El pastor que vende la herencia gratuitamente recibida[1]
A finales de la década de 1970 y comienzos de 1980, el entonces padre Jorge Mario Bergoglio escribió lo que luego fue un artículo titulado «El mal superior y su imagen»[2]. Se refería, obviamente, al superior dentro de la Compañía de Jesús, que tiene una misión pastoral precisa. Resulta tocante que en aquel escrito el actual Pontífice no utilizara la imagen del mercenario que Jesús mismo contrapone al buen pastor, y que en cambio tomara la de aquel que «vende la herencia gratuitamente recibida» (RE 215).
La venta de la heredad es siempre una «mala venta». Por eso los que venden la heredad son calificados de «guías ciegos». Su ceguera, su falta de discernimiento, el no reconocer al Hijo de Dios venido en carne es la raíz de esta profanación, que resulta siempre un mal negocio. Bergoglio toma como marco la Carta a los Hebreos, que dice: «¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y que tuvo como profana la sangre de la Alianza que lo santificó y ultrajó al Espíritu de la gracia?» (cf. Hb 10,26-31) (RE 216).
La venta de la heredad afecta no solo la relación entre el pastor y el Señor, sino que repercute y daña a todo el pueblo fiel de Dios. Por eso Bergoglio dice que, para Jesús, el guía ciego es «quien no pastorea a su pueblo con lealtad» (RE 216).
Pastores con olor a oveja[3] y vendedores de la heredad recibida de manera gratuita de los mayores: dos imágenes fuertes para caracterizar la figura del pastor, la del bueno y la del malo.
La imagen olfativa, del olor de las ovejas, y la imagen económica, del que malvende una heredad que no es suya sino de todo el pueblo, se graban a fuego en la memoria mejor que mil conceptos morales y definiciones abstractas.
Más allá de consideraciones románticas, la figura de Judas, el mal apóstol, quedó ligada al hecho de haber malvendido a su amigo y Señor por treinta monedas de plata. Como telón de fondo está la imagen de los viñadores homicidas y resuena la frase funesta que «Al ver al hijo, se dijeron: es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia» (Mt 21,38).
La trilogía sobre la imagen del superior
Reconstruyendo la historia de aquellos años podemos decir que el artículo titulado «El mal superior y su imagen» nació y se completa con otros dos: «El superior local» y los «Ejercicios para superiores»[4] que Bergoglio predicó a comienzos de 1976, en los que hablaba de «La imagen del superior ideal» (MpR 219). Se trata, pues, de una pequeña trilogía en la que Bergoglio reflexiona sobre los superiores. Al igual que ahora, como Obispo de Roma, reflexiona sobre los obispos.
Para Bergoglio-Francisco, el superior y el pastor es un hombre Ad aedificationem (MpR 96ss.). Y edificar, además de construir la Iglesia con piedras vivas, supone también la capacidad de condenar: «San Ignacio nos enseña que edificar supone capacidad de condenar» (MpR 218).
Esta capacidad de condena ha sido y es un rasgo distintivo de Bergoglio-Francisco. Son claros sus «noes»: «la cosa no va». Su primera homilía programática en torno al Caminar-Edificar-Confesar estuvo centrada en la condena a lo que «no va», lo que «no funciona»: «Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona». «Si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona». Sin la cruz del Señor «no somos discípulos del Señor, somos mundanos»[5].
Y lo mismo sucede con sus «no se puede»: «No se puede conocer verdaderamente como pastores al propio rebaño, caminar delante, en medio o detrás de él, cuidarlo con la enseñanza, la administración de los sacramentos y el testimonio de vida, si no se permanece en la diócesis»[6]. «No se puede hablar de Jesús de manera quejumbrosa»[7]. «Esto no se puede realizar aisladamente (tener la mirada de conjunto de María) sino solo en comunión»[8]. «No se puede taponar (la misericordia)»[9].
En una cultura como la nuestra, abierta a la pluralidad de las interpretaciones, para hacerse entender no basta con afirmar algo bueno; es necesario explicitar lo malo que contradice de manera absoluta ese bien. Más aún, es decisivo que la condena sea concreta. No basta con condenar el mal en su estadio final o puro, con una formulación que termina siendo abstracta. Y es también importante estar atentos al momento y a los límites de toda condena. El paradigma lo encontramos en la parábola del trigo y la cizaña, en la que el Padre es cuidadoso a la hora de tratar el problema y no deja que actúen los servidores que pretenden extirpar la cizaña de raíz.
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Francisco tiene esta gracia de saber poner límite temporal a la condena: «esto, ahora, no», o «por ahora, no». No se trata de condenas dogmáticas y absolutas, sino de condenas netas y fuertes, aunque humildes: «así no, por ahora no…», o «ahora sí». «En la vida y en el amor el “no” está al servicio del “sí” […]. Los principios negativos ayudan a que la vida no se transforme en muerte, pero la vida no avanza y madura a fuerza de “noes” multiplicados, sino gracias a la gradualidad de muchos “síes”»[10].
El bien no se termina de afirmar y realizar hasta que no se condena el mal contrario, pero esta condena, humanamente, nunca puede extirpar el mal del todo, cosa que solo Dios hará a su debido tiempo. Humanamente, la discreción consiste en neutralizar el mal, de manera que la gracia pueda seguir su cauce. Esta concepción de «neutralizar» (cf. MpR 174) el mal, de no pretender «extirparlo» de raíz, forma parte de la pedagogía discreta de Francisco y de su capacidad de condena, que se muestra eficaz a la hora de quitar impedimentos para que sea el Espíritu el que conduzca a la Iglesia.
Las características del mal superior
Después de brindar una «rica tipología bíblica acerca de los rasgos de maternidad y paternidad de un superior religioso en referencia a recibir bien, custodiar atentamente y transmitir con fecundidad la herencia recibida» (RE 219), Bergoglio individualiza tres características del superior que vende la herencia. La primera es la del «perezoso», y el signo distintivo es «el mal cansancio». La segunda es la del que «pierde la memoria», y el signo es «el aburrimiento de la vida». La tercera imagen es la del falto de pietas, y el signo es un «espíritu quejumbroso» (RE 219-223).
Dado que las apariencias engañan, porque los que venden la herencia a veces pasan por justos, como en el caso de Ananías y Safira y, en cambio, los que no la negocian son humillados y acusados de malhechores, como en el caso de la casta Susana, Bergoglio da como criterio seguro el de la Cruz. Cuando lo que media es la cruz del Señor, se puede olfatear al buen superior; cuando en la mediación aparece el «negocio» y el «quedar bien», se puede olfatear al mal superior.
La pregunta clave que tiene que hacerse todo superior es acerca de sus penas, sufrimientos y tristezas. Para ver de qué signo son: «¿Lo despojan cada vez más de sí y lo adhieren a Cristo crucificado? Entonces son de Dios, son el crisol de la pasión. ¿Lo alimenta algún resentimiento? ¿Le proponen ambiciones futuras como compensación de fracasos presentes? Entonces son de mal espíritu, forjadoras de fariseísmo en su alma, los llevan a la esterilidad y los convierten en asnos: “Homo cum in honore sit, quasi asinus”» (RE 224). El criterio de las humillaciones —soportadas o deseadas por amor a Jesús— es el criterio fuerte de Ignacio y ha sido y es el criterio fuerte de Francisco.
La última profundización la da Bergoglio en clave de paradoja: la que se da entre «no ver» y «ser ciego». «Si un superior acepta la heredad recibida y quiere transmitirla con fidelidad, no le queda más remedio que asumir el “no ver” la plenitud de tal heredad. Porque la ley de fidelidad a toda herencia pasa por el “entregarla” y renunciar al goce de su plenitud» (RE 224). La muerte del testador es lo que permite que se haga efectiva la transmisión de la herencia. Este «no ver» es lo contrario del negocio, que enceguece al que no quiere pasar la herencia sino gozarla. Las imágenes bíblicas que inspiran a Bergoglio son las de Abraham y las de los ancianos Simeón y Ana: gente que saluda las promesas de lejos y salta de júbilo en esperanza (Jn 8,56).
Esta imagen de los ancianos se contrapone totalmente a las imágenes que elige Bergoglio para ilustrar lo que es un mal superior: Sansón, aburrido de la vida y atrapado por la sensualidad, pierde la fuerza y cae en manos de los enemigos que lo ciegan y debe recurrir a una catástrofe para reparar en algo el mal producido; Esaú errante y quejumbroso, que vende la primogenitura por un plato de lentejas; Ananías y Safira, que engañan y se hacen pasar por piadosos aunque son calculadores y mezquinos.
Bergoglio contempla los personajes bíblicos y actualiza sus actitudes poniéndolas en imágenes actuales, en cosas que vemos de manera cotidiana. La contemplación es conducida al discernimiento práctico, con un deseo apremiante de incidir realmente en la vida. Esta caricaturización del mal superior brinda un servicio a la verdad: permite que se neutralice el poder del mal espíritu, que se basa sobre todo en su escondimiento, en no hacerse notar hasta que está instalado.
En el Evangelio vemos cómo las ironías de Jesús, por ejemplo, al fariseo Nicodemo, obran un efecto bueno en su corazón y, en cambio, en otros fariseos que no quieren convertirse el efecto es el contrario: el corazón se les endurece más. Pero esto no es habitual en nuestro mundo, en el cual lo común es que se alabe en todo a los amigos y se condene en todo a los enemigos. No es fácil discernir que el que nos dice una dura verdad acerca de un pecado lo haga con deseo de ayudarnos. Y, sin embargo, en el Evangelio las bienaventuranzas siempre van acompañadas de las malaventuranzas, de los: «¡Ay! de ustedes», con que el Señor condena a los malos dirigentes con la misma fuerza e intención de salvar con que alaba y bendice a los que practican el bien.
El mal superior y el mal obispo
Convengamos, antes de continuar, en que no todas las imágenes del mal superior son aplicables sin más al mal obispo. Exacerbar algunas imágenes de malos obispos, caricaturizándolas, como a veces hacen los medios, puede ser no solo destructivo sino distractivo. No todo el que anda con cara seria o es acusado de algo es un vendedor de la herencia recibida. Como bien hace ver Bergoglio: «El justo aparenta ser malo —las circunstancias lo ponen allí— por defender su pertenencia a la heredad que no quiere vender. El injusto, como Ananías y Safira, vende cualquier cosa con tal de aparentar ser bueno» (RE 223).
Recordemos que en Bergoglio-Francisco siempre está presente la espiritualidad de los Ejercicios, y al hacer ver el proceso de toda tentación, sigue el que Ignacio describe en la meditación de «Dos Banderas», los «tres escalones»: tentación de codicia de riqueza, de vano honor mundano y de soberbia (cf. EE 142). En el discernimiento de Bergoglio-Francisco la falta de pobreza se suele concretar en eludir el trabajo; la vanidad, en mundanidad espiritual y la soberbia en falta de pietas.
Con respecto al valor de los «perfiles» tengamos en cuenta que, para Francisco, «El perfil de un obispo no es la suma algebraica de sus virtudes. […] Todas estas dotes imprescindibles —integridad, equilibrio, solidez, rectitud, etc.— deben ser con todo una indicación de la centralidad del testimonio del Resucitado, subordinados a este compromiso prioritario. Es el Espíritu del Resucitado quien forma a sus testigos, quien integra y eleva las cualidades y los valores edificando al obispo»[11]. La «herencia recibida gratuitamente», por tanto, es la de ser «testigos de Cristo resucitado». Esta es la herencia que no se puede vender, dejar que se devalúe, alquilarla ni hipotecarla.
Al comienzo de su pontificado, sin embargo, Francisco trazó un perfil del mal obispo[12], al cual siempre hace referencia y en el que se pueden reconocer las características del que vende la heredad por eludir el trabajo —psicología de Príncipe—, por mundanidad espiritual —ambición del episcopado— o falta de piedad —no ser «esposos de una Iglesia»[13].
Ahora nos centraremos en esta tentación principal —la de vender la herencia gratuitamente recibida— e intentaremos remarcar algunos puntos en los escritos de Francisco a los obispos en los que están presentes, como una especie de estructura primera, estas tres realidades fundamentales que hacen de un obispo un vendedor de la heredad.
El obispo distante de sus sacerdotes y del pueblo fiel
En el caso del mal obispo, Francisco fustiga la pereza pastoral cuando hace que se devalúe el tesoro y la riqueza más grande de la herencia recibida, que para un obispo es el pueblo fiel y sus sacerdotes.
A los obispos mexicanos, por ejemplo, los exhortaba a no dejar que se pierda la herencia de la religiosidad popular, custodiándola con un trabajo constante[14]. Pero si hay una nota característica de esta tentación en un obispo es la distancia: «Es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia —y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo de las distancias que pueden existir»[15].
Francisco, siempre que puede, se complace en repetir una especie de teatralización del obispo distante que no responde a las llamadas telefónicas de sus curas: «Yo he oído —no sé si es verdad, pero lo he oído muchas veces en mi vida— de sacerdotes, cuando daba ejercicios a sacerdotes: “¡Bah! He llamado al obispo y el secretario me dice que no tiene tiempo para recibirme”. Y así durante meses y meses y meses. No sé si es verdad. Pero si un sacerdote llama al obispo, el mismo día, o al menos al día siguiente, la llamada telefónica: “He oído, ¿qué deseas? Ahora no puedo recibirte, pero intentemos buscar juntos la fecha”. Que oiga que el padre responde, por favor. Al contrario, el sacerdote puede pensar: “Pero a este no le importa; este no es padre, es jefe de oficina”. Pensad bien en esto. Sería un buen propósito: ante una llamada de un sacerdote, si no puedo este día, al menos responder al día siguiente. Y después ver cuándo es posible encontrarlo. Estar en continua cercanía, en contacto continuo con ellos»[16].
También la gente necesita la cercanía de su Pastor: «¡La presencia! La pide el pueblo mismo, que quiere ver al propio obispo caminar con él, estar cerca de él. Lo necesita para vivir y para respirar»[17]; «El rebaño necesita encontrar espacio en el corazón del pastor»[18].
Hay muchas, muchísimas maneras, de poner distancia… y una sola de acortarla: la cordialidad que se juega por los suyos a lo largo del tiempo y que se juega especialmente por los más problemáticos y necesitados.
La distancia no es solo afectiva. Hay una distancia peor que consiste en hacer inaccesible la Palabra de Dios y los Sacramentos. Por eso Francisco exhorta a los obispos a ser «kerigmáticos»[19]. El kerigma siempre es anuncio de que «el reino está cerca».
La distancia es una categoría espacial, y como el tiempo es superior al espacio, la virtud que supera estas malas distancias es la paciencia. La paciencia es el signo concreto del obispo que sabe encontrar la distancia justa en cada momento porque apuesta al tiempo, porque es capaz de iniciar, sostener y acompañar procesos de crecimiento en la vida espiritual.
Para hacer ver la importancia de la paciencia, recuerda Francisco: «Dicen que el cardenal Siri solía repetir: “Cinco son las virtudes de un obispo: primero la paciencia, segundo la paciencia, tercero la paciencia, cuarto la paciencia y última la paciencia con aquellos que nos invitan a tener paciencia”»[20].
La paciencia de la que habla Francisco es dinámica en alto grado. El Papa habla de «entrar en paciencia» delante de Dios: «El obispo debe ser capaz de “entrar en paciencia” ante Dios, mirando y dejándose mirar, buscando y dejándose buscar, encontrando y dejándose encontrar, pacientemente ante el Señor»[21].
La paciencia para rezar es la misma que la paciencia para llevar adelante el apostolado: «Y esto vale también para la paciencia apostólica: la misma hypomone que debe ejercitar en la predicación de la Palabra (cf. 2 Cor 6,4) la debe tener en la oración»[22].
Con esta paciencia se hace frente a la tentación del «frenesí de la eficiencia» del mundo actual, que es una forma de pereza, porque se privilegia el trabajo con las cosas, al ritmo frenético del dinero, y se pierde el ritmo humano, el que necesitan las personas para crecer y vivir[23].
El obispo que no tiene coraje de discernir para el bien de su pueblo
La segunda característica del que vende la herencia es la de alguien que ha perdido la memoria de la herencia recibida y eso hace que no tenga coraje para discernir. Duda, se retrasa o no ve lo que es para bien y para mal —dramáticamente hoy— en la vida de su pueblo. Y esto tiene que ver con la vanidad, con el mirarse a sí mismo, en vez de mirar el bien y el mal de los demás que requieren intervención.
En los escritos de Francisco puede verse un signo de esta falta de memoria en la imagen del obispo «personaje». Lo discierne Francisco en un texto breve pero muy fuerte dirigido a los nuevos obispos: «Hoy en día muchos se camuflan y se esconden. Les gusta construir personajes e inventar perfiles… No soportan el escalofrío de saberse conocidos por Alguien que es más grande y no desprecia nuestra pequeñez, que es más santo y no nos reprocha nuestra debilidad, que es verdaderamente bueno y no se escandaliza de nuestras llagas. Que no sea así para vosotros: dejad que os recorra ese escalofrío, no lo remováis, ni lo acalléis»[24]. Y más adelante agrega: «El mundo está cansado de los encantadores mentirosos. Y me permito decir de los curas a la moda, o de los obispos a la moda. La gente “olfatea”, el pueblo de Dios tiene olfato, y se aleja cuando reconoce a los narcisistas, a los manipuladores, a los defensores de sus propias causas, a los proclamadores de cruzadas vanas»[25].
Construir «personajes» e inventar «perfiles» es vanidad superficial y más en lo profundo es falta de memoria. La memoria es «el colirio que purifica los ojos de los pastores»[26] y les da ese «sentido deuteronómico de la vida como historia de salvación», liberándolos de «la enfermedad del “alzheimer” espiritual»[27].
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La imagen que Bergoglio utilizó, como vimos más arriba, es la del asno (RE 224)[28]. Cuando el que ambiciona honores mundanos es un obispo, hace el ridículo, como decía san Juan XXIII: «Se corre el riesgo de llevar al ridículo una misión santa»; Francisco agrega: «Es una palabra fuerte esta, la del ridículo, pero es verdadera: ceder al espíritu mundano nos expone sobre todo a nosotros, pastores, al ridículo»[29].
Esta falta de discernimiento se nota en la incapacidad de «velar por el rebaño»[30], que es lo propio del Buen Obispo. La imagen de san José, que vela hasta en sueños, sobre María y Jesús es la imagen antídoto contra toda tentación de vender la herencia gratuitamente recibida.
En esta tentación, la venta se da como una especie de alquiler: se alquila el espacio sagrado del reino cada vez que no se discierne y se permite que sus espacios sean usados o como museos o como laboratorios de experimentos de moda. El problema es que, al no estar activa y fresca la memoria de las promesas del Reino, no se advierten con nitidez ni los bienes verdaderos ni los enemigos verdaderos y esto va en desmedro de la capacidad de discernimiento.
En su primera prédica, Francisco señaló la tentación contra el discernimiento en Pedro: «El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”»[31].
Pedro experimenta en carne propia el poder de las llaves, que es el poder del discernimiento que abre el camino al bien y lo cierra al mal. Y porque deja que el Señor le discierna los pensamientos de su corazón, Pedro puede discernir después los de los demás. Hay otros poderes que el Señor dejó en manos de sus pastores que son más «estables». Los sacramentos obran ex opere operato, son eficaces por sí mismos. Las formulaciones «abstractas» de la verdad pueden durar épocas enteras, aunque cuando cambian los paradigmas culturales su expresión necesita ser reformulada y precisada para que sea entendible y vivible.
El discernimiento de espíritus, en cambio, hace al momento[32]. Y requiere el coraje de entrar en los tiempos del Señor, con sus luchas y fluctuaciones, hasta que lo que nos quiere decir y nos da para elegir se muestra de manera clara y recibe de su parte confirmación una vez que hemos elegido.
El obispo de círculos cerrados, sin espíritu sinodal
La tercera característica de un superior vendedor es la de alguien falto de pietas[33]. En el caso del mal obispo, la falta de pietas suele esconderse detrás de un exagerar la piedad en algún punto y al mismo tiempo descuidarla en los demás. Como el que es piadosísimo para tratar la Eucaristía y luego es impaciente y poco delicado en el trato con los empleados y los pobres. O el que defiende como un gladiador un aspecto de la doctrina o de la moral y hace la vista gorda a otros.
En las enfermedades de la curia, Francisco señaló el síntoma de esta tentación al hablar de las «murmuraciones» y de los que actúan en «círculos cerrados»[34]. En los obispos, este modo de actuar es síntoma de algo más grave, de falta de espíritu sinodal. Es una tentación contra el Espíritu Santo, que es el que hace que todos caminemos juntos, unidos entre nosotros y con la cabeza. Puede verse —y muy fuerte— en los que no se animan a hablar abiertamente en los sínodos, por ejemplo, cuando el Papa invita a hablar sin miedo, pero no temen hablar en pequeños grupos o por los pasillos.
La tentación contra el espíritu sinodal no es necesariamente un rechazo explícito. Basta una «pobreza de comunión» para que sea el «escándalo más grande»: «Estamos convencidos de ello: la falta o, en cualquier caso, la pobreza de comunión constituye el mayor escándalo, la herejía que desfigura el rostro del Señor y destroza a su Iglesia. Nada justifica la división: mejor ceder, mejor renunciar —dispuestos a veces incluso a cargar sobre uno mismo la prueba de una injusticia— antes que lacerar la túnica y escandalizar al pueblo santo de Dios»[35]. A una gracia tan fundamental como la sinodalidad le sucede como al amor: se lastima más con pequeños desprecios o distancias que con una gran pelea franca y abierta.
Luego señala Francisco una serie de tentaciones que en sí mismas pueden resultar banales, pero que en conjunto tienen más olor a corrupción que a pecados puntuales, ya que «desfiguran el espíritu sinodal»: «la gestión personalista del tiempo, como si pudiese existir un bienestar prescindiendo del de nuestras comunidades; las habladurías, las medias verdades que se convierten en mentiras, la letanía de los lamentos que descubren íntimas decepciones; la dureza de quien juzga sin implicarse y el laxismo de quienes condescienden sin hacerse cargo del otro. Y más: la erosión de los celos, la ceguera inducida por la envidia, la ambición que genera corrientes, camarillas, sectarismo […]. Y la pretensión de quienes quisieran defender la unidad negando las diversidades, humillando así los dones con los que Dios sigue haciendo joven y hermosa a su Iglesia»[36].
Francisco nos recuerda que «El Sínodo es un espacio protegido donde la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo»[37]. Por eso, la tentación del mal obispo contra el caminar juntos es un modo de no hacer espacio al Espíritu, de no «hacer espacio a la presencia de Dios en nosotros»[38], como sí sabe hacerlo la gente sencilla[39].
La tentación del mal obispo contra la sinodalidad consiste también en no hacer hueco al pueblo fiel de Dios, al que se le da lugar aceptando la diversidad de los otros obispos: «“Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios” (Lumen gentium 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiera el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: no hay otra vía católica para unirnos. Este es el espíritu católico, el espíritu cristiano: unirse en las diferencias. ¡Este es el camino de Jesús! El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal, con el Sínodo de los Obispos, supone también para cada uno de vosotros el compromiso de ser instrumentos de comunión»[40].
* * *
Hay muchas maneras en las que se manifiesta cuándo un obispo no tiene los rasgos esenciales que lo configuran como tal: un hombre ad aedificationem, fecundo en su paternidad espiritual sobre el pueblo fiel de Dios a él encomendado; capaz de dejar, como David, «la herencia de cuarenta años de gobierno en favor de su pueblo y al pueblo consolidado y fuerte»[41]; un hombre coherente, con una piedad no fingida, como el anciano Eleazar, que sabe morir dejando una «herencia noble»[42] a los jóvenes de su pueblo; un hombre con memoria de la historia de salvación que tiene el coraje de discernir para bien de su pueblo en las encrucijadas ambiguas de la historia y no cede a la tentación de la «mundanidad espiritual»[43].
El papa Francisco nos muestra cada día que la «cercanía con todos» no es cuestión de más o menos simpatía personal, sino que es «trabajo». Es un «no eludir el trabajo» propio del Pastor que ejercita la misericordia y el discernimiento en la cercanía cordial, en la pastoral cuerpo a cuerpo, en el salir a todas las periferias geográficas y existenciales.
El papa Francisco nos hace ver que el discernimiento no es una actividad elitista y peligrosa en el sentido que podría usarse para cuestionar verdades ya consagradas, sino que es un trabajo: el de involucrarse en la vida concreta de la gente jugándose de manera personal, sin esconderse detrás de formulaciones abstractas cada vez que dramáticamente está en juego el bien y el mal.
El papa Francisco nos da testimonio, con su paciente amor a la diversidad, de que la sinodalidad es también un trabajo: el de caminar con todos, unidos en las diferencias, para que el Espíritu pueda actuar en la vida multiforme y poliédrica de la Iglesia.
Con su oración, Francisco insta a todos los obispos a «no ser ciegos» sino hombres que desean entregar íntegra la heredad gratuitamente recibida y que saben «saludar las promesas desde lejos». Un obispo, «para acrisolar esta mediación del “no ver” y dejar de “ser ciego”, debe con frecuencia ir al Templo, a la presencia esperanzadora de Dios, a la oración confiada. Allí, en el templo, forjará su pietas, porque se hará cargo de “la roca de donde lo tallaron y de la cantera de donde lo extrajeron” (Is 51,1); contemplará a “Abrahán, su padre, y a Sara, que lo dio a luz” (ibíd.), y haciéndose cargo de esta identidad, que es la heredad recibida para él, la entregará paternalmente a aquellos que la llevarán adelante y gustará de soñar con esa plenitud que ahora acepta “no ver” y, contemplándola desde lejos, “saltará de júbilo” (Jn 8,56)» (RE 225).
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Este artículo fue publicado como epílogo del volumen publicado por la Congregación para los Obispos con ocasión del octogésimo cumpleaños del papa Francisco. Véase D. Fares, «Il cattivo pastore e la sua immagine», en Congregazione per i Vescovi, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2016, pp. 287-299. ↑
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Cf. J. M. Bergoglio-Papa Francisco, «El mal superior y su imagen», en Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, Bilbao, Mensajero, 2013, pp. 215ss. (de aquí en adelante citaremos RE y el número de página). El artículo fue publicado primero en el «Boletín de Espiritualidad» de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús, n.º 84, diciembre de 1983; luego en la Editorial Diego de Torres (creada por Bergoglio), Buenos Aires, 1988, pp. 228ss. ↑
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D. Fares, El olor del pastor, Maliaño, Sal Terrae, 2015. ↑
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Cf. J. M. Bergoglio-Papa Francisco, «El superior local» y «Ejercicios para superiores», en Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, pp. 93ss. y 215ss. (de aquí en adelante citaremos MpR y el número de página). En estos textos Bergoglio comenta las «Directrices para los superiores locales…» del padre Arrupe (cf. P. Arrupe, «Guidelines for local superiors, Acta Romana Societatis Iesu, vol. XVI, III 1975, p. 595ss.). ↑
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Francisco, Homilía en la Misa con los Cardenales, 14 de marzo de 2013. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en la 66º Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 19 de mayo de 2014. ↑
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Íd., Discurso a los Obispos mexicanos, 13 de febrero de 2016. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en el Curso de Formación para los nuevos Obispos, 16 de septiembre de 2016. ↑
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D. Fares, «Educar a los hijos según Amoris Laetitia. La pedagogía del papa Francisco», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana 4, p. 63. ↑
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Francisco, Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en las Jornadas dedicadas a los Representantes Pontificios, 21 de junio de 2013. ↑
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Íd., Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014 y Discurso a los participantes en un encuentro de Representantes Pontificios, 17 de septiembre de 2016. ↑
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Íd., Discurso a los Obispos mexicanos, 13 de febrero de 2016. ↑
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Ibíd. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013. La misma descripción la hará a los Obispos de Corea el 14 de agosto de 2014. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en el Congreso para los Obispos de nuevo nombramiento, 19 de septiembre de 2013. ↑
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Íd., Discurso a la Reunión de la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014. ↑
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Ibíd. ↑
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Ibíd. ↑
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Ibíd. ↑
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Ibíd. ↑
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Cf. Francisco, Discurso en el Encuentro con el Episcopado brasileño, 27 de julio de 2013. ↑
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Íd., Discurso a los participantes en el curso de formación para los nuevos Obispos, 16 de septiembre de 2016. ↑
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Ibíd. ↑
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Francisco, Homilía en la Profesión de fe con los Obispos de la Conferencia Episcopal italiana, 23 de mayo de 2013. ↑
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Íd., La curia romana es el Cuerpo de Cristo, 22 de diciembre de 2014. ↑
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«Es cierto, por tanto, lo que se dice en el Salmo: “El hombre, cuando está en honores, no entiende: es comparable a las bestias irracionales, y se vuelve igual a ellas” (cf. Sl 49)» (cf. Virgilio, Eneida, L. VI c. XXXIII). ↑
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Francisco, Discurso a los participantes en las Jornadas dedicadas a los Representantes Pontificios, 21 de junio de 2013. ↑
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Ibíd. ↑
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Francisco, Homilía en la Misa con los Cardenales, 14 de marzo de 2013. ↑
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Íd., Homilía en Santa Marta, 26 de noviembre de 2013. ↑
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Para Bergoglio, la piedad es la gracia de ser buenos hijos —es la conciencia de la necesidad de recurrir como los pequeños del pueblo fiel al Padre de los cielos, que es Providente—. La piedad va siempre unida al celo apostólico y es «la expresión cualificada de la revolución de la ternura» (cf. J. M. Bergoglio-Francisco, Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, cit. 245). ↑
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Francisco, La curia romana es el Cuerpo de Cristo, 22 de diciembre de 2014. ↑
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Íd., Discurso a la 66º Asamblea General de la Conferencia Episcopal italiana, 19 de mayo de 2014. ↑
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Ibíd. ↑
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Francisco, Introducción al Sínodo, 5 de octubre de 2015. ↑
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Ibíd. ↑
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Francisco, Discurso en el Encuentro con el Episcopado brasileño, 27 de julio de 2013. ↑
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Íd., Homilía en la imposición del palio a los nuevos metropolitas, 29 de junio de 2013. ↑
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Íd., Homilía en Santa Marta, 6 de febrero de 2014 (cf. Re 2,1-4. 10-12). ↑
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Íd., Homilía en Santa Marta, 19 de noviembre de 2013 (cf. Mc 6,18-31) ↑
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Íd., Homilía en Santa Marta, 17 de enero de 2014 (cf. 1 Sm 8). ↑
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