Sudáfrica en llamas. Entre saqueos, arrestos, disturbios, enfrentamientos entre manifestantes y agentes del orden, la violencia de las semanas pasadas ha causado ya más de 200 muertes. El arresto del ex presidente Jacob Zuma, el 7 de julio recién pasado, por desacato a la Corte en el contexto de un proceso de corrupción, habría gatillado el estallido. Todo esto mientras Sudáfrica es objeto de especial atención por los contagios de Covid-19. El presidente Ramaphosa habla de la crisis interna como de la peor ocurrida desde los años Noventa, apuntando con el dedo a quienes «están detrás de la violencia». El Ministro de Defensa, Nosiviwe Mapisa-Nqakula, declaró su intención de desplegar 25 mil soldados en las provincias de KwaZulu-Natal y Gauteng, epicentros de la violencia.
El papa Francisco – devuelta a la ventana de su estudio en la Plaza San Pedro tras la recuperación en el hospital – se refirió a la gravísima situación al final de la oración del Angelus el domingo 18 de julio: «En esta última semana han llegado, desgraciadamente, noticias de episodios de violencia que han agravado la situación de muchos de nuestros hermanos de Sudáfrica, ya afectados por dificultades económicas y sanitarias a causa de la pandemia». Y junto a los obispos locales invitó a la autoridad a restablecer la paz: «¡Que no se olvide el deseo que ha guiado al pueblo de Sudáfrica para renacer en la concordia entre todos sus hijos!».
El Pontífice hacía referencia al deseo encarnado en el liderazgo de Nelson Mandela, fallecido en 2013, y al proceso de reconstrucción del país animado por él tras la experiencia del apartheid. De hecho, precisamente el 18 de julio se celebra el Mandela Day, convocado por las Naciones Unidas en 2010: «Nadie – dijo Madiba, como solía apodarse al líder sudafricano – nace esclavo, ni señor, ni para vivir en la miseria; sino que todos hemos nacido para ser hermanos». Una llamada en gran sintonía con el espíritu de la encíclica Fratelli tutti.