Vida de la Iglesia

«La Iglesia se despierta en las almas»

¿Podemos seguir aprendiendo de Romano Guardini?

© wonderlane / unsplash

En 1982, el grupo de rock británico The Clash lanzó una canción – que luego se convertiría en un clásico – sobre los problemas de pareja. Su título es una pregunta: «Should I stay or should I go?» («¿Debería quedarme o debería irme?»), que también puede aplicarse a la relación entre los fieles y la Iglesia. En efecto, también en este caso se trata de una relación en crisis: lo que antes se consideraba impensable o una rara excepción, hoy para muchos constituye sólo un pequeño paso, bien tras años de distanciamiento, bien a causa de una decisión espontánea, a menudo precipitada, fomentada por la información negativa de los medios de comunicación sobre la Iglesia: la gente abandona la Iglesia, y en algunos países lo hace en masa.

La pregunta crucial: ¿irse o quedarse?

Las motivaciones de este gesto son diversas. No siempre tienen que ser los conflictos con los sacerdotes, los escándalos relacionados con experiencias individuales o la crisis de los abusos sexuales los que hacen que la Iglesia parezca poco creíble. Muchas personas se van tan fácilmente porque dicen: «Ya no necesito a la Iglesia para rezar, para ponerme en contacto con Dios». Es importante comprender y reconocer que los que se van no son automáticamente «apóstatas», agnósticos o ateos. Hoy en día, la fe es considerada por muchos como un «asunto privado» y, en consecuencia, privatizable: ya no es visible públicamente y, por tanto, tampoco efectiva.

Sólo en Alemania, 522.821 personas abandonaron la Iglesia católica en 2022: un récord sin precedentes[1]. En el mismo año, hubo 3.753 reingresos y 1.447 nuevas entradas: personas que, por tanto, volvieron a la Iglesia o decidieron bautizarse siendo adultos. Pero el número de salidas en 2022 representa un dramático récord negativo. La conexión con la Iglesia está en declive. Es preocupante que se considere «obsoleta» y se describa como tal.

En contraste con esto, existe sin duda un deseo de trascendencia, y también el hecho de que se sigue sintiendo a la Iglesia como un hogar, aunque se confía mucho menos en ella que antes. Sin embargo, el sentimiento de trascendencia que sienten muchas personas ya no les lleva automáticamente a vincularse a la Iglesia. Ya en 1954, el teólogo Karl Rahner afirmaba con clarividencia: «El sentimiento religioso del hombre es inestimable, y a la larga no puede ser acallado por los pseudo-objetivos y sucedáneos de un utopismo con trasfondo comunitario, social o cultural. El cristianismo – incluso considerado bajo su aspecto puramente terrenal y mundano – tiene hoy mejores perspectivas que ayer»[2]. Su diagnóstico de entonces se ha hecho realidad hoy. Rahner afirmó entonces: «El cristianismo ha dejado de ser un cristianismo tradicional y hereditario; ahora ha pasado a ser un cristianismo de libre elección»[3]. El cardenal Christoph Schönborn hizo una referencia indirecta a esta afirmación cuando, en 2011, como presidente de la Conferencia Episcopal Austriaca, dijo que había llegado el momento de pasar «de un cristianismo heredado por la tradición a un cristianismo de libre elección»[4].

En una entrevista antes de la Navidad de 2021, el tenor alemán Jonas Kaufmann declaró que creía «más en Dios que en la institución de la Iglesia»[5]. Esta declaración no tiene nada de sensacionalista. Ciertamente, también es bueno distinguir claramente entre Dios y la institución eclesiástica. Pero esta distinción también puede convertirse en una ruptura, que para muchos – no sólo en Alemania – es una realidad desde hace tiempo. Mientras que en los años 70 un conocido eslogan decía: «Jesús sí, Dios no», hoy se dice en muchos lugares: «Dios sí, Iglesia no». Pero este «Dios» es a menudo sólo una figura, la descripción de un sentimiento religioso muy extendido, para el que tal vez los ángeles sean más importantes que el Dios que, aunque inasequible y misterioso, sin embargo asumió un rostro en Jesús de Nazaret, haciéndose definitivamente cercano a nosotros.

La Iglesia, por otra parte, está «obsoleta» para muchos, apareciendo ahora sólo como una organización más o menos atractiva. No es nada nuevo que a menudo exista una desconexión entre la fe personal y el Magisterio oficial de la Iglesia. Rahner escribió un artículo muy instructivo sobre este tema, titulado «La fe oficial de la Iglesia y la creencia real del pueblo»[6]. Y una tendencia más reciente – muy fuerte en Europa – es que la fe personal ya no se identifica con la pertenencia a la Iglesia.

«Si no, me voy»

«La Iglesia», observa el sociólogo y filósofo alemán Hans Joas, «no es una asociación que uno abandona porque está cansado y ya no está suficientemente motivado para participar en ella, o porque sus dirigentes no simpatizan con uno. Tampoco es un partido político o una organización social que uno abandona porque ya no está en sintonía con sus objetivos y aspiraciones y no ve ninguna posibilidad de cambiarlos. La Iglesia es más que una asociación o un partido, y no es necesario apelar inmediatamente a su fundamento divino para suscitar una idea de este más»[7]. Pero, ¿qué significa esta «idea de un más»? ¿Cómo puede promoverse, sobre todo teniendo en cuenta el clima en parte explosivo provocado por la pandemia de Covid-19, que ha expuesto sin piedad profundos rechazos, percepciones (y evaluaciones) diametralmente opuestas del mismo proceso eclesial, y asincronías de todo tipo? Esto se pudo ver claramente en las diversas asambleas continentales del proceso sinodal, y se percibió claramente en la Asamblea de delegados europeos en Praga en febrero de 2023[8].

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

No es casualidad que el Papa Francisco reflexionara sobre este hecho en su encíclica Fratelli Tutti (FT), de octubre de 2020, y en su libro, traducido a varios idiomas, Ritorniamo a sognare («Volvamos a soñar»), de diciembre de 2020. En la encíclica, el Papa habla varias veces de las «falsas seguridades» (FT 3) puestas al descubierto por la crisis pandémica: «El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia» (FT 33).

¿Dónde y cómo puede realizarse este sentido si la Iglesia, incluso con su rica experiencia de reflexión autocrítica, está ausente? A este respecto, me viene a la mente un episodio ejemplar: la oración del Papa Francisco en una Plaza de San Pedro completamente vacía el 27 de marzo de 2020. Al final de una sobria celebración, al atardecer y bajo la lluvia, Francisco impartió con la custodia la bendición Urbi et Orbi: una bendición que el Papa imparte sólo en los días de Pascua y Navidad. Una bendición que tenía valor tanto para los creyentes como para los que no podían o no querían (ya) creer. «Estábamos en la misma barca – había dicho el Papa poco antes en su meditación –, todos frágiles y desorientados»[9]. El mensaje de esta bendición no era: «El Covid desaparecerá», sino: «¡No se olviden de desear cosas buenas, para que el virus y la muerte no tengan la última palabra!». Tras esa celebración, el teólogo Gregor Maria Hoff hizo esta observación: «Nadie se salvará del virus sólo con la oración; pero sin solidaridad entre los seres humanos, nuestro sistema inmunitario social se derrumba. […] Bajo la lluvia de Roma, ante la vanidad del mundo, Francisco apela a una fuerza alternativa que parece venir casi de otro tiempo»[10].

La Iglesia es un lugar de salvación y consuelo; nos abre una «perspectiva» al recordarnos las promesas de Jesús que van más allá de la vida terrenal: ¿quién querría renunciar a esto? Al buscar un título para sus reflexiones sobre la crisis de la Iglesia, Joas quiso finalmente titular su libro ¿Por qué la Iglesia? y no ¿Para qué sirve la Iglesia? Decía: «Hoy, por tanto, la cuestión candente no es: “¿Necesita el hombre la religión?”, sino: “¿Necesita el hombre religioso, los cristianos, una Iglesia?”. Para la difusión del mensaje cristiano, ¿no sería mejor un cristianismo libre, es decir, sin instituciones? ¿No están los clérigos y la Iglesia oscureciendo este mensaje en lugar de promoverlo?»[11]. Estas preguntas del sociólogo alemán no son nuevas, pero se han convertido en cruciales de una forma totalmente nueva.

«Porque no puedo salir de mi vida»

Es interesante la declaración de Heribert Prantl, uno de los columnistas más conocidos de Alemania, que durante mucho tiempo colaboró con el periódico Süddeutsche Zeitung: «Una vez me preguntaron en un talkshow dominical por qué no había salido todavía de la Iglesia, si mis críticas contra ella eran tan punzantes y sustanciales. Mi respuesta fue: “Porque no puedo salir de mi vida”»[12]. Y Prantl añade esta explicación: «Para mí, la Iglesia no es sólo una institución organizada jerárquicamente: es todo lo que no existiría sin ella. Los espacios de gran silencio y profunda reflexión que amo y en los que me siento como en casa, incluso en ciudades extranjeras, no existirían. No existiría el espacio en el que tienen cabida palabras como misericordia, bienaventuranza y gracia. Ciertamente, la Iglesia no es el cielo, y muy pocos de sus funcionarios son santos. Pero la Iglesia puede ser un lugar donde el cielo se mantiene abierto»[13]. Luego afirma: «Y existe la fe, la fe en el Domingo de Pascua. Por supuesto, la Pascua de la Iglesia, la resurrección de la fe no viene sola. Es hora de una nueva reforma»[14].

El llamado a una «nueva reforma» tiene un efecto movilizador y, además, es «típicamente alemán». Una de las ilusiones del camino del Sínodo alemán, lanzado en 2019, bajo el impulso emocional de un estudio de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK) y el Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) sobre abusos sexuales, es pensar que unas pocas reformas estructurales por sí solas pueden dar la vuelta a la crisis de la Iglesia.

¿«Burnout» del deseo?

Nikodemus Schnabel, recientemente elegido abad de la abadía benedictina de la Dormición en el Monte Sión de Jerusalén, identifica la crisis de la Iglesia con una «crisis de Dios y de la fe» más profunda. Bautizado en la Iglesia evangélica y criado como hijo de padres divorciados, Schnabel ve esta crisis como el resultado de un «burnout del deseo»: «En mi opinión, ya es hora de que las dos grandes Iglesias de Alemania admitan honestamente que una gran parte de sus miembros creció con ellas por razones familiares y aprendió a apreciar la experiencia comunitaria y la orientación vital. Pero para estas dos cosas no hace falta ser miembro de una Iglesia, porque también se pueden encontrar en otros lugares»[15]. Sus preguntas deberían tomarse en serio: «¿No será que las iglesias en Alemania están sufriendo un burnout del deseo? ¿Son capaces actualmente de ofrecer algo más que experiencia comunitaria, orientación vital y compromiso social? ¿Existe el valor sincero de enfrentarse a la propia crisis de Dios y de fe y de volver a buscar a Dios?»[16].

No se puede contraponer la crisis de la Iglesia a la crisis de Dios y de la fe. Van juntas. Pero es significativo que, donde en Evangelii gaudium (EG) el Papa Francisco habla de una «conversión pastoral», en la traducción oficial al alemán se habla de una «reorganización pastoral» (pastorale Neuausrichtung): «La reforma de las estructuras, necesaria para la reorganización pastoral, sólo puede entenderse en el sentido de asegurar que todas ellas sean más misioneras, que la pastoral ordinaria sea más expansiva y abierta en todos sus ámbitos, que coloque a los agentes pastorales en una constante actitud de “salida”» (EG 27, versión alemana). El término «reorganización» parece más inocuo que el de «conversión». Pero la reforma siempre empieza por nosotros. Bernd Hagenkord (? 2021), que fue durante muchos años jefe de la sección en lengua alemana de Radio Vaticano, observó con razón en una conferencia publicada recientemente: «Los alemanes lo traducen [= el término “conversión”] como “reorganización”. De este modo, la Iglesia burocráticamente estructurada, temerosa de entrar en contacto con lo espiritual, pasa de nuevo a primer plano. De hecho, el término “reorganización” es cualquier cosa menos espiritual. Como ya he dicho, esto encaja perfectamente con nuestra Iglesia administrativa, si uno piensa en términos de estructura y tiene miedo de entrar en contacto con lo espiritual. Pero hace falta la conversión. Lo demás, las estructuras, etc., vendrán después. Pero lo que cuenta ante todo es el contenido espiritual de la reforma»[17].

Confiar en la Iglesia: ejercerla y aprenderla

Al norte de los Alpes, muchas cosas se presentan ahora al público sólo en forma de afirmaciones extremas, a menudo acompañadas de la amenaza directa o indirecta: «¡Si no, me voy!». Esta amenaza indirecta significa: «¡Me voy de la Iglesia!». Ni siquiera un jesuita se libra de las declaraciones agresivas o cínicas de amigos o familiares, a veces con el lamentable añadido: «¡No puedes evitar ser sacerdote y religioso, formas parte del sistema!». Un sistema que inmediatamente declaran irremediablemente obsoleto, sin voluntad ni capacidad para reformarse. Aunque la Iglesia es algo más que la suma de sus fracasos y sus responsables, muchos atribuyen sus errores y crímenes exclusivamente al clero, aunque en otros contextos se proclame el lema: «Nosotros (todos) somos la Iglesia».

Una vez Rahner – en el año crucial de 1968 – intentó promover la «confianza en la Iglesia» en un sermón a una comunidad de estudiantes. Hoy, esto sólo hace que algunos meneen la cabeza. Atención: Rahner no hablaba de confianza hacia la Iglesia, sino de «confianza en la Iglesia y, por tanto, en las personas concretas que viven en la Iglesia»[18].

Su alumno y amigo Alfred Delp – que fue ejecutado el 2 de febrero de 1945 por los nazis en la prisión de Plötzensee, cerca de Berlín – trató en octubre de 1941 el tema «La confianza en la Iglesia». El texto volvió a publicarse en enero de 2022, es decir, después de más de 80 años, en la revista Stimmen der Zeit, de cuya redacción había formado parte Delp hasta la prohibición de la revista en abril de 1941. Qué actuales parecen esas declaraciones de Delp: «En la vida eclesiástica actual hay una especie de nihilismo y pesimismo dogmático. Nos enfrentamos a una totalización del Viernes Santo, olvidando que, a pesar de toda la realidad del Viernes Santo, las últimas palabras del Señor son para la creación de la Pascua, la Ascensión y Pentecostés»[19]. Y uno no puede sino estar plenamente de acuerdo con sus frases finales: «Y así, la cuestión de la confianza en la Iglesia sigue siendo una cuestión sobre el hombre en la Iglesia, sea cual sea su nivel y su tarea. Por eso la crisis de confianza hacia la Iglesia sigue siendo siempre la denuncia de la crisis del hombre en la Iglesia. Así pues, la tarea que surge del deber de restaurar la confianza en la Iglesia es la tarea primera y profunda de restaurar y formar un hombre de Iglesia auténtico y digno de confianza». Aquí se hablaba, o más bien se habla, del «deber de restaurar la confianza en la Iglesia»[20]. ¿Se trata de algo obsoleto? ¿Nostálgico? ¿Acaso décadas de abusos y violencia sexual no han dañado permanentemente, si no destruido para siempre, el «recurso de la confianza»? Estas son las preguntas que podemos hacernos hoy.

En su texto El destino de las Iglesias, escrito en la cárcel entre 1944 y 1945, Delp se refería a la situación de las dos grandes Iglesias en Alemania tras 12 años de terror nacionalsocialista: «El destino de las Iglesias en el futuro no dependerá de la inteligencia, la cordura, las “habilidades políticas” de sus prelados, etc., ni de las “posiciones” que hayan conseguido ganar. Todo esto ha sido superado»[21]. La credibilidad sólo puede restablecerse mediante un «retorno a la diaconía»[22]. Con esta expresión el jesuita quería decir «un servicio determinado por las necesidades de la humanidad, no por nuestros gustos»[23]. Y tal servicio nos impulsa a salir, hacia la periferia: «“¡Salgan!” dijo el Maestro, y no: “Siéntense y esperen a que alguien venga”»[24]. Esto sólo podrá suceder cuando se vuelva a comprender lo que significa «plenitud», cuando los hombres en plenitud vuelvan a salir de la Iglesia. «Plenitud» es una palabra importante para Pablo (cfr. Col 2,9). Pero es aún más importante para nuestras preguntas. Necesitamos hombres en plenitud, no caricaturas de hombres que temen por su salvación o que son súcubos de sacerdotes. Hombres que sean conscientes de ser administradores de Cristo, pero que también hayan rezado con toda sinceridad: «Fac cor meum secundum cor tuum»[25]. Para Delp, el destino de las Iglesias dependía de «hombres en plenitud y creatividad». En este contexto, consideraba que las Iglesias parecían «ir por su propia cuenta»: «A pesar de toda corrección y ortodoxia, estamos en un callejón sin salida. La idea cristiana no es ninguna de las ideas que guían y dan forma a este siglo»[26].

¿Qué puede significar que el arzobispo alemán Reinhard Marx, en su carta enviada al Pontífice el 21 de mayo de 2021, relacionara su petición de dimisión – rechazada por el Papa Francisco – con el diagnóstico de Delp sobre el «callejón sin salida»? En efecto, el cardenal escribió: «Me parece – y es mi impresión – que hemos llegado a un “callejón sin salida” que, sin embargo, podría convertirse también en un punto de inflexión según mi esperanza pascual»[27]. Sin duda, el cardenal Marx también profesaba su fe pascual, del mismo modo que el historiador Andrea Ricccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, que subrayaba: «En esto consiste precisamente el cristianismo: en una perspectiva, no en una retrospectiva»[28]. Annette Schavan – que fue ministra alemana de Educación e Investigación durante muchos años, y que representó a la República Federal de Alemania ante la Santa Sede de 2014 a 2018 – también advierte contra la «retórica del fracaso»[29] de la Iglesia católica, y afirma: «Todavía estamos en los comienzos del cristianismo, dos mil años después de sus orígenes en Galilea, en una periferia»[30].

«La Iglesia despierta en las almas»: ¿la nostalgia de Guardini?

El hecho de que el cristianismo y la Iglesia se perciban (y se practiquen) cada vez más como algo separado – Believing without belonging, creer sin pertenecer[31] – debería hacernos reflexionar. Por eso queremos mencionar aquí a Romano Guardini, teólogo y filósofo de las religiones, de quien quizá podamos aprender a redescubrir – y apreciar – el «misterio de la Iglesia», porque la «Iglesia» no es en absoluto un producto de la imaginación humana, del esfuerzo humano, ni siquiera de la religiosidad humana. Fallecido en 1968, Guardini podría convertirse de nuevo en un constructor de puentes entre dos países y culturas que tienen mentalidades y enfoques muy diferentes del «sentir con la Iglesia»: Italia y Alemania. Guardini nació en Verona en 1885. Aunque su familia se trasladó a Maguncia al año siguiente, su origen italiano le moldeó y determinó durante toda su vida.

«Ha comenzado un proceso religioso de incalculable magnitud: la Iglesia está despertando en las almas»: así comenzaba Guardini, hace más de cien años, en septiembre de 1921, la primera de sus cinco conferencias pronunciadas en un congreso de la Asociación Católica de Graduados en Bonn sobre «El sentido de la Iglesia». Estas contribuciones se publicaron al año siguiente. Más tarde, recordando aquellos acontecimientos, comentaría: «Toda la conferencia fue muy animada, tenía algo de “movimiento”. En las ponencias había expresado lo que cada vez me convencía más profundamente: que la Iglesia no dejaba sin libertad, sino que, por el contrario, daba plena libertad a toda la existencia; que no tenía el carácter de limitación, sino más bien de plenitud. Mis conferencias dieron justo en el corazón de lo que entonces conmovía al mundo católico y causaron una fuerte impresión en los oyentes»[32].

«La Iglesia despierta en las almas»: desde entonces, esta palabra programática, a menudo citada (y sacada de contexto), ha sido como un toque de trompeta. Se convirtió en el eslogan secreto de un despertar religioso que acompañó a los diversos movimientos de renovación de la primera mitad del siglo XX: el movimiento bíblico, el movimiento litúrgico y el movimiento juvenil. Había estallado una nueva hambre religiosa. La gente quería autenticidad, respuestas convincentes, y no sólo que le dijeran «verdades eternas» que siempre habían sido válidas. Poco conocido es un incidente ocurrido en agosto de 1920, durante la segunda conferencia del movimiento Quickborn, en el castillo de Rothenfels. A ella asistió un joven de 16 años, que dos años más tarde terminaría el bachillerato e ingresaría en la Orden de los Jesuitas en abril de 1922: ese joven era Karl Rahner. Allí tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Guardini, el hombre que para muchos jóvenes de la época se había convertido en «el hombre del despertar religioso»[33].

Hablar de la Iglesia como lo hacía entonces Guardini puede parecer hoy anticuado. Del mismo modo que los Himnos a la Iglesia, escritos poco después, en 1924, por la conversa Gertrud von Le Fort[34], podrían considerarse anticuados. El teólogo checo Tomáš Halík se pregunta abiertamente: «¿Quién se atrevería hoy a publicar un libro con semejante título?»[35] Hay demasiado pathos para los «gustos» actuales. ¿Quién no se sentiría un poco incómodo entonando la canción alemana de fe y procesión Ein Haus voll Glorie schauet[36]? ¿Quién puede seguir creyendo tal cosa, después de todo lo ocurrido en los últimos años?

Pero sin esta dimensión de misterio, que se entierra, se olvida o se traiciona, que se menosprecia o se deja de lado, la Iglesia sólo puede aparecer como una mera organización, como un empeño humano. Y no lo es. ¿A quién dice todavía algo la antigua expresión de la devoción cristiana «Madre Iglesia»? Pero así es exactamente como el Papa Juan XXIII comenzó su discurso de apertura del Concilio Vaticano II: «Gaudet Mater Ecclesia».

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Volvamos a Guardini. En este nuestro «invierno de la Iglesia» (K. Rahner), ¡ella debe despertar en las almas!, de lo contrario, está condenada a morir. Significativamente, el Papa Benedicto XVI se refirió precisamente a la conocida frase de Guardini cuando se despidió de los cardenales en la Sala Clementina el 28 de febrero de 2013, pocas horas antes de que se hiciera efectiva su renuncia voluntaria, anunciada el 12 de febrero. Se refirió en primer lugar al último libro escrito por Guardini, para hablar a continuación del conocido programa de 1921-22: «Desearía dejaros un pensamiento sencillo, que me importa mucho: un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que constituye para todos nosotros —podemos decir— la razón y la pasión de la vida. Me dejo ayudar por una expresión de Romano Guardini, escrita precisamente en el año en que los padres del Concilio Vaticano II aprobaban la Constitución Lumen Gentium, en su último libro, con una dedicatoria personal también para mí; por ello las palabras de este libro son particularmente queridas para mí. Dice Guardini: la Iglesia “no es una institución inventada y construida en teoría…, sino una realidad viva… Vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser vivo, transformándose… Sin embargo su naturaleza sigue siendo siempre la misma, y su corazón es Cristo”. Ha sido nuestra experiencia ayer, me parece, en la plaza: ver que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y vive realmente por la fuerza de Dios. Ella está en el mundo, pero no es del mundo: es de Dios, de Cristo, del Espíritu. Lo hemos visto ayer. Por esta es verdad y elocuente también la otra famosa expresión de Guardini: “La Iglesia se despierta en las almas”. La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que —como la Virgen María— acogen la Palabra de Dios y la conciben por obra del Espíritu Santo; ofrecen a Dios la propia carne y, precisamente en su pobreza y humildad, se hacen capaces de generar a Cristo hoy en el mundo. A través de la Iglesia, el Misterio de la Encarnación permanece presente para siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y de todos los lugares»[37].

Así, Benedicto XVI, al despedirse, recordó a un teólogo importante no sólo para él. Guardini es, por supuesto, también uno de los autores que han influido profundamente en el Papa Francisco, y no sólo porque en la encíclica Laudato si’ (LS) el Papa habla expresamente (y en detalle) del escrito de Guardini de 1950 El ocaso de la Edad Moderna (cfr. LS 108; 115)[38].

¿Iglesia bajo escrutinio y al borde del abismo?

¿Podría una relectura del escrito de Guardini ayudar a superar la actual crisis de la Iglesia? ¿O a hacernos reflexionar sobre un aspecto nuevo o descuidado? Los países de habla alemana son conocidos por su amor a la crítica abierta, y a la crítica de las estructuras. Sin duda, el Guardini germano-italiano también criticaría hoy, pero ¿cómo? Siempre depende del tono de voz, como dice el refrán: «El tono hace la música». Es diferente si la crítica surge de una preocupación o del simple deseo de criticar.

Cuando, en 2021, Karl Lauterbach, experto socialdemócrata en cuestiones sanitarias y actual ministro alemán de Sanidad, anunció que abandonaba la Iglesia católica, declaró públicamente que lo hacía por «razones de conciencia». Añadió que no podía descartar un «retorno». Sigue estando cerca de la Iglesia. Las iglesias pueden tener una función social importante: allí donde sólo se trata de una cuestión de poder y dinero, podrían ser «polos opuestos significativos».

Esto es lo que son las Iglesias. La Iglesia sigue siendo «mi» Iglesia, incluso cuando su imagen se ve empañada porque su «personal» (en la cúspide) no «queda bien». ¿Quién puede permanecer indiferente ante el hecho de que la gente abandone la Iglesia en masa? Desde luego, quienes defienden la ideología del «pequeño rebaño» (pusillus grex): ¡mejor 100 «verdaderos» católicos que 1.000 «cristianos de domingo»! Y no hace falta nada para que incluso los cristianos «navideños» y «pascuales» se vuelvan malos. Pero ¡qué difícil es a menudo, precisamente para los devotos, permitir y soportar diferentes enfoques, mayor o menor cercanía y distancia de las «actividades eclesiales»! ¡Qué presuntuoso es entonces juzgar o enjuiciar la fe de los demás!

No puede servir de consuelo el hecho de que, desde hace años, los vínculos duraderos con las grandes instituciones, como las iglesias, los sindicatos y los partidos, estén en declive. La Iglesia no es una ONG. Ni siquiera la distinción entre Iglesia – o Iglesias – y reino de Dios ayuda necesariamente. O el hecho de que haya «fases», tiempos de crisis. La frustración, la ira y la decepción afectan incluso al núcleo de los católicos fervientes. Pueden llevar a abandonar la Iglesia; en Alemania es un asunto burocrático que lleva cinco minutos y cuesta 30 euros de gastos de oficina.

Como «misionero», uno se encuentra a menudo en una posición perdedora entre parientes y amigos, y ya es mucho si le llaman a uno para un bautizo, una boda o un funeral. Además, siempre surgen preguntas: «¿Pero por qué sigues en la Iglesia?»; «¿Por qué sigues comprometiéndote?». Quizá sorprenda esta respuesta: «¡Me quedo en la Iglesia porque le debo mucho! Le debo mi fe. De hecho, mi fe no cayó del cielo. Las monjas, un párroco, los sacerdotes que se hicieron mis amigos contribuyeron a ella. Eran y siguen siendo dignos de confianza».

En una entrevista incluida en su libro Die Zeit der leeren Kirchen («El tiempo de las iglesias vacías»), Tomáš Halík habla varias veces de la «resurrección continua»: «Sólo un cierto tipo de cristianismo está llegando a su fin. Incluso en la fe, algo tiene que morir para resucitar en una forma nueva y transformada. ¿No forma esto parte del mensaje de Pascua? […] La gente no se vuelve atea cuando da la espalda a la Iglesia. Más bien se distancian de una determinada forma de fe y de la Iglesia como institución. Pero en sí misma, la fe está presente y está viva»[39]. Su diagnóstico parece confirmarse día a día.

La fe tiene la obligación de explicarse y de dar cuenta de sí misma. Debe adaptarse a la vida cotidiana y ser a prueba de crisis. Inmune a los discursos apocalípticos catastrofistas, pero no indiferente a las numerosas heridas causadas. Aún no conocemos la nueva forma de Iglesia, pero llegará; debe llegar. «¿También ustedes quieren marcharse?» (Jn 6,67), pregunta Jesús a los Doce, mientras muchos se marchan. Jesús llamó a personas que también eran pecadoras. Y les llama a seguirle también hoy. Esto es el discipulado. Así nace la Iglesia, hoy como entonces. Y siempre es «santa y pecadora», como decían los Padres de la Iglesia. Tiene heridas. Tiene cosas negativas, que chocan, que ofenden, que desconciertan.

Un pasaje de la Evangelii gaudium (EG) puede ayudarnos a reflexionar: «A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo» (EG 270). Las llagas del Señor: por eso recordar a Guardini puede ser útil, porque «la Iglesia despierta en las almas».

  1. La Iglesia evangélica del mismo país constataba el abandono de 380.000 fieles durante el mismo período.
  2. K. Rahner, «Significato teologico della posizione del cristiano nel mondo moderno», en Id., Missione e grazia. Saggi di teologia pastorale, Roma, Paoline, 1964, 66.
  3. Ibid., 44.
  4. A. R. Batlogg, «Vom Traditions – zum Entscheidungschristentum», en Stimmen der Zeit 136 (2011) 145.
  5. J. Kaufmann, «Glaube mehr an Gott als an die Kirche», en Domradio (www.domradio.de/artikel/glaube-mehr-gott-an-als-die-kirche-opernsaenger-kaufmann-spricht-ueber-seine-religiositaet), 4 de diciembre de 2021.
  6. Cfr. K. Rahner, «Fede ufficiale della Chiesa e credenza effettiva del popolo», en Id., Società umana e Chiesa di domani, Cinisello Balsamo (Mi), Paoline, 1986, 283-300.
  7. H. Joas, «Mutter Kirche», en Herder Korrespondenz 75 (2021/12) 15.
  8. A. Palermo, «Sinodo, chiude l’Assemblea dei delegati europei: amare la Chiesa oltre i muri e le ferite», en Vatican News, 9 de febrero de 2023.
  9. Francisco, «Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia», Atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020, en www.vatican.va
  10. G. M. Hoff, «Das Echo der Stille. Wie der leere Petersplatz mit Papst und Pestkreuz zur Kulisse der Welt wurde. Eine Bildbetrachtung», en Christ & Welt, n. 15, 2020, 2.
  11. H. Joas, Warum Kirche? Selbstoptimierung oder Glaubensgemeinschaft, Freiburg, Herder, 2022, 11.
  12. H. Prantl, Mensch Prantl. Ein autobiographisches Kalendarium, München, Langenmüller, 2023, 94.
  13. Ibid., 95.
  14. Ibid.
  15. N. Schnabel, «Weder Reformen noch Profilschärfung helfen der Kirche aus der Krise», en www.katholisch.de/artikel/40254-weder-reformen-noch-profilschaerfung-helfen-der-kirche-aus-der-krise
  16. Ibid.
  17. B. Hagenkord, «Ein Papst der Überraschungen», en J. Erbacher – B. Hagenkord – S. von Kempis, Papst Franziskus, der Rufer in der Wüste, Leipzig, St. Benno, 2023, 21 s.
  18. K. Rahner, «La fiducia nella Chiesa», en Id., Frammenti di spiritualità per il nostro tempo. Prospettive della fede, Brescia, Queriniana, 1973, 239.
  19. A. Delp, «Vom Vertrauen zur Kirche», in Stimmen der Zeit 147 (2022) 53.
  20. Ibid., 54.
  21. Id., «Das Schicksal der Kirchen», en Id., Gesammelte Schriften, vol. IV: Aus dem Gefängnis, Frankfurt am Main, Knecht, 1985, 318.
  22. Ibid., 319.
  23. Ibid.
  24. Ibid., 320.
  25. Ibid., 321.
  26. Ibid.
  27. El texto de la carta se puede leer en: www.erzbistum-muenchen.de/cms-media/media-55270620.PDF
  28. A. Riccardi, Tutto può cambiare. Conversazioni con Massimo Naro, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2018, 282.
  29. «Schavan kritisiert “Insolvenzrhetorik” der katholischen Kirche», en www.katholisch.de/artikel/32757-schavan-kritisiert-insolvenzrhetorik-der-katholischen-kirche
  30. A. Schavan, Geistesgegenwärtig sein. Anspruch des Christentums, Ostfildern, Patmos, 2021, 40.
  31. En el libro Religion in Britain since 1945: Believing Without Belonging, publicado en 1994, la socióloga inglésa Grace Davie sostiene que la religión predominante en Occidente ya no es el cristianismo, sino el «creer sin pertenecer».
  32. R. Guardini, Appunti per un’autobiografia, Brescia, Morcelliana, 1986, 43.
  33. Desde 1963 a 1967, Rahner fue el sucesor de Guarini en la cátedra de «Visión cristiana del mundo», en la Universidad de Munich.
  34. La obra original es Hymnen an die Kirche. Traducidos al español como Himnos a la Iglesia, Encuentro, 2002.
  35. T. Halík, Pomeriggio del cristianesimo. Il coraggio di cambiare, Milán, Vita e Pensiero, 2022, 227.
  36. Se trata de un viejo himno católico alemán compuesto por el jesuita Joseph Mohr en 1875. Al inicio el himno dice: «Una casa gloriosa extiende su mirada sobre todo el País…». El estribillo concluye: «Oh, haz que en tu casa estemos todos guarecidos».
  37. Benedicto XVI, «Palabras de despedida a los cardenales presentes en Roma», 28 de febrero de 2013, en www.vatican.va
  38. Cfr. M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intellettuale: dialettica e mistica, Milán, Jaca Book, 2017, 117-154.
  39. T. Halík, «Wir haben kein Monopol auf Christus», en Christ in der Gegenwart 73 (2021/23) 6.
Andreas R. Batlogg
Estudió filosofía y teología en Innsbruck, Israel y Viena y realizó un doctorado sobre la cristología de Karl Rahner. Hasta diciembre de 2017 era editor y redactor jefe de la revista cultural «Stimmen der Zeit» y coeditor de «Obras completas» de Karl Rahner. Hoy es periodista y miembro del equipo Seersog en St. Michael en Munich. Entre sus publicaciones más recientes se cuenta una reflexión sobre el Concilio Vaticano II a la luz de los tiempos actuales (Aus dem Konzil geboren Aus dem Konzil geboren: Wie das II. Vatikanische Konzil der Kirche den Weg in die Zukunft weisen kann, 2022).

    Comments are closed.