El sentido y el futuro de la Unión Europea están simbólicamente en juego en el frío límite que divide Polonia y Bielorrusia, la Europa de la ex Unión Soviética. El dilema también se juega en la piel de miles de inocentes.
Continúa, desde hace semanas, la odisea de los refugiados, provenientes en su mayoría de Irak, bloqueados en la frontera que separa las dos naciones. Según las estimaciones de la Comisión Europea, actualmente se encuentran en Bielorrusia cerca de 17.000 migrantes que piden asilo, de los cuales unos 2.000 están en la frontera con Polonia y otros 15.000 en el resto del país.
Es la enésima crisis humanitaria de nuestra época, mezclada con una delicada y compleja crisis diplomática. En efecto, se acusa a Bielorrusia de impulsar a los prófugos hacia el confín para presionar a la Unión Europea, por las sanciones que esta le impuso debido a la estratégica gestión de aquella del gas ruso. Polonia, ya en tensión con la Unión sobre la cuestión de la Convención Europea, no permite el ingreso ni el derecho de asilo a nadie, pero pide ayuda al resto de Europa.
La tensión en la frontera, entre rechazos y enfrentamientos, y la violencia que también se desata entre los inmigrantes a causa del hambre, del frío y de la desesperación; la muerte por congelamiento de algunas personas, incluido un niño de un año, nada parece suficientemente trágico como para derretir el hielo en el corazón de las «razones de Estado». Las frecuentemente evocadas «raíces cristianas de Europa» se han puesto fuertemente a prueba a lo largo de la frontera: entre la dureza de quien cierra la puerta, la maldad de quien especula con la desesperación, y la misericordia y la fuerza de quien ayuda a todos, incluso contra el consejo de la autoridad.
El sábado 20 de noviembre, por ejemplo, en el centro de Varsovia, miles de personas marcharon para manifestar solidaridad con los migrantes que buscan entrar en Europa desde Bielorrusia, usando como lema las palabras del Evangelio: «¡Den de comer a los hambrientos, vistan a los que están desnudos!». La manifestación fue organizada por las ONG que intentan socorrer a los prófugos, entre las que se encuentra el Centro Social de los Jesuitas, afiliado al Jesuit Refugee Service.
¿Hay alguna esperanza de que se permita el ingreso a la Unión Europea a estas personas extenuadas y en peligro? Vatican news se lo preguntó al padre Wojciech Zmudzinski, portavoz y asistente del provincial de la Compañía de Jesús en Polonia: «No veo una esperanza de ese tipo desde Polonia. Es más probable que algún gobierno de Europa Occidental ofrezca tarde o temprano hospitalidad a los refugiados. ¿Qué clase de solidaridad es esta? Un juez de la Corte constitucional polaca incluso dijo que quienes ayudan a los inmigrantes y les dan de comer son traidores de la patria y deben abandonar Polonia. Hay mucho miedo entre los voluntarios».
Mientras tanto, durante un debate realizado el martes 23 de noviembre en el Parlamento Europeo, el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, explicaba que no existía ningún plan para acoger y examinar las solicitudes de protección de los migrantes, contraviniendo lo que estipulan las normas europeas. «Pienso que se trata del fracaso de la política europea – dijo el cardenal Jean-Claude Hollerich, presidente de la COMECE (Comisión de los Episcopados de la Unión Europea), a Vatican News – de pagar a los demás Estados, como Turquía y Libia, para que los prófugos no puedan llegar a Europa. Por eso vemos que los Estados limítrofes de la Unión Europea pueden presionarla».