En el capitalismo moderno, la triple exigencia contradictoria de racionalidad, desempeño y seguridad fomenta una tendencia aparentemente irresistible. Esta corriente conduce al sistema hacia la desaparición del dinero en efectivo. Se trata de eliminar los billetes y las monedas metálicas de baja denominación, que abultan las billeteras y llenan los bolsillos. En la lógica capitalista – que promueve, como lo hace en todos los sectores, el eficiente desempeño del sistema de pago – estos medios materiales pesados y costosos para las instituciones bancarias, dejarían su lugar en gran parte a instrumentos digitales: tarjetas de crédito, tarjetas de pago, internet, aplicaciones de teléfonos celulares. Los partidarios de una economía racional, productivista y segura quieren alentar esta desmaterialización, al punto que desean una sociedad sin dinero en efectivo.
Estos reciben el apoyo de altos funcionarios, tanto internacionales como nacionales. Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y actual presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Michel Sapin, comisario europeo, y William White, de la OCDE, sin mencionar a los aficionados del Foro de Davos, todos ellos ven en el intercambio sin dinero metálico el futuro de las economías de mercado. En un informe del Comité Action Publique 2022 (Cap 2022)[1], tecnócratas, dirigentes empresariales, economistas y altos funcionarios manifestaron, hace ya varios años, su intención de encaminarse a una sociedad con zero cash. En resumen, estos tecnócratas sostienen que eliminar gradualmente la circulación del dinero en efectivo simplificará los pagos. Afirman que la sociedad sin efectivo corresponde al «estilo de vida buscado por todos» y permitiría una lucha más eficaz contra los fraudes y el crimen organizado.
Resultados más matizados
Creer que el fin del dinero en efectivo es un posibilidad sostenida por todos es una conclusión precipitada, la generalización de una opinión quizá mayoritaria. Peor aun, implica confundir el ideal tecnocrático con el bien común de todos, en especial de la población más frágil. En Europa, el 87% de los entrevistados afirma que utiliza todavía efectivo en los pequeños comercios, el 72% en las máquinas expendedoras. Además, el 83% se declara «preocupado por la desaparición del efectivo». Este sentimiento es compartido por quienes utilizan diariamente este modo de pago (87%), pero también – lo que es más interesante – por quienes prefieren los pagos desmaterializados (73%). De todas formas, en nombre del fraude y del crimen organizado, la Comisión Europea ya obtuvo de parte del Banco Central Europeo el abandono del billete de 500 euros en otoño de 2021 (en el mismo momento en que Suiza hacía circular un nuevo billete de 1.000 francos suizos, unos 930 euros).
La explicación de estas visiones opuestas es compleja. Las diversas formas monetarias, de hecho, reflejan las variadas sensibilidades de la sociedad. El capitalismo liberal, en la lógica de un rendimiento cada vez mayor de las inversiones, ha privilegiado los medios que circulan con mayor rapidez: primero objetos o metales preciosos, que tiene un gran valor intrínseco en pequeños volúmenes; luego el papel-moneda más ligero; y, aun más ligeras, las partidas del pasivo de los balances bancarios, los registros electrónicos que son la base del llamado «dinero escritural» y para las transferencias de fondos por medios digitales, hasta las transacciones automáticas. En efecto, esta lógica vuelve técnicamente obsoletas – pero no socialmente inútiles – las formas más antiguas, como la moneda friccional y la moneda fiduciaria (los billetes).
De hecho, la evolución técnica relativa a los soportes monetarios justifica el anuncio de la inminente desaparición del efectivo. Aparecen en la prensa artículos que reiteradamente señalan la desaparición progresiva del efectivo, o que incluso la exaltan. Asimismo, se destacan los fallos de los cajeros automáticos, incluso su violación electrónica, olvidando que la apropiación indebida de tarjetas bancarias y los fallos informáticos en los pagos electrónicos son hechos más numerosos y con consecuencias mucho más graves.
La paradoja que reveló la pandemia
Los tecnócratas han observado que detrás de la disminución del uso del efectivo en las transacciones comerciales se esconden prácticas sociales y culturales que van en direcciones opuestas. Así, desde el inicio de 2020, la pandemia, que, de una a otra variante no ha dejado de preocupar, ha provocado un doble efecto contradictorio. Por una parte, el temor de la transmisión del virus a través del contacto con los billetes y monedas ha reforzado los pagos electrónicos (o sin contacto) en negocios y máquinas expendedoras, desde un límite de 30 euros en 2017, hasta 50 euros en mayo 2020, durante el primer período de confinamiento. Algunos negocios incluso expusieron con orgullo, como sucede a menudo en Estados Unidos, el cartel no cash.
Por otra parte, la pandemia no ha neutralizado los intereses por el dinero efectivo, por el contrario. En 2020 el Banco Central Europeo emitió 141.000 millones de euros en nuevos billetes (+11% en un año). Esto lleva a la moneda fiduciaria en circulación en Europa a la vertiginosa suma de 1.435.000 millones de euros. Esta paradoja – aumento de pagos electrónicos o sin contacto, unido a un aumento del interés por el efectivo – se explica, según el BCE, por «el apego a las reservas de efectivo en tiempos difíciles». Este fenómeno nos recuerda que en economía, como en toda la historia social y política, los sentimientos y la sensibilidad culturales forman un todo. Se trata de fenómenos sociales globales, como dicen los estudiosos, lo que el gran economista austríaco Joseph Schumpeter había diagnosticado perfectamente en 1911 con la frase inicial de su Teoría del desarrollo económico: «el devenir social es un fenómeno unitario. En su gran corriente, la mano ordenadora del investigador detecta a la fuerza los hechos económicos»[2].
En efecto, como todos los fenómenos sociales, el uso del efectivo, el fraude y la criminalidad – ya sea pequeña o grande – depende de una configuración global del derecho, de la normativa y de la cultura. Estos fenómenos se adaptan fácilmente a las técnicas de circulación monetaria disponibles en el país. Creer que un medio de pago desmaterializado obstaculiza los fraudes y la criminalidad es una superstición falsamente ingenua.
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Sí, una superstición, como demuestra el aumento de apropiaciones indebidas en los últimos 10 años, que escaparon a la red de los recaudadores de impuestos y de las aduanas sin tener que recurrir a maletas llenas de billetes. En el plano de la seguridad pública, los países que limitan los pagos en efectivo – en particular Francia e Italia – no son más seguros – para usar un eufemismo – que los países en los que el efectivo puede circular libremente, como Suiza, Alemania, Hong Kong, Singapur. La imagen de una sociedad sin efectivo es una superstición falsamente ingenua, porque disimula operaciones muy comunes del Estado y de los bancos comerciales.
En la lógica de mercado
Es cierto que la proporción de pagos en efectivo está disminuyendo y que ahora es muy minoritario en los países occidentales y en Asia. Los consumidores que están a favor del pago no cash destacan el pragmatismo del pago electrónico, por lo demás innegable. Incluso las diócesis que usan el canasto de la colecta contactless en sus parroquias son cada vez más numerosas .
Estos medios reflejan simplemente la lógica capitalista de la productividad. Las cadenas de las grandes tiendas y los comerciantes que exponen el cartel no cash, buscan ahorrarse el costo de verificar el calce del efectivo. Se requiere de tiempo para «controlar la caja» cada tarde. Esto es menos cierto hoy, porque las máquinas comprueban en un instante las cifras y cuentan los billetes y monedas, y dan el vuelto. Pero estas máquinas no son gratuitas.
El interés de los bancos comerciales por una sociedad sin efectivo no es menor. Mientras no se liberen de la preocupación y del costo de mantención de la red de cajeros, estos cuentan con la masa de dispositivos virtualmente vinculados, que aligera los límites legales de reservas mínimas obligatorias que administran a su favor. Además de un conocimiento más preciso – incluso casi exhaustivo – de los hábitos de consumo y transferencia de dinero de sus clientes, la desaparición del efectivo les promete una mayor flexibilidad en sus estrategias comerciales y de marketing. Además, en el horizonte del no cash está la posibilidad de trasladar fácilmente a sus clientes los tipos de interés negativos decretados por el banco central.
En una sociedad sin efectivo, la política monetaria de los bancos centrales tiene beneficios, porque el registro de todas las transacciones en las cuentas bancarias ayuda a combatir la «tesaurización» o acaparamiento. Esto último, que es desfavorable para el crecimiento, es temido por los responsables de la política monetaria, que querrían incentivar a los ahorradores a gastar más. Lo que se logra más fácilmente introduciendo una suerte de «moneda que se devalúa», mediante una tasa de interés negativo sobre los depósitos bancarios. En cambio, la riqueza que se conserva en efectivo solo corre el riesgo de la pérdida de valor de la moneda generada por el aumento de los precios.
Para beneficio del Estado, una sociedad sin efectivo fortalece la política fiscal pública. La ausencia de efectivo, en efecto, obstaculiza la evasión fiscal (el hecho de «olvidar» o esconder al fisco ganancias o bienes), e incluso el fraude fiscal (engañar deliberadamente al fisco). Además, las medidas públicas para obligar a los ahorradores a gastar pueden provocar, en ausencia de la inflación causada por la actividad económica, un resultado equivalente a la inflación, lo que requeriría tasas negativas que serán más eficaces si los propietarios de los depósitos no pueden escapar a estas medidas vía el efectivo, en una caja fuerte o «bajo el colchón», según la expresión popular.
Por eso es fácil de entender que en Europa el Banco Central, los bancos comerciales, los altos funcionarios y los gobiernos observen con interés a Suecia, donde el efectivo ha prácticamente desaparecido. Ahí, la moneda fiduciaria en circulación representa cerca del 2% de las transacciones, mientras que en la Unión Europea la cifra oscila entre el 10% y el 20%, según el país. En los países en vías de desarrollo, el porcentaje de efectivo en circulación es todavía mayor: entre el 60% y el 90%. En este contexto, a nadie le asombra que los activistas anti-cash sean reclutados principalmente en poblaciones urbanas, más bien jóvenes y con un nivel de educación elevado. Se entiende, por lo tanto, que Suecia sea el país más avanzado de Europa en la desmaterialización del dinero.
En la lógica social
Esta teoría liberal, en armonía con la dinámica capitalista, debe ser cuestionada. Es lógico que una advertencia digna de tenerse en cuenta venga precisamente de Suecia, el país europeo más avanzado en este recorrido hacia los pagos sin efectivo. Stefan Ingves, gobernador del Banco Central Sueco (Sveriges Riksbank), sostiene en un artículo publicado en 2018 que es necesario poner en práctica nuevas reglas para garantizar que el dinero en efectivo siga siendo aceptado como medio de pago. Explica que las cosas evolucionan demasiado rápidamente y que el control del Banco Central de los sistemas de pago debe protegerse. Si no se hace nada, dice, Suecia llegará a una situación en la que todos los medios de pago a los que el público tiene acceso serán ofrecidos y controlados por actores comerciales, sin contar las nuevas «monedas electrónicas» de diverso tipo. Para aclarar el punto, el gobernador afirma que los promotores de las actividades financieras privadas contra fondos públicos «se equivocan» al decir que los suecos no tienen nada que temer. En tiempos de crisis, explica, el público busca siempre bienes no riesgosos, como el efectivo, garantizado por el Estado. «Es improbable que los actores comerciales asuman en todas las circunstancias la responsabilidad de garantizar la demanda del público por medios de pagos seguros». Estos argumentos fueron escuchados: desde inicios de 2020, una normativa sueca obliga a los bancos a asegurar la distribución de efectivo.
De todas las razones aducidas por el gobierno sueco, una contradice directamente la lógica unidimensional de la performance y de la racionalidad capitalista: la preocupación por los más débiles. Estas discusiones sobre las técnicas de pago, en apariencia meramente económicas, en realidad ocultan situaciones sociales con cuestiones morales bastante simples pero fundamentales. Una modernidad arraigada en la racionalidad dominante se enfrenta así con una tradición social impregnada de inspiración religiosa, sobre todo cristiana, que no quiere descuidar a ningún ser humano, ni las legítimas aspiraciones de las poblaciones menos acomodadas. En términos políticos, un interés general reducido a la salud de la economía se contrapone aquí al bien común – especialmente de los más débiles – a través de la solidaridad de todos, aunque ello signifique reducir un poco el crecimiento económico.
Frente a la racionalidad puramente económica que los partidarios del abandono del efectivo querrían imponer, la exigencia del bien común se compromete con la causa de todos los miembros de la sociedad, y no simplemente de una mayoría definida por las estadísticas, aunque sea más joven, más educada, reside en zonas urbanas y sea hábil en el uso de métodos de pago electrónicos. La falta de dinero en efectivo acentúa la precariedad de las personas que viven en los márgenes de la sociedad, excluidas de la tecnología: los mendigos, las personas sin documentos, los inmigrantes, los ancianos, sobre todo en las áreas rurales. En la primavera de 2020, un senador preguntó al gobierno francés sobre la falta de cajeros en algunas zonas rurales del país. No se trataba solo de complacer a los ganaderos que, al no confiar en el fisco pagan en efectivo las vacas y los caballos. Todos los estudios sobre las dimensiones antropológicas y políticas del efectivo convergen en esta síntesis realizada por el director de la Monnaie de Paris: «La moneda fiduciaria (billetes, monedas de metal) es percibida no solo como práctica y fácil de usar, sino también como un “vector de cohesión social”. Más allá de su uso cotidiano, el dinero continúa desempeñando un papel en nuestra sociedad, en la transmisión intergeneracional, la educación y la solidaridad».
La causa de los excluidos
Este es el motivo por el que las ONG cercanas a los inmigrantes y a los pobres protestan enérgicamente contra las decisiones administrativas de limitar el efectivo, en particular el dinero recibido por migrantes en algunos países. Una de estas decisiones administrativas, en apariencia meramente técnica, congela las tarjetas para extraer dinero otorgadas a los solicitantes de asilo. De hecho, a la espera del examen de su caso, para compensar la prohibición de trabajo a la que están sujetos, reciben normalmente una pequeña suma de dinero (generalmente entre 7 y 12 euros al día). Con el pretexto de una evitar una estafa, los tecnócratas quieren permitir solo las tarjetas de pago, pero no la extracción de dinero de los cajeros, ni las transferencias de dinero. Así, la precariedad de estas personas aumenta. Además, hay consumidores que no son del todo conscientes de sus gastos cuando el dinero se desmaterializa. Por mucho tiempo los psicoanalistas hicieron un buen negocio a partir del signo monetario tangible: justificaban el pago en efectivo de cada una de las sesiones por la eficacia de su tratamiento psicológico. En jerga francesa, se requería «tocar con la mano» el dinero para sopesar bien el pago. En cambio, el dinero desmaterializado sería psicológicamente ineficaz.
Más allá de estas categorías puntuales, la mayor parte de quienes quieren mantener una cuota de dinero en efectivo se preocupa de proteger su privacidad. Se trata de una cuestión de libertad de conciencia y de acción. Otras categorías de personas se unen a estas filas: las personas sensibles a los robos de datos, a la manipulación de códigos, a los errores en las solicitudes, a las averías de los sistemas de cajeros automáticos, para no hablar de los errores del usuario cuando, a medida que envejece, le tiemblan las manos y oprime con torpeza las teclas del ordenador o del teléfono celular. Los fallos informáticos nunca deben excluirse, y la experiencia diaria muestra lo penoso que puede ser enfrentar las dificultades administrativas cuando se trata de obtener el reconocimiento de los propios derechos.
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Contra estas amenazas de mal funcionamiento, los defensores del no cash presentan las estadísticas: los riesgos operativos representan solo una pequeña fracción de las sumas en juego. Estos tecnócratas confunden la estadística con el diagnóstico. Las estadísticas se basan en las leyes de los grandes números, mientras que los diagnósticos se centran en cada uno de los individuos, porque, fuera de las compañías aseguradoras, los fondos de inversión, las empresas que operan en mercados masivos y el Estado, muy pocas personas se encuentran en situaciones representadas por las leyes de los grandes números. Según la experiencia corriente, lo que les sucede a los demás me sucede también a mí. Finalmente, los activistas que trabajan por la abolición del efectivo no parecen tan motivados por modernizar el sistema de pagos como por el aprovechamiento personal, comercial o estatal de los datos privados: aprovechamiento realizado por tecnócratas que no se preocupan en lo más mínimo por la vida privada o por la voluntad de los consumidores, los débiles y los excluidos, y menos aún por quienes no saben usar los dispositivos digitales.
Peligros de una sociedad sin efectivo
Las implicancias políticas de una sociedad sin efectivo también merecen ponerse en evidencia. China es técnicamente el país más avanzado en esta transición hacia una sociedad sin efectivo. Sin embargo, no es considerada un modelo de liberalismo. Actualmente sigue una política restrictiva de las libertades individuales. Quienes todavía recuerdan los males de los regímenes totalitarios sospechan, con razón, de una sociedad sin efectivo, que deja al individuo en total dependencia financiera de un sistema centralizado. Una solicitud a favor de la mantención del efectivo preguntaría: «¿qué sucedería si nos convirtiéramos en un blanco del poder político?».
Incluso suponiendo que las instituciones democráticas nunca son vectores de populismos de tonos totalitarios, quedaría la amenaza de un retiro arbitrario de la liquidez de los cuentacorrentistas, sobre todo en casos de crisis de la deuda pública. Recordemos los casos de Grecia, Chipre y Argentina, donde, frente a la crisis, se limitó el retiro de efectivo en nombre del interés general. A veces los retiros se efectuaban directamente de los depósitos de ahorro. Una directiva de la comisión europea prevé, entre otras cosas, la posibilidad de ese tipo de retiros en casos de crisis graves. Esta práctica es una imposición injusta y cuestionable, porque la parte del patrimonio que se encuentra en la cuenta corriente es mayor cuando la riqueza es menor, y por tanto grava mas a los ingresos bajos. También es un impuesto antidemocrático porque, al igual que la inflación, el débito directo de las cuentas corrientes de los ciudadanos actúa subrepticiamente, sin ningún control parlamentario, no sobre su riqueza real, sino sólo sobre la forma más expuesta de su patrimonio.
¿Hacia qué solución encaminarnos?
Es posible imaginar una moneda totalmente electrónica que escape a la lógica del mercado. Para mitigar los riesgos señalados por el gobernador del Banco Central Sueco, es decir, una gestión comercial de los pagos a través de los bancos y las empresas, algunos recomiendan – y los bancos centrales se están efectivamente preparando – la creación y la gestión de criptomonedas públicas. Esto no eliminaría el problema del control estatal temido por algunos.
Para evitar este peligro, algunos quieren volver estas criptomonedas más operativas, menos costosas en términos energéticos, y, por lo tanto, más ecológicas. Estas soluciones no están exentas de riesgos, porque se trata de monedas especulativas, cuyo tipo de cambio varía fuertemente y de manera frecuente, basadas en sistemas supuestamente no falsificables, pero cuyos defectos podrían salir a la luz algún día. Además, la difusión de las criptomonedas no dejaría para nada satisfechos a los ciudadanos animados por un sentido cívico, preocupados de limitar los fraudes y el lavado de dinero. Por otro lado, las criptomonedas parecen ser medios para escapar a los dictámenes de organizaciones totalitarias. ¿Acaso no aparecieron precisamente como respuesta a esta posible amenaza? En realidad, la volatilidad de estas divisas digitales las hace poco aptas para desempeñar el papel de reserva de valor. Y su independencia del poder político se está revelando cada vez más ilusoria[3].
Para terminar, a pesar de su costo económico y de las pérdidas que ocasiona, y teniendo en cuenta los problemas antropológicos y sociales de los intercambios económicos, la situación existente, en la que los billetes y las monedas circulan en competencia con los medios de pago electrónicos, sigue siendo el sistema que actualmente presenta el mejor compromiso económico y político.
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«Aus seinem groBen Strom hebt die ordnende Hand des Forschers die wirtschaftlichen Tatsachen gewaltsam heraus» (J. A. Schumpeter, Theorie der wirtschaftlichen Entwicklung, Berlin, Dunker & Humblot, 1911). Las cursivas son nuestras. ↑
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Cfr É. Perrot, «Criptomonedas. Cuestiones antropológicas y políticas», en La Civiltà Cattolica, 15 de octubre de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/10/15/criptomonedas/ ↑