«“En el fondo del corazón de los hombres vive el deseo por tener a alguien a su lado para toda la vida, alguien que no los traicione, que no los abandone, aunque sea un perro sarnoso. Aquel hombre se transformó en un perro sarnoso por amor a los hombres”. El samurái repitió estas palabras para sí mismo»[1].
«Cortando la leña, el samurái pensaba: “He cruzado dos océanos y he ido hasta España para conocer a un rey. Pero no lo conocí. Solo conocí a aquel hombre clavado en una cruz”»[2].
«Sin duda, sus compañeros hubieran condenado su acto como un sacrilegio: pero aunque estaba traicionándolos a ellos, no estaba traicionando al Señor. Ahora lo amaba de una manera diferente a antes. Todo lo que había sucedido hasta ese momento había sido necesario para llevarlo a este amor. “Incluso ahora soy el último sacerdote en esta tierra. Pero Nuestro Señor no ha guardado silencio. Aunque hubiera guardado silencio, mi vida hasta este día habría hablado de él”»[3].
Vida de Endō
Endō Shūsaku[4] nace en Tokio en 1923. A los tres años se traslada con la familia a Dalian, en la Manchuria china, en aquel entonces bajo el control japonés. En 1933 regresa a Japón con su madre, después del turbulento final del matrimonio de sus padres, y va a vivir a Kobe, en casa de una tía. En 1934, a los 11 años, recibe el bautismo católico con el nombre de Pablo, por insistencia de su madre, quien encontró paz en la fe católica después del divorcio. En 1943 comienza sus estudios universitarios en Tokio, en la Keio University, pero debe interrumpirlos porque el país está en guerra y él es enviado a trabajar en una fábrica de municiones.
Reanudados los estudios universitarios, decide ingresar en el departamento de literatura francesa y se gradúa en 1948. En 1950 es uno de los primeros estudiantes japoneses en recibir una beca para estudiar en Francia[5]. Se traslada a Lyon y luego a París para profundizar en los autores católicos franceses. Durante este periodo, graves problemas de salud lo afligen, tanto que en febrero de 1953 se ve obligado a regresar a su patria, donde continúa su hospitalización.
Autor prolífico, que abarca tanto la narrativa como el ensayo, Endō publica los primeros relatos Shiroi hito («Hombre blanco») y Kiiroi hito («Hombre amarillo»), por el primero de los cuales recibe el prestigioso Premio Akutagawa[6]. En 1959 vuelve a Francia, pero sufre una recaída de pleuritis y se ve obligado a regresar a Japón, donde pasará la mayor parte del tiempo de los tres años siguientes en el hospital[7]. En 1960 publica su primera novela, Kazan («Volcán»), y en 1966 Chinmoku («Silencio»), por la cual recibe el Premio Tanizaki y un notable éxito editorial en su país y en el extranjero. Silencio es, de hecho, su primera obra traducida al inglés[8].
De la amplia producción de ensayos, cuentos y novelas que siguen, recordamos Kageboshi («Sombras»), de 1968; Iesu no shogai («Vida de Jesús»), de 1973, por la cual en 1978 recibe el Premio Internacional Dag Hammarskjöld. En 1980, Endō publica Samurai y recibe el Premio Noma. En 1985 es elegido presidente del P.E.N. Club Japón. En 1986 publica Sukyandaru («Escándalo») y en 1993 la última de sus grandes novelas, Fukai kawa («Río profundo»). Muere el 29 de septiembre de 1996.
Endō en el panorama literario japonés
Endō ha sido presentado al público internacional como un «autor católico japonés» desde la publicación de Silencio en 1966: esta definición, aunque correcta, corre el riesgo de separar al escritor de la tradición literaria japonesa y de destacar solo las influencias extranjeras occidentales, exagerando su alcance y dando un carácter exótico a su producción. Si bien es cierto que Endō es deudor de la tradición francesa – en primer lugar de su amado François Mauriac, y luego, entre otros, de Paul Bourget, Henri Bordeaux, Gide, Proust, Julien Green, Paul Claudel y George Bernanos[9] – , pertenece firmemente a la tradición japonesa, tal como se ha formado después de la apertura al mundo occidental en el siglo XIX, en la cual se otorga gran valor al individuo, en la forma peculiar del shishōsetsu[10] – o novela del Yo[11] –, que constituye el modelo predominante de la narrativa japonesa moderna[12].
La atención a la interioridad fue ciertamente favorecida por la fe cristiana, con su énfasis en la unicidad de la vida interior. Se trata de mantener juntos el aporte de la fe cristiana con la tradición literaria japonesa, que fundamenta la expresión del yo en la estética de la vida y en la naturaleza[13]. Después del dramático hiato de la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes escritores japoneses se vieron enfrentados a un mundo literalmente hecho pedazos, con escombros físicos y psicológicos por reconstruir. «No es posible evaluar los cambios aportados al yo narrativo en el shosetsu de la posguerra sin reconocer la posición ambigua en la que Endō y sus compañeros se encontraron tras la derrota de 1945. Por un lado, felices de haber sobrevivido, estaban obligados a esforzarse por restablecer una apariencia de normalidad en sus vidas. Al mismo tiempo, incluso para aquellos que, como Endō, no habían participado en el frente por razones médicas, la experiencia de la guerra los había marcado y, con demasiada frecuencia, dejado inciertos sobre cómo enfrentar la vida en la realidad de la posguerra»[14]. En este contexto, el movimiento de la tercera generación[15] Daisan no shinjin[16] retoma la tradición del shishōsetsu, pero solo puede declinarla de una manera más compleja: a los escombros exteriores corresponde un yo fragmentado, por descubrir y reconstruir.
Endō, escritor católico
Endō recibió el bautismo a los 11 años, por insistencia de su madre y su tía. Ese gesto inconsciente determinó el curso de su vida, porque fue la necesidad de reconciliar su ser japonés y al mismo tiempo cristiano lo que lo llevó a elegir la licenciatura en literatura francesa y a estudiar principalmente a los autores católicos franceses. «A diferencia de muchos conversos – escribe Endō –, no había elegido el cristianismo por mi propia voluntad. Durante mucho tiempo mi fe estuvo, en cierto sentido, unida a mi devoción por mi mamá y ligada a mi veneración por ella»[17].
Según Mark B. Williams, la ausencia de alter ego literarios, típicos en las obras de los adherentes al Daisan no shinjin, se compensa con la empatía y la identificación con las penas y luchas de los protagonistas mientras enfrentan el viaje hacia una mayor autoconciencia. Más allá de los «hechos», hay una verdad de los acontecimientos que está cerca del corazón de Endō[18].
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El deseo de reconciliar la fe occidental, recibida a través de su madre, con su herencia cultural oriental fue un poderoso motor en la producción literaria de Endō. En esto, el escritor no estaba solo: el intento de inculturar el cristianismo en Japón puede atribuirse a muchos teólogos y círculos literarios. Desde un punto de vista literario, Endō comparte con otros escritores católicos japoneses –a los ya mencionados Kitamura Tōkoku, Kunikida Doppo, Shimazaki Tōson y Natsume Sōseki del periodo prebélico, pueden añadirse otros como Akutagawa Ryūnosuke, Masamune Hakuchō, Arishima Takeo y Dazai Osamu – un elemento adicional: a la tensión entre pertenecer al Oriente panteísta y haber recibido una fe occidental monoteísta se añade su condición de artistas. En más de una ocasión, Endō defendió su posición de literato y no de apologeta, de escritor y no de teólogo.
Muchas de las tensiones que con el tiempo surgieron entre el escritor y la Iglesia católica japonesa nacieron de la falta de comprensión de la intención literaria, y no filosófica, de sus escritos. Tensiones que, por otra parte, también fueron experimentadas por otros escritores católicos: Graham Green, por ejemplo, quien afirmó: «No soy un autor cristiano. Es solo que los curas católicos se encuentran poblando las páginas de mis obras»[19]. La particularidad de Endō es mantener la tensión entre estos elementos, donde otros podrían haber optado por una elección de síntesis e integración[20].
Es del examen de la interioridad y los conflictos en el corazón del ser humano que surge la literatura. Como escribe M. B. Williams, «la literatura católica no implica una representación literaria de Dios y los ángeles, sino que debe limitarse a examinar a los seres humanos. Además, el escritor católico no es ni santo ni poeta. El objetivo del poeta y del santo es concentrar toda su atención en Dios y cantar sus alabanzas. Sin embargo, el escritor católico debe recordar no solo que es un escritor, sino también su deber de escrutar al individuo. Si, para crear una verdadera “literatura católica” o para preservar y propagar la doctrina católica, las personalidades de los personajes de una novela son sometidas a artificios y distorsiones, entonces la obra deja de ser literatura en el verdadero sentido de la palabra»[21].
Por eso la mirada del escritor sobre la vida de los personajes no debe ser juzgadora, sino empática, tanto en la descripción de las virtudes como en la representación de las dimensiones de fragilidad y maldad que cada hombre lleva dentro de sí. Endō no busca presentar material cristiano en sí mismo, sino que esto emerge más bien del hecho de haber crecido y haber sido educado en un entorno cristiano.
Lo que caracterizaría a los personajes – y las historias – de Endō sería, por tanto, la descripción de un viaje hacia la plenitud, que nacería de elementos en oposición – lo consciente y lo inconsciente, la carne y el espíritu, la razón y las emociones –, contrastes que al final se ajustan[22]. En la lectura del inconsciente, según las categorías de Carl Jung, a las que recurre Endō, no existe el bien o el mal[23], sino elementos en conflicto: algunos llevan al crecimiento, otros a la destrucción.
Cada hombre estaría dotado de una energía interior que impulsa hacia la síntesis y la composición de los factores. En la perspectiva cristiana, este hecho y esta energía coincidirían en Cristo. «Las historias y las imágenes creadas por nuestro inconsciente son la prueba definitiva de que nuestro corazón busca constantemente esta “X”. Es inútil decir que esta “X” no es la muerte y la destrucción, sino la vida, lo que eleva nuestras vidas: el Ser que personalmente llamo Jesús»[24]. De aquí la lectura predominantemente individualista de los caminos de fe de los personajes de Endō. El aspecto de fe que surge de esta lectura es particular, porque abre a una interpretación en la que Dios no está obrando solo en los lados positivos de la persona, sino también en las partes más oscuras. La Gracia entra en la vida de los personajes como un rayo de luz crepuscular, como en los cuadros de Rembrandt[25].
Tres contraposiciones fecundas en las obras de Endō
Volviendo a la dimensión literaria, ¿cuáles son las contraposiciones que Endō buscaría conciliar en sus obras? La primera es la ya mencionada entre Oriente y Occidente. La segunda es entre fuerza y debilidad. La tercera es entre fe y duda.
La más conocida y abordada es la de Oriente y Occidente. La búsqueda de la composición entre el Oriente panteísta y antropológicamente horizontal y el Occidente monoteísta y abierto a la trascendencia es un tema constante que recorre toda la obra de Endō, desde los primeros ensayos hasta las obras mayores. Emerge de manera tematizada en las novelas más conocidas, Silencio, Samurái y Escándalo. En las dos primeras novelas, son las voces de dos personajes secundarios – p. Ferreira en Silencio y p. Valente en Samurái – las que expresan la contraposición, declarándola como definitiva. En Escándalo, se enuncia como característica principal de la búsqueda literaria del protagonista Suguro, alter ego de Endō. «[Suguro] ha adoptado como tema central de su obra la búsqueda de la armonía entre su religión y el clima japonés. Una batalla desesperada, librada en todas las historias escritas por él a lo largo de los años»[26].
La segunda contraposición, entre fuerza y debilidad, constituye un lugar de reflexión espiritual importante en la escritura de Endō. También en este caso podemos decir que es transversal a las novelas. Es la debilidad de Cristo la que constituye el escándalo para los japoneses. ¿Cómo puede un hombre demacrado y torturado, colgado en una cruz, ser llamado Señor? Esta es la pregunta que acompaña las reflexiones de Hasekura, protagonista de Samurái, a lo largo de toda la novela. Sin embargo, es esta debilidad la que se revela cada vez más significativa, mientras él descubre progresivamente el fracaso de su misión, destinada a obtener acuerdos comerciales con los españoles. Jesús no es el guerrero poderoso, ni el rey de gloria que puede atraer con su encanto mundano, sino que es el compañero que sufre con los hombres.
Y cuando, al final de su viaje, Hasekura constata que ha sido un peón impotente en un tablero de ajedrez político más amplio, la cercanía de Jesús se le revela como el único elemento consistente frente al colapso existencial. El mismo recorrido lo realiza el otro protagonista, Velasco, un ambicioso fraile franciscano, que ha llevado a cabo todas las estrategias necesarias para realizar el sueño ambivalente de éxito apostólico y de mundanidad eclesial para convertirse en obispo de Japón. Ante el fracaso sufrido, el surgimiento de una comprensión diferente del Señor lo llevará a asumir su condición de pecador y a descubrir una cercanía en la fragilidad compartida con sus compañeros de viaje japoneses, a lo largo del camino de regreso.
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La figura de un ex fraile japonés, que las vicisitudes de la vida han llevado a la colonia de Nueva España (el actual México), resulta central. El fraile vive en el anonimato entre los indios explotados por los terratenientes españoles y expresa su amor por la figura de Cristo en estos términos: «Que los Padres digan lo que quieran. Yo creo en un Jesús totalmente mío. Mi Jesús no vive en las magníficas catedrales. Vive entre estos pobres indios… Esa es mi fe»[27].
En Vida de Jesús, Endō reconstruye la vida de Jesús, con el propósito explícito de hacer comprensible su figura al lector japonés. Quiere realizar esto como novelista, más que como teólogo. En la interpretación que él hace de la vida del Señor, es precisamente la debilidad, la impotencia elegida y buscada con el fin de revelar el «Dios del amor» y «el amor de Dios» lo que escandaliza en primer lugar a los seguidores. A partir de aquí, hay una relectura particular de la traición de Judas y del abandono de Pedro y de los otros discípulos en las horas fatales de la Pasión. Esto también determina el cambio de actitud del pueblo, en el transcurso de las pocas horas que median entre la entrada triunfal en Jerusalén y el juicio ante Pilato[28]. Este es el tema central de la cristología de Endō: proponer a Jesús como el compañero eterno del hombre, aquel que realiza «milagros de consolación». El escritor contrapone al rostro duro «paterno» el rostro cuidadoso, cercano, misericordioso, «materno» de Dios[29].
También en el relato Sombras, Endō hace que los dos protagonistas realicen un viaje de reconciliación consigo mismos y con su propia condición de fragilidad. En forma epistolar, la voz narrante – el remitente –, que ofrece el punto de vista sobre la relación de los dos, recorre la historia entre ellos, desde la juventud hasta el momento en que, años después y casualmente, se reencuentran. El otro es un sacerdote que ha abandonado el ministerio. Imagen de fuerza, inflexibilidad y rectitud moral en su juventud, ha tomado esta decisión, que parece dictada por una forma de misericordia extrema hacia una mujer en dificultades, asumiendo una condición de particular debilidad. En la nueva situación, el joven escritor – en el que Endō propone una imagen literaria de sí mismo (según el modelo del shishōsetsu) –, ahora hombre adulto, esposo y padre de un niño, se encuentra con un anciano consumido y débil. Un pequeño gesto realizado en la mesa del restaurante le revela la profundidad de la fe de aquel que marcó tan profundamente su vida y su obra como escritor. Este descubrimiento del lado más frágil y humano del anciano misionero español le permite hacer las paces con el antiguo mentor, superando el cortocircuito de resentimiento y de genuina admiración que había sentido hasta ahora.
La poética de la debilidad también es característica y esencial en la novela más conocida, Silencio, a la cual el nombre del escritor está particularmente ligado[30]. Como es sabido, la novela se inspira en la historia de los misioneros jesuitas en el siglo XVII y en la figura histórica del jesuita siciliano Giuseppe Chiara, a quien Endō transforma en el personaje literario de Sebastião Rodrigues. Estamos en 1640, un año antes del cierre definitivo del país a las relaciones con los extranjeros europeos, ordenado por el shogun Tokugawa. Está llegando a su fin el llamado «siglo cristiano japonés», que comenzó en 1549 con la llegada de Francisco Javier y el primer gran éxito apostólico. La fe cristiana está prohibida, y los japoneses viven en una condición de ocultamiento y secreto necesarios para evitar las crueles persecuciones. Algunos misioneros todavía intentan desembarcar de incógnito para llevar el consuelo de los sacramentos a los cristianos Kakure (o escondidos). Las autoridades han comprendido que matar a los fieles cristianos aviva la fe y motiva a la resistencia. Mucho más efectivo es el gesto de abjuración impuesto al pisar un crucifijo – es el acto del fumie –, especialmente si lo realizan los padres jesuitas, franciscanos u otros miembros de órdenes presentes en el país.
Sebastião Rodrigues, que había desembarcado junto con su confrade padre Garrpe, es pronto capturado, y en la cárcel se prepara para el martirio, pero descubre que las consecuencias de su rechazo no recaerán sobre él (una perspectiva que lo hace temblar, pero de la cual también está dispuesto a pagar las consecuencias), sino sobre otros cristianos japoneses, pobres víctimas de su determinación. El dilema de la conciencia es desgarrador. Sus diálogos con los carceleros, entre los que destacan aquellos sostenidos con Inoue, el funcionario de alto rango encargado de erradicar el cristianismo y de empujar a los cristianos a la abjuración, desafían sus convicciones. Inesperadamente, también el p. Ferreira, ex provincial de los jesuitas en Japón, realiza el fumie.
Todos insisten en la incompatibilidad de la fe cristiana con Japón, que en un conocido pasaje se compara con un pantano en el cual no puede crecer nada, mientras que la imagen del Dios cristiano se asocia con la de una mariposa atrapada en la red de una araña: «No. Ese no es Dios. Es como una mariposa atrapada en la red de una araña. Inicialmente, por supuesto, es una mariposa, pero al día siguiente solo la parte exterior son los de una mariposa, es decir, las alas y el tronco; ha perdido su verdadera realidad y se ha convertido en un esqueleto. En Japón, nuestro Dios es como esa mariposa atrapada en la telaraña; solo queda la forma exterior de Dios, pero ya se ha convertido en un esqueleto»[31].
Rodrigues, que tiene una imagen triunfante de Cristo, está profundamente turbado por el silencio de Dios ante el dolor y el sufrimiento de los fieles japoneses. Solo en el momento de máxima humillación oirá la voz del Señor, que le revelará que ha venido entre los hombres para ser el último de todos y para llevar sobre sí el peso del rechazo de todos, para salvar a todos. «Y entonces el Cristo de bronce le dice: “¡Pisa! ¡Pisa! Yo más que nadie sé qué dolor siente tu pie. ¡Pisa! ¡He venido al mundo para ser pisoteado por los hombres! He llevado la cruz para compartir el dolor de los hombres”»[32].
Muchos estudiosos se han detenido en este pasaje, ciertamente crucial, y Endō ha recibido muchas críticas, especialmente por parte de la Iglesia japonesa y de muchos cristianos japoneses, por haber elegido contar, dándoles importancia, los gestos de abjuración de dos sacerdotes, que, en lugar de testimoniar su fe hasta el martirio, se han doblegado.
Lo que no se enfatiza suficientemente en esta lectura es que el recorrido de Sebastião Rodrigues no termina con el fumie, sino que continúa. El viaje espiritual, de hecho, lo lleva a reconocer la presencia de Cristo a un nivel mucho más profundo en su vida y en la realidad. Descubre que toda su vida – tal como se ha desarrollado, y no por sus méritos, que son pocos – habla de Cristo. «Sin duda, sus confrades habrían condenado su acto como un sacrilegio: pero incluso si estaba traicionándolos a ellos, no estaba traicionando al Señor. Ahora lo amaba de una manera diferente a antes. Todo lo que había sucedido hasta ese momento había sido necesario para llevarlo a este amor. Hay un rasgo místico de profunda adhesión en la conclusión del viaje espiritual de Rodrigues. “Incluso ahora soy el último sacerdote en esta tierra. Pero Nuestro Señor no ha guardado silencio. Incluso si hubiera guardado silencio, mi vida hasta este día habría hablado de él”»[33].
El personaje que, con absoluta maravilla y de manera paradójica, lo ayuda a conservar su alma es el débil Kichijiro. Este lo traiciona y en varias ocasiones realiza el gesto del fumie, pero también lo sigue en todas las circunstancias, está presente en cada giro y continúa pidiéndole repetidamente la absolución de sus pecados, de los cuales es muy consciente. Kichijiro no puede obtener la aprobación del lector, con sus repetidos gestos de cobardía y debilidad, pero no podemos evitar sentir verdaderas sus lágrimas cuando, en un momento de confrontación con el padre jesuita, le pregunta: «Es cierto, soy débil, pero ¿es la debilidad un pecado? Si hubiera vivido en otros tiempos, cuando los cristianos eran estimados y respetados, habría sido una persona diferente. Habría sido un cristiano diferente».
En el desgarrador grito de Kichijiro podemos entonces encontrar también nuestra debilidad, como ciertamente hizo Endō. Su pregunta de fe está trasladada a las palabras del pobre pescador. Paradojalmente, Kichijiro parece asumir algunos rasgos cristológicos: es el débil que siempre acompaña y, hasta en el abismo más profundo, sigue a Rodrigues, y en el final, cuando, después de años de vida tras el gesto de fumie del sacerdote, le pide nuevamente ser confesado, salva su alma y le revela cómo Dios, de manera misteriosa, ha continuado operando.
Silencio es una novela histórica, al igual que, y aún más, lo es Samurái, pero ambas son portadoras de las preguntas profundas de Endō. En esta perspectiva, Silencio no trata principalmente de un gesto de abjuración, sino que es un viaje de fe y de revelación de Cristo. También podemos agregar que con esta novela Endō logra describir dos formas diferentes de martirio. Está la más evidente, representada por el padre Garrpe y los fieles japoneses que dan testimonio de su fidelidad a Jesús hasta el derramamiento de sangre. Y luego está la más oculta de los cristianos Kakure, en particular de aquellos que se verán obligados a vivir su fe en silencio y total secreto, enfrentando una prueba diferente, que no se agota en un momento, sino que se extiende como un goteo a lo largo de toda una vida enmascarada, para poder sobrevivir. «No hay ni fuertes ni débiles. ¿Hay alguien que pueda decir que los débiles no sufren más que los fuertes?»[34].
Escribe Mark B. Williams: «Se trata de una cuestión con la que Endō siempre ha luchado y que lo ha llevado a una identificación con las generaciones de cristianos Kakure (ocultos) obligados no solo a perpetuar su fe en secreto, sino también a vivir con el estigma de ser etiquetados como “débiles” por haber cedido a la presión aplastante de apostatar. Cuanto más consideraba Endō la vida de estos Kakure, forzados a convivir con el sentido de ignominia y vergüenza por haber profanado la imagen de Cristo que seguían venerando, más llegaba a cuestionar la tradicional descalificación de los Kakure como “débiles” apóstatas en lugar de como poseedores, paradójicamente, de la fuerza para vivir el resto de sus vidas con la plena conciencia de este acto de traición, y buscaba representar la existencia de una relación innata entre las dos fuerzas»[35].
Es la fuerza de la debilidad que confunde a los fuertes, la fuerza de Dios. Y es en la construcción de los personajes Kakure donde aparece en Endō, en particular, la última de las tensiones, aquella entre fe y duda. En esta última polarización es posible discernir el viaje existencial del escritor japonés, que empleó mucho tiempo y muchas energías para asumir y hacer propias aquellas promesas bautismales recibidas casi como un juego a la edad de 11 años y luego interiorizadas, semilla fecunda de páginas que lo han convertido en uno de los escritores más prolíficos, amados y estimados en Japón.
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S. Endō, Samurai, Milán, Rusconi, 1983, 295. ↑
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Ibid., 311. ↑
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S. Endō, Silenzio, Milán, Rusconi, 1982, 223. ↑
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En el artículo, seguimos la tradición japonesa de anteponer el apellido al nombre. ↑
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Los recuerdos del largo y agitado viaje de 35 días por mar resurgen en la novela Samurái, en la descripción de la travesía del Océano Pacífico. ↑
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Por el cuento Umi to dokuyaku («El mar y el veneno») de 1957, Endō recibe el premio Shinchosha y el premio Mainichi. ↑
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Muchas escenas de sus novelas y cuentos transcurren en el ambiente del hospital. ↑
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Esta novela también tuvo mucho éxito en el mundo del cine. De hecho, ha habido tres adaptaciones de la misma: la primera, del director Masahiro Shinoda en 1971, con el título homónimo; la segunda, del director portugués João Mário Grilo en la adaptación más libre Os Olhos da Ásia; y finalmente la más conocida, Silencio, del director estadounidense Martin Scorsese de 2016. ↑
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Cf. M. B. Williams, Endō Shūsaku. A Literature of Reconciliation, London – New York, Routledge, 1999, 3. ↑
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La tradición del shisosetsu nació a mediados del siglo XIX como evolución del shishōsetsu tradicional (término con el que se traduce genéricamente la palabra occidental «novela», pero que enmascara algunas diferencias sustanciales). El punto de inflexión fue la apertura del país a las relaciones con Occidente tras los siglos de cerrazón del shogunato Togukawa y el inicio del periodo Meiji en 1868. Para un marco teórico del shishōsetsu, véase L. Bienati – P. Scrolavezza, La narrativa giapponese moderna e contemporanea, Venecia, Marsilio, 2009, 55-63. ↑
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El género shishōsetsu hace referencia a una serie de autores, gracias a los cuales, a partir de 1890 y en los años siguientes, tuvo lugar el «descubrimiento del yo» o el inicio de la «literatura de autodefinición». ↑
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Se trata de una ficción autobiográfica en la que se cree que el autor relata fielmente detalles de su vida privada de forma ligeramente ficticia. Por un lado, el lector supone que el texto que lee es una reproducción fiel de la vida del autor (de ahí que haya coincidencia entre autor, narrador y protagonista); por otro, el autor cultiva el mito de la autenticidad (o makoto), que en la tradición japonesa constituye uno de los valores estéticos más elevados, y que puede alcanzarse mediante una confesión mesurada y, por tanto, parcialmente ficticia. Cf. L. Bienati – P. Scrolavezza, La narrativa giapponese moderna e contemporanea, cit., 57 s. ↑
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Cf. M. B. Williams, Endō Shūsaku…, cit., 6 s. ↑
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Ibid., 17. ↑
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Las generaciones son catalogadas en base a la edad o a la experiencia más o menos personal del conflicto. Cf. L. Bienati – P. Scrolavezza, La narrativa giapponese moderna e contemporanea, cit., 124-136. ↑
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Yasuoka Shōtarō, Kojima Nobuo, Shimao Toshio, Yoshiyuki Junnosuke, Miura Shumon y Endō Shūsaku suelen estar vinculados a este movimiento. Todos ellos crecieron en tiempos de guerra. ↑
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S. Endō, «Ombre», en Id., Una donna chiamata Shizu, Casale Monferrato (Al), Piemme, 1995, 60. ↑
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Cf. M. B. Williams, Endō Shūsaku…, cit., 29 s. ↑
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«I am not a Christian author. It is just that Catholic padres happen to populate the pages of my works» (ibid., 37). ↑
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Cf. ibid., 34. ↑
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Ibid., 35 s. ↑
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Cf. ibid., 44. ↑
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Ibid., 45 s. ↑
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Ibid., 50. ↑
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Cf. ibid., 49. ↑
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S. Endō, Scandalo, Milán, Rusconi, 1989, 9. ↑
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Id., Samurai, Milán, Rusconi, 1983, 145. ↑
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Cf. Id., Vita di Gesù, Brescia, Queriniana, 2017, 147-181. ↑
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Cf. ibid., 12-14. ↑
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Sobre la novela Silencio, cf. el artículo de F. Castelli, «“Silenzio”, di Shusaku Endo. Un “thriller” teologico», en Civ. Catt. 2017 I 23-33. ↑
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S. Endō, Silenzio, cit., 180. ↑
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Ibid., 203. ↑
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Ibid., 223. ↑
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Ibid. ↑
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M. B. Williams, Endō Shūsaku…, cit., 50. ↑
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