura. Siempre ha habido problemas, pero la causa está avanzando y yo quiero que siga adelante. Debemos rezar para que se den las condiciones para la canonización. Después, ¡no sé cuál es mi sueño! ¡Yo sigo adelante! Por ejemplo: estar aquí para mí es un sueño. Escuchar a la Iglesia aquí para servirla mejor es un sueño.
Pensando en la Compañía, la sueño unida, valiente. Prefiero que se equivoque por coraje que por seguridad. Pero alguien podría decir: «Si estamos en los lugares de lucha, en las fronteras, siempre existe el riesgo de “resbalar”…». Y yo respondo: «¡Pues resbalen!». Quien siempre tiene miedo de equivocarse no hace nada en la vida. ¡Sean valientes en las situaciones difíciles del apostolado! Valientes, pero humildes, con plena apertura de conciencia. Luego la comunidad, el Provincial, los ayudarán a seguir adelante. Tenemos una gran gracia en el ejercicio de la guía espiritual El jesuita que esconde cosas al superior acabará mal.
«Pero me da vergüenza decirle al superior mis errores», podrían decir. Pero también nosotros los superiores nos equivocamos: somos hermanos. También el superior debe hablar con su superior. La guía espiritual es una gran gracia y también una gran responsabilidad para el superior. Se necesita mucha humildad para acompañar a los hermanos en su vida. Alguien dice que la rendición de cuentas de conciencia va contra la libertad. No es así. Es una joya: manifestamos nuestras cosas tal como son delante de Dios, y el superior, consciente de sus propias deficiencias, te acompaña. Y esta es nuestra fraternidad.
Quizás el insulto más feo que recibimos es el de ser hipócritas. Lo encuentras incluso en el diccionario: «jesuita» también significa «hipócrita». Es una calumnia, porque nuestra vocación debe ser lo contrario de la hipocresía. El rendir cuentas de conciencia es una gracia de la Compañía. ¿Entendido?
¡Ahora tenemos dos cosas para usted: primero, un muñeco de san Ignacio!
¿Saben que san Ignacio tenía sentido del humor? Y tenía mucha paciencia. Piensen en la paciencia que tuvo que tener con Simão Rodrigues y con todos los demás…
Y luego tenemos dos paquetes de oraciones escritas por los fieles de la parroquia de Singapur. Están aquí para que las bendiga.
¡Esto es algo que me toca el corazón! ¡Gracias! ¡Ustedes predican la oración!
Le llevaron los dos paquetes de oraciones al Papa. Él, después de imponer sus manos en silencio, dio la bendición.
Gracias por lo que hacen. Les prometo que rezaré para que tengan vocaciones. Ahora podemos rezar juntos un «Ave María» y luego les daré la bendición. Les daré un rosario saludándolos personalmente. ¡Recen por mí! ¡A favor, no en contra! Esto lo digo porque una vez, después de la audiencia general en la Plaza de San Pedro, me encontré con una ancianita de ojos bellísimos. Era una mujer humilde. Me acerqué, la saludé y la miré a los ojos tan bellos. Le pregunté: «¿Cuántos años tienes?». Y ella: «87». «¿Qué comes para estar así de bien?». Y ella me dijo que hace buenos raviolis. «¡Reza por mí!», le dije. «Lo hago todos los días», me respondió. Y yo le pregunté: «¿Pero rezas a favor o en contra?». La señora me miró, señaló hacia el Vaticano y dijo: «¡En contra suya rezan ahí dentro!».
- En las comunidades de los jesuitas, el «ministro» es el vicesuperior. ↑
- IHS son las iniciales de Iesus Hominum Salvator. ↑
- Cf. J. M. Bergoglio, Santos, no mundanos. Dios nos salva de la corrupción interior, Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2023. ↑
- Ludwig von Pastor (1854-1928) fue un historiador y diplomático alemán nacionalizado austriaco. Su obra más conocida es la Historia de los Papas desde el final de la Edad Media, publicada en 16 volúmenes. ↑
- Cf. J. M. Bergoglio, Lettere della tribolazione, Milán, Àncora, 2019, 12. ↑
- El título del Decreto es «Nuestra misión hoy: diaconía de la fe y promoción de la justicia». ↑
Copyright © La Civiltà Cattolica 2024
Reproducción reservada