Literatura

El Dios de Jack Kerouac

Los diarios de un «un extraño místico católico, loco y solitario »

Jack Kerouac © Wikimedia / Tom Palumbo (Foto coloreada por YIN Renlong / La Civiltà Cattolica)

«Dios, debo ver Tu rostro esta mañana, Tu rostro a través de los cristales polvorientos de las ventanas, entre el vapor y la furia; debo oír Tu voz por encima del estruendo de la metrópoli. Estoy cansado, Dios. No puedo ver tu cara en esta historia»[1]: es la oración del escritor de 26 años Jack Kerouac. Recuerda las palabras del Salmo: «No escondas tu rostro de mí…», que volverán a aparecer en entrevistas y ensayos. Así, escribirá diez años después: «¿Qué buscas? me preguntaron. Les contesté que estaba esperando que Dios me revelara su rostro»[2].

«Salmos» es el título de una sección de los diarios de Jean-Louis Lebris de Kerouac (1922-1969), conocido como Jack Kerouac, uno de los íconos de culto de la literatura[3]. El escritor llevó un registro de sus acontecimientos y pensamientos desde 1936, cuando aún era un adolescente. Un mundo soplado por el viento recoge las páginas que escribió entre junio de 1947 y febrero de 1954, es decir, entre los 25 y los 32 años, la fase de mayor dinamismo creativo de su vida, que terminó cuando sólo tenía 47 años. Estos diarios se publicaron en Estados Unidos en 2004 y recién se tradujeron al español en 2015.

El volumen se divide en dos partes: la primera está dedicada a los esfuerzos de Kerouac por escribir y hacer publicar su primera novela, The Town and the City; la segunda se refiere a los diarios íntimos y de viaje escritos durante la redacción de On the road (En el camino). No pretendemos ilustrar aquí la abundante riqueza de contenidos y sugerencias de los diarios de Kerouac. Nos detendremos sólo en aquellos pasajes que mejor enfocan la raíz religiosa, que alcanzan las alturas de la oración. Profundizaremos nuestra reflexión con referencias a entrevistas y otras fuentes.

El diario de un hombre en movimiento

Kerouac es ahora ampliamente conocido, y sus obras prominentes son leídas por un vasto público, especialmente la novela En el camino. No nos proponemos resumir toda su experiencia literaria: la presentación ocuparía necesariamente todo el espacio de que disponemos[4]. Nuestro objetivo es más sencillo y limitado: dar una idea de la profunda sensibilidad católica del escritor tal como se desprende de los diarios, para señalar cómo está viva, palpitante y bien presente en las raíces de su inspiración. Y esto es así a pesar del carácter moralmente transgresor que caracteriza su producción más conocida.

La trayectoria humana, artística y religiosa de Kerouac es, de hecho, compleja y dialéctica. No buscamos aquí la coherencia ni una lógica demasiado estricta. Es precisamente a través de las contradicciones que podremos valorar la fuerte permanencia de la inspiración y la imaginación católica en él, que deriva de sus propias raíces familiares y que le acompañará hasta el final. Adentrarse en las páginas de sus diarios es una experiencia viva y palpitante, capaz de contribuir decisivamente a una mejor comprensión de su obra y de desmontar los falsos tópicos que se han acumulado con el tiempo sobre el escritor. Todo el catolicismo implícito y explícito presente en su obra encuentra expresión y forma en los diarios, ya sean ortodoxos o insólitos y «salvajes». El editor, Douglas Brinkley, comenta: «Es una búsqueda religiosa implacable»[5]. Sin ella, la obra de Kerouac no sería comprensible a cabalidad.

La parte del diario que lleva el nombre de Un mundo soplado por el viento fue compuesta durante la redacción de The Town and the City y revela su deseo de dar a esta novela-río una impronta religiosa. Él mismo escribe que siempre lleva consigo el Nuevo Testamento y reza antes de cada sesión de trabajo. Alguien ha señalado que los héroes de la cultura popular estadounidense, los maestros del budismo zen, los personajes «golpeados y bendecidos» descritos a lo largo de su obra viven en el mismo terreno que los santos católicos. Un ejemplo: ¿No es Neal Cassady, su colega, su amigo fraternal, compañero de aventuras y de sueños, de desenfreno y de intuición, fuente de energía continua, que luego se convertiría en el personaje de Dean Moriarty en On the Road, una mezcla entre el vaquero televisivo Hopalong Cassidy y San Francisco[6]? O mejor aún, como dijo Kerouac en una famosa entrevista, «es el hombre más inteligente que he conocido en mi vida. Neal Cassady. Es un jesuita»[7]. Neal también era de origen católico y de niño cantaba en el coro de su iglesia en Denver. En la misma entrevista se autodenomina «Everardo Mercuriano, General del Ejército Jesuita (General of the Jesuit Army[8]. Kerouac fue alumno del colegio de los jesuitas en Lowell, Massachusetts, la ciudad donde nació. En una presentación de 1960 reconoció que había recibido una «buena educación»[9]. ¡Y debió de dejar una huella importante en él como para que recordase el nombre del cuarto general de la Orden de San Ignacio, entre 1573 y 1580!

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En cualquier caso, sus personajes son un desfile de forajidos divinos, ángeles solitarios, santos locos – un poco «franciscanos» o un poco «jesuitas» -, profetas subterráneos. A través de figuras similares, el escritor abordó una de las cuestiones centrales de la literatura occidental de posguerra, que resumió en esta pregunta, expresada en un lenguaje arcaico de tipo bíblico-litúrgico: Whither goest thou, America, in thy shiny car in the night? (¿Adónde vas, América, en tu brillante coche en la noche?)[10]. Una sensibilidad católica no puede dejar de reconocer en esta cuestión un llamamiento a la salvación y a la «justificación», expresado en términos coherentes con la sensibilidad y la imaginación estadounidense. Fue precisamente en esos años cuando la gran escritora católica Flannery O’Connor ironizó con la expresión «Nadie con un buen coche necesita justificarse», en boca de la protagonista de su novela Sangre sabia. El simbolismo del coche y de la carretera es una simbología de condena y redención que recorre la inspiración artística estadounidense hasta nuestros días, desde la música de Bruce Springsteen hasta el cine de Terrence Malick. Pero los ejemplos serían innumerables.

«Jesús se sienta en mi escritorio»

Desde su infancia hasta su muerte, Kerouac escribió cartas a Dios, oraciones a Jesús, poemas dedicados a San Pablo e invocaciones para su propia salvación[11]. «[…] si Jesús estuviera sentado en mi escritorio esta noche, mirando por la ventana a toda esa gente que ríe felizmente al comienzo de las vacaciones de verano, quizás sonreiría y daría las gracias a su Padre. No lo sé. La gente debe “vivir”, pero sé que sólo Jesús conoce la respuesta definitiva» (Mv 62), escribe el 26 de junio de 1947. El suyo es un Jesús cercano, presente donde el escritor vive y escribe; es el que se asoma a la ventana y el que tiene la única respuesta, la clave. Para Kerouac esta respuesta no es opcional: es fundamental y supone la propia expresión artística. De hecho, la obra de arte vive, como el ser humano, de estas preguntas: «¿Qué es, de dónde viene, a dónde va, por qué y cuándo, y quién lo sabrá?» (ibíd., 63). El espíritu de Kerouac en estos años se asemeja al de Pascal, autor al que leía con interés, tomando notas[12]. La inquietud de la pregunta le agita profundamente a un nivel íntimo: «Universos enteros de nuevas ideas se estrellan en mis sentimientos sin fin. ¿Por qué creo?» (ibíd., 65 s).

Para Kerouac, la persona de Jesús, con todo su impulso idealista, se injerta en este terreno de preguntas. Él es the only soul, la única alma a la que podemos recurrir, y es the only answer, es decir, la única respuesta[13]. «Las enseñanzas de Jesucristo han sido un punto de inflexión, una forma de enfrentarse al terrible enigma de la vida humana y fundirse ante él. ¡Qué cosa tan milagrosa! Qué pensamientos debió tener Jesús antes de «abrir la boca» y comenzar el Sermón de la Montaña. Qué largos y oscuros pensamientos silenciosos (long dark silent thoughts)». (ibíd., 66). Así también en las «profundidades desoladas (desolate deeps)» brillan las estrellas, «altas y centelleantes en un firmamento espiritual (high and sparkling in a spiritual firmament)» (ibíd., 79). «¿Cómo es que nunca escribiste sobre Jesús?», le pregunta Ted Berrigan a Kerouac en una entrevista un año antes de su muerte. Kerouac responde irónicamente: «¿Qué no he escrito nada sobre Jesús? No vengas a mi casa a hacer el loco mentiroso… todo lo que escribo es sobre Jesús»[14].

«¡Jesús, la tuya es la única respuesta para todos los seres vivos!» (ibid., 71), exclama. Una vez más, Jesús es the only answer, la única respuesta a los dilemas y a los «impulsos» interiores, al deseo de vida. Al año siguiente escribiría, y de forma más concisa y visionaria, «¿Necesitamos a Jesús? ¿Se acerca ese momento? ¿Y este Cordero de Dios revelará (will reveal)? ¿Revelará los secretos de la alegría en la tierra y en la muerte?» (ibíd., 252). ¿Cuál es la respuesta? ¿Qué revelará Cristo? ¿Por qué Cristo es la respuesta? Porque «Cristo es el primer hombre que ha comprendido que el amor es el principio de la vida humana. Ahora brilla sobre nosotros más que nunca y estaría dispuesto a apostar que en el próximo siglo Cristo (y los otros pocos grandes hombres como él) llenarán las mentes de la gente como nunca antes» (ibíd., 197).

El 2 de junio de 1949, señala que la noche anterior se acostó leyendo el Nuevo Testamento. Anota: «Pronto escribiré mi interpretación personal de Jesucristo». ¿Cuál es el núcleo de su visión? Esencialmente, que Jesús «fue el primero, y quizás el último, en reconocer que enfrentarse al misterio último de la vida es la única actividad importante en este mundo». Esto es lo que capta la atención de Kerouac: el misterio último de la vida como un asunto serio que requiere un verdadero «ajuste de cuentas». Pide «un mundo que refleje fielmente a Cristo. El rey manso, que viene montado en una mula» (ibíd., 265). Aquí se encuentra todo el sentido de una actitud humilde ante la existencia, que más tarde será a menudo distorsionada en formas vanamente rebeldes por sus emuladores.

Un modelo de escritor y hermano de alma es entonces Dostoievski, un verdadero escritor precisamente porque es un alma religiosa: «Dostoievski es verdaderamente un embajador de Cristo y para mí su obra es el Evangelio moderno. Su fervor religioso ve a través de los hechos y detalles de nuestra vida cotidiana, de modo que no tiene que centrar su atención en las flores y los pájaros, como San Francisco, o en las finanzas, como Balzac, sino en cualquier detalle… en las cosas más ordinarias» (ibíd., 346). A partir de aquí desarrolló su definición preferida de la literatura y la novela, que impacta por su sencillez y originalidad, tal como lo deja ve en Satori in Paris (1966): una «historia contada por amistad y para enseñar algo religioso, una reverencia religiosa por la vida real, en este mundo real que la literatura debe reflejar»[15].

La vida no es suficiente

Reflexionando libremente sobre las palabras de Cristo «Mi reino no es de este mundo», Kerouac descubre en sí mismo un dualismo entre lo que percibe como rígido (que contiene también una religión entendida como moralismo) y un amplio impulso vital: «El mundo se abre ante mí como un lugar de cosas poderosas que me nutren; los pensamientos morales restrictivos se desvanecen en un torrente de excitación, hambre, alegría y entusiasmo; el autodesprecio que proviene de la introspección solitaria se transforma en un deseo de sociabilidad y afabilidad, combustible tan necesario para impulsarnos a participar en la vida» (Mv, 130). El escritor se da cuenta de que la clave de la vida no está en la lonely introspection, que es una introversión estéril, egocéntrica y consoladora, capaz de generar en la literatura sólo «chapuzas psicóticas (psychotic sloppiness[16]. El autoconocimiento para él «es una vanidad» (ibíd., 121). Por el contrario, vivir significa exponerse a powerful things, al mundo y a la realidad, lo que tiene un poder de apertura vital, y escribir es «una explosión de interés» (ibíd., 130). Para el autor, se trata de una «escritura sana».

Cuando esta apertura, aunque rara vez, se combina con una tensión orante, entonces adquiere la expresión de una confianza radical, de una confianza extrema: «Seré fuerte como el acero, mi Señor, me volveré cada vez más fuerte, el fuego me forjará, me hará más firme, más firme, mejor, según tu voluntad, oh Dios perdido, según tus mandamientos. Ahora déjame encontrarte, como una nueva alegría que invade la tierra al comienzo del nuevo día, como el caballo que, en su campo, por la mañana, ve a su amo venir hacia él a través de la hierba. Ahora soy como el acero, mi Señor, me has hecho fuerte y lleno de esperanza. ¡Golpéame y resonaré como una campana!» (ibíd., 220).

La introspección y la exuberancia, la rigidez y el ímpetu, «nunca dejarán de agitarse dentro de mí – reconoce Kerouac –, lo cual es un gran estímulo para mantenerme errante» (ibíd., 68). Al fin y al cabo, la famosa novela On the Road, cuyas primeras intuiciones el autor describe en agosto de 1948, vive de estas mismas tensiones: «Tengo otra novela en mente – On the Road – en la que no dejo de pensar: trata de dos tipos que hacen autostop hasta California, buscando algo que no encuentran, y se pierden por el camino y vuelven esperando otra cosa» (ibíd., 186). El impulso hace que la vida se sienta como una exploración, una «aventura del corazón, de la mente, del alma»[17] que se extiende entre «la inmortalidad y los momentos individuales desconocidos y destrozados» (ibíd., 166), proyectada hacia otra cosa. Kerouac describe a los jóvenes sedientos de experiencia, pero esta experiencia no es un fin en sí mismo, no es un puro «experimento», sino una forma de alcanzar una nueva visión de la vida, quizás algo más.

Life is not enough, anota Kerouac en agosto de 1949: «La vida no es suficiente». El clima abrasador de sus meditaciones le lleva a sentir una fuerza centrífuga sin más límites que la eternidad: «Entonces, ¿qué quiero? Quiero una decisión para la eternidad, algo que elegir y de lo que nunca me apartaré, en cualquier existencia oscura o lo que sea que ocurra. ¿Y cuál es esa decisión? Una especie de fiebre de comprensión, una iluminación, un amor que vaya más allá, que trascienda esta vida hacia nuevas existencias, una visión seria, definitiva e inmutable del universo. A esto me refiero cuando digo que “quiero Ojos”. […] ¿Por qué iba a querer esto? Porque aquí en la tierra no hay suficiente para desear» (ibíd., 275). Los límites del viaje se rompen.

Kerouac aspira a la «comunión final de todas las cosas, la unión eléctrica de la verdadera eternidad. Es el otro mundo, mencionado al principio como la Palabra de Dios en las Escrituras e ilustrado por el gran Santo Tomás de Aquino como un concepto que está más allá de nuestra razón y es necesario para la humanidad. La perspectiva de este otro mundo, esta forma de entendimiento que nunca hemos imaginado, está más allá de mi capacidad de comprensión, pero sospecho que es muy extraña y que cuando finalmente lleguemos allí, todos diremos: “¡Claro, claro, sí!”» (ibíd., 277). Así también, cuando entremos en el más allá asombrados por la muerte, gritaremos con nuestra carne moribunda: «“¡Así que para esto fui creado! Gloria a Dios”» (ibíd., 229). Este conocimiento de la vida y la eternidad no es una tontería (foolishness), protesta Kerouac, «es sólo ese cálido y querido amor (warm dear love) que sentimos hacia nuestra difícil condición. Con la gracia del Dios Misterioso, al final de los tiempos, tal vez sólo en ese día, se resolverá y aclarará para todos nosotros». Y concluye de forma dramática y perentoria: «Si no, no puedo vivir» (ibíd.). Sin la eternidad, no se puede vivir.

Por lo tanto, para Kerouac, escribir también significa, de alguna manera, participar en una «salvación personal a través de mis obras (my own personal salvation in works)» (ibíd., 291). La obra literaria, como la de todos los grandes escritores, no es un juego, un entretenimiento lúdico o un puro «gusto». Tiene que ver con la salvación, de una manera u otra. Cuando la escritura absorbe estas tensiones vitales, entonces ella misma se convierte en un don recibido, como escribe después de componer The Town and the City: «El trabajo de 1948 sobre T & C fue un don de Dios, ya que antes de este trabajo había estado de rodillas durante mucho tiempo, como Haendel antes de componer el Mesías, y entonces lo había recibido. Pero gracias, Dios, por todo. Anoche lo entendí» (Mv, 266). Escribir es responder a un don, a una llamada. Y aquí está la profunda gratitud expresada en la oración: «Gracias por las visiones que me has dado, por Ti; y todo es por Ti; gracias, oh Señor mío, por este mundo y por Ti. Llena mi corazón con el calor de tu espíritu para siempre» (ibíd., 241).

Católico, porque es un pecador

En este punto, las alternativas son claras. La primera es considerar las raíces católicas de Kerouac como una superestructura pesada e intolerante, un legado difícil de eliminar y del que le hubiera gustado deshacerse. La segunda posibilidad es comprender cómo el catolicismo de Kerouac es una de las fuentes vivas de su inspiración. En pocas palabras: eliminación o inspiración. Aquí las críticas están divididas. Creemos, también a la luz de lo que leemos en los diarios, que la segunda alternativa, que reconoce en un cristianismo inquieto y dialéctico una fuente viva de intuición creativa, es la que mejor hace justicia a la personalidad literaria de Kerouac y a los caminos de su precariedad existencial y artística.

Steve Turner, en su biografía bellamente ilustrada titulada The Fallen Angel, afirma: «El lado de Kerouac que más me ha interesado es el espiritual, que durante años fue ignorado. Pero ahora los críticos han reconocido por fin el espacio que tenía la religión en su vida. Este fue, sin duda, el camino que eligió». Sin embargo, también reconoce que «las drogas y la rebelión siempre han sido un tema para los periódicos»[18] y, por tanto, han prevalecido en la percepción común de su obra. Y tenemos razones para creer que éste sigue siendo el caso de una parte de la crítica literaria de este autor. Sin embargo, a decir verdad, nadie niega la «espiritualidad» de Kerouac. Muchos, no obstante, reducen su cristianismo a un fanatismo rancio y destacan su dilución o su transformación radical en el budismo mahayana, con el que Kerouac entró definitivamente en contacto hacia 1953.

¿Por qué Kerouac se arrimó al budismo? Lo cuenta en una entrevista: tras el fin de una relación amorosa, descrita más tarde en Los subterráneos, el escritor enfermó por el dolor de la pérdida. En ese momento se encontró leyendo una biografía de Buda, quien – escribe Kerouac – «descubrió que la causa del sufrimiento, el dolor, la decadencia y la muerte es simplemente el hecho de haber nacido. Así que también descubrió que el mundo no existe realmente»[19]. El budista Kerouac está convencido de que sufrimos a causa del «deseo ignorante» y nos sentimos solos porque no aceptamos el hecho de que la realidad no existe. Así que aprende a meditar y se abstiene del alcohol y del sexo, parte integrante de su turbulenta vida emocional, en un intento por romper el vínculo de la mente con la «ilusión». Este es su budismo.

¿Cómo juzgar esta fase? ¿Se había convertido Kerouac realmente en un budista? La respuesta la sugiere la biografía del escritor, que se refleja en sus escritos. Creemos que la fase budista, en realidad, fue un asunto dialéctico dentro de su propio catolicismo. El cristianismo le dijo que existe un mundo real, compuesto también de santidad y pecado; el budismo, tal como lo percibió y experimentó, le dijo que el mundo no era tan «real». El Kerouac «católico» está a veces alegre, a veces triste; unas veces en oración, otras absorto en el sexo; atado a los afectos familiares, e impulsado por una tensión para escapar. Es un Kerouac – para ceder a los cliché – «santo» y «pecador», capaz de experimentar en su propia piel el placer ilusorio de la transgresión, pero también la herida de la necesidad de amor y del abandono. El «budista» Kerouac, en cambio, está en busca de un equilibrio estable y neutro, temporalmente abstemio y casto, perdido en las sugestiones de la «Mente Interior Trascendental»[20], destinadas a la anulación del dolor y de la realidad.

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Paradójicamente, fue la experiencia de Kerouac de una vida disipada y desordenada lo que en realidad le distanció del budismo: el «pecado», ese «demonio» que, según su contemporánea Flannery O’Connor, a menudo «sienta las bases necesarias para que la gracia sea efectiva»[21]. En 1956 comenzó a escribir Desolation Angels, una obra que refleja, en su segunda parte, la vida «salvaje» de Kerouac: «ya no era el budista abstemio, ahora era el católico atrapado en una cadena de pecados y arrepentimientos»[22], comenta Turner. Y así, entre otras cosas, en un viaje de 1957 a la costa del norte de África, vemos al escritor dividido entre la lectura del Nuevo Testamento y las prostitutas fáciles de Tánger.

En definitiva, como cuenta Philip Whalen en un testimonio recogido en la famosa biografía a varias voces titulada Jack’s Book, «su interés por el budismo era bastante literario». Y sobre Gary Snyder, su amigo poeta más radicalmente budista, Whalen continúa: «Se limitaba a desentenderse y luego decía: “Ah, bueno. Eso está muy bien, pero en realidad creo en el dulce niño Jesús, o en el ‘Cordero de Dios’”»[23]. En el mismo volumen, John Clellon Holmes utiliza expresiones como: «El terreno de Jack siempre fue el catolicismo, es decir, el cristianismo». Aunque «probó el budismo como un loco», Jack «fue y siguió siendo hasta el final un católico, desde el punto de vista de la idea más elevada de la cosmovisión católica»[24]. Tras llegar a París en 1966, en busca de sus raíces, el propio Kerouac no dejaría lugar a dudas cuando escribió en Satori in Paris: «Pero no soy un budista, soy un católico que retorna a la tierra ancestral que luchó por defender el catolicismo contra dificultades insuperables y que, a pesar de todo, al final venció»[25].

Por supuesto, el catolicismo de Kerouac era débil, poco evolucionado, quizá infantil, y demasiado torturado y dialéctico. Sin embargo, la espiritualidad budista no encajaba bien con su enfoque exuberante e introvertido de la vida. Ciertamente, la visión del mundo expresada en su novela En el camino parecía superada por la budista, cuando trataba de eliminar las preguntas y actuar como si nada importara. Pero las «cosas» sí le importaban, y «más tarde abandonó el budismo porque eran “sólo palabras”»[26]. En sus reacciones, Kerouac era instintivamente católico. Incluso su rechazo al materialismo y al liberalismo de la clase media estadounidense estaba emocionalmente moldeado por una sensibilidad católica[27]. Al fin y al cabo, él mismo escribió en una auto presentación que «no era un “beat”, sino un extraño místico católico, loco y solitario (a strange solitary crazy Catholic mystic[28].

El verdadero «beat»

Una comprensión más acabada de la visión de la vida de Kerouac proviene de algunas consideraciones sobre el término beat, una palabra que identifica un fenómeno generacional del que él es el padre. En sí mismo, el término tiene muchos significados: es la primera parte de la palabra beatitude, pero beaten también significa abatido, desanimado, a la deriva. Beat es también compás, ritmo, en el sentido de la música de jazz. Los beats, o beatniks (como se les llamaría combinando las palabras beat y sputnik) renuncian al proyecto de una vida tranquila, dedicada a la producción y el consumo, se niegan a vivir en una morada fija y viven, solos o en grupo, en lugares urbanos restringidos y a menudo incómodos. El beat identifica, por tanto, un estilo de vida sin reglas e inquieto, dominado por la incertidumbre, la ansiedad y una cierta tensión siempre insatisfecha, que más tarde derivó en actitudes rebeldes y contestatarias con connotaciones políticas.

Fue el propio Kerouac quien acuñó el término, pero tenía algo que decir sobre su significado, recordando sus verdaderos orígenes. El origen de la palabra beat aclara el tipo de iluminación y revelación a la que realmente aspiraba el escritor: «Fue como católico […] que una tarde fui a la iglesia de mi infancia (una de tantas), Santa Juana de Arco en Lowell, Mass., y de repente, con lágrimas en los ojos, mientras escuchaba el silencio sagrado de la iglesia (estaba solo allí, eran las cinco de la tarde; fuera los perros ladraban, los niños chillaban, las hojas caían, las velas brillaban tenuemente sólo para mí), tuve una visión de lo que realmente había querido decir con la palabra “Beat”, la visión de que la palabra Beat significaba bendito… Es domingo por la mañana y el cura está dando el sermón, cuando de repente de una puerta lateral de la iglesia sale un grupo de personajes de la Generación Beat que llevan impermeables atados con cinturones como los de la I.R.A. y se acercan en silencio a “comprender” (to dig) la religión… En ese momento lo tuve claro»[29].

Beat es, por tanto, una palabra de raíz religiosa, que se entiende plenamente en una iglesia durante un momento de recogimiento: lo más alejado de un contexto ruidoso de rebeldía y protesta. Sin embargo, Kerouac tuvo que reconocer con tristeza que «muchos oportunistas, aprovechadores y comunistas se subieron al carro. Ferlinghetti se subió al carro y transformó la imagen de la Generación Beat, que originalmente representaba a personas que amaban la vida y la dulzura. A los periódicos les hablaba de una rebelión beat, de una insurrección beat, palabras que yo nunca usé, siendo católico (being a Catholic[30]. Por eso, poco antes de su muerte, en una entrevista con el New York Times, concluyó: I’m not a beatnik. I’m a Catholic: no soy un beatnik, soy católico[31]. Esta frase no es ciertamente una negación del sentido de su propia parábola cultural, como podría parecer superficialmente. Por el contrario, tal vez esta afirmación fuera una lúcida defensa de su propia identidad artística y humana, es decir, de ese misticismo – católico aunque «extraño, solitario y loco»- que alimentó su estética.

Esta raíz religiosa – subrayada por expresiones como it was as a Catholicbeing a Catholic… I’m a Catholic – no es en absoluto puramente ocasional o momentánea. De hecho, es incluso monástica. En un artículo publicado en 1957, Kerouac no oculta que fenómenos como el del beat «expresan una religiosidad aún más profunda, un deseo de salir, fuera de este mundo (que no es nuestro reino), “hacia lo alto”, en éxtasis, salvado, como si las visiones de los santos enclaustrados de Chartres y Clairvaux volvieran a brotar como la hierba de las aceras de la Civilización, cansada y dolorida tras sus últimas hazañas»[32]. Después de pintar este solemne cuadro, repitió al año siguiente: «Nunca he oído hablar más de Dios, de las últimas cosas, del alma, de hacia dónde vamos, que entre los jóvenes de mi generación: y no sólo los jóvenes más intelectuales, sino todos»[33].

* * *

¿Cómo resumir el significado de la parábola de Kerouac? Probablemente manteniendo unidos, aunque de forma siempre inestable, dos polos: una raíz que desea implacablemente acceder a todo alimento terrenal, y una fuerte tensión hacia lo que es, como hemos dicho, el alma, la eternidad, la salvación. En resumen: la «carne» y el «infinito». Nunca uno sin el otro. Agradeciendo a Dios la composición de su primera novela, en 1950 Kerouac escribió en sus diarios un último «salmo» de extraordinaria intensidad, que parece resumir la sensibilidad del escritor en forma de oración, revelando su alma inquieta y errante: «Gracias, Señor, Dios de los Ejércitos, Ángel del Universo, Rey de la Luz y Creador de las Tinieblas, por tus caminos, que, de no seguirlos, convertirían a los hombres en bailarines embotados de carne sin dolor, mentes sin alma, dedos sin nervios y pies sin polvo». Y finalmente, sin embargo, como un rayo, la petición: «Guarda mi carne en tu eternidad» (Mv, 241)[34].

  1. J. Kerouac, Un mondo battuto dal vento. I diari di Jack Kerouack: 1947-1954, Milán, Mondadori, 2006, 219 (en español: Un mundo soplado por el viento. Diarios 1947-1954, Buenos Aires, Editores Argentinos, 2015). Los textos citados aquí son traducciones de la versión italiana.

  2. Id., «Agnello non leone (1958)», en Id., «Beati: le origini della Beat Generation», en Scrivere bop. Lezioni di scrittura creativa, Milán, Mondadori, 1996, 50. Cfr S. Turner, L’angelo caduto. Vita di Jack Kerouac, Roma, Fazi, 1997, 173.

  3. El nombre «Jack» nace del error de un sacerdote de su parroquia, la iglesia de Santa Juana de Arco.

  4. Nuestra revista, en su versión italiana, ya ha tratado su obra en general con F. Castelli, «La desolata corsa di Jack Kerouac verso la norte», en Civ. Catt. 1971 I 34-47. Nos remitimos a ese artículo para un análisis centrado en su obra narrativa. Aquí sólo daremos unas breves notas biográficas. Jack Kerouac nació el 12 de marzo de 1922 en Lowell, Massachusetts, en el seno de una familia franco-canadiense de origen bretón. A los once años escribió su primer cuento (The cop on the beat) y a los catorce empezó a escribir un diario. En el instituto, se distinguió como deportista y obtuvo una beca. Se matriculó en la Universidad de Columbia, en Nueva York. La temporada neoyorquina de la segunda mitad de la década de 1940 fue afortunada. Pero Kerouac no terminó sus estudios: quería probar el mundo y la vida, un deseo irrefrenable que lo enfrentó a las realidades más duras. Se mantuvo trabajando como albañil y aprendiz de metalúrgico hasta que decidió alistarse en la marina en 1942. Pronto fue licenciado, pero el mar le fascinaba y decidió pasar unos años como marinero en un carguero mercante. En 1944, se vio involucrado en un caso de asesinato y fue detenido y encarcelado por complicidad. Mientras estaba en la cárcel, se casó con Edie Parker, que poco después pagó la fianza. La pareja rompió unos meses después de su libertad. Entre un viaje y otro, Kerouac conoció a William Burroughs, quien le presentó a Allen Ginsberg, y entre ellos nació una profunda amistad que sería el inicio de la llamada generación beat. Kerouac también probó suerte en la crítica musical y escribió algunos artículos sobre jazz, publicados en el periódico de la Universidad de Columbia. Más tarde leyó sus escritos en público con acompañamiento de jazz, lo que inspiró un gran interés por las colaboraciones entre el jazz y la poesía. En 1945 comenzó a escribir su primera novela The Town and the City, publicada en 1950. Un año después conoció a Neal Cassady, que se convertiría en su mejor amigo y en el personaje de muchas de sus novelas. En 1947 Kerouac comenzó su viaje de costa a costa por Estados Unidos en autobús y haciendo autostop. En 1951, escribió On the Road en un rollo de papel de teletipo. Kerouac siguió escribiendo, alternando sus actividades con largos descansos en San Francisco, donde conoció a los principales exponentes del llamado Renacimiento de San Francisco y escribió su primera colección de poemas. Murió el 21 de octubre de 1969 de una hemorragia hepática.

  5. D. Brinkley, «Introduzione», en J. Kerouac, Un mondo battuto…, cit., 16. En adelante citaremos la obra con la sigla Mv.

  6. Cfr D. Brinkley, «Introduzione», cit., 26.

  7. J. Kerouac, «The Art of Fiction No. 41», en Paris Review, n. 43, Summer 1968, 19.

  8. Ibid., 28.

  9. «Presentazione di Jack Kerouac», en J. Kerouac, Romanzi, cit., 1.520.

  10. Cfr D. Brinkley, «Introduzione»…, cit., 26.

  11. Ibid.

  12. I’m reading Blaise Pascal and taking notes on religion (J. KEROUAC, «The Art of Fiction No. 41», cit., 46).

  13. Después de todo, ¿qué quedará del mundo, de la «reluciente Babilonia que humea al sol»?, se pregunta Kerouac. Sólo «las cosas moldeadas por las manos de Dios». Todo está llamado a volver a él (Mv, 64).

  14. J. Kerouac, «The Art of Fiction No. 41», cit., 28. Y esto nos recuerda a Giovanni Testori, cuando afirma que «el lugar del teatro es el cuerpo de Cristo» (G. Testori, La maestà della vita e altri scritti, Milán, Rizzoli, 1998, 149).

  15. Id., Satori in Paris and Pic. Two Novels, New York, Grove Press, 1985, 10.

  16. Este sentimiento es tan cierto que lo volvemos a encontrar más adelante como criterio de valoración de una obra literaria, en este caso la de James Joyce. Kerouac escribe: «Creo en la escritura sana más que en la bazofia psicótica de Joyce. Joyce es un hombre que simplemente ha dejado de comunicarse con otros seres humanos. Yo mismo lo hago cuando estoy atormentado y borracho de cansancio, así que sé que no es tan honesto, es incluso cruel, llegar a las asociaciones de ideas sin el genuino esfuerzo humano de encontrar y dotar al propio discurso de una inteligencia significativa. Es una especie de idiotez desdeñosa» (Mv, 101). Y en la D. H. Lawrence el juicio no es más piadoso: «Es una pura masturbación del ego» (ibid., 346).

  17. Mv, 86. Pero, en realidad, nada de esto tiene que ver con la verdadera dimensión fáustica del deseo de vida y conocimiento. Esto queda claro en el juicio despectivo y desconcertante que hace en abril de 1948 sobre su cercanía a amigos como Ginsberg y Burroughs: «Estoy cansado de escribir sátiras de neuróticos sin importancia, eso es todo lo que queda de mis relaciones con ellos. Los visito con ánimo alegre y afectuoso y salgo cada vez confundido y disgustado. Esto no ocurre con mis otros amigos, así que debería seguir mis instintos y quedarme con mis compañeros. “Se acabaron los vítores a la tolerancia”. Estoy cansado de investigar todo y de ser un tonto “fáustico” en busca del “conocimiento absoluto”» (ibíd., 124).

  18. S. Turner, L’angelo caduto…, cit., 11. La versión original es Angelheaded Hipster. A Life of Jack Kerouac, New York, Viking, 1996.

  19. Entrevista tomada de E. Bevilacqua, Guida alla beat generation, Roma – Napoli, Theoria, 1994, 52.

  20. J. Kerouac, Mexico City Blues. Il manifesto poetico del padre della Beat Generation, Roma, Newton Compton, 1993, 167.

  21. F. O’Connor, Nel territorio del diavolo. Sul mestiere di scrivere, Roma – Napoli, Theoria, 1993, 80.

  22. S. Turner, L’angelo caduto…, cit., 11 y 165.

  23. B. Gifford – L. Lee, Jack’s Book. Una biografia narrata di Jack Kerouac, Roma, Fandango, 2001, 225 s.

  24. Ibid, 227 s. «Cuando las cosas se ponían difíciles, a lo que realmente se aferraba era a la Pequeña Flor de Jesús, Santa Teresa de Lisieux, y a varios otros santos católicos, y esto era en lo que realmente creía, lo que más aprovechaba y a lo que siempre volvía» (ibíd., 225).

  25. Id., Satori in Paris and Pic…, cit., 69.

  26. S.Turner, L’angelo caduto…, cit., 216.

  27. Cfr M. Fellows, «The Apocalypse of Jack Kerouac: Meditations on the 30th Anniversary of his Death», en Culture Wars, November 1999 (leído en http://www.culturewars.com/CultureWars/1999/kerouac.html).

  28. J. Kerouac, «Presentazione di Kerouac», cit., 1.522. Para una comparación con el «hermano mayor» Thomas Merton cfr A. Stuart, «Vision of Tom – Jack Kerouac’s monastic elder brother. A preliminar exploration», en http://www.thomasmertonsociety.org/kerouac.htm

  29. Id., «Beati: le origini della Beat Generation», en Scrivere bop…, cit., 68. El verbo to dig significa en el slang beat gustar, apreciar, más que «comprender» de manera puramente intelectual.

  30. La entrevista, la última antes de la muerte del escritor, realizada por William F. Buckley en el Firing Line Show en 1968, puede seguirse en «What Happened to Kerouac?», cit.

  31. J. Lelyveld, «Jack Kerouac, Novelist, Dead; Father of the Beat Generation», en The New York Times, 22 de octubre de 1969.

  32. J. Kerouac, «Sulla Beat Generation (1957)», en Scrivere bop… cit., 46.

  33. Id., «Agnello, non leone (1958)», ibid., 50.

  34. Keep my flesh in Thee everlasting.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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