PSICOLOGÍA

Cibersexo

Una dependencia insidiosa

© iStock

Las características peculiares del cibersexo

Internet, junto con el ofrecimiento de enormes posibilidades a varios niveles —información, datos, velocidad de contacto y optimización del tiempo, incremento de relaciones—, plantea al mismo tiempo problemas antiguos del mundo offline (soledad, pornografía, violencia, robos, virus), pero a una escala cualitativamente diferente. Como todo nuevo descubrimiento o invento, tampoco la tecnología digital puede resolver un problema sin crear otros.

¿Qué es la dependencia?[1] Ella nos habla de la esencial necesidad del «otro» que tiene todo ser humano para vivir, reconociendo que no es autosuficiente. Una dependencia puede ser sana si ayuda al desarrollo personal: pensemos en la comida, en el agua y en el sueño, que mantienen a la persona con salud; pensemos también en la cultura, en el ocio, en las relaciones que enriquecen la vida haciéndola más bella y más interesante para uno mismo y para los demás. Por el contrario, la dependencia se vuelve malsana, enferma y también patológica si impide el desarrollo de la persona, empobrece su existencia, hasta incluso destruirla. Si una dependencia sana se abre a la relación, a salir de sí, la dependencia enferma, por el contrario, lleva a replegarse sobre uno mismo y hacer del propio yo el centro de todo.

Una modalidad particularmente destructiva es la dependencia de la pornografía virtual mediante el acceso a sitios de Internet. La dependencia sexual, en particular, expresa las contradicciones de una sociedad y de un estilo de vida que busca ir detrás de toda posible emoción. Por eso aparecen en ella problemas y dificultades muy semejantes a los que se presentan en el mundo real. No obstante, la Red presenta también diferencias específicas y, por tanto, motivos nuevos de preocupación respecto de la pornografía impresa y en discos de vídeo.

Ante todo, el tiempo dedicado a la navegación (y la influencia que todo eso tiene sobre la imaginación y la mente) tiende a ampliarse. La oferta siempre nueva y fácilmente disponible conduce a un sensible aumento de esta dimensión en la vida del pornodependiente. Al Cooper, uno de los pioneros en este campo, señalaba cómo la casi totalidad de la muestra de su investigación pasaba en actividades ligadas al cibersexo por lo menos diez horas a la semana[2]. Así, el tiempo libre —y no solo el libre— termina siendo progresivamente erosionado por la pantalla de la computadora, haciendo que el horario del sueño se retrase cada vez más.

Relevante es, además, el modo de difusión: a diferencia del medio impreso, el electrónico llega a una franja de público cada vez mayor. Esto puede volverse peligroso para quienes, encontrándose en medio de su desarrollo, comienzan a enfrentarse a la delicada y compleja dimensión de la sexualidad (junto con las subyacentes e igualmente críticos problemas ligados a la soledad, al sentimiento de inferioridad y de frustración, para las cuales la pornografía parece ofrecer un poderoso modo de compensación).

Otro punto relevante es el anonimato, que puede encubrir dificultades relacionales o la falta de aceptación de uno mismo: un simple clic permite entrar a cualquier parte con facilidad y, sobre todo, decidir qué identidad asumir gracias a las innumerables posibilidades ofrecidas por la comunidad virtual. Se tiene así la sensación concreta de ser omnipotente.

Anonimato significa también acceder al material pornográfico evitando la desagradable situación de tener que pedírselo al quiosquero, como sucedía antes: ahora es posible encontrar gratuitamente desde la propia habitación material a voluntad, aunque muchos navegantes tienden después a ser absorbidos por sitios de pago, con la consecuente ruina económica.

Como en toda dependencia, está también la incapacidad de detenerse, de desacoplarse, de decir «no» al pensamiento de seguir navegando. Los estudiosos hablan de la dependencia sexual asociándola al craving (deseo irrefrenable), propio también de la dependencia de sustancias. Aquí no se dan trastornos físicos por las crisis de abstinencia (que es sobre todo de tipo psicológico), sino más bien un fuerte malestar general y una creciente irritabilidad.

En las dependencias, en general, y en la sexual, en particular, se muestra una personalidad que se ha quedado en el estadio infantil, pasivo, incapaz de ir a contracorriente frente a los impulsos del placer y de la vergüenza, razón por la cual el propio mundo gira en torno a una necesidad considerada como imperiosa e irrefrenable[3].

El agravante de la edad

Este problema afecta a todas las edades, pero es particularmente grave y deletéreo en los más pequeños. Actualmente, la mayor parte de los usuarios que frecuentan sitios pornográficos en Internet son adolescentes. Según los datos de la Internet Filter Review, en Estados Unidos la edad promedio de los menores que entran en contacto con la pornografía en línea es de 11 años. Los que más acceden al cibersexo tienen entre 12 y 17 años.

En Italia, el 61 % de los que visitan tales sitios pertenece a la franja etaria de entre 18 y 34 años, aunque, según los datos de Covenanteyes (un sitio que se ocupa de la prevención y la ayuda a salir de la pornodependencia), el 80 % de ellos entra en contacto con la pornografía antes de alcanzar la mayoría de edad[4]. También en Italia un niño comienza a mirar pornografía con una edad promedio de 11 años, cuando sus padres le regalan el teléfono móvil sin pensar en sus ilimitadas posibilidades de acceso, que, unidas a la curiosidad y a la inexperiencia, llevarán muchas veces a consecuencias terribles, advertidas en la mayoría de los casos demasiado tarde.

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Una investigación realizada en Bolonia mostró que el 95,5 % de los adolescentes de entre 12 y 15 años frecuenta sitios pornográficos, y que estos sitios constituyen concretamente su modalidad ordinaria de aprendizaje de la sexualidad. A ello debe agregarse el hecho de que Internet permite practicar lo visto, cosa que no se había verificado nunca en las generaciones precedentes.

La interactividad es la verdadera gran novedad de Internet, que permite intervenir en lo mismo que se ve. A diferencia de una relación física, la interacción virtual favorece el relajamiento de los frenos inhibitorios y, por tanto, la facilidad para adquirir costumbres viciosas sin advertir su gravedad: «Las personas se sienten más libres para leer historias eróticas en pantalla o para mirar imágenes de trasfondo explícitamente sexual en su computadora, pero probablemente no habrían entrado nunca en un cine para adultos ni habrían asistido a un espectáculo erótico»[5].

El carácter de invisibilidad y anonimato puede reforzar la sensación de que, en el fondo, se trata solo de un simple juego del que se puede salir cuando y como se quiera, siguiendo así la tendencia a dejarse llevar, mostrando el aspecto más vulgar o íntimo de sí mismo como, por ejemplo, subiendo a la red imágenes desinhibidas para atraer la atención y suscitar comentarios.

Una de las modas más extendidas entre los adolescentes en Estados Unidos (aunque no solo allí) es el «sexteo» (del inglés sexting, compuesto de sex y texting [texto a enviar]), que consiste en enviar por correo electrónico o por el teléfono móvil fotos personales de carácter pornográfico a amigos o incluso a desconocidos. Los protagonistas de este intercambio ignoran por completo, en su mayoría, no solo que pueden ser víctimas de predadores y pedófilos, sino también que esas imágenes pueden reaparecer años más tarde sin que se pueda retomar el control de ese flujo informático.

Una enfermedad de la mente

El cibersexo es un virus que infecta la facultad más elevada del hombre: la inteligencia.

Ante todo, a nivel de imaginación. Los sitios frecuentados terminan por dominar la vida, el estudio, los compromisos de trabajo, las relaciones, el ocio, los intereses, favoreciendo la tendencia a ver a las personas como cuerpos pornográficos. La persona pornodependiente encuentra cada vez más dificultades para vivir en la dimensión real, para concentrarse en su trabajo, para establecer relaciones de amistad y de afecto, y termina por crearse un mundo paralelo, alternativo al mundo en que vive, y refugiarse cada vez más en él, no soportando el peso y las frustraciones de la vida ordinaria. Esto mismo es lo que puede notarse en el siguiente testimonio: «Vivía una jornada normal y, después, de pronto, sentía estas ansias de mirar pornografía. Una vez que el deseo me asaltaba, era como si todo a mi alrededor perdiese importancia. Lo único en lo que pensaba era en llegar a una computadora. Era como si estuviese siendo atraído por alguna fuerza poderosa. Cancelaba reuniones, inventaba excusas, hacía cualquier cosa por llegar a una computadora. Una vez allí, dejaba fuera todo lo demás. Pasaba horas en Internet mirando pornografía. Era como si estuviese en una gruta y el resto del mundo no existiese. Terminaba siempre con una masturbación, y después era como si saliese de la caverna para comenzar de nuevo a ver el mundo. Recuerdo la sensación de mirar el reloj y quedar consternado al ver cuánto tiempo había estado fuera de la realidad. Era casi como si no supiera dónde había estado, como despertarme de un sueño o algo parecido»[6].

De ahí la inevitable correlación que hay entre el incremento de la pornografía y el desinterés respecto de los demás aspectos de la vida. Las imágenes pornográficas que se han mirado, aparte de obsesionar la mente, la empobrecen hasta atrofiarla. Tales imágenes presentan el grado más bajo de memorización, y el cibersexo, a su vez, registra un ulterior decrecimiento cognitivo respecto de la pornografía impresa. Y no es casual.

En efecto, la excitación provocada por la pornografía en Internet tiene un enorme impacto atrofiante en procesos cognitivos como la memoria, la reflexión, la capacidad de atención y elaboración crítica, y, por tanto, en la libertad y en la capacidad de tomar distancia de la vivencia emotiva. Como en el país de Jauja de Pinocho, el cibersexo es una dulce trampa de la cual se hace cada vez más difícil salir.

En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Duisburgo-Essen sobre una muestra de 28 individuos varones, se sometieron a observación cuatro tipos diferentes de imágenes y se pidió, en un segundo momento, que se las evocara: las imágenes pornográficas presentaban las mayores dificultades de memorización porque la atención se fija en lo que el psiquiatra Otto Kernberg llama los «objetos parciales» de los cuerpos[7], descuidando cualquier otro aspecto. Este déficit cognitivo es todavía más evidente para la pornografía en línea. Las personas se concentran de manera exclusiva en la imagen, pero, extrañamente, no logran recordarla con claridad: aun invirtiendo en ella cada vez más tiempo, atención e interés, todo va a expensas de la reelaboración, del control, de la posibilidad de detenerse en la práctica de la facultad reflexiva, que es propia de la mente.

La incapacidad de recordar rostros y detalles significativos muestra cómo la frecuentación de sitios pornográficos está ligada a una despersonalización del otro virtual: cuanto más anónimo resulta el otro, más se ve estimulada la imaginación y más aumenta la excitación[8].

El acceso cada vez más frecuente a estos sitios erosiona también el deseo y la energía sexual, con graves consecuencias para el otro en la pareja, que a menudo se lamenta de notar en su compañero o compañera frialdad e indiferencia, superficialidad y dificultad para implicarse, no solo en la relación sexual, sino también en la vida en general.

Una investigación realizada en el ámbito terapéutico y ligada a los llamados «grupos de autoayuda» resume en los siguientes términos la tipología de esta nueva forma de esclavitud: «A partir de una larga experiencia y de 150.000 cartas recibidas de grupos estadounidenses semejantes al nuestro, […] la consecuencia más inmediata y evidente de la pornodependencia es la drástica caída de la tensión sexual, tanto para los hombres como para las mujeres, y, para los hombres, la aparición de una impotencia parcial o total. La pornodependencia modifica de manera negativa todos los aspectos de la vida de un individuo: relaciones de trabajo, capacidad de aplicación y atención al propio trabajo, aplicación al estudio, relaciones de amistad y de amor, progresiva desconfianza en sí mismos. Por lo que respecta a la influencia en la dinámica sexual, las consecuencias más significativas son: caída del deseo sexual hacia la propia pareja; semiimpotencia o impotencia total en la realización del acto con una persona real; […] condicionamiento que lleva a mirar a las potenciales parejas sola y exclusivamente como objetos pornográficos»[9].

Además, las imágenes pornográficas en línea tienden a asociar imaginación, erotismo e ira, los ingredientes fundamentales de la perversión, hasta el deseo de destruir al otro: «Mirar pornografía asocia emociones y sentimientos que no deberían estar juntos, sentimientos que no tienen sentido y que no son compatibles: la excitación sexual mezclada con el choque, con el miedo y la ira; el orgasmo asociado con la culpa, con la vergüenza, con la frustración y con el sentimiento de impotencia […]. La glándula suprarrenal secreta cortisol, la hormona del estrés, que a su vez activa múltiples procesos del sistema corporal para combatir el estrés […]. Los expertos han denominado este círculo vicioso una “sobrecarga total” del sistema. El organismo humano no está hecho para sostener este nivel extremo de estimulación conflictual. No tenemos ningún mecanismo natural para enfrentarlo. Este es el motivo por el cual muchos neuropsicólogos y terapeutas dan a la pornografía el nombre de “cocaína visual”»[10].

Así, el cibersexo revela ser estructuralmente inhumano: lleva a adoptar comportamientos que tienden a considerar al otro como objeto de placer.

Violencia y pornografía

De ahí la fuerte ligazón existente entre pornografía y violencia, un síntoma elocuente de la sensación de indignidad e ira interior. Además, la disminución de la energía sexual, consecuencia del cibersexo, lleva al pornodependiente a tener que aumentar las dosis para reafirmar su propio poder y llegar a la excitación humillando al otro, sobre todo con violencia y abuso. La perversión sexual es una estricta hibridación de poder y violencia infligida al otro[11].

Es la consecuencia más inquietante de la pornodependencia, demostrada por el aumento de comportamientos violentos hacia las mujeres, llegando hasta el maltrato y el homicidio. Los casos cada vez más numerosos de la crónica negra al respecto muestran en qué medida el vínculo entre pornografía y violencia puede degenerar fácilmente con resultados trágicos[12].

Por lo demás, todo esto era algo bien conocido para la investigación psicológica desde sus comienzos: «Desde el año 1870 es un dato consolidado que las representaciones de carácter pornográfico inducen a quienes hacen uso de ellas a cometer actos de violencia»[13]. En efecto, se trata de dos modalidades de comportamiento desviado que presentan fuertes semejanzas entre sí, como la despersonalización, la desvalorización y la relación vivida según una modalidad predominantemente destructiva.

Aunque no es posible establecer una relación precisa de causa-efecto, muchos estudios concuerdan en el nexo existente entre la visión de programas violentos o pornográficos y comportamientos violentos, también desde el punto de vista sexual. En este sentido, resulta ilustrativo el debate suscitado dentro de un país «tolerante» como Dinamarca. En los años sesenta el Gobierno danés decidió eliminar todo tipo de normas y restricciones acerca de la difusión de material pornográfico. A diferencia de lo sucedido en el mismo período en Estados Unidos, la liberalización en Dinamarca no condujo al temido efecto de un aumento de agresiones y violencia sexual. Pero las cosas cambiaron drásticamente durante la década subsiguiente, sobre todo desde el momento en que el material pornográfico tendía a presentar dosis cada vez más altas de violencia. Los efectos de esta difusión a largo plazo fueron impresionantes: en un lapso de seis años (1968-1974) se registró un incremento del cien por cien en los comportamientos violentos de trasfondo sexual.

Investigaciones llevadas a cabo posteriormente, en particular por Edward Donnerstein, de la Universidad de Wisconsin, confirmaron que el discriminante fundamental que se encuentra en el origen de semejante aumento está dado justamente por la mezcla explosiva de pornografía y violencia sexual, con consecuencias notables en el plano de los comportamientos agresivos.

En un experimento se presentaron diversos grupos de películas de diversos géneros (neutro, erótico, erótico-violento). Después se pidió a los participantes que asumieran papeles de responsabilidad y que castigaran con una descarga eléctrica a quienes hubiesen fallado en el cumplimiento de una determinada tarea. Los resultados mostraron una semejanza entre lo visto en la película y la tendencia a la agresividad: «Los hombres que habían visto la película de contenido neutro eran menos punitivos y daban descargas de menor intensidad tanto a los “sujetos” varones como a las mujeres. El vídeo erótico pero no violento inducía a los hombres a ser ligeramente más agresivos hacia los “alumnos” varones, pero no hacia las mujeres. Pero, después de la observación de una escena de violación, la situación fue completamente distinta: los hombres que habían visto ese vídeo suministraban altos niveles de corriente, pero solo a sus víctimas de sexo femenino, y no a los hombres […]. La exposición a material sexualmente explícito y violento influye en los hombres en el sentido de hacerlos más agresivos hacia las mujeres»[14].

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No obstante, aunque no pueda cuantificarse de manera exacta, puesto que las variables en juego (culturales, ambientales, caracteriales, afectivas) son demasiadas y demasiado complejas, el vínculo entre pornografía y violencia pone de manifiesto una evolución semejante al de las dependencias en general: al principio parece benévola y atractiva, pero con el tiempo exige dosis cada vez más fuertes y perversas.

Jim Gamble, fundador y exresponsable del Child Exploitation and Online Protection Centre (CEOP, hoy Child Exploitation and Online Protection Command), declaró: «Uno de los problemas con Internet es que las personas que sienten deseos sexuales desviados hacia niños son reservados por naturaleza e Internet les proporciona una buena manera de satisfacer ese deseo mirando imágenes. Pero en la teoría del abuso existe esta espiral: empiezan a querer más, quieren tener acceso no a imágenes fijas sino a imágenes de vídeo, y luego quieren obtener una experiencia más real»[15].

El vínculo entre pornografía y pedofilia

La pornografía tiene un preocupante vínculo también con los comportamientos pedófilos. Los estudios realizados muestran la elevada relevancia que tiene la frecuentación de estos sitios en relación con las fantasías hechas realidad en el curso de las violaciones: en una muestra de 561 pedófilos resulta innegable la conexión en términos estadísticos (35 %) entre el uso de material pornográfico (mayormente de tipo adulto) y el comportamiento abusador[16].

Es extraño que una temática tan delicada y cargada de graves consecuencias solo haya recibido en fecha reciente una atención adecuada por parte de las autoridades públicas y de la legislación, a pesar de las numerosas investigaciones que muestran la estrecha ligazón existente entre pornografía y violencia sexual, en particular respecto del abuso de menores: «Un estudio de todos los casos de abusos a menores denunciados a la policía de Los Ángeles a lo largo de un período de diez años ha demostrado que en el 60 % de los casos se utilizó pornografía (ya sea con adultos o con menores) para reducir las inhibiciones del menor abusado o para excitar al pedófilo. Una vez reducidas las defensas […], estos niños sufren terriblemente por sentimiento de culpa, vergüenza e ira, en especial cuando crecen y se dan más plenamente cuenta de la enormidad del abuso sufrido. Estas emociones se ven ulteriormente agravadas cuando los adolescentes comprenden que una grabación permanente de su pesadilla está en circulación, a los ojos de todos, tal vez también de futuros amigos o, en años venideros, hasta de sus hijos»[17].

El binomio pornografía-pedofilia se hace evidente en la comisión de hechos de carácter delictivo, como señala Elena Martellozzo, docente de criminología en la Universidad de Westminster y especializada en delitos sexuales ligados a Internet: «He pasado diez años observando el abuso infantil en línea y la relación existente entre la visión de imágenes indecentes y los abusadores activos. Es muy difícil poder decir que ver imágenes indecentes puede conducir al abuso sexual. Pero lo que sí podemos decir es que, en la gran mayoría de los casos, cuando alguien ha agredido indecentemente a un niño, también se le encuentran imágenes indecentes en su computadora»[18].

A pesar de ello, el incremento de la difusión de sitios pornográficos es impresionante. Los datos que siguen pueden dar una idea al respecto: en 2018 un solo sitio pornográfico registró casi 34.000 millones de visitantes (92 millones diarios), con un aumento de 14 millones respecto de 2017. Parece que el número de estos sitios se sitúa en torno a los 150 millones, de los cuales al menos 5 millones están especializados en pornografía infantil. Es difícil tener datos precisos tanto por la característica oscura y líquida de la «Internet profunda» como por su rápido, vasto y ramificado incremento (cada día aparece una media de 300 nuevos sitios), pero parece que la pornografía ocupa el 30 % del tráfico de la Red, y cada minuto registra 63.000 visitantes, con una ganancia de por lo menos 5.000 dólares por segundo. Solo en 2006 el mercado de la pornografía en línea obtuvo una ganancia de 13.300 millones de dólares en Estados Unidos (y de 100.000 millones en el resto del mundo). En Italia, la pornografía facturó en 2009 cerca de 1.120 millones de euros, y la pornografía infantil permitió ganancias de 3 millones de dólares anuales: «Estamos ante una emergencia que se consuma en el silencio y la soledad, pero extremadamente insidiosa porque socava no solo la relación de pareja, sino también la capacidad del individuo para tener relaciones sanas y, en los casos más graves, de afrontar y vivir la realidad»[19].

El desinterés de las instituciones

Habiendo considerado la estrecha relación que hay entre pornografía y violencia sexual, parece aún más triste y oportunista la decisión tomada a nivel europeo en marzo de 2013 de no proscribirla de Internet en todas sus formas, incluida la de la publicidad y del turismo sexual (a menos que tenga connotaciones de pornografía infantil)[20]. De todo ello emerge el impasse en que se encuentran las actuales sociedades democráticas, que, por un lado, alientan toda forma de comportamiento y pensamiento en nombre de la libertad de expresión, pero, por otra, amenazan con castigos sumarios (que, al final, demuestran ser semejantes a los célebres «bandos» de Manzoni en su novela Los novios) tan pronto como las nefastas consecuencias se hacen de dominio público. En cualquier caso, se tiene mucho cuidado de cuestionar los «reservorios culturales» de los que se nutren en su mayoría los autores, porque esto iría en detrimento de inveterados intereses económicos y de poder.

También es verdad que un enfoque meramente penal y judicial al final resulta ineficaz si no encuentra la valentía de confrontarse con interrogantes éticos y culturales más profundos, pero también más inquietantes, como, por ejemplo, la tendencia cada vez más marcada a la liberalización, que, de hecho, favorece la dependencia y la mercantilización de las relaciones y de la misma sexualidad humana: «¿Se trata de liberación o, por el contrario, estamos viviendo una difícil e inconsciente decadencia? […] Estamos hablando de una fuga de la ética de la relación hombre-mujer, hombre-mujer-niño, estamos hablando de un descuido del cuerpo y del crecimiento emocional y afectivo. Son los guiones de convivencia los que deben cambiar: no se les puede pedir solo a las medidas punitivas que garanticen la posibilidad de habitar el espacio y las relaciones de manera evolutiva y no asimétrica y descompensada»[21].

Está en juego el futuro de generaciones enteras, que ven cómo se les roban los propios sueños y los afectos más caros por una visión distorsionada y falsa de la sexualidad, para reducirla a objeto de consumo. La confrontación con aquello que se ve en los sitios pornográficos (considerado como acontecimientos reales y no, como sucede la mayoría de las veces, como ficción) aumenta en el adolescente la angustia de desempeño y el sentimiento de inadecuación y de vergüenza, considerándose indigno de estima y de afecto. Todo ello termina condicionando no solo los comportamientos sexuales (realizados según el modelo de la pornografía), sino también el ámbito más general de las relaciones, connotadas por la despersonalización y la violencia[22].

  1. Cfr N. Ghezzani, Quando l’amore è una schiavitù. Come uscire dalla dipendenza affettiva e raggiungere la maturità psicologica, Milán, FrancoAngeli, 2006.

  2. Cfr A. Cooper, «Sexuality and the Internet: surfing into a new millennium», en CyberPsychology & Behavior (1998/2), pp. 187-193.

  3. Cfr M. Castleman y T. DeRuvo, L’ ultima droga. La pornografia su Internet e il suo impatto sulla mente, Fara Gera d’Adda, Utelibri, 2009, pp. 226s.

  4. Cfr www.pornotossina.it/2018/12/15/; www.covenanteyes.com. En castellano puede visitarse http://www.pornotoxina.org/ y https://www.facebook.com/antoniomorraptoxina/.

  5. P. Wallace, La psicologia di Internet, Milán, Raffaello Cortina, 2000, p. 234.

  6. M. Castleman y T. DeRuvo, L’ ultima droga…, op. cit., p. 101s.

  7. El objeto parcial es un elemento característico de la perversión: la tendencia a centrarse en el detalle erótico más que en la persona en su globalidad. Para Kernberg, este interés obsesivo es el síntoma de un desarrollo bloqueado desde el punto de vista psicológico, en particular de la incapacidad de implicarse afectivamente y de encontrar al otro en su dimensión de ternura y de cuidado, en una relación entre pares. Cfr O. Kernberg, Relazioni d’amore. Normalità e patologia, Milán, Raffaello Cortina, 1996, pp. 73-92.

  8. Cfr C. Laier, F. P. Schulte y M. Brand, «Pornographic Picture Processing Interferes with Working Memory Performance», en The Journal of Sex Research 50 (2013) pp. 642-652.

  9. Citado en U. Galimberti, «La pornografia non è una faccenda sessuale», en la Repubblica delle donne, n. 535, 10 de febrero de 2007, p. 202, disponible en https://d.repubblica.it/dmemory/2007/02/10/rubriche/lettere/202gal535202.html.

  10. M. Castleman y T. DeRuvo, L’ ultima droga…, op. cit., pp. 67-69. Cfr S. Ackerman, Discovering the Brain, Washington, Institute of Medicine and National Academy of Sciences, 1992, pp. 76s.

  11. «En primer lugar, la perversión es el resultado de una esencial interacción entre hostilidad y deseo sexual […] Cuanto mayor es la hostilidad, menores son las dudas de que se trata de una perversión. El homicidio o la mutilación como fuentes de excitación sexual, la violación, el sadismo con castigos físicos precisos […] son otras tantas formas, en escala descendente, de una ira consciente contra el propio objeto sexual, en la que un objetivo esencial es ser superior al otro, infligirle un daño, triunfar sobre él». (R. Stoller, Perversion: the erotic form of hatred, Londres/Nueva York, Karnac, 1975, pp. XI, 56). Esta necesidad, propia del acto perverso, de experimentar superioridad a través de la violencia explica, probablemente, la grave carencia de relaciones igualitarias que presentan quienes cometen abusos sexuales.

  12. Para una profundización cfr G. Cucci, Dipendenza sessuale online. La nuova forma di un’antica schiavitù, Milán, Àncora/La Civiltà Cattolica, 2015, pp. 55-60.

  13. M. Lasar, «The Triumph of the Visual: Stages and Cycles in the Pornography Controversy from the McCarthy Era to the Present», en Journal of Policy History (1995/2), p. 182.

  14. P. Wallace, La psicologia di Internet, op. cit., pp. 226s. Cfr E. Donnerstein, «Aggressive erotica and violence against women», en Journal of Personality and Social Psychology 39 (1980), pp. 269-277; íd., «Pornography; Its effects on violence against women», en N. M. Malamuth y E. Donnerstein (eds.), Pornography and sexual aggression, Nueva York, Academic Press, 1984, pp. 53-81; D. G. Smith, «The social content of pornography», en Journal of Communication 26 (1976), pp. 16-33.

  15. S. Laville, J. Kiss y S. Morris, «Investigators focus on the use of online child abuse images by killers», en The Guardian, 30 de mayo de 2013, disponible en https://www.theguardian.com/uk/2013/may/30/april-jones-murder-mark-bridger.

  16. Cfr R. Langevin y S. Curnoe, «The Use of Pornography during the Commission of Sexual Offenses», en International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology 48 (2004), pp. 572-586, disponible para su descarga en http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.1032.9421&rep=rep1&type=pdf; G. Cucci y H. Zollner, Chiesa e pedofilia. Una ferita aperta. Un approccio psicologico-pastorale, Milán, Àncora, 2010, pp. 39-55.

  17. M. Castleman y T. DeRuvo, L’ ultima droga…, op. cit., p. 158. Cfr B. Trebilcock, «Child Molesters on the Internet», en Redbook Magazine, n. 188, 1997, pp. 100-107.

  18. S. Laville, J. Kiss y S. Morris, «Investigators focus on the use of online child abuse images by killers», op. cit.

  19. «Dipendenza da cybersex: la nuova patologia compulsiva», en Medicina Live, 13 de marzo de 2008, disponible en https://www.medicinalive.com/generale/dipendenza-da-cybersex-la-nuova-patologia-compulsiva/; sobre los datos estadísticos cfr F. Goria, «Il futuro del web? È di Youporn più che della CNN», en Linkiesta, 7 de abril de 2012, disponible en https://www.linkiesta.it/it/article/2012/04/07/il-futuro-del-web-e-di-youporn-piu-che-della-cnn/5518; «Internet Pornography Statistics», en Internet Filter Review. Top ten reviews, páginas de distintos años actualmente disponibles en http://web.archive.org/web/20160331084450/ http://internet-filter-review.toptenreviews.com/internet-pornography-statistics.html); Antonella di Cintio (Akira Zhong), «Cybersex, chatsex, cyberporn addiction. Intervista al professor Tonino Cantelmi», en Blogo, 30 de mayo de 2009, disponible en http://www.pinkblog.it/post/3773/cybersex-chatsex-cyberporn-addiction-intervista-al-professor-tonino-cantelmi.

  20. «El solo peligro de que un día se pueda llegar a prohibir la pornografía ha provocado un tsunami de protestas de los ciudadanos contra Bruselas, obligando al Parlamento Europeo a poner filtros en sus bandejas de entrada de correo electrónico, inundadas por cientos de miles de mensajes en defensa de la libertad de la Red» («Porno in Europa, proteste per il rischio blocco. 600mila email in tre giorni, paura attacco hacker», en La Repubblica, 9 de marzo de 2013, disponible en www.repubblica.it/tecnologia/2013/03/09/news/porno_in_europa_proteste_per_il_rischio_blocco/).

  21. R. Giommi y E. M. Perrotta, «L’attrazione verso i deboli è anche bisogno di potere», en la Repubblica, 26 settembre 1996, p. 19, disponible en https://ricerca.repubblica.it/repubblica/archivio/repubblica/1996/09/26/attrazione-verso-deboli-anche-bisogno.html.

  22. Cfr W. Owens et al., «The Impact of Internet Pornography on Adolescents: A Review of the Research», en Sexual Addiction & Compulsivity (2012) pp. 99-122, disponible para su descarga en http://www.psych.utoronto.ca/users/tafarodi/psy427/articles/Owens%20et%20al.%20(2012).pdf.

Giovanni Cucci
Jesuita, se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica".

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