Espiritualidad

La conversión ecológica y la interconexión de la creación

© noah-buscher / unsplash

¿Cuáles son las conexiones entre los Ejercicios Espirituales (EE) de san Ignacio de Loyola y la «conversión ecológica», tal como se define en la encíclica Laudato si’ (LS) del papa Francisco[1]? Es un ámbito por explorar. Es más, probablemente se abre a muchas posibles «exploraciones», dado que, en mi opinión, no existe una larga y consolidada tradición o experiencia en este campo. Estamos ante nuevas puertas por abrir y nuevos territorios por adentrarnos, que a algunos de nosotros podrían parecer caminos discutibles. En otros casos, explorarlos requerirá tiempo: será necesario experimentarlos más a fondo, comprenderlos bien y, finalmente, permitir que maduren lo suficiente como para ser compartidos y adoptados por otros. Es, por tanto, en este contexto de «modalidad exploratoria» donde me parece útil y oportuno delinear, antes que nada, nuestro horizonte común y nuestra visión subyacente del mundo, si no queremos perdernos.

¿Cuál es el paradigma común? Es el de la «ecología integral» que el papa Francisco nos ofrece en Laudato si’, especialmente en el capítulo 4. Dado que la ecología integral puede parecer una noción vaga y que existen varias formas de definirla, aquí propondré primero una definición de ella como un paradigma relacional. Luego trataré de presentar un ejemplo de cómo esta visión del mundo puede aplicarse a la crisis ecológica y social que atraviesa nuestra época, ese periodo histórico que podemos llamar «Antropoceno»[2].

Ecología integral: un paradigma relacional

En efecto, cuando observamos el mundo inmerso en la crisis del Antropoceno, los tiempos pueden parecer hostiles y sombríos, o al menos inestables e inseguros, como en la «contemplación de la Encarnación» de los Ejercicios Espirituales (cf. EE 101-109). Puede que constatar esta situación nos lleve a la desesperación, al cinismo o a la ira, pero sabemos que este tipo de reacciones nos conduce a la muerte, al menos a la muerte espiritual. No es desde ahí de donde debemos partir, o al menos no debemos detenernos en ese punto.

Imaginemos un lugar de la Tierra que conocemos y amamos. Identificar un lugar en la Tierra que nos dá vida, paz y esperanza es un don precioso. Cada uno de nosotros tiene un «lugar sagrado», un rincón de la creación donde se siente acogido y en casa. Cuando estamos tentados a desesperarnos, podemos regresar interiormente a ese lugar sagrado. Este es un buen ejercicio espiritual de ecología integral, porque, al mantener una relación vivificante con la creación, somos ayudados a cultivar también las relaciones con nosotros mismos, con otros seres humanos y con Dios.

¿Cómo podemos definir conceptualmente la ecología integral? Entre los diversos modos de presentarla que encontramos en Laudato si’, desarrollaré uno: la ecología integral es una forma de mirar el mundo, y, por tanto, una manera de situarnos en él. En resumen, contempla el mundo como tejido de cuatro relaciones principales: «relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo» (LS 237). La fe nos hace afirmar que la relación con Dios es la fuente, el sustento y la meta de las otras tres relaciones.

La necesidad de cambiar radicalmente nuestra manera de mirar el mundo que nos rodea no es más que una «conversión». Por ello, responder al llamado de Laudato si’ implica adoptar una perspectiva coherente con los Ejercicios Espirituales, que con razón se definen como «una escuela de conversión». Si necesitamos una conversión hacia la ecología integral y su visión relacional del mundo, significa que debemos convertirnos desde algo distinto: desde otra visión del mundo, más precisamente, de lo que el papa Francisco llama el «paradigma tecnocrático» (cf. LS 106-114).

En los últimos tres siglos hemos desarrollado una visión del mundo como si fuera una gran máquina. Esta visión nos ha permitido, como seres humanos, avanzar en la ciencia como nunca antes. Nos ha proporcionado lo que llamamos «progreso»; o, al menos, durante dos siglos, llevó el «progreso» al mundo occidental, ya que era principalmente una visión occidental del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, podemos decir que esta visión se difundió por todas partes, y ahora es el paradigma dominante a nivel planetario.

Junto con el «progreso», este paradigma de la máquina nos ha traído dones increíbles. Algunos de nosotros no estaríamos vivos sin la ciencia médica moderna, cuya fortaleza radica precisamente en haber considerado el cuerpo humano como una máquina, desarrollando herramientas y técnicas para descomponerlo en partes cada vez más pequeñas. Es la llamada «metodología reduccionista», según la cual un cuerpo se convirtió en un conjunto de miembros, un miembro en un conjunto de células, una célula en un conjunto de organismos celulares, y así sucesivamente. Y, desde que hemos comprendido mejor cómo funciona el cuerpo-máquina, hemos podido repararlo de manera mucho más eficaz. Esto nos ha dado salud y ha puesto fin a muchos sufrimientos. Debemos estar agradecidos por la ciencia médica moderna, el reduccionismo, el progreso y, en última instancia, el «paradigma de la máquina», que nos ha permitido situarnos en este mundo de máquinas y actuar en él con una eficiencia creciente.

Sin embargo, la crisis ecológica y social de nuestro mundo hoy pide escuchar tanto «el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49) y debería llevarnos a entender que este paradigma ha llegado a su límite. Sus frutos, de hecho, son en gran medida más dañinos para la Tierra y para nosotros en comparación con la vida que nos aportan. Pero, lamentablemente, el sistema no está cambiando, en primer lugar por la inercia de las masas – y en esto todos compartimos responsabilidad –, pero también porque personas y países poderosos no desean ningún cambio. Por ello, el papa Francisco no duda en desafiarlos en Laudate Deum (LD): «A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: “¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?”» (LD 60). Es otro llamado provocador a la conversión.

Para explicar mejor este paradigma de la máquina y la necesidad de una conversión al paradigma de la ecología integral, daré un ejemplo. El plástico proviene de la industria petrolera: es un producto que surge de nuestro enfoque reduccionista, el cual nos llevó a identificar diversas moléculas en el petróleo. Es un producto de nuestras tecnologías, que nos han permitido refinar el petróleo y descomponerlo en diferentes moléculas. Sobre la base de estos conocimientos y capacidades se ha desarrollado toda una industria, que ha permitido ofrecer al mundo este material económico, ligero, flexible y bastante resistente. Nos ha brindado un «progreso» que nos dio seguridad, facilitó y aseguró el trabajo, simplificó el embalaje y el transporte. También nos trajo comodidad e incluso moda.

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Darse cuenta de la necesidad de cambiar

Pero toda esta dinámica positiva hoy está cada vez más cuestionada. La contaminación del plástico «de un solo uso» está en todas partes: en nuestros refrigeradores, en nuestra basura, en nuestros ríos y océanos. En el mar flota lo que se ha llamado el «séptimo continente», una verdadera isla de residuos plásticos, casi tres veces más grande que Italia. Pero, lo que es peor, el plástico se degrada por efecto del sol en microplásticos, que realmente están por todas partes. Como siguen el ciclo del agua, se encuentran en los hielos del Ártico, en las zonas «vírgenes» del Amazonas, en nuestro propio cuerpo – cada europeo consume aproximadamente cuatro gramos de plástico a la semana, ¡el equivalente a una tarjeta de crédito! –, en la leche materna e incluso en la sangre del cordón umbilical de los bebés.

¿Debemos llamar a todo esto «progreso»? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué no podemos detenernos? Según el propio paradigma de la máquina, ahora comprendemos que el plástico está destruyendo la máquina. Sin embargo, no logramos parar. A cada uno de nosotros nos parece demasiado difícil liberarnos de la fuerza de los hábitos y del confort que nos ofrece la máquina. Esto es aún más complicado para los ricos y poderosos que obtienen ganancias del negocio del plástico. La metodología reduccionista de la ciencia explica claramente que estamos poniéndonos en peligro, pero el enfoque aún más reduccionista de las finanzas nos impide realizar cualquier cambio significativo.

En este punto, sentimos que necesitamos algo más profundo que un mero cambio técnico del paradigma de la máquina. Claro, damos la bienvenida a métodos innovadores de reciclaje, al plástico biodegradable y similares, pero deberíamos darnos cuenta de que esto no será suficiente, que debemos cambiar a un nivel más profundo. De hecho, el problema del plástico no es un fenómeno aislado, sino que está relacionado con los combustibles fósiles, la biodiversidad marina, la pobreza, etc. Un enfoque reduccionista que aísle cada uno de estos aspectos no puede resolver la cuestión.

En cambio, un paradigma relacional, como el utilizado por el papa Francisco en Laudato si’, es una verdadera alternativa. La concepción de la ecología integral en esa encíclica se resume en una breve frase: «Todo está conectado» (LS 240). Con esta perspectiva, podemos cambiar nuestra visión del mundo y del plástico: comprendemos mejor que este está vinculado a los microplásticos, que a su vez están relacionados con los ecosistemas y la salud humana; que la salud vale más que el dinero, y que, por lo tanto, debería ser evidente que el medio «dinero» debe estar al servicio del fin de «una salud» para todos, tanto para los seres humanos como para los ecosistemas. Y, como decía John Henry Newman, debemos empezar a «darnos cuenta» de lo que todo esto significa: nuestra comprensión debe dejar de ser teórica o intelectual para convertirse en una convicción existencial.

Esta es nuestra brújula, nuestra nueva visión del mundo: el paradigma de la ecología integral. El mundo, como ya hemos recordado, es un entramado de cuatro relaciones vitales (cf. LS 217), y debemos cuidar cada una de ellas y todas en su conjunto.

Cambiar una visión profunda del mundo tiene impactos concretos, como podemos observar a través de algunos ejemplos. Tomemos una simple vaca. Tenemos una imagen de ella como un animal de granja, pero, si la consideramos desde un punto de vista relacional, la mayoría de nosotros ha interactuado con ella de una forma específica: como un filete. Un trozo de carne, algo para comer. Quienes vivimos en ciudades probablemente no hemos visto una vaca en el último mes, o quizás en mucho más tiempo, pero la mayoría de nosotros ha comido carne de res en los últimos días. Esto sucede porque los circuitos de consumo y nuestra vida urbana nos llevan a hacerlo. Sin embargo, a un nivel más profundo, también ocurre porque tenemos una visión carnívora del mundo, y por ello no «vemos» ningún problema en comer carne de vaca. Pero imaginemos que estamos en la India, un país donde más del 80% de la población es hindú. Su religión moldea profundamente su concepción del mundo, según la cual la vaca es un animal sagrado. Por tanto, se la puede admirar, se puede rezar al verla, o incluso desear que se mueva del camino si llegamos tarde a una cita. Pero definitivamente no se la «ve» como un filete que camina. Este es un buen ejemplo de cómo dos concepciones del mundo generan dos formas diferentes de relacionarse con otro ser vivo.

Imaginemos ahora un pequeño abeto cubierto de nieve. Probablemente pensemos en la Navidad, y aquí emerge una concepción cristiana del mundo, incluso si ya no somos cristianos practicantes. Nuestra cultura tiene profundas raíces sociales en esta religión, y terminamos asociando la nieve y el abeto con la Navidad. Pero seguimos teniendo una sola palabra para referirnos a la «nieve». Si, en cambio, mencionáramos esta palabra a una mujer inuit del norte de Canadá, ella nos miraría con desconcierto. Para ella, la palabra «nieve» no significa nada, ya que los inuit viven rodeados de nieve y hielo gran parte del año, y su visión de este mundo blanco que llamamos «nieve» está mucho más desarrollada. Ellos tienen muchas palabras para referirse a la «nieve». Una de ellas, por ejemplo, describe la nieve helada sobre la que no quedan impresas las huellas de los animales. En este caso, no se debe ir de caza, no solo porque sería inútil, sino porque pondría en peligro a la persona, a su familia y a su tribu. Aquí, a través del lenguaje, podemos intuir otra concepción del «mundo de la nieve», y esta concepción tiene consecuencias directas sobre el tipo de relaciones que los inuit desarrollan con los ecosistemas minerales que los rodean.

Los ejemplos presentados muestran que una visión del mundo puede tener un impacto realmente concreto y vital en nuestras relaciones con otros seres humanos, con los demás seres vivos e incluso con los elementos inorgánicos. Por ello, cuando el papa Francisco afirma que debemos convertirnos y cambiar nuestro paradigma, pasando del tecnocrático a la visión relacional del mundo propia de la ecología integral, este cambio tendrá un impacto muy concreto en la manera en que vivimos en esta Tierra.

De este paradigma relacional quisiera destacar un aspecto más. Al adoptarlo, la ecología cristiana integral podrá dialogar fácilmente con otras concepciones ecológicas. En otras palabras, una concepción relacional del mundo nos conecta con los demás, y esta es una buena noticia. Hoy en día, al menos en el ámbito europeo, podemos afirmar que, en muchas cuestiones sociales, la Iglesia está en contraste con la sociedad, ya sea por buenas o malas razones. El diálogo no es tan sencillo, y el discurso de la Iglesia a menudo queda marginado. Por lo tanto, puede resultar difícil escuchar la buena noticia del Espíritu que actúa a nuestro alrededor y, a su vez, tampoco es fácil compartir el Evangelio a nuestro alrededor. Sin embargo, en relación con la crisis social y ecológica, con la ecología integral y su paradigma relacional, la Iglesia encuentra de repente oídos y corazones abiertos. Podemos encontrar aliados, podemos dialogar.

Consideremos solo dos ejemplos en el contexto francés. El filósofo y sociólogo Edgar Morin, que tiene 103 años y quizá sea más conocido en el extranjero que en su país de origen, es un estudioso de la complejidad y su mantra es «conectar, conectar, conectar». Este excomunista, combatiente durante la Segunda Guerra Mundial y ateo declarado, no es precisamente un «pilar» de la Iglesia. Sin embargo, tras leer la encíclica Laudato si’, la definió públicamente como «providencial». No lo hizo porque se hubiera convertido a una lectura providencial de la historia, sino porque «vivimos en una era en la que el pensamiento está fragmentado, en la que los llamados partidos ambientalistas no tienen una visión real de la amplitud y la complejidad del problema, en la que pierden de vista la importancia de lo que el papa Francisco, con una espléndida expresión que ya había usado Gorbachov, llama “la casa común”»[3]. Así, un filósofo ateo francés aplaude a un Papa católico y su visión de la complejidad a través del paradigma relacional de la ecología integral. ¡Un hecho nada obvio! Pero alguien podría decir: «Bueno, es un filósofo y un hombre mayor. Tiene sabiduría y es capaz de pensar fuera de los esquemas y de dejar atrás incluso a su propia “tribu natural” para encontrar aliados». En parte, esto es cierto.

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Demos otro ejemplo. Delphine Batho tiene 51 años. Es una política ecosocialista francesa, diputada en el Parlamento y exministra en el gobierno socialista de Jean-Marc Ayrault (2012). Una vez más, en el panorama político francés, esto no la convierte precisamente en una aliada natural de la Iglesia católica. Sin embargo, en 2019, cuatro años después de Laudato si’, publicó Écologie intégrale. Le manifeste[4], en el que aboga por un enfoque radical y novedoso de la ecología en el ámbito político, más allá del clásico sistema de «izquierda-derecha», porque para ella se trata del principal desafío de nuestra época y de una cuestión transpartidista. En su obra, defiende claramente una visión relacional del mundo. En este caso, entonces, tenemos a una política madura, no cristiana, de un partido que no es, ni mucho menos, un aliado natural de la Iglesia católica en Francia, defendiendo el concepto de ecología integral y su paradigma relacional. Es un hecho inusual, digno de ser destacado, y deberíamos alegrarnos por estas aperturas al diálogo.

Naturalmente, en ambos casos hay una diferencia importante. Morin y Batho desarrollan por su cuenta el paradigma relacional, al igual que lo hace el papa Francisco en Laudato si’, pero – y este «pero» es relevante – no adoptan la visión completa de esta encíclica. Hablan de la relación consigo mismos, con los demás seres humanos y con la naturaleza, pero no mencionan la relación con Dios. Por lo tanto, hay una diferencia clara, aunque también existe un terreno común amplio y profundo. Precisamente por estas dos razones puede haber diálogo.

Detengámonos en este término, «diálogo». No es solo una palabra, sino una metodología. El papa Francisco la promueve en Laudato si’ para que todos nosotros, como humanidad, podamos superar los enormes desafíos de las transiciones ecológicas y sociales que necesitamos[5]. Pero el Papa no se limita a respaldar el diálogo: ha concebido esta encíclica como un diálogo. De hecho, si se observa la estructura de Laudato si’ capítulo por capítulo, se puede reconocer fácilmente el enfoque «ver-juzgar-actuar» de la doctrina social católica: capítulos 1 y 2 = ver; capítulos 3 y 4 = juzgar; capítulos 5 y 6 = actuar. Y si se analiza desde un punto de vista dialógico, se percibe que el papa Francisco comienza cada paso (ver-juzgar-actuar) escuchando al «mundo» (capítulos 1, 3, 5) para luego ofrecer una respuesta desde la perspectiva de la fe cristiana (capítulos 2, 4, 6).

Escuchar y compartir sabiduría: esto es un verdadero diálogo. Por lo tanto, el papa Francisco no se limita a apoyar el diálogo, sino que lo construye. No se limita a hablar, sino que impulsa la conversación. En este sentido, nos invita a unirnos a él en la tarea de encarnar la visión formulada el 6 de agosto de 1964 por el papa Pablo VI en Ecclesiam Suam (ES): «La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (ES 67). Esta última reflexión sobre el diálogo como encarnación del paradigma relacional de la ecología integral nos lleva a otra pregunta: ¿de qué manera los Ejercicios Espirituales de san Ignacio promueven el diálogo? ¿Qué tipo o tipos de diálogo experimentamos y ofrecemos en un retiro ignaciano?

Seis maneras de entrar en un proceso de conversión

Pasemos ahora a un enfoque más secular. Existen diversas formas posibles de adentrarse en la experiencia de conversión hacia la ecología integral. Para explorar este aspecto, hay una interesante guía elaborada por el grupo de investigación FORTES y el equipo del Campus de la Transition, que identifica seis puertas para explorar la transición ecológica y social[6]. Estas puertas pueden cruzarse en el orden que se prefiera. La primera puerta se llama Oikos: se basa en cómo conocemos, habitamos y cuidamos nuestra casa común, fundamentándose en las ciencias naturales y físicas. La segunda es Ethos: se centra en el discernimiento y la moralidad. La tercera puerta es Nomos: aborda las normas y la gobernanza. La cuarta es Logos: trata sobre cómo interpretamos e imaginamos el mundo.La quinta es Praxis: se refiere a las acciones concretas que debemos realizar para la transición. La última puerta es Dynamis: explora cómo nos conectamos con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y, para quienes tienen fe, con Dios.

Lo fundamental es que personas diferentes pueden entrar por puertas distintas. Se trata de comenzar por la puerta que para cada uno resulte más «natural» y luego seguir la dinámica que inspire al explorar la complejidad de la crisis ecológica y social del Antropoceno. Pondré un ejemplo basado en la forma que me resulta más natural. Soy ingeniero agrónomo, así que comienzo por Oikos, es decir, por la descripción del mundo basada en la ciencia. Luego, al darme cuenta de que esta descripción muestra un avanzado estado de crisis del mundo vivo, bajo la presión del ser humano, dirijo mi atención hacia las sociedades humanas en busca de soluciones, normas y controles. Por eso cruzo la puerta de Nomos. En este punto, entiendo que las leyes son construcciones humanas y que deberían servir al bien y combatir el mal. Deberían ayudarnos a vivir una vida buena. Pero, ¿qué es una vida buena? Aquí llegamos a la cuestión de Ethos. Sin embargo, como todos sabemos, la ética no se limita a la filosofía o al discernimiento explícito: nuestros comportamientos están moldeados por los principios éticos que recibimos de nuestras culturas, de las historias que escuchamos, de las artes que desarrollamos y de las narrativas en las que nacimos. Así, me veo conducido a la puerta de Logos. Entonces, comprendo que las narrativas son esenciales, porque dan forma a nuestros actos tanto a nivel personal como colectivo; actos que hoy necesitamos desesperadamente; acciones con un impacto real que respondan a los desafíos del Antropoceno que enfrentamos. Aquí está la puerta de Praxis, y debo confesar que hoy, en mi misión como jesuita, la praxis ocupa la mayor parte de mi tiempo. Pero, como jesuita y como cristiano, también soy consciente de que nuestras acciones son desesperadas si solo contamos con nuestras propias fuerzas. Sé, por experiencia y por praxis, que debemos estar profundamente conectados con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación si queremos estar vivos, en paz y llenos de alegría en esta caótica era del Antropoceno. Esta es la puerta de Dynamis, que, en mi opinión, es la más directamente conectada con los Ejercicios Espirituales y con mi fe cristiana.

Podríamos haber comenzado con la experiencia espiritual y la conversión; o con la urgencia de la acción, la Praxis. Y a partir de ahí, podríamos haber trazado muchos caminos. Cada persona puede empezar por cualquier puerta. Ante el Antropoceno, tendemos a pensar que todos deberían comenzar del mismo modo, es decir, con el enfoque hacia la casa, Oikos: ¿de qué manera mi familia o mi comunidad están consumiendo el mundo? Pero las cifras, los mapas y los hechos pueden ser convincentes para algunos y no para otros. Si quiero establecer una relación constructiva con los demás, debo ser capaz de encontrarlos en su propia puerta: quizá en la de Ethos, o tal vez en la de las acciones, Praxis. No importa. El desafío consiste en una invitación al diálogo, un llamado a dejarnos mover interiormente para alcanzar a los demás donde están, y construir juntos el Bien Común. La tarea es grande, urgente, exigente y siempre perfectible.

Quisiera concluir con uno de los textos espirituales que alimentan profundamente mi peregrinaje ecoespiritual cristiano. Es la primera página del libro La Misa sobre el Mundo de Pierre Teilhard de Chardin:

«Ya que una vez más, Señor, […] no tengo ni pan, ni vino, ni altar; me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré, yo que soy tu sacerdote sobre el altar de la tierra, el trabajo y la pena del mundo.

El sol acaba de iluminar, allá lejos, la franja extrema del Lejano Oriente. Una vez más la superficie viviente de la tierra se despierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremenda labor bajo la capa móvil de sus fuegos. Yo colocaré en mi patena, Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que hoy serán molidos. Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a las fuerzas que, dentro de un instante, desde todos los rincones de la Tierra, se elevarán y convergerán en el Espíritu […].

Recibe, Señor, esta hostia total que la creación, atraída por ti, te presenta en esta nueva aurora. […] Este vino nuestro, dolor, todavía, ¡Ay! no es más que un brebaje disolvente. Mas tú has puesto en el fondo de esta masa informe – estoy seguro de ello – un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, desde el impío hasta el fiel: “Señor, ¡has de nosotros una sola realidad!”»[7].

  1. «Les hace falta entonces [a los cristianos] una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» (LS 217).

  2. Cf. P. Crutzen et Al., «The Anthropocene», en L. Robin – S. Sörlin – P. Warde (edd.), The Future of Nature: Documents of Global Change, New Haven, Yale University Press, 2013, 483-490 (www.jstor.com/stable/j.ctt5vm5bn.52).

  3. «Edgar Morin: “L’encyclique Laudato Si’ est peut-être l’acte 1 d’un appel pour une nouvelle civilisation”», en La Croix (www.la-croix.com/Religion/Actualite/Edgar-Morin-L-encyclique-Laudato-Si-est-peut-etre-l-acte-1-d-un-appel-pour-une-nouvelle-civilisation), 21 de junio de 2015.

  4. Cf. D. Batho, Écologie intégrale. Le manifeste, Mónaco, Éditions du Rocher, 2019.

  5. Cf., por ejemplo, lo cinco diálogos que el papa Francisco usa para estructurar el capítulo 5 de Laudato si’.

  6. Cf. C. Renouard et Al. (edd.), Manuel de la Grande Transition, París, Les Liens qui libèrent, 2024.

  7. P. Teilhard de Chardin, La Messa sul Mondo, Brescia, Queriniana, 2019, 9-11.

Xavier de Bénazé
Es un sacerdote jesuita francés conocido por su labor en el ámbito de la espiritualidad y la ecología. Actualmente, trabaja en el centro espiritual jesuita Le Châtelard, ubicado en Lyon, donde se dedica a integrar la espiritualidad ignaciana con preocupaciones ecológicas contemporáneas.

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