Jesús pasó los años de su adolescencia y juventud en Nazaret, donde, viviendo el clima espiritual del «judaísmo del segundo Templo», que era el clima religioso no solo de Judea sino también de Galilea, llegó a ser espiritualmente «hebreo». ¿Pero qué podemos decir sobre estos largos años de Jesús pasados en Nazaret? Aparte del episodio en que se «pierde» en el Templo, narrado por Lucas (2,41-50), los Evangelios han callado al respecto. Solo Lucas dice que, después de regresar de Jerusalén a Nazaret, Jesús «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52), es decir, Jesús avanzaba cada vez más en el crecimiento de su «sabiduría» interior, de la que había dado pruebas al responder tanto a los doctores como a sus padres en el Templo. Como Samuel, este «crecía siendo apreciado por Dios y por los hombres» (1 Sm 2,26). Crecía, luego, en edad y en la bondad de sus compatriotas. Por ello, sobre los años que Jesús transcurrió en Nazaret, solo se puede saber algo recurriendo a lo que habitualmente ocurría en un pueblo de Galilea en los primeros 30 años del siglo y a lo que se puede recabar de los Evangelios canónicos.
Nazaret
En tiempos de Jesús, Nazaret – (o Nazará [Lc 4,16]) – era un modesto pueblo rural de la baja Galilea, sin ninguna importancia ni política ni religiosa, al punto de que Nazaret no se menciona ni en el Antiguo Testamento, ni en los primeros escritos rabínicos. Contaba probablemente entre 1.600 y 2.000 habitantes y tenía una sinagoga, que no era necesariamente una construcción en piedra, destinada al culto sinagogal, sino que también podía ser una sala amplia situada en alguna casa de grandes dimensiones. Se ubicaba al norte de la llanura de Esdrelón, a 390 metros sobre el nivel del mar, estaba a 25 km del lago de Genesaret y unos 35 km del mar Mediterráneo. No era un pueblo aislado, porque se encontraba a pocos kilómetros de la ciudad de Séforis, capital administrativa del distrito, mandada construir por el tetrarca Herodes Antipas, al sur del camino principal que conducía de Tiberíades (en el lago de Genesaret) a Tolemaida (en el Mediterráneo). La mayor parte de las casas del pueblo estaban constituidas por pequeñas habitaciones construidas alrededor de un patio central.
Fue en este modesto pueblo rural que Jesús vivió su adolescencia y juventud, desarrollándose física y psicológicamente como un adolescente y joven normal.
La familia de Jesús
El nombre que llevaba Jesús – YŁšû, forma abreviada de YŁšûa‘, abreviatura a su vez del nombre de Josué, hijo de Nun, Yehôšua‘, sucesor de Moisés en la guía del pueblo de Israel a la conquista de la Tierra prometida – era muy popular en el mundo hebreo, y continuó siéndolo hasta el inicio del siglo II después de Cristo, cuando la veneración cristiana al nombre de Jesús indujo a los hebreos a dejar de dar el nombre de YŁšû o de Yehôšua‘ a sus hijos.
Los antiguos nombres hebreos eran generalmente abreviaturas de una frase que se refería a Dios: es decir, eran nombres «teofóricos». Así, Yehôšua‘ (Josué) significaba originalmente «YHWH ayuda» o «Pueda YHWH ayudar»; y el nombre de Jesús, YŁšû, significa «YHWH salva» o «Salvación de Dios (YHWH)». Este carácter «teofórico» del nombre de Jesús deja de advertirse en el griego IŁsous y en el latín Iesus o Jesu, y en el español.
Los Evangelios hablan de una «familia» de Jesús: hablan, en efecto, de su padre «putativo» (hôs enomizeto) (Lc 3,23), José; de su madre, María; de cuatro hermanos (Santiago, José [o Joses], Judas y Simón: Mc 6,3; Mt 13,55); y de dos hermanas (ibid)[1]. ¿De qué «familia» se trataba? Los exégetas en este punto están muy divididos. Buena parte de ellos, por motivos lingüísticos, considera más probable la hipótesis que plantea que se trataba de verdaderos hermanos y hermanas que María habría tenido con José después de Jesús: esto cuestionaría la virginitas post partum de María, presente en particular en la expresión «María, siempre virgen» (aei parthenos)[2]. La perpetua virginidad de María, sostenida desde siempre con certeza por la Iglesia, puede fácilmente conciliarse con los resultados de la investigación histórica, suponiendo que, después de la muerte de José, María pasó junto a Jesús a formar parte de una familia de parientes cercanos, y que en ella Jesús creció con los otros hijos de la familia, convirtiéndose estos últimos en sus hermanos y hermanas en base a esta comunidad.
Educación de Jesús
¿Qué tipo de educación recibía un niño en tiempos de Jesús? La primera educación la recibía de la madre y del padre, y consistía en los elementos esenciales y más simples de la fe judía. Si en el pueblo había una sinagoga, esta hacía también las veces de una escuela básica, en la que los niños aprendían a leer la Torâ bajo la guía de un maestro, que podía bien ser el jefe de la sinagoga o un servidor. Lucas (4,16) nos informa que en Nazaret había una sinagoga[3] que Jesús solía frecuentar los sábados: se trataba de la participación en el culto sinagogal de la mañana y del resto de las grandes fiestas religiosas.
Este servicio litúrgico sinagogal consistía en recitar algunas oraciones: el šema‘, precedido y seguido por bendiciones; la profesión de fe judía; el ruego de las «Dieciocho Bendiciones» (šemôneh‘ esrŁh) incluida la bendición del sacerdote. Seguía la liturgia de la Palabra real y propia con la lectura de la Torâ dividida en más partes y realizada por al menos cinco o siete personas; al final de la lectura del texto hebreo, que no todos comprendían, se hacía una paráfrasis en arameo, que era la lengua hablada por el pueblo. Luego se leía una perícopa profética – llamada haftarah – y se hacía una homilía para explicarla. Las lecturas se hacían de pie, desde un ambón sobre un podio de madera, mientras que las explicaciones del texto profético se realizaban desde el podio sentados.
Durante todo el tiempo pasado en Nazaret, Jesús frecuentó cada sábado la sinagoga del pueblo: así no solo aprendió a leer, además adquirió un buen conocimiento de la Torâ, de los Salmos y de los libros proféticos, como muestran sus discusiones con los escribas y los fariseos durante su vida pública.
Pero aquí se instalan dos preguntas: ¿qué lengua hablaba Jesús? Si sabía leer, ¿sabía también escribir?
¿Qué lengua hablaba Jesús?
Para responder a esta pregunta – partiendo del supuesto de que Jesús se hacía entender por sus oyentes – debemos decir que hablaba la lengua que sus auditores hebreos entendían. ¿Cuál era esta lengua? Eran cuatro las lenguas que los hebreos del siglo I hubieran podido hablar: latín, griego, hebreo y arameo. Ahora bien, el latín era la lengua de los dominadores y la usaban casi exclusivamente los oficiales romanos entre ellos. Por esto, el latín se hablaba en los lugares del poder, como en Cesarea Marítima, sede del prefecto romano que gobernaba Judea, pero era desconocido en un pequeño pueblo galileo. No hay ninguna razón para que Jesús haya hablado, y mucho menos leído, el latín.
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En cuanto al griego, sin duda Palestina fue influida por la cultura y la lengua griega, por lo que el judaísmo palestino era un judaísmo helenístico. La lengua y la cultura griega se difundieron en ambientes cultos de Jerusalén y entre los hebreos que vivían en ciudades helenizadas de la costa mediterránea, como Gaza, Tolemaida y, sobre todo, Cesarea. En cambio, la lengua griega no parece que se haya difundido en Galilea. Esto no quita que, siendo el griego la lengua franca en tiempos de Jesús, «En su taller de carpintería, Jesús pudo tener ocasión de aprender el suficiente griego para apalabrar los encargos y escribir las facturas. Las peregrinaciones regulares de su familia a la santa – aunque helenizada – ciudad de Jerusalén pudieron ser ocasión de que el joven Jesús recibiera numerosas dosis de cultura griega y del griego hablado en los espacios públicos. Naturalmente, aunque recibidos de manera ocasional, esos conocimientos de griego podrían haber sido suficientes para manejarse en las necesidades profesionales corrientes como las antes señaladas. […] Pero, sin una educación formal en esa lengua, resulta muy inverosímil que conociera a fondo la lengua griega, ni siquiera que tuviera bastante dominio y fluidez para enseñar en griego con su asombroso arte de la palabra»[4]. Por esto, es bastante dudoso que algunas frases de Jesús hayan existido desde el inicio en griego y que no hayan tenido necesidad de ser traducidas cuando pasaron a los Evangelios escritos en griego.
En cuanto al hebreo – que era la lengua sagrada de los judíos – después del exilio babilónico y el regreso a Palestina, decayó como lengua hablada en su uso popular y fue suplantado por el arameo, que era la lengua franca del Oriente Próximo. De hecho, los libros sagrados escritos después del exilio, como los libros de Esdras y Daniel, contienen capítulos enteros escritos en arameo (en Daniel, cerca de seis capítulos sobre doce). En realidad, el hebreo clásico siempre se ha hablado en Palestina, y las obras teológicas, como muestran los rollos de Qumrán, estaban en su mayor parte escritas en hebreo; pero esto no quiere decir que el hebreo fuera la lengua de la gente común. Esto explica por qué, cuando en las sinagogas se leía la Biblia hebrea, se acudía a los targumîn, que eran traducciones en arameo de un texto hebreo que ya no era comprensible para el común de los hebreos. En cuanto a Jesús, la costumbre de frecuentar las sinagogas y de discutir con los escribas y fariseos sobre puntos de la Sagrada Escritura escritos en hebreo, sobre el sábado y las reglas de pureza, hacen verosímil la hipótesis de que Jesús estuviera en condiciones de leer y comentar el hebreo bíblico. Los judíos que lo escuchan en Jerusalén mientras enseña en el Templo se asombran de su conocimiento de las Sagradas Escrituras y se preguntan: «¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?» (Jn 7,15). El hecho, además, de que a Jesús se le haya dado en público el título de rabbi (maestro) muestra que se consideraba a Jesús una persona culta, capaz de enseñar y de discutir con los rabbi (escribas) y con los fariseos[5].
Y luego está la perícopa evangélica en la que se dice que Jesús «lee» un pasaje del profeta Isaías (Lc 4,16-19) que luego explica a los presentes; pero muchos exégetas consideran que esta perícopa es un aporte de Lucas y que no se trata de un hecho que haya realmente sucedido. En cualquier caso, si bien existen buenos motivos para afirmar que Jesús estaba en condiciones de leer y de comentar la Sagrada Escritura hebrea, no podemos decir que estuviese en condiciones de hablar hebreo de forma fluida y habitual.
Por último, el arameo – una lengua muy similar al hebreo – era una lengua común, cotidiana, hablada por el hebreo medio del siglo I d.C. También la lengua hablada corrientemente por Jesús era el arameo. Lo que se desprende, además, del hecho de que los dichos de Jesús conservados en griego a menudo toman una nueva fuerza poética e incluso una mayor claridad de sentido cuando se retraducen al arameo. Algunos dichos de Jesús contienen expresiones idiomáticas en arameo, ajenas al griego y al hebreo. También existe, entre los estudiosos, consenso de que buena parte de la tradición de los dichos de Jesús se apoya en un sustrato arameo.
Además, el hecho de que las poquísimas palabras de Jesús que nos han llegado de su lengua hablada sean arameas muestra que hablaba y enseñaba en esa lengua. Palabras como talitha kum (muchacha, levántate) que Jesús dirige a la niña muerta hija de Jairo (Mc 5,41); ephphatha (ábrate), dirigido a un sordo (Mc 7,34) y el ‘abbâ’ de la oración en de Jesús en el Huerto de los Olivos (Mc 14,16). En arameo exclama, también, con un grito Jesús en la cruz elôì, elôì, lamà, sabachthanì (Mc 15,34).
En conclusión: 1) no hay razones para creer que Jesús hablara latín, que era la lengua de los conquistadores; 2) es probable que conociera y utilizara algo de griego en el ámbito del trabajo y por el contacto con personas de Galilea que lo hablaban[6]; 3) Jesús sabía seguramente el hebreo y era capaz de leerlo y de interpretarlo, e incluso de sostener una discusión con escribas y fariseos sobre textos hebreos de la Sagrada Escritura; pero no frecuentó una escuela regular, como los escribas, y había aprendido a leer y entender el hebreo oyendo las lecturas de las reuniones del sábado en la sinagoga de Nazaret, a la que asistía «según su costumbre». Sin embargo, pareciera que no hablaba hebreo habitualmente; 4) es seguro que la lengua que hablaba corrientemente o en la que enseñó y predicó fue el arameo. Las únicas palabras que nos quedan de la lengua hablada habitualmente por Jesús son arameas.
¿Qué oficio ejerció Jesús?
Nazaret era un pueblo agrícola y la mayor parte de sus habitantes vivía del trabajo del campo, el que, gracias a la buena productividad de la tierra, permitía vivir bastante bien. Por supuesto, no todos eran campesinos, pero, en términos generales, incluso quienes desempeñaban otros trabajos cultivaban un pedazo de tierra para cubrir sus propias necesidades. José había enseñado a Jesús su propio oficio de tektôn, y por eso sus paisanos lo conocían como «el tektôn» (Mc 6,3) o «el hijo del tektôn» (Mt 13,55). Pero, ¿qué significa el término tektôn? Genéricamente significa «trabajador de la madera», es decir, carpintero, en oposición a «herrero» (chalkeus) y a «albañil» (lithologos). Este es el sentido de tektôn en el griego clásico, y en este sentido lo entienden tanto las versiones antiguas de los Evangelios (sirias, coptas, etc.) como los Padres griegos.
En la práctica, el trabajo cotidiano de Jesús era el de un carpintero: se dedicaba a construir y reparar puertas y ventanas, estructuras y techos para las casas, todo tipo de objetos de madera, como camas, mesas, taburetes, cajones, armarios y cestas. San Justino mártir, que era palestino, afirma que Jesús hacía «arados y yugos» para los bueyes (arotra kai zyga)[7]. El oficio de carpintero requería una notable habilidad técnica, entre otras cosas debido a la gran cantidad de herramientas y de técnicas que se necesitaba manejar[8]. Sobre todo, requería una notable fuerza muscular.
¿Qué se puede decir, entonces, de la posición económica y social de Jesús? Bajo el aspecto económico, su posición era modesta, pero no pobre. Pertenecía, claro, a la clase trabajadora, pero su trabajo le permitía vivir con su madre María de manera modesta pero segura. Es decir, no pertenecía a la clase «pobre» de su tiempo, compuesta por jornaleros, peones, artesanos ambulantes, agricultores obligados a menudo a vender su propio pedazo de tierra para pagar las deudas, o despojados por bandidos, u obligados a trabajar como esclavos en los latifundios.
Desde el punto de vista social, su condición de carpintero era una condición respetada. En el mundo hebreo de su tiempo la actividad artesanal era respetada, al punto que los grandes rabinos de Israel ejercían un oficio manual: Hilel era leñador, el Rabino Yehudah panadero y el Rabino Yohanan zapatero. Incluso Pablo de Tarso, contemporáneo de Jesús, era fabricante de carpas[9].
¿Trabajó Jesús fuera de Nazaret?
Algunos exégetas modernos plantean la hipótesis de que Jesús no habría trabajado siempre en Nazaret, sino que habría ejercido su actividad de carpintero en Séforis. Les parece, en efecto, imposible que Jesús no haya trabajado en esta ciudad, que distaba solo de 6 km de Nazaret. Esta ciudad había sido destruida el año 4 a. C. durante una revuelta contra Roma. Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, tras ser confirmado por Roma como tetrarca de Galilea, eligió Séforis como capital y empezó a reconstruirla en estilo helenístico, por tanto con un teatro. Los trabajos de reconstrucción, bastante intensos en la primera etapa, disminuyeron cuando el año 26 d. C. Herodes Antipas trasladó la capital a Tiberíades, a orillas del mar de Galilea (o lago Tiberíades). Sin embargo, los trabajos de reconstrucción en Séforis continuaron. Así, Jesús habría tenido la oportunidad como carpintero de bajar a Séforis y de tomar parte en los trabajos en madera, necesarios en particular para la construcción del teatro.
Este trabajo fuera de Nazaret habría puesto a Jesús en contacto con la cultura helenística y le habría dado la posibilidad de aprender el griego suficiente para relacionarse con personas de lengua griega. Ello habría contribuido a expandir su horizonte cultural, evitando que se encerrara en un provincialismo excesivo, propio de un carpintero que nunca hubiera salido de su pequeño pueblo. ¿Cómo, entonces, no pensar que su estadía en Séforis le hubiera permitido asistir a alguna representación teatral y, en particular, le hubiera permitido relacionarse con los filósofos cínicos?[10]
Estas hipótesis son interesantes, pero tiene un solo defecto que las vuelve improbables: no tienen sustento real en ninguno texto evangélico. Además, los Evangelios nunca muestran a Jesús predicando y realizando milagros en los centros helenísticos de Galilea, como Séforis, jamás mencionada en ninguno de los Evangelios, y como Tiberíades, que solo es mencionada de paso por Juan (6,23). En realidad, el ministerio de Jesús en Galilea se desarrolla exclusivamente en los pueblos judíos: Nazaret, Cafarnaúm, Caná, Naín, Betsaida, Corozaín. Por esto, todo lleva a afirmar que Jesús, durante los años de su juventud, habitó y trabajó en Nazaret. Lo que sí se puede decir es que – después del primer peregrinaje a Jerusalén con María y José cuando cumplió doce años, del que habla Lucas (2,41-50) – Jesús, como todo hebreo piadoso, continuó cada año a dirigirse como peregrino al Templo de Jerusalén.
¿Estaba casado Jesús?
Un característica de la persona de Jesús que lo volvía profundamente diferente de sus paisanos de Nazaret era el hecho de que no estuviera casado. El hecho es cierto. Es verdad que en el Nuevo Testamento no se afirma que Jesús no estaba casado; pero, por una parte nunca se dice, directa o indirectamente, que Jesús estuviera casado; por otra parte, se habla de los parientes de Jesús (su madre y sus «hermanos»), pero nunca se dice que tuviese una mujer o hijos. Se habla también de mujeres que lo seguían en sus viajes apostólicos y lo asistían a él y a sus discípulos «con sus bienes» (Lc 8,1-3); pero nunca hay el menor indicio de que entre Jesús y alguna de estas mujeres u otras existiera una relación que se pareciera al vínculo de naturaleza matrimonial. Sin embargo, en tiempos de Jesús, el judaísmo contemporáneo atribuía un importante valor al matrimonio y a la sexualidad, que consideraba bendiciones de Dios a la humanidad y, al mismo tiempo, el medio para aumentar el número de adoradores del verdadero Dios, el Dios de Israel, al punto de que el matrimonio era visto como una obligación de tipo religioso. Esto hacía que el matrimonio en Israel fuera la regla que comúnmente se seguía. Por lo tanto, no habría habido escándalo ni extrañeza en su entorno si Jesús hubiera estado casado; habría sido normal. Sin embargo, cuando Jesús se presenta en Nazaret, después de haber dejado su pueblo para predicar afuera, sus vecinos le recuerdan a su padre José, a su madre María, a sus cuatro hermanos y a sus dos hermanas, pero ninguno le recuerda a su mujer ni a sus hijos: señal evidente de que no los tenía.
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¿Cómo explicamos el hecho de que Jesús ciertamente no estaba casado, sin tener ninguna prueba o evidencia que avale lo contrario, lo que nos obliga a decir que tal afirmación «es más probable», pero no históricamente segura?[11] Notemos, en primer lugar, que si en su tiempo el matrimonio era la norma, el celibato era practicado por personas y grupos de considerable importancia, como los esenios de Qumrán (si no todos, con seguridad algunos) y los terapeutas de los que habla Filón en su De vita contemplativa. Pero lo más importante es que en el Antiguo Testamento hay una gran figura – Jeremías – en la que pudo haberse inspirado Jesús. Para Jeremías el celibato había sido un símbolo profético del trágico destino del pueblo de Israel. Jesús pudo haber entrevisto en Jeremías su propio destino y haber querido imitarlo. No se debe pensar, en efecto, que la decisión de dejar su pueblo, su familia y su oficio para salir a anunciar el Reino de Dios haya sido improvisada en lugar de madurada en silencio, en la oración y la lectura de las Sagradas Escrituras. En particular, en la reflexión sobre las grandes figuras del Antiguo Testamento: Abraham, Moisés, David y Salomón, y los profetas Isaías y Jeremías, Elías y Eliseo, todas figuras recurrentes en su predicación.
La razón que impulsó a Jesús a elegir el celibato no fue ni un ideal de pureza ritual, que nunca tuvo; ni una forma de aversión al matrimonio, que en su vida pública quiso llevar al designio creador de Dios prohibiendo el divorcio; ni una forma de misoginia, ya que entre sus discípulos aceptó a las mujeres; ni una forma de aversión a los niños, a los que en su vida pública trató con mucho afecto y propuso como ideal a sus discípulos. La única razón que lo impulsó al celibato fue señalada por él mismo, cuando dijo que «hay algunos que no se casan porque nacieron incapacitados desde el vientre de su madre [es decir, personas que no se casan porque no pueden casarse]; hay otros que fueron incapacitados por los hombres [y, por tanto, no se casan porque no son aptos para el matrimonio]; pero hay algunos que han elegido no casarse por causa del Reino de los Cielos [personas que podrían casarse, pero que voluntariamente no lo hacen para poder dedicarse con mayor libertad y mayor compromiso al reino de Dios]. ¡Quién pueda aceptar esto, que lo acepte!» (Mt 19,12). Se trata – dice Jesús – de algo que no todo el mundo puede entender, que no se le da a todo el mundo para que lo entienda, sino sólo a «aquellos a quienes les ha sido concedido [por Dios]». Así, la elección de Jesús del celibato tenía una motivación religiosa: fue hecha por él «para el reino de los cielos», para el anuncio y la realización del Reino de Dios.
Jesús, un hebreo «laico»
Un rasgo de Jesús al que generalmente se presta poca atención es que era un judío «laico». En el mundo judío, el sacerdocio era hereditario. Por tanto, sólo podían ser sacerdotes los miembros de uno u otro grupo de la «tradición sacerdotal». El grupo más numeroso y fuerte de la tradición sacerdotal eran los sacerdotes, que se ocupaban del Templo y regulaban su culto. Guardaban celosamente sus árboles genealógicos. Algunas de las familias más destacadas, pertenecientes al grupo de los «sadocitas» (descendientes de Sadoc, sumo sacerdote en la época de David), ocupaban los puestos más influyentes y lucrativos en el orden hereditario de sucesión y, por tanto, en el culto que se desarrollaba en el Templo. Después de los grupos sacerdotales venía el grupo de los levitas: también para ellos la pertenencia a una línea genética precisa era vinculante. Los escribas (sôferim) formaban parte de este grupo, que se dedicaba al servicio del Templo.
Jesús nunca fue parte ni del sacerdocio «aaronita», ni del sacerdocio «sadocita», ni de los levitas. Un sacerdote, cuando no estaba al servicio del Templo de Jerusalén (lo que ocurría solo durante un período de dos semanas cada año), podía establecerse la mayor parte del año en Galilea – y en Nazaret – para ocuparse de los servicios de la Sinagoga y de la enseñanza de la Torâ a los niños. Así, Jesús pudo conocer a los sacerdotes y levitas tanto en Nazaret como en su peregrinaje anual a Jerusalén, pero no debió de quedar bien impresionado por su modo de vida, si se reflexiona sobre la forma en que en la parábola del Buen Samaritano presenta tanto al sacerdote como al levita, que ante el hombre dejado medio muerto por los ladrones no se detienen a socorrerlo, sino que «pasan de largo» (Lc 10,31).
En todo caso, Jesús no habría podido ser sacerdote, porque no era de descendencia sacerdotal o levítica. En la Carta a los Hebreos, que también habla del sacerdocio de Jesús, no según el orden levita sino «a la manera de Melquisedec» (Heb 7,12), se afirma que si este estuviera en la tierra no habría podido ser sacerdote, porque «formaba parte de una tribu de la cual ningún miembro ha estado al servicio del altar» (Heb 7,14). Así, Jesús llegó a ser sacerdote solo con su muerte sacrificial en la Cruz y la entrada en el santuario de Dios con su sangre; pero durante su vida terrenal fue un hebreo «laico».
En conclusión, esto es lo poco – en realidad, lo muy poco – que se puede decir, con buena probabilidad, sobre los años que pasó Jesús en Nazaret antes de comenzar una vida completamente nueva, dejando su propio pueblo, su propia familia y su propio oficio, para ir a Judea, a la orilla del Jordán donde Juan bautizaba, y recibir el bautismo de él. El resto permanece, para nosotros, envuelto en el misterio, que es el mismo ambiente en el que Jesús vivió su juventud en Nazaret.
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¿Quiénes son estos «hermanos» de Jesús? ¿Son hermanos carnales de Jesús, o bien son primos o parientes que formaban parte de su familia «alargada», como era habitual en la época de Jesús, cuando hijos, primos y parientes cercanos eran parte de una extensa y gran familia y se llamaban entre sí «hermanos? Se trata de un tema bastante discutido por los exégetas y teólogos, y bastante delicado desde la perspectiva doctrinal, pues cuestiona la verdad cristiana de la concepción virginal de María antes y después del parto (ante et post partum). Para abordar el tema desde la perspectiva exegética, se puede leer J. P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, Tomo I: Las raíces del problema y la persona. Editorial Verbo Divino, Pamplona, 1998, 222-244. En base al método histórico-crítico, por tanto prescindiendo – sin negarla – de la fe y la enseñanza de la Iglesia, expresa la «opinión de que los hermanos y hermanas de Jesús eran verdaderos hermanos». Pero habla intencionalmente de «opinión», no de certeza. El dato de fe encuentra su confirmación en lo que escribe J. Blinzler, I fratelli e le sorelle di Gesù, Brescia, Paideia, 1974, quien, tras un análisis muy acucioso de las posibles soluciones, concluye: «Los llamados hermanos y hermanas de Jesús eran sus primos y primas. En el caso de Simón y Judas, su parentesco con Jesús provenía de su padre Cleofás, que era hermano de San José, y como él, descendiente de David; el nombre de su madre no se conoce. La madre de los hermanos del Señor, Santiago y José, era una María, diferente de la madre del Señor, pero no se puede determinar cuál era la relación. Hay algunos indicios de que el padre de Santiago (y de José) era de origen sacerdotal o levítico, y que era hermano de María. Como se deduce del silencio de los Evangelios sobre José después de Lc 2, el padre putativo de Jesús murió pronto. Después de su muerte, la Santa Virgen con su hijo habría de unirse a la familia de su pariente más cercano. Los hijos de esta familia (¿de estas familias?), que crecieron junto a Jesús, fueron llamados por el pueblo sus hermanos y hermanas, porque no había otro término conciso para ellas en arameo. La Iglesia primitiva adoptó el término, y lo conservó también en griego, para honrar de este modo a los parientes del Señor, que entretanto se habían convertido en miembros eminentes de la Iglesia; y porque era un excelente medio para distinguirlos claramente y cómodamente de los muchos otros homónimos que existían en la Iglesia primitiva». ↑
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Cfr la Constitución Cum quorundam hominum (7 de agosto de 1555), contra una secta anti-trinitaria, en la que se condena a quienes afirman que la «beatísima Virgen María no es la verdadera madre de Dios y no fue siempre integralmente virgen, es decir, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto (nec perstitisse semper in virginitatis integritate, ante partum scilicet, in partu et perpetuo post partum)» (Denz.-Schönm. 1880). ↑
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También Mateo (13,54) habla de una sinagoga: «Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar en una sinagoga». ↑
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J. P. Meier, Un judío marginal, cit., 274 ss. ↑
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Para convertirse en «rabí», se debía realizar un curso regular de estudios bajo la guía de un rabí famoso y, solo en edad madura, se recibía la «ordenación». Jesús no asistió a la escuela de ningún maestro; sin embargo, su conocimiento de las Sagradas Escrituras en lengua hebrea hacía de él un «rabí». ↑
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Durante el proceso de Jesús, Pilatos «entra en el palacio, hace llamar a Jesús e inicia el interrogatorio, al parecer, sin presencia del público» (R. Schnackenburg, Il vangelo di Giovanni, vol. III, Brescia, Paideia, 1981, 393). Nos preguntamos: de no haber habido un intérprete, ¿qué lengua hablaban Jesús y Pilato? ¿Tal vez el griego? ↑
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Diálogo con Trifón, 88. Justino escribió esta obra alrededor de 155-160 d. C. ↑
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P. H. Furfey observa que las herramientas usadas por un carpintero del antiguo mundo mediterráneo y que se difundieron rápidamente en el antiguo Oriente Próximo eran el martillo, el cincel, la sierra, el hacha, el taladro, el cepillo, la escofina, el torno, la escuadra, la regla, la plomada, el nivelador y los compases (cfr «Christ as Tektón», en Catholic Biblical Quarterly 17 [1955] 204-215, especialmente 204). ↑
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Cfr R. Aron, Los años oscuros de Jesús, Bilbao, Ega, 1991, 54. ↑
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Cfr M. Hengel, The «Hellenization» of Judaea in the First Century after Christ, London – Philadelphia, Trinity Press International, 1989, 44, se pregunta: ¿por qué el artesano Jesús, que creció en los alrededores de Séforis, no debió tener contacto con los predicadores cínicos itinerantes, especialmente si él mismo hablaba griego? ↑
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Cfr J. P. Meier, Un judío marginal, cit., 353-354. ↑