En su discurso a la Congregación General de Cardenales antes del cónclave de 2013[1], el entonces cardenal Jorge Bergoglio dijo: «Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se vuelve autorreferencial y entonces se enferma. […] Cuando la Iglesia es autorreferencial, sin darse cuenta, cree tener su propia luz. Deja de ser el mysterium lunae y da lugar al gravísimo mal de la mundanidad espiritual. […] Simplificando, hay dos imágenes de la Iglesia: o la Iglesia evangelizadora que sale de sí misma, […] o la Iglesia mundana que vive en sí misma, de sí misma, para sí misma. Esto debe iluminar los posibles cambios y reformas que habrá que hacer para la salvación de las almas. Pensar en el próximo Papa: un hombre que, fundado en la contemplación de Jesucristo y en la adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí misma hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive “la dulce y reconfortante alegría de evangelizar”».
En estas palabras ya está en estado embrionario lo que será el programa del Papa Francisco. Ahora, en el décimo año de su pontificado, trataremos de ilustrar cómo se está realizando, considerando cinco documentos principales: tres exhortaciones apostólicas (Evangelii gaudium [EG], 2013; Amoris laetitia [AL], 2016; Gaudete et exsultate [GE], 2018) y dos encíclicas (Laudato si’ [LS], 2015; Fratelli tutti [FT], 2020).
«¿De dónde?». Iglesia en salida, hospital de campaña, pobre y para los pobres
En el centro del pensamiento de Francisco está la Iglesia, pero una Iglesia que evangeliza y que encuentra su razón de ser en la evangelización. EG lo afirma abiertamente. A este documento, que apareció tras un sínodo que Francisco no había convocado ni dirigido, supo imprimirle un tono muy personal. Lo ha convertido en un texto de cierta forma programático, en plena sintonía con Pablo VI, que proclamaba: «Evangelizar, en efecto, es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Existe para evangelizar»[2]. Francisco retomó la definición de la Iglesia dada por el Concilio Vaticano II, que puso en el centro la «misión», concebida según la categoría de «sacramento», profundamente arraigada en la tradición más antigua y demasiado olvidada en los últimos siglos.
La preeminencia dada a la evangelización excluye una Iglesia cerrada (autorreferencial). Francisco lo ilustra de manera muy clara cuando reclama una Iglesia en salida, cuyas acciones concretas resume con cinco verbos: «tomar la iniciativa» («primerear»), «involucrarse», «acompañar», «fructificar» y «festejar» (EG 24).
El Papa quiere afrontar los problemas internos de la Iglesia con una «conversión pastoral y misionera» (EG 25): habla de «una impostergable renovación eclesial» con medios adecuados «para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (EG 27). Esta orientación se ilustra con la imagen del «hospital de campaña»: «Veo claramente que lo que más necesita la Iglesia hoy es la capacidad de curar las heridas y de calentar el corazón de los fieles, la cercanía, la proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. Es inútil preguntar a una persona gravemente herida si tiene el colesterol y el azúcar en sangre altos. Uno debe tratar sus heridas. Luego podemos hablar de todo lo demás»[3].
Esta imagen está muy relacionada con el tema de la «misericordia»: una misericordia que debe manifestarse con urgencia para curar las heridas. Este tema es central en la vida y la espiritualidad de Jorge Bergoglio. Y la convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia (del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016) se explica en este contexto.
También hay que recordar el ardiente deseo que Francisco expresó a los periodistas tras convertirse en Papa: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!». No se trata de un capricho retórico del recién elegido. Esta preocupación se remonta al menos a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II[4].
Posteriormente, la fórmula se enriqueció con nuevos matices. Para Francisco, la opción por los pobres no puede reducirse a una forma de asistencialismo (cfr. EG 199), ni debe convertirse en una instrumentalización ideológica[5]. Los pobres no deben ser considerados como objeto de la acción de la Iglesia, sino como sujeto: los cristianos están llamados a crear las condiciones adecuadas para que los pobres sean protagonistas. «Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica» (EG 198). Esto ayuda a entender a Dios y al mundo desde la perspectiva de Dios. Los pobres son el «lugar hermenéutico» desde el que mirar la realidad. Ser amigos de los pobres significa no sólo acercarse a ellos con benevolencia, sino dejarse evangelizar por ellos (cfr. EG 198). Por lo tanto, estamos lejos del asistencialismo paternalista que no pocas veces ha caracterizado la actividad caritativa de los cristianos y de las instituciones de la Iglesia.
«¿Quién?» Iglesia comunidad de todos, Iglesia sinodal
La Iglesia concebida por Francisco es la Iglesia formada por todos los creyentes. Se vincula, pues, al Concilio y a su revalorización del papel de los laicos (cfr. EG 102). Hay que destacar dos elementos en particular.
En primer lugar, la crítica al clericalismo, verdadera plaga de la Iglesia. No sólo impide que los laicos asuman su papel, sino que constituye una perversión del ministerio sacerdotal, que deja de ser servicio para tratar a los laicos como «mandaderos»[6].
Inscríbete a la newsletter
En segundo lugar, Francisco señala con énfasis la sinodalidad como una forma renovada de ser Iglesia. La sinodalidad es una categoría esencial[7]. Recordemos el discurso de Francisco en el cincuenta aniversario de la institución del Sínodo (17 de octubre de 2015), en el que se manifiesta un cambio de perspectiva: el Sínodo es una institución, la sinodalidad es un modo de ser Iglesia que se inspira en la etimología (sin–odos, «caminar juntos»). El carácter sinodal es una «dimensión constitutiva de la Iglesia»; impide la rígida separación entre Ecclesia docens y Ecclesia discens. Una Iglesia sinodal es «una Iglesia de la escucha». El Sínodo es «el punto de convergencia de este dinamismo de escucha realizado en todos los niveles de la vida de la Iglesia»[8]. Para Francisco, la sinodalidad constituye también «una estrategia de acción». Ha dado forma a los tres procesos sinodales de su pontificado, con indudables avances en la conciencia y el comportamiento eclesial.
«¿Cómo?». Una espiritualidad humanamente madura en el horizonte de la santidad
Para que todo el mundo sea protagonista, deben cumplirse ciertas condiciones. Podemos recordar tres de ellas: espiritualidad intensa, santidad como horizonte, madurez humana y moral.
Tres grandes escritos de Francisco – EG, LS y AL – concluyen con un capítulo dedicado a la espiritualidad. Buscan contrarrestar la mentalidad – muy extendida en la Iglesia – de que son los que tienen la autoridad y el poder los que deben, de alguna manera, aportar las soluciones a los problemas. Para Francisco, el mundo lo debemos mejorar entre todos, unidos; y para un cristiano, esta responsabilidad está estrechamente relacionada con una espiritualidad profunda, orientada a dejar que la experiencia de Dios impregne la visión de la vida y la conducta personal.
El Papa dedicó su exhortación apostólica Gaudete et exsultate a la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. Pretendía acercar la doctrina de la Iglesia a la vida de los cristianos de a pie. No hay que pensar sólo en los beatos y canonizados, porque «el Espíritu derrama santidad por todas partes» (GE 6; la santidad «de la puerta de al lado», GE 7). Francisco consideró esta santidad en relación con dos antiguas herejías todavía presentes en el mundo, aunque sus nombres quizá ya no sean tan familiares: el gnosticismo y el pelagianismo.
La madurez humana es valiosa para la vida cristiana y la moral personal. En este sentido, la exhortación Amoris laetitia es importante, no sólo por el modo en que trata el tema de los divorciados y vueltos a casar, sino también por la perspectiva moral con la que aborda esta cuestión y sus consecuencias pastorales. El Papa menciona a Juan Pablo II y la «ley de la gradualidad» (AL 295); hace referencia a la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando, a propósito de la eutanasia, dice que la imputabilidad y la responsabilidad de una acción deben considerarse a la luz de las circunstancias (cfr. AL 302). Pero la categoría fundamental es el «discernimiento»: «Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano» (AL 304). Al tratar situaciones humanas complejas, la moral y la pastoral deben estar de acuerdo.
Detrás de esta posición está la espiritualidad ignaciana. No sólo porque el discernimiento se trae aquí repetidamente a colación, sino porque Francisco retoma la visión humanista que animaba a San Ignacio: en el centro está el individuo como sujeto autónomo, capaz de una relación personal e irrepetible con Dios. El núcleo de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio reside precisamente en la búsqueda, en el discernimiento de lo que Dios espera del ejercitante.
«¿Qué hacemos?». Crítica y denuncia
Francisco también adopta tonos de denuncia. A veces sus palabras son duras, incluso provocadoras. Critica el modelo socioeconómico actual por ser excluyente: «No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. […] Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”» (EG 53).
El Papa denuncia «la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera […] una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas» (EG 56). También critica las actitudes que alimentan este sistema económico: la idolatría del dinero, el afán de lucro, el consumismo desenfrenado.
En Laudato si’ se denuncia el antropocentrismo desviado. Está en el origen de la crisis integral, a la vez social y ecológica (cf. LS 48; 49; 122; 137). La crítica de Francisco no se dirige tanto al antropocentrismo, giro típico del pensamiento moderno, como a su desviación, que vincula todas las esferas de la realidad humana y social a la aplicación del paradigma tecnocrático según el cual el sujeto, gracias a la técnica, es capaz de dominar y transformar el objeto como realidad externa a él. Esta lógica acaba imponiéndose como la única forma de concebir las relaciones entre el sujeto humano y la realidad que le rodea. En consecuencia, el sujeto se siente legitimado para no seguir ningún otro criterio en su relación con cualquier objeto que le interese, y de este modo todo se instrumentaliza, incluida la persona humana (cfr. LS 101-136).
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
Vinculado a este antropocentrismo desviado está la denuncia del individualismo, que se destaca en FT. Hay que pensar no sólo en el individuo en sentido estricto, sino también en el «individuo colectivo» (LS 89; 102). El individualismo no se opone a la colectividad, sino al «otro», a los que se consideran diferentes por cualquier motivo. Por tanto, es la absolutización de lo particular (del individuo aislado o del grupo). Para Francisco, las manifestaciones del individualismo son el liberalismo y el populismo (cf. FT 155), en los que ve una amenaza a la realidad del pueblo, tan central en su pensamiento. El individualismo conduce a un fenómeno recurrente en nuestras sociedades: la indiferencia hacia el «otro». En FT, con el largo e inspirado comentario a la parábola del buen samaritano, Francisco deplora la indiferencia del sacerdote y del levita y critica a quienes en nuestro mundo viven encerrados en sus propios intereses e indiferentes a todo lo demás (cfr. LS 113).
Como contrapunto a todas estas críticas está la categoría de pueblo. Se nutre de una antropología que tiene profundas raíces cristianas: la persona humana, su dignidad sagrada, la apertura a los demás, la voluntad de compartir proyectos comunes, la capacidad de actuar creativamente. Es precisamente lo contrario del individuo aislado, encerrado en sí mismo, atento sólo a sus propios intereses, incapaz de abrirse al otro, a lo diferente.
«¿Qué hacemos?». Categorías inspiradoras
Actuar es importante; pero no hay que buscar un activismo sin sentido, sino una actitud que podemos resumir en cuatro categorías.
La alegría es el efecto de una experiencia profunda de Dios, de un encuentro con él, «cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (EG 8). Evangelizar no es tanto un mandato impuesto desde fuera, como la reacción normal de quien ha percibido el sentido del Evangelio y el encuentro con Jesús, capaz de transformar vidas. Por eso el Papa, con sutil ironía, critica a los cristianos que «parecen tener un estilo cuaresmal sin Pascua» (EG 6), a los que tienen «permanentemente cara de funeral» (EG 10), a los que carecen de confianza en el mensaje y se convierten en «pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre» (EG 85).
La fraternidad universal se basa en el amor. Las páginas del FT «no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos» (FT 6): un amor que no conoce fronteras, precisamente en un mundo marcado por tantas «fronteras» que separan a los pueblos y grupos sociales.
Al cuidado de la casa común está dedicada la encíclica Laudato si’. La creación es un don de Dios para todos (cfr. LS 155; 232); la respuesta adecuada a este don es el cuidado, en contraste con la actitud que el mundo moderno adopta en su relación con la naturaleza (basada en la capacidad de dominio, que refuerza el antropocentrismo desviado). Francisco, en línea con la ética actual, aplica la cura de la naturaleza y del prójimo, especialmente de los más vulnerables.
Las páginas sobre la espiritualidad cristiana (cfr. LS 216-227) muestran las dimensiones que debe tener ese cuidado. Invitan a una conversión, a la gratitud y a la gratuidad, a «un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo» (LS 222), a una sobriedad vivida con libertad y con la conciencia de estar liberado (cfr. LS 223).
Todas estas categorías inspiradoras se entienden mejor desde la experiencia cristiana de Dios, que es la «misericordia». Esta no es siempre la idea que la gente tiene de Dios. El Jubileo de la Misericordia pretendía renovar la conciencia de la Iglesia de un Dios misericordioso; y los documentos que lo acompañaron –Misericordia et misera y Misericordiae vultus– ilustran, en el tono pastoral y afable de Francisco, lo que significa la misericordia de Dios y la misericordia como disposición del cristiano y del pastor en el sacramento de la confesión. Lo vemos en el capítulo que en AL trata de los casos problemáticos que crean malestar y desazón en muchos ambientes eclesiales («Acompañar, discernir e integrar la fragilidad»), y en el pasaje que se dedica a la lógica de la misericordia pastoral (cfr. AL 307-312)[9].
«¿Qué hacemos?». Estrategia operativa
Ahora queremos proponer una estrategia de cuatro puntos, típica de Francisco: inclusión de los excluidos, ecología integral, diálogo, construcción de comunidad.
La inclusión de los excluidos es la propuesta de EG sobre la dimensión social de la evangelización. Si no se explica debidamente esta dimensión, el sentido auténtico e integral de la misión evangelizadora queda desfigurado (cfr. EG 176). Observamos la contraposición inclusión-exclusión. Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha denunciado «una economía de la exclusión y la inequidad» (EG 53). Cuando habla de la misión evangelizadora, indica para la Iglesia la tarea de «inclusión social de los pobres» (EG 186). La de la inclusión social podría parecer una misión poco «religiosa», pero Francisco aclara: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad» (EG 187). Para ello es fundamental «escuchar el clamor de los pobres».
El Papa vincula estrechamente las crisis social y medioambiental (cfr. LS 137-142). Tienen una causa común. La ecología integral expresa el modo en que la propuesta de Francisco pretende abarcar tanto la dimensión humana y social como la medioambiental. Por tanto, el término «ecología» adquiere un significado nuevo y más completo. La «casa común» no es sólo el entorno natural, sino también el humano. Está en juego la armonía de toda la creación (cfr. LS 225).
El diálogo es la consecuencia del deseo constante de Francisco de acercarse a la persona concreta, de considerarla como sujeto y no sólo como objeto de nuestra acción. El diálogo implica una relación humana en sentido pleno, entre seres de igual condición, abiertos a la comunicación. El Papa también identifica los componentes del diálogo: «Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto» (FT 198). El capítulo seis de FT es una reflexión serena y esclarecedora sobre el diálogo, sus perversiones y sus condiciones de autenticidad.
Por último, hay una imagen a la que Francisco recurre a menudo: la del «poliedro», que se contrapone a la esfera. Mientras que en esta última hay equidistancia del centro, en el poliedro domina la diversidad (cfr. EG 236). El Papa utiliza esta imagen en su idea de construir una comunidad. Esto debe hacerse integrando la riqueza de la diversidad, sin imponer la homogeneidad, sin reducir a las personas a individuos (cf. FT 144; 145; 190; 215). La referencia aquí es clara al tan denostado individualismo, que hace de la sociedad una aglomeración de sujetos incapaces de interactuar salvo para competir, y nunca para colaborar y construir.
Una interpretación de la realidad
Para concluir este camino, quisiéramos recordar los cuatro principios a los que Francisco se refiere a menudo al considerar la realidad. Los enumeró y explicó sistemáticamente en su primera exhortación apostólica. Son: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte (cfr. EG 222-237).
No nos detendremos en cada uno de estos principios. Para Francisco, son los signos que, en la compleja sociedad en la que vivimos, nos hacen caer en la cuenta de que siempre estamos amenazados por la tentación de la simplificación. Estos principios son importantes en una realidad marcada por las «tensiones bipolares». Sirven no sólo para interpretarla y comprender mejor sus dinamismos y contradicciones, sino también para orientar la acción, incluida la acción pastoral de la Iglesia. Este es un tema sobre el que Francisco ha reflexionado durante mucho tiempo y que ya estaba presente en sus escritos de los años 70. Hoy en día, estos principios ayudan a comprender mejor su pensamiento y su acción[10].
* * *
El propio Francisco entra en la categoría de los que él llama «poetas sociales», «en la medida en que tienen la capacidad y el coraje de crear esperanza donde sólo aparecen descartes y exclusión». En efecto, «poesía significa creatividad», que es más necesaria que nunca en una Iglesia demasiado bloqueada por una inercia que le dificulta afrontar los grandes retos, tanto internos como externos, que se le plantean hoy.
-
Supimos de la existencia de esta intervención gracias al cardenal Jaime Ortega, obispo de La Habana (Cuba), que se refirió a ella durante la misa celebrada en la catedral de su ciudad el 23 de marzo de 2018. A petición suya, Bergoglio le había entregado el texto de esa «intervención manuscrita, tal como la recordaba». ↑
-
Pablo VI, s., Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975), n. 14. ↑
-
A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 449-477. ↑
-
Juan XXIII utilizó la expresión «Iglesia de los pobres» en su mensaje radiofónico emitido un mes antes de la apertura del Concilio Vaticano II (11 de septiembre de 1962). Y el cardenal Giacomo Lercaro se refirió a ello en un memorable discurso al final de la primera sesión del Concilio (7 de diciembre de 1962). ↑
-
Cfr R. Luciani, «La opción por los pobres desde una Iglesia pobre y para los pobres», en Medellín, n. 168, abril-mayo 2017, 347-374. ↑
-
Cfr. las reflexiones de Francisco en su carta del 19 de marzo de 2016 al cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. ↑
-
S. Madrigal, De pirámides y poliedros. Señas de identidad del pontificado de Francisco, Santander, Sal Terrae, 2020, 93. ↑
-
Francisco, Discurso, 17 de octubre de 2015. ↑
-
Ya en su primer Ángelus (17 de marzo de 2013), comentando el Evangelio de la adúltera (leído en el quinto domingo de Cuaresma), Francisco citó el libro de W. Kasper, Misericordia. Concetto fondamentale del Vangelo. Chiave della vita cristiana (Bolonia, Queriniana, 2013): un libro -dijo el Papa- que «me hizo mucho bien». Y añadió que la misericordia cambia el mundo: «Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo». ↑
-
Sobre el origen, desarrollo y referencias a estos principios, cfr. J. C. Scannone, «Cuatro principios para la construcción de un pueblo según el Papa Francisco», en Stromata 71 (2015) 13-27. ↑
Copyright © La Civiltà Cattolica 2022
Reproducción reservada